Salud mental
¿Qué nos está pasando? Hacia una nueva política del malestar desde las prácticas sociales

Desde este momento de las prácticas sociales, urge reorientar el trabajo desde una perspectiva repolitizadora que permita canalizar los malestares colectivos hacia una nueva perspectiva de transformación social.
Juventud -SALUD MENTAL
Una chica sentada en un banco en Leganés. Álvaro Minguito
30 abr 2023 07:00

La escena se produjo el 17 de marzo de 2021. Iñigo Errejón emplea su turno en la sesión de control al Gobierno para pedirle al presidente del Ejecutivo una política más ambiciosa en relación con los problemas de salud mental. Al finalizar su turno, desde la bancada de la derecha que ocupan PP y Vox el diputado Carmelo le grita: “¡Vete al médico!”.

Cuando escribo estas líneas se cumplen dos años de dicha escena, en la que al estilo de Anatomía de un instante de Javier Cercas, un momento recoge el espíritu de una época. En esta escena se resumían las dos maneras contrapuestas de entender el concepto Salud Mental (una desde una mirada social  y otra desde una mirada clínica individual) y sobre todo, se hace patente cómo la segunda responde de una manera tan descalificadora (y reduccionista) a la primera.

A partir de este momento, de algún modo, esta conflictiva da el salto a la esfera mediática y política, hasta el punto que todo el mundo comienza a hablar de visibilización, se habla en la calle, aparecen muy diferentes noticias sobre la salud de los jóvenes, los suicidios, los psicofármacos… Pero, entre todo el aluvión de noticias atemorizantes y sobredimensionadas que nos llegan por parte de los medios de comunicación… y desde una mirada crítica, ¿hasta qué punto es grave la situación que vivimos?

Algunos datos

Este pasado mes de febrero el Consejo General de Colegios Farmacéuticos presentó el estudio La Salud Mental en España, el más reciente hasta el momento sobre la situación de la Salud Mental en España. Desde el año 2020, en países con renta alta la prevalencia de depresión ha aumentado en un 27,1% y la de ansiedad en un 25,2%, y España es uno de los países europeos con un incremento más pronunciado de casos.

Desde el año 2020, en países con renta alta la prevalencia de depresión ha aumentado en un 27,1% y la de ansiedad en un 25,2%, y España es uno de los países europeos con un incremento más pronunciado de casos

En relación a la crisis de salud mental, cabe señalar que en 2020 fallecieron por suicidio 3.941 personas según los datos del Instituto Nacional de Estadística, una señal de alarma para tomar conciencia de la problemática. Desgraciadamente, no supimos escuchar y en el año 2021 el número de suicidios ascendió a 4.003 un 4,4% más que antes de la pandemia Así pues, el suicidio es la primera causa externa de mortalidad en España, según los datos del INE, en 2021 una media de once personas murieron por suicidio cada día.

Según la Asociación de Investigación, Prevención e Intervención del Suicidio, “de las personas que tienen un intento, solo el 35% había tenido relación con la red de salud mental, pero sí habían contactado en muchas ocasiones con el médico de cabecera o los servicios sociales por problemas de soledad o económicos”.

El año 2021, los suicidios en menores de 15 años en España aumentaron un 57% con respecto al año anterior

Especialmente grave parece ser el aumento de suicidios en población adolescente y joven: así lo confirmaba el pasado mes de diciembre, el Instituto Nacional de Estadística (INE) en su informe anual 'Estadísticas de defunciones según causa de muerte. Año 2021', que reveló que el año 2021, los suicidios en menores de 15 años en España aumentaron un 57% con respecto al año anterior. Entre 2020 y 2022 se registraron unos 1.949 intentos de suicidarse, según un estudio de la fundación Ir, es más, durante los primeros 8 meses de 2022, 906 jóvenes se intentaron suicidarse, la cifra más alta de la última década. 

En cuanto a los datos de suicidios prepandémicos por edades, se observa una subida general en todas las franjas, pero preocupa especialmente el incremento del número de jóvenes que se han quitado la vida, destacando a los adolescentes entre 10 y 14 años: una horquilla de edad en el cual el suicidio crece un 134% estos últimos años. Con respecto a los jóvenes entre los 15 y los 29 años, el suicidio es la principal causa absoluta de muerte. 

Esta problemática es más evidente en las menores, la brecha de género se ha ampliado en los últimos cuatro años, si bien el año 2018, ellas casi cuadruplicaban el número de intentos suicidas enfrente de los chicos, 397 delante de 106, el año 2022, ya están cerca de quintuplicarlos, 1.182 delante de 243.

