Senegal
Buscar agua bajo la tierra
Beber, alimentar al ganado, llenar los coloridos barreños chinos del agua suficiente para que pueda continuar la vida. Todo depende de un pozo.

Es meter la palabra Linguère en el buscador y encontrarse con un vacío virtual. A este departamento en el interior de Senegal le corresponde la entrada más parca de Wikipedia y el silencio. Se halla, en definitiva, lejos de lo importante: lejos del mar, del más meridional río Senegal y la fertilidad de su cuenca, y cada vez más cerca del desierto.
El más interior de los tres departamentos de la región de Louga se ubica en el camino hacia Matam, zona considerada puerta del desierto. En Linguère, que cuenta con una superficie de 19.000 km cuadrados —algo superior a la que ocupan el País Vasco y Navarra en conjunto— viven unas 215.000 personas dispersas en pequeños poblados que brotan entre árboles también cada vez más dispersos. Una preocupación se impone sobre todas las demás: el agua.
La segunda década del tercer milenio ha sido cruel con esta región: van ya tres sequías. En 2011, 2014 y 2017 el calentamiento global dejó el cielo de Linguère sin nubes. La población vive del ganado y de la agricultura pluvial, esa que depende de que las estaciones de lluvia se sucedan y permitan crecer el mijo y el sorgo, cereales resistentes a condiciones metereológicas duras. Pero por muy resistente que se sea, todo tiene un límite.
Cuando no llueve nada la tierra se cuartea, las vacas languidecen, la vida pende de un hilo. La época de vacas flacas no es en esta parte del mundo una metáfora y el progresivo acortamiento de la estación húmeda amenaza el modo de vida local. Cada año, millones de personas migran como resultado del cambio climático. Las gentes de la región de Louga van hacia Dakar, la capital, a unos 300 kilómetros de distancia, en busca de oportunidades. También están quienes se desplazan hacia otros países africanos o inician ruta hacia Europa.
En la retaguardia de los migrantes climáticos quedan sobre todo las mujeres. Tradicionalmente encargadas de acarrear agua a los hogares, recorren kilómetros con barreños y bidones plásticos sobre sus cabezas que llenan de lo necesario para beber y cocinar. Los recipientes de plástico vienen en muchos casos de China, así como gran parte de las características telas wax. Los primeros, una vez inservibles, se quedarán en la tierra en forma de basura durante décadas.
En la zona de Linguère viven los Wolof, Mandiga y Peul, este último pueblo de carácter nómada e históricamente castigado por los Estados del Sahel a través de los que circulan con sus cebús. Formas de vida que sobrevivieron a la colonización, a las tensiones entre ganaderos y agricultores, o a la implementación de los Estados independientes, poco pueden hacer ante la emergencia climática. Una catástrofe natural a cámara lenta, un cataclismo provocado por los seres humanos del que apenas se alcanza a cuantificar las víctimas.
En esas circunstancias, un nuevo pozo es una salida hacia abajo, hasta llegar a un acuífero, atravesar capas de tierra hasta el subsuelo donde se esconde el agua. Pero es una salida temporal, pues la falta de lluvia también seca los acuíferos, vuelve yermos los pozos y hace la región cada vez menos habitable. El “efecto expulsión” cada vez más vigoroso.
Según Naciones Unidas, en 2040 habrá 300 millones de personas en el Sahel sin apenas recursos para la vida como consecuencia de la deriva climática. Una de las principales apuestas es la Gran Muralla Verde, un proyecto con el que se plantea plantar una franja verde que proteja al Sahel del avance del desierto, atravesando once Estados de este a oeste del continente. Se trata de una iniciativa concebida en 2007 por la Unión Africana, que ha puesto la lucha contra el cambio climático entre sus principales objetivos.
Sin embargo, la capacidad de acción es limitada mientras los grandes contaminadores no lleguen a acuerdos tajantes en el Norte. Por otro lado, al mismo tiempo que en el sur del Sahara el 40% de la población no tiene acceso regular a agua potable, se profundiza en la tendencia de privatización potenciada por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, como es el caso de Senegal, donde una sociedad mixta con capital extranjero se encarga de la gestión de los recursos hídricos.
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