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Derecho a la vivienda
Okupar la plaza para no quedarse sin casa
“Al lado de nuestro edificio hay un hotel; al otro, están construyendo un edificio que todo apunta a que será también otro hotel; y encima de mi casa hay dos pisos turísticos, uno de los cuales creemos que no es legal”. Lo cuenta Alba, de 25 años. Milita en la asamblea de su barrio, el Carmen, donde continúa viviendo con sus padres porque “no puede independizarse”. Ella es una de las muchas personas que se están quedando a dormir en la acampada que se instaló en la plaza del Ayuntamiento de València tras la manifestación por el derecho a la vivienda que las calles de la capital valenciana acogieron el pasado sábado.
Militantes con trayectoria o recién llegadas a los movimientos sociales; estudiantes y trabajadoras; alquiladas, con piso propio o abocadas a la okupación. El mosaico de campistas es muy variado, pero todos tienen en común la voluntad de “presionar a las instituciones para que se produzcan acciones reales y respuestas a esta situación”, como expresa Alba.
La acampada ha hecho públicas una serie de demandas surgidas de la asamblea y dirigidas a las principales autoridades: la alcaldesa Català, el president de la Generalitat, Carlos Mazón y Pedro Sánchez
La acampada ha hecho suyas las reivindicaciones de la manifestación del pasado sábado 19. Bajo el lema “València s’ofega”, la narrativa de la plataforma convocante, que lleva por nombre “València no està en venda”, pivotaba sobre tres ejes: la vivienda, la turistificación y la defensa del territorio. Esta plataforma ha conseguido aunar a colectivos y organizaciones como Comissió Ciutat-Port, que lucha contra la ampliación del Puerto de València, o La Mataobras, que se centra en la problemática de los pisos turísticos, dos organizaciones que desde fuera tienen poco que ver, pero que han conseguido construir un discurso interseccional que evita compartimentar las luchas y señala directamente a “la especulación y la acumulación de capital” como la lógica responsable de la situación de la ciudad.
Este mismo viernes, la acampada ha hecho públicas también una serie de demandas surgidas de la asamblea y dirigidas a las principales autoridades: Català, Mazón y Sánchez. Siguen las líneas marcadas por la manifestación y, en resumidas cuentas, exigen a los tres niveles institucionales un cambio en el modelo de ciudad que acabe con la especulación, la promoción turística y los grandes proyectos de infraestructuras.
Al presidente de la Generalitat Valenciana regular los alquileres a nivel autonómico, abandonar la promoción turística del territorio valenciano y proteger legislativamente espacios naturales como la huerta valenciana
A la alcaldesa le exigen declarar la ciudad como zona tensionada, controlar los alojamamientos turísticos y revertir la ZAL. Al presidente de la Generalitat Valenciana regular los alquileres a nivel autonómico, abandonar la promoción turística del territorio valenciano y proteger legislativamente espacios naturales como la huerta valenciana. Y al presidente del Gobierno le demandan detener los desahucios sin alternativa habitacional, sacar la vivienda del mercado y paralizar las obras de ampliación del Puerto de Valencia que, por cierto, acaban de comenzar.
El caso de Alba no es una excepción. Irene, de la misma edad, vive y milita en el barrio de La Saïdia. Lleva tiempo observando cómo “en cada asamblea hay gente nueva”, cómo los movimientos vecinales por la vivienda crecen contínuamente y cómo ha terminado por cristalizar en la acampada. Pero para ella, lo relevante es que no son sólo estos colectivos los que resisten en la plaza, sino que esto ha surgido de la unión con, entre otros espacios, “sindicatos estudiantiles o movimientos okupas”, y está logrando mantenerse gracias a “mucha gente externa que no puede quedarse a dormir pero que nos ayuda trayéndonos materiales o comida cocinada en casa”. “Es la expresión máxima de los cuidados”, cuenta.
Irene está acampada porque creía imprescindible que las demandas de la manifestación no se quedaran en papel mojado. Se considera una “privilegiada” por pagar 220 euros por lo que ella misma considera “un zulo”
Esto ha sido especialmente palpable los días en los que la lluvia ha amenazado la continuidad de la acampada. El martes las previsiones daban precipitaciones para toda la noche y parte del miércoles. Era prácticamente la primera tormenta del otoño. A través de las redes la acampada pidió materiales para poder pasar la noche. La respuesta fue aluvión de plásticos, carpas y palés que permitió poner a cubierto muchas de las tiendas y poner a salvo aquello que no debía mojarse.