A menudo minimizadas, también han aumentado las alteraciones del sueño, pues son el problema asociado a salud mental más frecuente en España

A menudo minimizadas, también han aumentado las alteraciones del sueño, pues son el problema asociado a salud mental más frecuente en España. Según los datos del Consejo General de Colegios Farmacéuticos, afectan al 5,4% de la ciudadanía española, y su alta prevalencia es vital para comprender el consumo de psicofármacos en la población: en 2017, el 34,3% de las mujeres y el 17,8% de los hombres de 40 años o más accedieron, como poco, a un envase de antidepresivos, ansiolíticos o hipnóticos/sedantes. Tres años más tarde, tras la primera ola de covid-19, se produjo un aumento en el consumo de dichos psicofármacos que se ha mantenido creciente durante los posteriores años. 

Sin embargo, no solo importan los picos de prevalencia —que indican la cantidad de personas con una enfermedad o trastorno en un momento determinado—, sino también los de incidencia —que indican los casos nuevos—.  Tal y como advierte el estudio La Salud Mental en España, nos encontramos con un aumento de casos en personas de entre 15 y 21 años con síntomas asociados a trastornos mentales.

En esta línea el informe de la Base de Datos Clínicos de Atención Primaria -BDCAP, del Sistema Nacional de Salud identifica diversos grupos vulnerables en términos de salud mental: personas jóvenes (15 a 24 años), mayores de 60, situaciones de dependencia, población inmigrante, personas desempleadas, hogares con niveles de renta relativamente más bajos dentro de la población de referencia, según su acceso a la atención primaria. En este informe se identifica la vulnerabilidad de colectivos como el migrante, las personas desempleadas, las mujeres y las personas jóvenes.

Según todas estas fuentes, parece que la situación de España en términos de Salud Mental, se ha ido deteriorando, especialmente entre población joven, pero también entre otros grupos vulnerables. Así pues, cabe preguntarse… pero, ¿qué nos pasa? ¿Por qué estamos tan mal?

Determinantes sociales de la Salud Mental

Parece ser que desde la pandemia somos más conscientes de arrastrar esta problemática, pero no está tan claro hasta qué punto las políticas de gestión del contagio por COVID-19 han generado este estado de malestar, o bien, si éstas han despertado un malestar larvado que estaba ahí y no habíamos percibido hasta el momento.

Creo que este estado generalizado de miedo en que habitamos propagado por los medios de comunicación y las redes sociales ha instalado en el imaginario colectivo un fondo emocional de incertidumbre azuzado por las  crisis del 2008, la COVID-19, el calentamiento global, la crisis que viene tras la guerra de Ucrania, la actual crisis bancaria americana y europea… en el que la asunción del futuro colapso  termina por cercenar cualquier perspectiva real de futuro, especialmente entre la gente joven, que percibe cómo su presente se precariza al tiempo que sus futuros posibles con cancelados.

Este estado generalizado de miedo en que habitamos propagado por los medios de comunicación y las redes sociales ha instalado en el imaginario colectivo un fondo emocional de incertidumbre azuzado por las  crisis del 2008, la covid, el calentamiento global...

Muchas de las personas jóvenes de clase media urbana se han visto tensionadas ya previamente a la pandemia entre la sobreprotección de contextos familiares que han proyectado narcisísticamente sobre ellas que de alguna manera se merecían tomar el mundo en sus manos bajo la premisa de su felicidad como bien supremo, a encontrar un mundo precarizado y con pocas expectativas de futuro.

Frente a esa tensión, aparece el Acontecimiento pandémico como dispositivo de control, que les arrebata aquello que creían merecer, trayendo al ahora un escenario de total cancelación de su libertad, de un ocio narcotizante, del derecho al disfrute, con el consiguiente descalabro. Y es que muy probablemente el Acontecimiento pandémico ha permitido que aflore un malestar que ya estaba previamente viralizado, y que también habíamos confinado dentro de la esfera privada de nuestras vidas cotidianas.

Y es que la narrativa del impacto pandémico no puede ocultar cómo los determinantes sociales, más allá de los condicionantes biológicos y psicológicos que nadie discute, afectaban y afectan a nuestra salud general.

Entendemos como determinantes sociales, siguiendo lo que la OMS señaló en la Comisión sobre determinantes sociales en salud que se creó en 2005, tres componentes principales: 1) el contexto socioeconómico y político; 2) los determinantes estructurales y la posición socioeconómica; y 3) los factores intermediarios (más cercanos).

