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Sidecar
¿Nueva estabilidad en Dinamarca?
El 1 de noviembre de 2022, la noche de las elecciones generales danesas, un triunfante Lars Løkke Rasmussen, líder del recién creado partido Moderaterne (Moderados), de corte liberal, dijo a sus seguidores: «¡Este país va a tener un nuevo gobierno!». Los sondeos a pie de urna indicaban que el Bloque Rojo, la coalición progresista que apoyaba a la presidenta del gobierno socialdemócrata Mette Frederiksen, no conseguiría la mayoría absoluta. También se pronosticaba que el derechista Bloque Azul no alcanzaría ese umbral, lo cual significaba que la plataforma centrista de Løkke, que había obtenido 16 diputados de los 179 que constituyen el Folketing, el Parlamento danés, iba a desempeñar un papel dirimente capaz potencialmente de catapultar al propio Løkke a las más altas responsabilidades.
Løkke ya conocía esas estancias del poder. Entre 2009 y 2011, y de nuevo entre 2015 y 2019, había ocupado el cargo de primer ministro y sido el líder del mayor partido del Bloque Azul, Venstre, el Partido Liberal danés. Como primer ministro continuó el proceso de desguace del Estado del bienestar, fortaleció políticas migratorias punitivas e ignoró la crisis climática. También trató de reprimir a los elementos más derechistas de su Bloque político para lo cual tendió la mano a los partidos del centro-izquierda, presentándose a las elecciones de 2019 con la promesa de unir el centro mediante el establecimiento de una alianza con los socialdemócratas de Frederiksen para así marginar a los dos «flancos extremos», esto es, a la izquierda y a la derecha. De haberse llevado a cabo tal operación, ello habría señalado una ruptura histórica en la política danesa en la cual los partidos no predominantes deben normalmente ser tenidos en cuenta y, por consiguiente, ser recompensados de alguna manera, cuando se forman gobiernos en minoría.
Los resultados finales contradijeron lo indicado por los primeros sondeos: el Bloque Rojo se había asegurado la mayoría por un escaso margen, pero Frederiksen ya no estaba interesada en liderar un gobierno “progresista”
Aunque el partido de Løkke aumentó su cuota de escaños en 2019, el comportamiento general del Bloque Azul fue pésimo y Frederiksen no mostró ningún interés en trabajar con sus rivales. Tres años después, sin embargo, la situación había cambiado por completo. Esta vez ha sido la propia Frederiksen quien se presentó con el programa de crear un gobierno centrista multipartidista. Tras haber resistido durante toda la legislatura a las demandas planteadas por los partidos rojos y verdes más pequeños, ahora se había arrogado la misión de aislar a la izquierda y gobernar sin ella.
Los resultados finales contradijeron lo indicado por los primeros sondeos: el Bloque Rojo se había asegurado la mayoría por un escaso margen, pero Frederiksen ya no estaba interesada en liderar un gobierno “progresista”. En su lugar, formó una coalición con los Moderaterne y con Venstre, partido ahora dirigido por Jakob Ellemann-Jensen. Mientras que los socialdemócratas habían obtenido casi el 28 por 100 de los votos, sus nuevos socios quedaron en segundo y tercer lugar: Venstre se había hecho con el 13 por 100 de los sufragios y los Moderaterne con el 9 por 100 de los mismos, lo cual fue suficiente para que Løkke fuera nombrado ministro de Asuntos Exteriores, mientras Elleman se convertía en ministro de Defensa. Los socialdemócratas se hicieron con el ministerio de Finanzas y con la presidencia del Gobierno. La izquierda obtuvo unos resultados relativamente malos, obteniendo el 17 por 100 de los votos, mientras que la extrema derecha, reconfigurada en tres partidos distintos, obtenía el 14 por 100.
