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Sidecar
La motosierra de Milei
El político argentino de extrema derecha Javier Milei ha vuelto a superar las expectativas tras haber llevado a su coalición libertariana, La Libertad Avanza, al Congreso en 2021. En las primarias presidenciales de agosto obtuvo el 30% de los votos, superando a los dos candidatos de la centroizquierdista Unidad Ciudadana, que solo sumaron el 27%, y a los correspondientes de la centroderechista Juntos por el Cambio, que se quedaron con el 28%. Ahora, en vísperas de las elecciones generales del 22 de octubre, Milei encabeza en solitario todos los sondeos. La única incertidumbre es si podrá superar el umbral estipulado para evitar la segunda vuelta.
Para muchos observadores, la política de Milei ha sido difícil de clasificar. Milei ha sido futbolista semiprofesional, músico de rock, cosplayer de cómic, gurú del sexo tántrico y profesor de economía. También es un ácido comentarista de televisión y un protagonista por derecho propio de sus propios memes publicados en Internet. La caricatura de esta figura ciertamente digna de un personaje de comic es el punto de arranque de innumerables artículos de opinión, que lo reducen a una imitación de Trump con un peinado aún más excéntrico (su apodo es “La Peluca”).
Otros analistas consideran a Milei como otra iteración del amorfo fenómeno “populista” latinoamericano. En opinión de un artículo publicado en Foreign Affairs, la volatilidad socioeconómica de la región tiende a producir “iconoclastas radicales”: “Milei, Castillo, Bolsonaro, Chávez y Bukele probablemente no habrían surgido en un entorno más estable”. En este marco binario de estabilidad liberal frente a demagogia populista se agrupan todas las variantes de la política “antiestablishment” sin apenas tener en cuenta sus particularidades locales.
Otra línea de análisis se centra, con mayor precisión, en la espiral de la crisis económica registrada en Argentina
Otra línea de análisis se centra, con mayor precisión, en la espiral de la crisis económica registrada en Argentina. La inflación, situada en torno al 120%, quema los bolsillos de toda la población. La relación deuda pública/PIB ronda el 80% y no hay reservas líquidas en el banco central. El FMI ha impuesto duras medidas de austeridad como condición para conceder nuevos préstamos trimestralmente. El mercado inmobiliario no funciona en pesos argentinos, sino en dólares estadounidenses, que a menudo son difíciles y caros de adquirir a través del mercado negro del “dólar blue”. El mercado laboral pospandémico es precario y cada vez más flexible caracterizado por un amplio sector informal definido por el sobreempleo más que por el subempleo: para muchos trabajadores el pluriempleo y el gig work constituyen medios necesarios para sobrevivir. Mientras tanto, las finanzas privadas están disparando las deudas de los hogares, los avances en igualdad de género previos a la pandemia se están revertiendo y los altos precios están deteniendo el ímpetu organizativo de la clase trabajadora y de los movimientos sociales.
No es de extrañar que una pluralidad de votantes se rebele contra un establishment político, cuyos partidos son considerados responsables de este tipo de crisis. (La deuda pública explotó por primera vez bajo el gobierno conservador de Mauricio Macri en 2015 y se ha mantenido más o menos estable durante el periodo de gobierno peronista de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner). Tampoco es sorprendente que el “populismo” se ponga de moda en el país que lo vio nacer. La pregunta sigue siendo, no obstante, ¿por qué el discurso de Milei resulta atractivo en esta coyuntura y qué puede significar su victoria para el futuro del país?