El contexto socioeconómico y político da cuenta de los factores que afectan de forma importante a la estructura social y la distribución de poder y recursos en una sociedad. Se incluyen el gobierno en un sentido amplio: la tradición política, la transparencia, la corrupción, el poder de los sindicatos … y los actores económicos y sociales existentes como los bancos y las grandes corporaciones, entre otros. Estos factores determinan las políticas macroeconómicas como son las políticas fiscales, las políticas que regulan el mercado de trabajo, las políticas del estado del bienestar -sanidad, enseñanza, servicios sociales, protección social.

La Comisión de la OMS demostró cómo, en comparación con las personas que tienen más riqueza, poder y educación, las personas de las clases sociales más pauperizadas y oprimidas son las que tienen los peores perfiles de exposición a factores biológicos, conductuales y servicios sanitarios, lo que se manifiesta en un peor estado de salud.

Entre los factores sociales, la Comisión destaca las malas condiciones de empleo con una mayor precariedad laboral, el no disponer de una vivienda digna y bien acondicionada, no disponer de agua potable y la falta de protección social y de servicios sociales. Por lo tanto, el origen de las desigualdades en salud deriva del conjunto de determinantes sociales, económicos y políticos. Es lo que la Comisión llamó “las causas de las causas” de la falta de salud y desigualdad.

A mayor desigualdad hay una mayor prevalencia de problemas de salud mental, y la desigualdad de ingresos aparece como un factor decisivo para determinar la salud mental de una sociedad

Sabemos que la desigualdad es uno de los mayores determinantes de la salud de las poblaciones, en especial de la salud mental. A mayor desigualdad hay una mayor prevalencia de problemas de salud mental, y la desigualdad de ingresos aparece como un factor decisivo para determinar la salud mental de una sociedad.

Sin embargo, la desigualdad no es el único factor que incide sobre nuestra salud mental global. En términos generales, desde una perspectiva interseccional, debemos valorar factores como el género, la edad, las políticas coloniales, que aportan una visión más aterrizada. Resultante de diversos estudios, entre los que destacaría el informe MSW 2021 (el estudio de bienestar más grande y completo del mundo, apunta a que el año pasado el bienestar mental global siguió decayendo: descendió un 3%, una reducción menor que el 8% de 2020) podemos subrayar el deterioro a nivel global entre población joven con respecto a grupos de edad mayores, y el malestar global que viven los países anglófonos, que vienen a representan la gran mayoría de los entornos socioculturales de los países desarrollados del norte del planeta.

El núcleo de países anglosajones fue la región peor parada y donde la salud mental se resquebrajó más: Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Irlanda, Nueva Zelanda y Australia tuvieron los puntajes más bajos. En estas regiones empeoró el estado de ánimo, las perspectivas de futuro y la dimensión del yo social, que abarca la autopercepción y la capacidad para forjar relaciones sólidas y estables como el resto. En contrapartida, los mejores índices de bienestar mental se encuentran en los países de América Latina y Europa continental.

En conjunto, la brecha de bienestar mental entre las generaciones mayores y las más jóvenes fue la más profunda (30 %) en comparación con cualquier otra dimensión examinada desde la educación, el empleo, el género o por países. Y a nivel global, los hombres muestran un bienestar mental ligeramente más alto que las mujeres, una brecha más elevada para los adultos jóvenes de 18 a 24 años. Estos datos nos hablan sobre la necesidad de hacer un análisis integral sobre las diferentes situaciones de opresión (de clase, de género, por edad, colonial…)  de los determinantes sociales de la salud mental global, desde los que poder abrirnos a profundizar sobre nuestros malestares “de época”.

En este momento de la historia, nuestras experiencias de sufrimiento operan dentro de un marco social neoliberal en el que es el rendimiento y la autoexplotación, dentro de un contexto terapeutizado

Y es que, en este momento de la historia, nuestras experiencias de sufrimiento operan dentro de un marco social neoliberal en el que es el rendimiento y la autoexplotación, dentro de un contexto terapeutizado, tal y como señalan Byul Chul Han por un lado, y Eva Illouz por otro, en la cual toda  problemática colectiva es atomizada y situada dentro de los individuos. De este modo, si estás sufriendo por algo que te pasa, te lo tienes que mirar en terapia y trabajarlo, desgajando dicho problema de su contexto social y encapsulándolo dentro de parámetros individuales.

