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9 d'octubre
Cuando nos querían robar la paella
Entre el final de los 70 y el principio de los 80, la ciudad de València vivió un episodio de confrontación por los símbolos culturales y un clima de violencia ultra en las calles.
La transición en el País Valencià no fue un tiempo de paz y concordia, como cierto relato mediático se ocupa de (re)crear a menudo. En las primeras elecciones democráticas, los resultados de la izquierda alarmaron a las élites locales de la entonces gubernamental UCD. Estas optaron por una estrategia de la tensión que creó un conflicto sobre los símbolos de la identidad valenciana. La estrategia se tradujo en numerosos ataques y disturbios protagonizados por los llamados blaveros, quienes se oponían violentamente a las supuestas intenciones pancatalanistas de la izquierda valenciana.
“Si eran capaces de atacar al alcalde y al presidente de la diputación en la procesión cívica del 9 de octubre, delante de la policía, ¿qué no serían capaces de hacer contra la gente “normal”?”, resume Rosa Solbes, periodista de medios de esa época como Valencia Semanal o Dos y dos, entre otras publicaciones, para relatar el clima de tensión con el que se vivía la política y el periodismo. “Aparte de los muertos, la vida ciudadana se desenvolvía en un ambiente de tensión que nunca sabías por dónde iba a salir. Cuando íbamos a cubrir las manifestaciones blaveras como periodistas, algunas veces, incluso, teníamos que camuflarnos. Hay algunos colegas que llegaron a ser perseguidos por un grupo de blaveros con estacas que los habían reconocido”.
Solbes lo ilustra con una anécdota característica de la época: “Cubrías un acto oficial de la Generalitat en el Palau y fuera había una manifestación blavera con la policía absolutamente pasiva. Les daba por entrar al Palau y te tenías que hacer fuerte ahí, como si estuviéramos en la edad media, había un peligro real. La cosa era seria”.
La impunidad llegó a un punto en el que muchas de las agresiones o de las bombas puestas en domicilios particulares nunca fueron investigadas ni judicializadas por la policía
Llum Quiñonero, diputada de Podemos en Les Corts, estaba con el alicantino Miquel Grau cuando fue asesinado por un militante de Fuerza Nueva. Grau colgaba carteles llamando a la manifestación del 9 de octubre del 77, cuando Miguel Panadero le lanzó un macetero en la cabeza. A pesar de que el asesino fue condenado (de hecho, el único por la violencia ultraderechista y blavera en el País Valencià), fue indultado después por el gobierno de la UCD. La impunidad llegó a tal punto que muchas de las agresiones y de las bombas puestas en casas particulares nunca fueron investigadas ni judicializadas por la policía.
Violeta Tena, periodista de El Temps, no tiene ninguna duda de que “el blaverismo actuó siempre en connivencia con los poderes fácticos del Estado. Si la policía y la justicia no actuaron en contra fue porque había una orden directa de dejar hacer a los responsables de aquellas agresiones contra particulares, librerías, o en actos públicos. Aquella inacción, al mismo tiempo, enviaba un mensaje muy claro a la sociedad que trasladaba la responsabilidad de lo que ocurría del agresor hacia la víctima”. Quiñonero recuerda que “además, la amenaza no era sólo la extrema derecha, era el ruido de sables, saber que al ejército tampoco le estaba gustando nada”.
Quiñonero apunta como clave que “la batalla de los símbolos se libró en la capital y comarca de L’Horta, pero tuvo consecuencias en el resto del país”. La parlamentaria remarca que, a pesar de que el blaverismo no existía salvo de forma testimonial en su ciudad, Alacant, la violencia ultra influía en la vida diaria: “Vivir con una amenaza continua marcó los límites del debate político. Las organizaciones de extrema derecha, la policía, las bombas contra los diarios… podemos decir, como mucho, que se trataba de una democracia vigilada”. Para Quiñonero “aquellos episodios violentos fueron una forma más de acción, una situación de acoso permanente de la extrema derecha en general, antivalencianista, no diría valencianista”.
Extrema derecha
La extrema derecha valenciana que nunca se fue
Los blaveros se llaman a sí mismos valencianistas y su tesis política pasa por afirmar que el valenciano es una lengua diferente del catalán, que la denominación territorial apropiada era Reino de Valencia, en vez de País Valencià, y que la señera propia era la coronada con una franja azul, contra la cuatribarrada que defendía la izquierda. Rosa Solbes recuerda que en la primera mitad de los 70 “el blaverismo no existía, ni existía ni se le esperaba”.
El auge del blaverismo tenía dos aliados poderosos: Manuel Broseta, entonces el hombre de UCD en València y años después asesinado por ETA; y la cabecera valenciana del periódico Las Provincias. El año 77, precisamente en este diario, Manuel Broseta, asesor de Albiñana en el primer Consell preautonómico, publicó el artículo “La paella de los países catalanes”, lo que supuso el inicio simbólico del giro del periódico hacia las tesis blaveras y el origen del conocido dicho blavero “ens volen furtar la paella”. Para Violeta Tena, “este blaverismo convirtió el “peligro catalanista” en su principal leitmotiv”.