En los mítines electorales que fungen de conciertos punk, Milei combina un credo hiperindividualista de “vida, libertad, propiedad” con una denuncia populista de la “casta política”. Comienza y termina la mayoría de sus discursos con su eslogan: “Viva la libertad, maldita sea”. Su público se halla mayoritariamente hiperconectado, gran parte del mismo se muestra entusiasmado con el bitcoin y en buena parte se trata de votantes primerizos. Milei les promete que “quemará” el banco central, dolarizará la moneda, eliminará la mayoría de los organismos gubernamentales y privatizará las empresas públicas. Al igual que califica el cambio climático antropogénico de “mentira socialista”, también niega las torturas y desapariciones que tuvieron lugar bajo la dictadura, mientras planea indultar a los militares encarcelados por cometer tales delitos. Alimentado por un virulento sexismo, espera hacer retroceder los avances logrados por el poderoso movimiento feminista del país, en particular la legalización del aborto, y derrotar la llamada “ideología de género” de la comunidad LGBT supuestamente presente en la educación y en la cultura en general.
La concepción de Milei representa la mutación reaccionaria del neoliberalismo articulada como respuesta a las condiciones impuestas por la crisis
La concepción de Milei representa la mutación reaccionaria del neoliberalismo articulada como respuesta a las condiciones impuestas por la crisis. Es la última iteración de la larga tradición autoritaria del libre mercado característica de América Latina, lo que Verónica Gago denomina la “violencia originaria” de su modelo neoliberal periférico. En un momento de desesperación, como ha observado Pablo Stefanoni, Milei ha logrado construir la única “candidatura verdaderamente ideológica” dotada tanto de un programa electoral como de una imagen utópica del futuro, lo cual explica en cierta medida cómo pudo ganarse a gran parte de la juventud masculina de las villas de Buenos Aires (el equivalente en el país a las favelas de Brasil), al tiempo que superaba a sus rivales en regiones que anteriormente favorecían a la izquierda peronista.
Más que Jair Bolsonaro, cuya candidatura fue impulsada por los jóvenes activistas digitales del Movimiento Brasil Libre después de que prometiera nombrar ministro de Hacienda al chicago boy Paulo Guedes, Milei es un neoliberal de carné. Cuando se le pregunta cómo llegó a serlo, habla de una conversión cuasi religiosa, que le llevó del keynesianismo neoclásico a la Escuela Austriaca (Milei también planea, por cierto, convertirse del catolicismo al judaísmo, aunque le preocupa que su ética de trabajo presidencial pueda ser incompatible con la observancia del shabat). En su discurso de victoria tras las elecciones primarias, Milei dio las gracias tanto a sus partidarios como a sus mastines ingleses, que llevan los nombres de Milton Friedman, Robert Lucas y Murray Rothbard. “¿Qué es el Estado sino bandidaje organizado?”, escribió Rothbard en su Libertarian Manifiest (1973). “¿Qué es la fiscalidad sino el robo a una escala gigantesca y descontrolada? ¿Qué es la guerra sino el asesinato masivo a una escala imposible para las fuerzas policiales privadas?”. Cincuenta años después, estas frases resuenan en el prime time de la televisión argentina.
Siguiendo a Friedman, Milei distingue entre tres tipos de liberalismo: la doctrina clásica de Smith y Hayek, que tiene en alta estima; el minarquismo de Mises, con el que se identifica desde un punto de vista práctico; y el anarcocapitalismo de Hans-Hermann Hoppe, al que se adhiere filosóficamente. Milei ha desarrollado estos puntos de vista en varios libros: El retorno al sendero de la decadencia argentina (2015), Libertad, libertad, libertad: Para romper las cadenas que no nos dejan crecer (2019), Pandenomics: La economía que viene en tiempos de megarrecesión, inflación y crisis global (2020), El camino del libertario (2022) y El fin de la inflación (2023). Muchos de sus títulos se han visto salpicados por acusaciones de plagio, cuestión que no preocupa a Milei, que se enorgullece de haberse imbuido línea a línea de sus ídolos austriacos. A diferencia de cualquier otro tipo de propiedad, sus verdades pertenecen a todos y a nadie.