Nos encontramos pues, con un sujeto de rendimiento que nunca acaba de encajar con lo que se espera, y precisa de soluciones individuales a esta carrera constante contra sí mismo, en forma de pastillas, terapias, coaching, consumo frenético de objetos, e identidades, escapadas, compulsiones, desconexiones y adicciones… Bajo mi punto de vista asistimos a una crisis de la (inter) subjetividad, a un sujeto en crisis. Amador Fernández Sabater habla de “crisis de la presencia” y me parece que apunta en esta dirección. “Este sujeto de rendimiento nunca está en lo que está, sino más allá. Más allá de sí mismo, más allá de los lazos que le atan, más allá de las situaciones que habita: en constante autosuperación y competencia con los demás, forzando al mundo para que rinda más y más. El presente que vive sólo es un medio de otra cosa: algo mejor que nos aguarda después, luego, más tarde”.

“La crisis de la presencia es pues circular. Hay ausencia en el modo de ser hegemónico: el sujeto de rendimiento que corre y corre distraído hacia algo más allá. Hay ausencia en los síntomas de nuestra inadecuación al modelo: el malestar expresado en los desórdenes de la atención. Hay ausencia en las respuestas que elaboramos al daño: las formas de anestesia e insensibilización radical”, añade. De algún modo, vivimos un tiempo en que no hay posibilidad de avistar un mañana en tanto en cuanto no somos capaces de vivir conectados a un ahora.

Vivimos frente a la cancelación del futuro, desde la añoranza de un pasado que idealizamos como mejor de lo que fue, en una especie de melancolía retrofuturista, donde el sujeto no puede ser sujetado

Vivimos frente a la cancelación del futuro, desde la añoranza de un pasado que idealizamos como mejor de lo que fue, en una especie de melancolía retrofuturista, donde el sujeto no puede ser sujetado. Donde la liquidez y posterior disolución de nuestras redes de vinculación básica no permiten contener la angustia de estar vivos. La emergencia clínica de las patologías límite ahondan en esta sensación de una subjetividad que no ha acabado de cerrarse, que no encuentra asideros sólidos en términos de identidad y sin terminar de formarse, necesita vestirse para poder reconocerse.

Este sujeto en crisis que trata de elegir el relato desde el que poder contarse. Lejos de las viejas premisas de la modernidad, elige la identidad desde la que entenderse y entender el mundo. Ahí existe una búsqueda fuerte por sentirse, por definirse, y a la vez, la angustia de diferenciarse de otro. Frente a la ausencia de narrativas unificadoras colectivas las formas identitarias de contarnos a nosotras mismas, nos fragmentan porque nos sitúan permanentemente frente a otro. Y no junto a. Y todo ello, bajo las condiciones materiales del neoliberalismo en nuestras sociedades que ha ido socavando progresivamente los pilares de nuestros sistemas de protección social y precarizando nuestras vidas. Parafraseando a Vazquez Montalbán, seguramente contra la Unión Soviética vivíamos mejor

El “quinto encargo” para las Prácticas Sociales

En este momento, entiendo que tenemos dos grandes herramientas desde la esfera gubernamental que despliegan el sistema sanitario y el de servicios sociales, y que tienen el “encargo” político de tramitar este tipo de asuntos, así como a los movimientos sociales y asociativos, de una manera más autoorganizada y pegada a la comunidad. A toda esta esfera voy a nombrarla como “prácticas sociales”.

Dentro del mundo sanitario se viene librando una pugna entre la concepción positivista científica de la salud mental desde el modelo clínico bio-médico, y una concepción subjetivista, que se centra en la comprensión integral de cada ser humano, desde modelos fenomenológicos. Al tiempo, desde el ámbito de Servicios Sociales se está tratando de generar una densidad similar a otros sistemas como el educativo o el sanitario (recientemente acaba de aprobarse la primera ley estatal) y en el ámbito asociativo asistimos a la toma de consciencia  y crecimiento de redes de grupos de apoyo mutuo que buscan la politización de los malestares que sufren para recolocarlos dentro de la agenda política.

Desde este momento de las prácticas sociales, urge reorientar el trabajo desde una perspectiva repolitizadora que permita canalizar los malestares colectivos hacia una nueva perspectiva de transformación social. Siguiendo la muy acertada reflexión de Alberto Fernández Liria, en su libro Locura de la Psiquiatría, en este momento, bajo mi punto de vista estamos en un punto de inflexión histórico para proponer este trabajo como  lo que podemos denominar un quinto encargo para las prácticas sociales implicadas en el abordaje de los malestares contemporáneos.