Løkke había roto con Venstre tras las elecciones de 2019, creando un nuevo partido que bautizó con el nombre del partido gobernante de la popular serie de televisión Borgen. La vida imita al arte, como suele decirse; pero si Zelensky hizo la transición de la ficción a la realidad, Løkke ha hecho lo contrario: modelar su persona y su programa –e incluso los colores de la marca de su partido– a partir de este mundo de fantasía centrista. Esta netflixicación refleja un cambio más amplio en la cultura política danesa. Aunque el país ha estado gobernado tradicionalmente por amplias coaliciones de múltiples partidos, la división entre los Bloques Rojo y Azul constituía su principal línea de fractura. En este panorama electoral, el consenso se establecía en torno a una serie de cuestiones básicas, mientras el contenido de las áreas políticas específicas era objeto de un debate relativamente pacífico. Ello significaba que se preservaba un nivel básico de disputa ideológica y que las diferencias reales podían airearse, aunque de forma limitada, mientras los votantes podían clasificar fácilmente a cada partido según su Bloque de adscripción. Este sistema, aunque distaba mucho de ser ideal, garantizaba al menos cierto grado de participación pública, la cual aseguraba a su vez la estabilidad política y la confianza básica en el Estado. Estos factores contribuyeron a frenar el ritmo de la neoliberalización y a mantener niveles de vida relativamente altos. También coadyuvaron a que Dinamarca hiciera frente a la pandemia de la Covid-19 de forma comparativamente eficaz.
La estabilidad política y la confianza básica en el Estado contribuyeron a frenar el ritmo de la neoliberalización y a mantener niveles de vida relativamente altos
Insertas en este modelo, las empresas danesas podían quejarse del incremento de la presión fiscal, mientras se beneficiaban, sin embargo, de la fuerza de trabajo saludable y educada del país. A los políticos también les incomodaba tener que pactar con los partidos periféricos, pero estaban igualmente ligados a la rutina de una gobernanza estable. Ahora, sin embargo, el concepto de estabilidad de la élite danesa ha cambiado. La alternancia de los bloques ha caído en desgracia y la prioridad ha pasado a ser la lucha contra los flancos extremos (o yderfløjene), mientras se consolida el centro. Frederiksen ha enmarcado este giro como una respuesta a la cambiante coyuntura mundial: la guerra en Ucrania, el ascenso de China, las presiones inflacionistas. Su eslogan electoral, “Seguridad en tiempos de incertidumbre”, refleja esta nueva orientación.
Frederiksen tiene un interés estratégico en forjar esta alianza. El hecho de dirigir el gobierno socialdemócrata desde 2019 la ha convertido en un objetivo político aislado. Desde su elección, la derecha la ha retratado como una potencial dictadora, explotando la crisis de la Covid-19 que ha obligado a implementar políticas enmarcadas en un constante estado de excepción. Frederiksen espera que al disminuir la intensidad de estos ataques, la creación de una coalición centrista más amplia mejore sus perspectivas a largo plazo. Para Løkke, por su parte, el nuevo gobierno le ofrece la oportunidad no sólo de su vuelta a escena, sino también la de gobernar sin el racismo de la extrema derecha, cuyos representantes, como el Partido Popular Danés, habían socavado anteriormente su predisposición a presentarse como un tecnócrata sensato y pragmático. Para estos líderes, la principal inspiración proviene del modelo alemán, que permitió a Merkel pasar décadas sofocando la disidencia, mientras mantenía un statu quo político que beneficiaba a las empresas nacionales. Otro modelo se halla constituido por la “revolución” de Macron en Francia, país en el que un centrismo dinámico cortocircuitó la contienda nominal entre izquierda y derecha.
Sin embargo, estas analogías muestran la facilidad con la que este modelo de estabilidad puede socavarse a sí mismo. En Francia, la participación en las elecciones está en caída libre y el recuerdo de los gilets jaunes sigue rondando el Palacio del Elíseo. En Alemania, la Gran Coalición ha demostrado ser demasiado inmanejable y poco inspiradora para abordar los problemas más acuciantes del país, de la inversión pública al colapso climático. El sistema político danés ya empieza a mostrar algunos de los mismos síntomas. En 2022 los votantes se mostraron confusos ante la proliferación de nuevos partidos centristas, surgidos de la nada y dominados normalmente por políticos en solitario, que confían en crear el correspondiente culto a la personalidad en torno a sí mismos: los Moderaterne de Løkke, los Demócratas de Dinamarca de Inger Støjberg, la Alianza Liberal de Alex Vanopslagh. Estos falsos líderes carismáticos se roban mutuamente sus respectivas políticas públicas, enuncian una gama similar de vacuas frases incisivas y se enzarzan en interminables debates circulares sobre, bueno, sobre nada en realidad.
