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La Península Coreana estuvo en el punto de mira de los Estados Unidos, como mínimo, desde el expansionista siglo XIX en el que el capitalismo incorporaba a su régimen internacional por la vía de la fuerza a aquellas regiones que se resistían a ello aferrándose a sociedades política y económicamente precapitalistas. Durante la segunda mitad del siglo XIX, mediante tratados, acercamientos diplomáticos y acuerdos económicos, Estados Unidos pretendió “abrir” a Corea al mundo, por entonces una sociedad realmente aislacionista (conocida como “el reino ermitaño”) dirigida por una élite realista dividida e incapaz de confrontar los tempranos empujes de imperialismos como el japonés o el estadounidense.
El interés norteamericano en Corea tenía sentido: los grandes núcleos capitalistas se encontraban en una etapa de crecientes disputas por el reparto del mundo y quedarse rezagado respecto al resto de grandes países no era una opción. En ese sentido, fue crucial avanzar en materias como el acceso a los recursos naturales del territorio coreano (oro, por ejemplo), la obtención de derechos monopólicos sobre la electricidad o los transportes y la concesión de derechos comerciales que priorizasen la presencia estadounidense en Corea.
Sin embargo, fueron los japoneses quienes supieron apropiarse de la Península para incorporarla a los territorios de su Imperio. Durante aquellos años de dominación japonesa sobre Corea, Estados Unidos aparcó sus intenciones de acaparamiento, reticente a tensar las cuerdas de las disputas con los nipones. Desde finales del siglo XIX, aunque especialmente desde 1910, Japón convirtió a Corea en su subordinado hasta el final de la II Guerra Mundial. En medio, dos guerras mundiales interimperialistas en las que Estados Unidos “respetó” los “derechos” japoneses sobre Corea… hasta 1943.
La Guerra de Corea y la instalación del imperialismo estadounidense
En aquel momento, las expectativas de una derrota del Eje y, por consiguiente, del Imperio Japonés, en la II Guerra Mundial posibilitaron la vuelta de Corea a los proyectos estadounidenses. La definitiva derrota en 1945 puso fin a la Ocupación Japonesa de la Península y abrió, como en otras partes del mundo, una disputa por el control del país. Por aquel entonces, el movimiento independentista coreano se había implantado por todo el territorio, habiéndose mantenido pese a la represión nipona. Con una amplia presencia de los comunistas, el movimiento pro independencia empujó los primeros meses post liberación tratando de establecer un gobierno netamente coreano, una reforma agraria, la deportación de los japoneses y de los colaboracionistas y un desarrollo económico autónomo. Consciente del papel dirigente de los comunistas y de lo estratégico de la ubicación geográfica de Corea, Estados Unidos tenía otros planes para la Península.
Teniendo que negociar con la Unión Soviética el reparto de la Península, la misma fue dividida —en un principio, temporalmente— por el Paralelo 38, de tal forma que Seúl, capital tradicional, dos cuartos de la población coreana, una proporción considerable de la industria dejada por los japoneses y una parte importante del potencial agrícola del país quedasen en el lado estadounidense. Los Estados Unidos instalarían su dirección militar, política e ideológica al sur del Paralelo en un intento por conducir la transición de la era post japonesa en el país.
En Corea Estados Unidos se apoyó de sectores ex colaboracionistas con los japoneses y promulgó la instalación de un gobierno afín bajo la mano firme de Syngman Rhee, un dirigente anticomunista y pro estadounidense
Allí, Estados Unidos se apoyó de sectores ex colaboracionistas con los japoneses y promulgó la instalación de un gobierno afín bajo la mano firme de Syngman Rhee, un dirigente anticomunista y pro estadounidense que fue electo en unas elecciones restringidas en las que fueron vetados la izquierda y los comunistas. Tal evento marcó la fundación de la República de Corea, al sur; como respuesta, en el norte fue fundada la República Popular Democrática de Corea bajo el mando del dirigente comunista Kim Il-sung (abuelo de Kim Jong-un). Eventualmente, los soviéticos abandonaron formalmente el norte, aunque los estadounidenses permanecieron en el sur.