El primer encargo de la Psiquiatría fue el de justificar y gestionar un espacio de exclusión, que se había creado desde el siglo XV, para aquellas personas que tenían conductas disruptoras de la convivencia y que no encontraban acomodo dentro de los sistemas judiciales de la época.
Estos espacios de exclusión, sean asilos, hospitales o simplemente, manicomios se crean frente a la dificultad por parte de las nuevas urbes para integrar a estas personas al modo en que habían sido gestionados desde el ámbito rural. Estas instituciones son previas a la aparición de la psiquiatría y eran instituciones de caridad gestionados por la Iglesia. La Psiquiatría, de este modo, surge bajo la finalidad de buscar una justificación de su existencia coherente con los valores de la nueva sociedad burguesa. En ese momento la medicina pasa a hacerse cargo de este tipo de instituciones, bajo la premisa de la curación de estas  personas.

La Psiquiatría, de este modo, surge bajo la finalidad de buscar una justificación de su existencia coherente con los valores de la nueva sociedad burguesa

La dificultad al que el segundo encargo de la Psiquiatría ha de responder tiene que ver con el hecho de que a finales del siglo  XIX ya no fuera aceptable sustituir a un trabajador enfermo por otro. Y ello principalmente por dos  razones, en primer lugar por el desarrollo de la industria que requería cada vez más una fuerza de trabajo con mayores niveles de cualificación  y, por tanto menos fácil de sustituir y en segundo debido a que  el movimiento obrero organizado había empezado a articular mecanismos colectivos de organización del proletariado. De este modo, la Psiquiatría pasa a cumplir con la función de preservar y reparar la fuerza de trabajo cualificada.

En ese contexto surge la figura de Freud que establece algunos comportamientos como patológicos, bajo la definición de la salud como capacidad de amar y trabajar y una propuesta de tratamiento, desde una óptica médica, desde instituciones no asilares. Esta visión se ve reforzada y ampliada a mediados del siglo XX por el surgimiento de los tratamientos farmacológicos, y es por ello que la atención a la salud mental pasa a ser responsabilidad del sistema sanitario general y no de un sistema específico. Desde este paradigma de salud pública se establece la atención a la salud mental desde la atención primaria y una mirada más comunitaria en la línea de Gerald Caplan. Este cambio de paradigma comienza a proponer el paso del sistema asilara uno que debía ser a la vez comunitario y parte del sistema sanitario general.

El tercer problema al que la Psiquiatría (aquí ya Salud Mental) va a tratar de dar respuesta  tiene que ver con la necesidad del sistema capitalista de crecer, esto es, de expandir el mercado. Para cumplir con este encargo los profesionales de la salud mental debían justificar el uso de mercancías o servicios capaces de funcionar como alternativas a los mecanismos anteriormente utilizados para gestionar el malestar. De este modo, se presenta el malestar como consecuencia de la presencia de trastornos tratables a través sobre todo de psicofármacos. Así la intimidad de las personas pasa a ser objeto de mercado, no solo por parte de la industria farmacéutica, sino también por parte de las diversas tecnologías terapeúticas, basadas en la concepción de la necesidad de un “saber experto” necesario para solventar aquellos “problemas psicológicos” que la persona no están capacitadas para tramitar adecuadamente a partir de sus propios recursos. De este modo, los recursos personales y comunitarios de las personas comienzan a aparecer en entredicho.

Tal y como refiere este autor: “Propuestas como las del psicoanálisis, la fenomenología o la psicología comunitaria que buscan significados en la biografía o en el contexto no solo no son prácticas para este efecto, sino que son un estorbo y han sido arrinconadas. En su lugar se ha instaurado una metodología para otorgar la consideración de “aceptable” a la mercancía o servicio que puede ofertarse para cubrir una necesidad. El DSM lista las necesidades a cubrir y las guías de práctica clínica ofrecen un catálogo orientado para elegir las soluciones disponibles en el mercado”.

En un momento dado desde finales del siglo XX , aquellos mecanismos colectivos de protección de la salud propuestas por el Estado en los países occidentales son vistos desde la lógica neoliberal como un obstáculo a la expansión del mercado. Desde esta cosmovisión, la Salud Mental es redefinida para incluir los valores neoliberales, de modo que todo malestar se vea encapsulado dentro de parámetros individuales, que precisan de tratamientos específicos basados en la evidencia. Estos vendrían a ser los requerimientos de un cuarto encargo.