El auge del blaverismo tuvo dos aliados poderosos: Manuel Broseta, entonces hombre de la UCD en València, años después asesinado por ETA; y la cabecera del periódico Las ProvinciasEn las páginas del diario empezó a utilizarse “catalanista” como palabra despectiva, incluso como insulto. Algo que no acaba de entenderse fuera del País Valencià. Solbes recuerda que “cuando te llamaban catalanista era porque defendías la unidad de la lengua, para no ser catalanista tenías que defender el castellano como lengua vehicular de este país, que es valenciano. Era difícil de explicar y ahora, desde la distancia, es todavía más difícil hacerlo. Era una cosa de locos”.
Para Solbes, no había ningún imperialismo catalán, como señalaban los blaveros: “Las autoridades, los poderes catalanes, pasaban bastante del País Valencià. Exageraban muchísimo”.
Durante los años 70, especialmente la primera mitad, Las Provincias, "que respondía a los intereses de la burguesía valenciana, jugó la carta del progresismo pero se demostró que era coyuntural", explica Solbes. En estos años, Las Provincias destacaba por encabezar las primeras campañas ciudadanas en defensa del espacio natural de la Devesa del Saler (donde estaba proyectada una gran urbanización que habría significado la destrucción del ecosistema) y a favor de la conversión del antiguo cauce del río Túria en zona verde.
Todos los dedos señalan que fue María Consuelo Reyna, subdirectora y familiar del propietario histórico del rotativo, la persona más influyente en aquel viaje hacia el blaverismo. El año 2011, Anna Mateu y Martí Domínguez elaboraron un artículo de investigación universitario analizando el contenido y el estilo de las columnas de Reyna.
En su estudio “La retórica en el periodismo de María Consuelo Reyna: el anticatalanismo en la prensa valenciana” hacen un repaso de la trayectoria de la que califican como la periodista con más influencia de los 70 y los 80 en València. “Acumuló un papel absolutamente decisivo, no sólo en la formación de un discurso anticatalanista agresivo desde esta tribuna privilegiada, sino también en la expansión de un movimiento social de dimensiones significativas con el que condicionar la política valenciana y dotarse así de un poder importante”, dicen en la investigación.
Tena coincide con esta visión: “Reyna, con su diario, fue la agitadora principal del blaverismo. La historia del País Valencià, de hecho, no se entiende sin tener en cuenta la influencia que tuvo este medio en el discurso político”. Para la periodista del semanario, “a través de Las Provincias persiguió y sancionó todos los intentos de enderezamiento nacional del País Valencià; alimentó y legitimó los sectores más ultraderechistas y violentos del españolismo y el anticatalanismo; y alimentó un folklore vacío”.
“Cada día los catalanes nos querían quitar algo: la paella, la franja azul de la bandera… cada día era una seña de identidad diferente la que se atacaba”, rememora Solbes. En la investigación de Mateu y Domínguez coinciden: “En sus columnas, se presentó como defensora ante otros elementos internos y externos que pretendían imponer tradiciones foráneas. Y, en este sentido, era común la referencia al catalán como un pueblo que pretendía aprovecharse del valenciano, robándole las señas de identidad propias para asimilarlo a un proyecto de Països Catalans”, afirma el estudio mencionado.
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Los investigadores Mateu y Domínguez señalan que su discurso “se caracterizó por utilizar un lenguaje sencillo y directo, a menudo un poco descuidado y sin complicaciones léxicas, en un intento de apelar directamente al lector con mensajes contundentes y, sobre todo, emotivos. Por eso su registro era muy a menudo coloquial, en ocasiones incluso vulgar”. Pero para los investigadores, “lo que caracteriza los artículos de la periodista es el hecho de contener numerosos tipos de falacias, muchas de las cuales apelan directamente a los sentimientos del lector”.
A pesar de estos recursos de manipulación en su columna diaria, Reyna tuvo, en palabras de Solbes, “mucha importancia no sólo entre la derecha, lo que era normal, el problema fue cuando también los líderes de la izquierda; las autoridades democráticas, en el momento en que las hubo, estaban muy pendientes de las columnas de esta señora”. Tena destaca de Reyna que “su campaña de propaganda y contaminación influyó decididamente sobre las actuaciones de los dirigentes políticos, siempre preocupados por no molestarla”.
Para Solbes, el hecho de que la izquierda estuviera “tan pendiente de lo que dijera el diario de la UCD condicionó muchas actitudes, muchas políticas y muchas respuestas tan debilitadas”. La periodista cree que el hecho de que un diario se convierta en "portavoz de un grupo de presión es normal, es democrático que los medios tengan una ideología, unas alianzas estratégicas con grupos sociales, económicos, políticos; lo que no era tan normal era el monopolio de los diarios por parte de la derecha. No había voces discordantes, eso era un problema muy serio”.