Para muchos votantes, indignados por la inflación y acostumbrados a negociar en moneda estadounidense, esta política parece intuitivamente correcta
Pero la filosofía de Milei no está solo en las páginas de los libros, sino que se manifiesta en sus planes concretos de dolarización, un proyecto para el que ya ha empezado a buscar financiación extranjera. Para muchos votantes, indignados por la inflación y acostumbrados a negociar en moneda estadounidense, esta política parece intuitivamente correcta o, al menos, que vale la pena correr el riesgo de su implementación. Para Milei, sin embargo, no se trata tanto de resolver la crisis actual como de defender un principio intemporal. En la tradición de la Escuela Austriaca la vuelta al patrón oro es el santo grial. A falta de ese salto atrás en la historia, lo mejor es atar las manos de los banqueros centrales o cortárselas del todo. Los medios para hacerlo son diversos. El aspirante a dictador de El Salvador, Nayib Bukele, ha adoptado el bitcoin como segunda moneda oficial del país con la esperanza de imitar las características deflacionistas del patrón oro. El candidato presidencial del Partido Republicano, Vivek Ramaswamy, ha propuesto utilizar una cesta de materias primas, incluido el oro, para respaldar el dólar. Y Milei ha preconizado la sustitución del peso por el billete verde, junto con la abolición del banco central al que califica de “lo peor del universo”.
A diferencia de Bolsonaro y Trump, Milei está celosamente comprometido con una ideología coherente (al principio no estaba claro si siquiera quería ser presidente o si su principal objetivo era utilizar su candidatura para injertar sus ideas en el tejido cultural). En parte por esta razón los mercados financieros internacionales están inquietos. Inmediatamente después de su victoria en las primarias de agosto, el peso y los bonos nominados en dólares se desplomaron, situación que recordó la reacción de los mercados a las reformas neoliberales propugnadas por la exprimera ministra británica Liz Truss en 2022. Por supuesto, como economista jefe de una de las mayores empresas de Argentina y asesor de numerosos organismos públicos nacionales e internacionales, Milei es experto en leer las señales del mercado, así como en ajustar sus niveles de radicalidad a su audiencia. Cuando habla con Bloomberg, vuelve a las abstractas clases de teoría macroeconómica. Con The Economist, subraya su buena fe y rechaza las caracterizaciones precisas de su programa como “hipérboles”.
En este registro más tranquilizador Milei explica que el Estado del bienestar debe ser destruido, pero no de golpe. “Es el enemigo, así que vamos a desmantelarlo. Pero con una transición […]. Durante los primeros años intentaremos reconfigurar [las ayudas] para que la política social no se centre en el bienestar, sino en el capital humano”. Para ello propone reducir el número de Ministerios del Estado de dieciocho a ocho, planeando deshacerse de los Ministerios de Cultura, Educación, Transporte, Salud Pública, Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible, y Mujer, Género y Diversidad, entre otros. Algunas de sus funciones se integrarán en el Ministerio de Capital Humano, que condicionará la asistencia social al trabajo. La reforma de la seguridad social, añade, seguirá el modelo instaurado por Pinochet en Chile. Una nueva era de terapia de choque está en camino, pero, como asegura Milei a The Economist, esto no causará problemas a las instituciones internacionales ni a los inversores, ya que sus propios recortes de impuestos y gastos serán mucho más duros que las propuestas del FMI.
No obstante, en un informe sobre las perspectivas alcistas de Milei, el Financial Times cita a un asesor de una empresa de inversión londinense que cuestiona su capacidad para ejecutar tales políticas: “Nos preocupa [...] la gobernabilidad, esto es, hasta qué punto sería capaz de controlar las protestas si pudiera aplicar sus medidas radicales”. ¿Sería la reacción contra su programa demasiado grave para que el Estado la reprimiera? Una vez más, Milei responde que manejará su motosierra —la herramienta que acciona simbólicamente en sus mítines— con cuidado. Sabe qué brazos del Estado cortar y cuáles utilizar contra sus oponentes. “Estamos trabajando en una nueva ley de seguridad interior, en una nueva ley de defensa nacional, en una nueva ley de inteligencia, en la reforma del código penal, en la reforma del código penal y en la reforma del sistema penitenciario”. La seguridad, además, estará a cargo de su compañera de fórmula Victoria Villarruel. Apodada “Villacruel”, esta abogada bonaerense ha dedicado su carrera jurídica a defender a militares condenados por crímenes contra la humanidad. Defiende desde hace tiempo la llamada “teoría de los dos demonios” de la dictadura argentina, que culpa por igual a los disidentes comunistas y al Estado que intentó erradicarlos sistemáticamente.