Necesitamos también reivindicar una práctica social que sea capaz de sostener y promocionar la repolitización de los malestares y sufrimientos, una psicología y una psiquiatría críticas con la hegemonía

Precisamente por esto, en este momento de reivindicación política por una mejor salud mental, creo que este tiempo histórico está solicitando pasar a un quinto encargo: necesitamos también reivindicar una práctica social que sea capaz de sostener y promocionar la repolitización de los malestares y sufrimientos, una psicología y una psiquiatría críticas con la hegemonía, que proponga nuevos marcos interpretativos para superar el reduccionismo clínico y positivista. Que posibilite nuevas narraciones de nuestras vidas desde una mirada integral e intersubjetiva.

La OMS define la salud mental como “un estado de bienestar en el cual cada individuo desarrolla su potencial, puede afrontar las tensiones de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera, y puede aportar algo a su comunidad”. Como vemos, una definición más bien difusa que da cuenta de lo inasible del concepto, que de hecho, parte de una más que cuestionable acepción cartesiana de la salud mental como un elemento separado de la salud física.

En la misma, es curiosa también la concepción productivista de la misma, en la cual pareciera que la salud mental tiene que ver con “aportar algo” bajo una mirada utilitarista que pareciera excluir de la misma a todas las personas que no se encuentran en esa posibilidad de aportar algo. En todo caso, una visión excesivamente simplista. Y unida a esa condición productivista, en la misma lógica, se establece que este estado fuera solamente individual, obviando por tanto las estructuras sociales y políticas que sostienen el estado de las cosas que nos hacen estar mal. Es por eso que pienso en la necesidad de plantear una reflexión colectiva en torno a la desprivatización y desproductivización de la salud mental para que podamos enmarcar las demandas asistenciales bajo un nuevo marco interpretativo colectivo.

Desde este marco de interpretación adquiere otro sentido la demanda por la “visibilización” de las personas aquejadas por sufrimientos psíquicos diversos, que no subvierten el orden establecido y se convierten en nuevas narrativas individualistas de personas famosas y exitosas que se redimen a sí mismas mostrando sus vulnerabilidades. Desde un marco colectivizado creo que también adquiere otra significación la reivindicación de personas afectadas, que desde las casuísticas que inciden desde sus asociaciones y de sus familiares pueden convertir sus reivindicaciones en palancas políticas de cambio. Una salida politizada la encontramos en las reivindicaciones de los movimientos “en primera persona” que con las poderosas herramientas de la politización y el apoyo mutuo están centrando el debate señalando las grietas del sistema psiquiátrico/terapeútico, superando el encapsulamiento individual del sufrimiento.

En todo caso, creo que sí podemos repensar las identidades como identidades políticas de resistencia, superando la tentación de construir etiquetas identitarias cerradas que terminen funcionando como un trasunto de la opresiva etiquetación psiquiátrica, podemos dar pasos de gigante en generar una nueva política del malestar que logre cambios significativos en el actual estado de las cosas.

Pero, para todo este trabajo es preciso un cambio de paradigma dentro del sistema psiquiátrico y clínico que,  junto con otros actores que intervienen en el terreno asistencial de la salud mental (como el de las políticas sociales) entiendan que es necesario un modo de trabajo clínico superador del actutal marco individualista, y que comprenda el malestar dentro del ajuste de la persona en su mundo relacional comunitario, para operar en ambas variables.

Y por último, en esta misma clave, es necesario que articulemos una política del malestar que supere el foucaultiano marco biopolítico actual para dar respuestas políticas integrales, mediante una articulación intersectorial y transversal de políticas de igualdad, vivienda, redistribución de renta, acceso al mercado laboral, cuidados y conciliación que impugnen las respuestas políticas neoliberales al malestar basadas en las respuestas individualistas y reduccionistas de las propuestas farmacológicas y de las terapias basadas en la evidencia, que dan cuenta de una perspectiva reduccionista del ser humano como ente aislado de su entorno.

Hablemos de salud mental, sí, pero para hablar en colectivo sobre qué supone como sociedad vivir una vida buena, una vida llena de sentido, antes que este manido concepto termine convirtiéndose en el último significante vacío.

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Agus
1/5/2023 7:35

Es llamativo que la escasa visión crítica con el capitalismo desde la psicología y la psiquiatría sea etiquetada como autoayuda y que la apología del libre mercado desde el psicologismo sea ciencia y gestión empresarial.

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