Las provincias no solía reseñar los principales ataques, Violeta Tena les acusa del blanqueamiento de las agresiones: “Explica en parte el estado de las cosas, especialmente a principios de los 80 en la ciudad de València”. Solbes cree que “no se puede decir que desde los artículos de los columnistas se justificó la violencia, pero en las secciones de participación, inventadas porque nos consta que se hacían a escondidas en la redacción, sí. Era una manera de decir “se lo han merecido, se lo están buscando los catalanistas de mierda”, imagínate, ¡catalanistas de mierda!”.
En ese clima político, la tramitación del primer estatuto de autonomía fue uno de los frentes en que la mano de Broseta y la UCD impusieron sus tesis. En lugar de solicitar la autonomía por procedimiento del artículo 151 de la Constitución (como Galiza, Euskadi y Catalunya), Broseta maniobró políticamente para que se hiciera por el procedimiento previsto en el 143, además de resolver la disputa por el nombre de este país con la fórmula Comunitat Valenciana. En palabras de la parlamentaria Quiñonero “un estatuto descafeinado, condicionado por este clima político”.
Aunque a Guillem Agulló lo mataron por catalanista el año 93, la violencia blavera fue disminuyendo. Solbes apunta que una clave puede ser el hecho biológico, ya que “muchos de los que eran capitanes blaveros ya no están, pero también la desactivación que supuso la aprobación del estatuto actual, que recoge muchas de sus demandas”.
Crímenes de odio
25 años sin Guillem Agulló
Después de la absorción del partido Unió Valenciana por el Partit Popular del entonces muy honorable Eduardo Zaplana (quien, por cierto, nunca escondió su alianza con la periodista María Consuelo Reyna), podría parecer que el blaverismo murió. Violeta Tena no está nada de acuerdo con esto: “el ADN del blaverismo continúa bien vivo dentro del PP e incluso me atrevería a decir que ha experimentado un resurgimiento en los últimos años, a medida que el partido conservador se quedaba sin argumentario y experimentaba, al mismo tiempo, la competencia de Ciudadanos. Isabel Bonig ha optado por sacar a pasear otra vez el esperpento del catalanismo. Su obsesión por el “expansionismo catalanista” es prácticamente enfermiza y creo que, en realidad, no responde a ninguna preocupación ciudadana”.
Para Solbes es “increíble cómo la derecha valenciana se encuentra en la necesidad de recurrir a un argumentario del siglo pasado”. Solbes cree que están equivocados y que tampoco les dará votos: “este tipo de argumentaciones no tienen sentido”. Tena cree que “Al igual que el blaverismo, con su discurso, Bonig intenta generar crispación social y alimenta, conscientemente, el discurso españolista bajo el pretexto de la defensa de los valencianos”. La periodista va más allá y señala que “todavía nos encontramos medios que se refieran al blaverismo y al españolismo regionalista como “valencianistas”, una referencia que no hace más que blanquearlos”.
Tena ve que “Bonig, como Lizondo, acusa al sistema educativo valenciano de adoctrinar a las criaturas. Igualmente acusa al Consell de estar contaminado por el independentismo catalán, cuando en realidad el gobierno valenciano ha mantenido, respecto al conflicto catalán, un perfil muy bajo y ha optado por quedarse al margen".
València
La impunidad de la extrema derecha se traduce en violencia el 9 d’Octubre
Entre 200 y 300 neonazis reventaron la manifestación del 9 de Octubre en Valencia ante la pasividad de los agentes de la Policía Nacional.
A pesar de todo, a nadie se le escapa que las agresiones bastante conocidas del último 9 de octubre, las agresiones a los asistentes a la manifestación bajo el lema “Sí al valenciano”, se dieron los días posteriores al referéndum catalán. Para Tena “es evidente que tanto el PP como Ciudadanos están preparando el caldo de cultivo para que se den situaciones como estas”. La periodista considera incendiario este discurso “basado en el odio hacia el adversario que alimenta y da argumentos a un españolismo rancio y caduco que finalmente se expresa de forma violenta. Las agresiones de los unos no se entienden sin las acusaciones de los otros. Son dos mundos que se alimentan”.
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Con gente como tú que empieza insultando diciendo País Valencia ,sobran las palabras, que te sigan pagando los pancatalanistas a ti y a tus compañeros
Pues yo no lo veo así, chatin. Las que ha pasado es que Valencia ha pasado de ser vivero de rojerio, a feudo facha. Los catalanistas sois cuatro pringaos
Con tanta ofensa, odio y tanta bilis a los valencianos se nota que Pusdemono y Choros os manda subvencion para que ejerzáis de estilete del catalanazismo más fanatico
Claro q sí, chati. Porque està claro q nuestras mentes de izquierda social y cultural estan corrompidas por catalanes del mal y en cambio la ultraderecha es santa, bendita y super inteligente y no es utilizada para intereses de élites económicas centralistas. Por eso, después de 20 años de su poder tras otros 40 de fascismo franquista, el pueblo valenciano está tan bien tratado por los gobiernos centrales. En fín, pa qué...