La política exterior de Milei evoca los mismos temas. Tras asumir el poder pretende iniciar un “alineamiento automático con Estados Unidos e Israel”, al tiempo que rechaza trabajar con “países socialistas” como China, Brasil, Colombia, Chile y México. Lo que esto significa en la práctica es objeto de debate. Después de todo, Bolsonaro dijo lo mismo sobre China durante su campaña electoral antes de abrazar al país una vez llegado a la presidencia de Brasil. Es posible que Milei realice una volte face similar. Sin embargo, su compromiso ideológico, junto con su fijación neocolonial por la “civilización occidental, no debe subestimarse. Tampoco debe subestimarse la imprevisibilidad que acompaña a su particular tipo de libertarismo. Cuando se le preguntó por el acuerdo de Argentina con la UE firmado en el marco de Mercosur, Milei arremetió contra él, pero también expresó su oposición a la idea de la existencia de aranceles tout court. Su gobierno seguramente ampliará la frontera extractiva en el Triángulo del Litio, que ya está desplazando violentamente a las comunidades indígenas a tenor de la exigencia del FMI de pagar las deudas soberanas argentinas en dólares estadounidenses.
Milei se ve a sí mismo como parte de una Nueva Derecha insurgente centrada en el frente cultural
Orientado hacia Washington y Wall Street, Milei sería una figura solitaria en la región; el presidente uruguayo y el actual favorito a la presidencia de Ecuador estarían entre sus únicos aliados. Sin embargo, como explicó recientemente en una entrevista con Tucker Carlson, la eficaz organización transnacional de la extrema derecha significa que ese aislamiento puede ser efímero. Milei ha establecido vínculos con el partido español de extrema derecha Vox y está aliado con los líderes reaccionarios de la Península Ibérica y de América Latina a través de iniciativas como el Foro de Madrid, que pretende reunir a la derecha moderada y extrema “para hacer frente a la amenaza que supone el crecimiento del comunismo a ambos lados del Atlántico”. Milei se ve a sí mismo como parte de una Nueva Derecha insurgente centrada en el frente cultural, que libra una larga guerra de posiciones contra la igualdad de género y la justicia racial con ayuda de las redes sociales digitales. (La entrevista Milei-Carlson fue vista 420 millones de veces tras recibir el apoyo de Elon Musk).
La promesa de Milei de “Make Argentina Great Again” no es solo el último truco trumpiano utilizado por un nacionalista de extrema derecha. Es también un llamamiento genuino a la palingenesia liberal: una visión del renacimiento nacional a través de un retorno a Smith, Hayek y sus herederos. Cuando Milei utiliza esta frase, no solo está participando en la rehabilitación de la dictadura militar; también está pidiendo un retorno a los años dorados de la historia argentina, esto es, las primeras décadas del siglo XX, cuando se encontraba entre las naciones más ricas del mundo. Esta prosperidad, otorgada por el “liberalismo clásico de libre mercado”, fue supuestamente borrada por el intervencionismo estatal socialista de Juan Perón, que desde entonces ha sumido al país en la decadencia y el declive. Para recuperar esa grandeza, Milei aboga por una “revolución libertariana que vuelva a hacer de Argentina una potencia mundial en treinta y cinco años”. Sin embargo, su programa anarcoautoritario no se parecería a las dictaduras del pasado. Sus rasgos más destructivos están aún por ver.