Irene está acampada porque creía imprescindible que las demandas de la manifestación no se quedaran en papel mojado. Se considera una “privilegiada” por pagar 220 euros por lo que ella misma considera “un zulo”. Sabe que viendo la situación de la ciudad no le queda mucho margen para la queja, por mucho que tenga que echar mano de la ayuda de sus padres para pagar el alquiler a pesar de trabajar en un restaurante, desde donde hace malabares para venir a dormir a alguna tienda de campaña cuando acaba el turno.
Carlos, de 30 años. Profesor de matemáticas de profesión, cuenta que antes probó suerte en Ibiza, donde “es muy fácil conseguir plazas de profesor a causa del desorbitado precio de la vivienda en la isla”
Otro de los acampados es Carlos, de 30 años. Profesor de matemáticas de profesión, vive encadenando sustituciones que no le permiten hacer planes más allá del corto plazo. Aun así, él también habla de que su situación es “privilegiada”. Vive en un centro social okupado de la huerta valenciana, con lo que no tiene un alquiler que pagar. Tiene un huerto y algunos animales, así que puede vivir de manera autosuficiente en los períodos entre sustituciones. Cuenta que antes de recalar aquí, probó suerte en Ibiza, donde “es muy fácil conseguir plazas de profesor a causa del desorbitado precio de la vivienda en la isla”. Estuvo allí dos años y se mudó seis veces. Durante algo más de dos meses, vivió en una tienda de campaña en un campo de naranjos porque le era imposible encontrar una vivienda. Ahora, acampa en la plaza del Ayuntamiento porque “he visto en Ibiza lo que no quiero que pase aquí, que cobren 1500 euros a la semana por una casa para turistas, que la gente del lugar esté marginada”.
Tampoco hace falta estar militando en otro espacio para ser parte de la acampada. Claudia, una psicóloga asturiana que lleva ya unos años viviendo en València, cuenta que está aquí porque “tiene miedo, pero no del que agazapa sino del que moviliza”. “Tengo un alquiler que me ocupa un tercio del sueldo, y eso sin contar gastos, transporte, ocio…”, explica. Ella tampoco cree que su caso, hoy por hoy, sea de los peores, pero a fin de cuentas “los precios que ahora consideramos normales no dejan de ser muy abusivos”. Tiene claro que “no puedes decir que el problema de la vivienda no te toca a menos que seas parte del problema”, y es por eso por lo que está aquí”.
La acampada como espacio de cohesión
Más allá de afrontar el problema de la vivienda, uno de los objetivos principales de la acampada es también servir de pegamento entre los movimientos sociales de la ciudad, ser un punto de encuentro a partir del cual, de ahora en adelante, se refuerce el trabajo en los barrios de una ciudad cuya movilización está descentralizada. “El tejido ya existe, pero ahora se tiene que nutrir de lo que está ocurriendo aquí”, reflexiona Irene.
Buena prueba de ello la han dado muchos colectivos de la ciudad, que han decidido trasladar su programación de la semana a la acampada para contribuir a llenar el espacio de gente. Es el caso del CSOA L’Horta, uno de los centros sociales con mayor presencia en la ciudad, que ha llevado sus talleres y actividades a la plaza.También lo ha hecho Arrels del canvi, un colectivo ecologista de la Universitat de València que ha movido el cartel entero de su “Assemblea d’acció climàtica”, su gran evento para este inicio de curso, a la acampada. Nombres del movimiento climático como Alberto Coronel, Carmen Madorrán, Joana Bregolat o Luis González Reyes han reflexionado en sesiones abiertas a las vecinas sobre las conexiones entre la crisis de la vivienda y la lucha ecosocial.
Dentro de la acampada, el ambiente y las sensaciones apuntan a que lo de ahora debe ser la chispa que empuje y revitalice el trabajo que se lleva haciendo durante años desde las asambleas de barrio continúe creciendo. Esos espacios que llevan tiempo trabajando la situación de la vivienda en València son los que son capaces de empujar a medio plazo “hacia acciones más escaladas en el caso de que no se atiendan nuestras demandas”, cuenta Irene. De momento, la acampada por la vivienda cumple una semana resistiendo y creando red entre la militancia valenciana. Pase lo que pase de ahora en adelante, la sociedad civil de València ha firmado otro capítulo más de resistencia organizada al grito de “si no tenim casa, okuparem la plaça”.