Pese a que existe un debate historiográfico abierto entre la academia estadounidense y surcoreana y la academia norcoreana al respecto del inicio de la guerra, se postula por lo general que Corea del Norte avanzó en 1950 hacia el sur con el apoyo de la URSS de Stalin y de la China de Mao —empujados por la posibilidad real de que se instalase un estado afín en Corea— marcando el inicio de una guerra que “terminó” (en realidad, solo se firmó un armisticio) en 1953, aproximadamente como había empezado, pero con cerca de dos millones de muertos, especialmente en el norte —donde se produjeron además enormes destrozos de infraestructura. Al final, en el norte se instauró un sistema socialista “adaptado a Corea” (como a menudo se postula), pivotante alrededor de la figura de la familia Kim y con considerable independencia política y militar, mientras en el sur continuó la presencia estadounidense en materia militar y no sería hasta 1988 que se pondría fin a la era de las dictaduras anticomunistas.
Después de un golpe contra Syngman Rhee, en 1961 Park Chung-hee se instaló como máximo dirigente de Corea del Sur. El que fuera el gran edificador del “milagro” surcoreano fue también un dirigente represor. Estados Unidos lo apoyó, puesto que renovaba a una burocracia estatal aliada en la región pero que, durante los últimos años de Rhee, había visto profundamente limitada su aceptación popular. Con todo, Park no disponía de gran implantación popular en el país: sus antiguos vínculos con colaboracionistas japoneses eran conocidos y, por aquel entonces, todavía estaban a la orden del día los empujes nacionalistas que rechazaban la presencia estadounidense y la instalación de dictaduras militares en el sur y propugnaban por una reunificación con el norte.
Park Chung-hee era la antítesis de Kim Il-sung: mientras Kim dirigía una guerrilla frente al imperialismo japonés, Park colaboraba con los ocupantes; mientras Kim dirigía un estado socialista, Park apostaba por un acelerado desarrollo industrial con largas jornadas de trabajo y que concentrase el capital en pocas manos; mientras Kim era aliado de la Unión Soviética, Park Chung-hee lo era de Estados Unidos; de hecho, y a modo de resumen, ambos eran un claro reflejo de la continuación del proceso divergente que se dio en norte y sur luego del fin de la Ocupación Japonesa: al norte, dirección de comunistas e independentistas; al sur, dirección de colaboracionistas, anticomunistas y pro estadounidenses.
La era post Guerra Fría
Después de Park Chung-hee vino Chun Doo-hwan, quien gobernó desde 1980 hasta 1988 y fue también afín a Estados Unidos. Luego de él, hubo cambios importantes en el sur que se tradujeron en modestas modificaciones en sus relaciones con Estados Unidos: en los años noventa, luego del desmantelamiento de la URSS, Corea del Norte se vio sola. Indudablemente, Corea del Sur estaba ahora en una mejor situación: transitando hacia una república democrático-burguesa, aliada del llamado imperialismo colectivo (o de la “Triada”: Estados Unidos, Europa y Japón) liderado por Estados Unidos y siguiendo en marcha un proceso de desarrollo exitoso en términos capitalistas. El mundo había cambiado, Estados Unidos redobló sus esfuerzos en Asia y pretendió lanzar una nueva ofensiva contra Corea del Norte hasta forzar su colapso.
A modo de respuesta, Corea del Norte se aisló. Fue un proceso dirigido primero por Kim Il-sung, después (y, fundamentalmente) por Kim Jong-il y, a día de hoy, por Kim Jong-un. La República Popular Democrática de Corea sería a partir de los noventa más hostil que nunca con el bloque de Estados Unidos y sus aliados: no solo era la antítesis del proyecto ideológico, político, militar y económico del imperialismo neoliberal, sino que se reafirmaba constantemente en su soberanía militar, desarrollando un programa nuclear al que Estados Unidos y sus aliados no supieron reaccionar a tiempo.