Vanopslagh cortejó a los votantes masculinos más jóvenes con una mezcla de espíritu emprendedor y psicología de autoayuda inspirada en Jordan Peterson, montando una agresiva campaña publicitaria en línea dirigida contra TikTok y los sitios porno. Støjberg, exministra de Integración, se inclinó por la xenofobia, aprovechando que había cumplido una condena de dos meses de cárcel por separar ilegalmente a parejas de solicitantes de asilo. Løkke dudó en presentar ideas políticas concretas, aparte de exenciones fiscales para los ricos y la supresión gradual de las pensiones públicas. Lo que los tres tenían en común era la falta de un aparato de partido tradicional: ausencia de una amplia base de afiliados, carencia de conferencias internas, inexistencia de una cultura democrática interna. Eran operaciones de relaciones públicas organizadas de arriba abajo. A medida que estos candidatos y candidatas comenzaron a dominar la campaña electoral, el entusiasmo de la ciudadanía disminuyó. La participación cayó a su nivel más bajo desde 1957 (excluyendo 1990, cuando los votantes se hallaban agotados por una serie de elecciones anticipadas). La práctica que Peter Mair describió como “gobernar el vacío” se hallaba ya plenamente operativa en Dinamarca.
Uno de las primeras decisiones del nuevo Gobierno fue incumplir el acuerdo alcanzado con la izquierda para aumentar la inversión en la dotación de centros infantiles
Tres meses después de su toma de posesión, ¿qué podemos decir del Gobierno “posideológico” de Frederiksen? Uno de sus primeras decisiones fue incumplir el acuerdo alcanzado con la izquierda para aumentar la inversión en la dotación de centros infantiles. Simultáneamente, introdujo una serie de exenciones fiscales regresivas y, a pesar de la presión pública, se negó a aumentar los impuestos a una de las mayores empresas del país, Mærsk, que ha declarado en 2022 beneficios récord situados por encima de los 25 millardos de euros, mientras tributa un tipo impositivo efectivo inferior al 0,3 por 100. Frederiksen anunció recientemente su intención de suprimir uno de los días festivos del país y de aumentar rápidamente el gasto militar. También dio a conocer sus planes de “reformar” la enseñanza superior, proponiendo reducir a un año la mayoría de los másteres en humanidades y ciencias sociales. Esta última decisión es especialmente extraña, ya que nadie, ni siquiera las empresas danesas, parece apoyarla. Sin embargo, los socialdemócratas esperan que sirva para avanzar en su discurso político, que les sitúa del lado de la Dinamarca ordinaria y trabajadora, y los posiciona contra el estrato parasitario de élites culturales académicamente formadas. Lamentablemente, esta narrativa, que ha llevado a los socialdemócratas a adoptar el discurso antiinmigración de sus antiguos oponentes, ha permitido hasta la fecha que el partido atraiga a un amplio abanico de grupos sociales.
La mencionada supresión de un día festivo nacional por Frederiksen ha suscitado, sin embargo, más resistencia que la mayoría de sus políticas anteriores. Más de cuatrocientas mil personas firmaron una petición contra el proyecto de ley, en torno a cincuenta mil se manifestaron en Copenhague, y los políticos socialdemócratas fueron invitados a no acudir a los actos del Primero de Mayo celebrados en todo el país, lo cual indica una creciente ruptura entre el partido y los principales sindicatos. Aunque los líderes sindicales siguen manteniendo relaciones amistosas con Frederiksen y su círculo íntimo, el descontento de las bases puede hacer que esto sea cada vez más difícil de mantener. Tradicionalmente, el llamado “modelo danés” exige que los conflictos laborales sean resueltos por las partes interesadas –trabajadores y empresarios– y que los políticos se mantengan al margen de las negociaciones o, a lo sumo, desempeñen un papel mediador. Sin embargo, los diputados socialdemócratas se han mostrado cada vez más descarados a la hora de interferir en este modelo de resolución de las disputas laborales, lo cual ha suscitado críticas incluso entre las bases de su propio partido, conocidas por su apocamiento. Queda por ver si ello provocará divisiones más profundas entre el Gobierno y el movimiento obrero organizado.
La última encuesta de opinión muestra que el apoyo a los partidos gobernantes ha caído estrepitosamente, alcanzando el 11,3 por 100 en su conjunto, mientras que los flancos extremos han ganado alrededor del 5 por 100 respectivamente desde las elecciones. Pero estos cambios no significan que se vislumbre un proyecto contrahegemónico en el horizonte. Los socialdemócratas siguen siendo, con diferencia, el mayor partido, contando con una sólida base de apoyo formada por los empleados del sector público y las clases trabajadoras ubicadas fuera de las grandes ciudades. El partido y sus aliados están decididos a sacar adelante un programa centrista, que parece tan ineluctable como impopular. Pero la nueva estabilidad que los socialdemócratas pretenden crear tal vez descanse sobre cimientos resquebrajados.