Opinión
Sin haberlo visto nunca
Era un encuentro de personas que habían compartido centro educativo. Profesoras, profesores, alumnado, madres, padres… Diez años después de su cierre estaban juntas en una sala que, en otro tiempo, fue un gimnasio.
Hubo palabras (muchas), abrazos (muchos), anécdotas compartidas al ritmo que las burbujas emergen de un refresco recién abierto.
Tomó la palabra una mujer de pelo liso, blanco, que fue profesora de lengua. Habló de la primera vez que vio el mar. De cuando su madre y su padre la llevaron desde la aldea gallega del interior donde vivía hasta el mar. “Este es un regalo porque te gusta mucho aprender en la escuela”, le dijeron.
El mar le pareció inmenso.
Contó que, mucho tiempo después de ese día en el que conoció el mar, comenzó a trabajar en el colegio que cerró sus puertas diez años atrás. Contó que, en cuanto atravesó la entrada, con una profesión por estrenar, le invitaron a formar parte de la primera de muchas reuniones donde se hablaba de pedagogía, de los determinantes sociales del alumnado, de cómo la educación podía ayudar a esquivarlos. “En esa primera reunión sentí lo mismo que la primera vez que vi el mar”, dijo, “todavía no había muerto Franco pero ahí se votaba y se consensuaban los acuerdos como si eso fuera la manera normal, practicaban la democracia en un país en dictadura”.
Los guardaron después de que hubieran matado a su maestro, a quien nadie volvió a ver desde finales de julio de 1936
Cuando llegué a casa busqué el libro Antoni Benaiges, el maestro que prometió el mar, que cuenta la historia de este maestro que, en 1934, llegó a un pequeño pueblo de Burgos, Bañuelos de Bureba, y decidió poner en marcha la técnica Freinet, una metodología pedagógica basada en que el alumnado aprendiera usando una imprenta. Un maestro que prometió a sus alumnas y alumnos que les llevaría a conocer el mar.
Uno de los cuadernillos que hizo con las niñas y niños de la escuela se titula: “El mar. Visión de unos niños que no lo han visto nunca”. Ese cuadernillo y muchos otros que hicieron con la imprenta que llevó el maestro se conservan todavía. Algunas de esas niñas y niños los guardaron en secreto durante todos los años que duró la dictadura. Los guardaron después de que hubieran matado a su maestro, a quien nadie volvió a ver desde finales de julio de 1936.
Antoni Benaiges escribe en la primera página de ese cuadernillo que recoge cómo se imaginan sus alumnas y alumnos el mar: “Y la fantasía de unos niños que suben y bajan la loma, sólo la loma, la ingrata loma, disparose hacia la lejanía para hundirse en la vastitud líquida, misteriosa, sublime… También ellos, los niños, saben del mar sin haberlo visto nunca”.
La memoria genera lo que somos, nuestra identidad. Por eso, ahora que acabamos de cerrar el curso, quizás sea importante hacer este pequeño ejercicio de memoria. Memoria para no olvidar que lo importante no es llegar hasta el mar sino saber que existe, que es inmenso, y que podemos imaginarlo aunque no lo hayamos visto nunca.
II República
Antoni Benaiges, el maestro que prometió el mar
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