Corea del Sur es un enclave fundamental. Es un país típicamente monopólico cuya clase dominante se relaciona económicamente con el exterior en los términos de explotación del neoliberalismo internacionalizado
La guerra nunca se cerró, sino que se firmó un armisticio. En base a este hecho histórico, Estados Unidos conserva un número considerable de tropas (cerca de 30.000) en Corea del Sur, habiéndose visto inmerso en conflictos internos como la masacre de Gwangju (1980) en la que cerca de 2000 personas que se levantaron contra la dictadura del entrante Chun Doo-hwan fueron asesinadas. La presencia militar estadounidense en Corea presiona al cuerpo hostil que representa Corea del Norte. Sobre este país también cae el peso de unas sanciones que no se aligeraron ni durante la crisis alimentaria que vivió el país a finales de los noventa, frente a la cual ambas partes se mostraron profundamente intransigentes.
En un contexto de guerra contra Rusia, de disputas con China y de vigencia del socialismo como modo de gobierno efectivo en la región, Corea se erige como un punto fundamental para la estrategia estadounidense en el mundo. Entre Japón, China y Rusia, ni más ni menos. Así, el desarrollo nuclear de Corea del Norte actúa como un boomerang: aleja al país del eje imperialista dominante al ser un rebelde en términos militares que recibe sanciones y amenazas; a su vez, sirve como pretexto para acercar a Estados Unidos al sur y legitimar la presencia de sus tropas allí.
Masculinidades
K-Pop, las nuevas masculinidades en tierras confucianas
En Corea un nuevo formato de hombre, los kkonminam, pone sobre la mesa formas más laxas de entender la masculinidad. Lo hace a través del k-pop, los dramas, el cine… Y bajo la atenta mirada del capital.
Dadas estas condiciones, Corea del Sur es a día de hoy un caso particular de adscripción a la estrategia estadounidense. Primero, respondió a los intereses inmediatos norteamericanos en su estrategia post Segunda Guerra Mundial en Asia; después, fue parte de un sistema de alianzas entre el bloque del imperialismo colectivo y una larga lista de países periféricos (y no periféricos) gobernados por clases y sectores afines al mismo.
Corea del Sur es un enclave fundamental. Adscribe al proyecto económico del neoliberalismo, siendo un país típicamente monopólico y cuya clase dominante (a través de un complejo sistema de influencia de los ‘chaebols’ sobre la política) se relaciona económicamente con el exterior en los términos de explotación del neoliberalismo internacionalizado; adscribe al proyecto político e identitario del imperialismo colectivo liderado por Estados Unidos, confrontando en mayor o menor medida (en función del grado de “derechización” del gobierno en cada momento) con estados rivales como China, Rusia o, por supuesto, Corea del Norte; y, sobre todo, adscribe a los intereses militares de aquel bloque: lo hizo durante la Guerra Fría, sirviendo como enclave estratégico de los Estados Unidos y lo hace hoy ejerciendo un papel de apoyo logístico y posicional en las vigentes y potenciales embestidas en la región (conviene destacar además sus recientes acercamientos a la órbita de la OTAN).
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Seamos sinceros, Corea del Norte si supuso ni ha supuesto ninguna esperanza de transformación social para el pueblo coreano, pues ha estado dominado por una burocracia de partido al puro estilo leninista. Pero en cuanto al Sur de la península, lo que rara vez se cuenta es que el movimiento guerrillero que luchó frente a la ocupación japonesa estableció un gobierno socialista y popular, generando grandes espectativas como la reforma agraria o la socialización. Pero EE.UU, igual que en Filipinas, utilizo a los militares derechistas del país para imponer por la fuerza una larga dictadura militar. Hoy en día, a pesar de llamarse democracia, Corea del Sur es un estado en el cual la izquierda y el movimiento obrero son perseguidos, los derechos laborales son escasos y los servicios públicos están privatizados, con un control total de la economía por sus corporaciones