Defensa da terra
Protectoras de territorios y saberes

En 1730, un pequeño pueblo del Rajastán fue testigo del que probablemente sea el primer y más feroz movimiento de lucha contra la deforestación en la India. Amrita Devi y sus tres jóvenes hijas dieron su vida para proteger los árboles sagrados Khejri, fuente de calor y alimento para su aldea, que el Maharajá Abhay Singh había ordenado talar para construir su nuevo palacio. En total 363 personas, principalmente mujeres, sacrificaron sus vidas tratando de salvar los árboles, abrazándolos mientras los enviados del rey cortaban sus cuerpos con hachas.
En los años 70, el sacrificio de Amrita inspiró a las mujeres del movimiento social “Chipko” (del hindi “abrazar”). Siguiendo el principio de no violencia promovido por Gandhi, la iniciativa surgió en las zonas rurales del Himalaya indio para proteger los árboles y los bosques de la tala indiscriminada con fines comerciales. Auspiciada por el gobierno, el avance de la industria maderera impedía a los habitantes locales acceder a estos recursos y gestionarlos por sí mismos como habían hecho durante generaciones.
Activistas por el entorno y los derechos de sus pueblos
Mujeres de todo el mundo lideran luchas para que lo que representan los bosques y otros espacios naturales, tanto a nivel material como espiritual, no desaparezca ante la expansión del agronegocio y la industria extractiva, principales causas de deforestación y pérdida de biodiversidad.
Las mujeres del colectivo Paran, en el suroeste de Kenia, combaten una de las consecuencias más graves de la deforestación: la escasez de lluvia y la sequía. Tradicionalmente encargadas de aprovisionar de agua sus hogares, la merma de vegetación en el bosque Mau ha secado las fuentes más cercanas y se ven obligadas a caminar varios kilómetros en busca de agua. Mujeres Maasai y Ogiek de este territorio trabajan en restaurar parte del ecosistema forestal del Mau, mediante la creación de viveros y la plantación de árboles nativos, medicinales y frutales. Por otro lado esto permitirá garantizar la pervivencia de los conocimientos tradicionales sobre semillas autóctonas y dónde cultivarlas.
En Brasil, la sabana del Cerrado, la más biodiversa del mundo, es a su vez el hogar de numerosos pueblos: las comunidades indígenas quilombolas; comunidades de agricultura familiar y de las tradicionales vazanteiras, retiriras, veredeiras, pantaneiras y comunidades de pescadores artesanales que habitan en las islas y riberas de los ríos que allí nacen. También lo pueblan recolectoras de flores en la Sierra de Espinhaço; pastores de ganado en el Pantanal; protectoras y defensoras del uso social de los productos de la “palma madre” babaçu; curanderas que conocen el poder medicinal de las plantas; y comunidades que trabajan con la artesanía del capim dourado (hierba dorada). El pasado mes de marzo se celebró la audiencia del Tribunal Permanente de los Pueblos en defensa de los territorios del Cerrado y sus mujeres denunciaron la devastación de este bioma a manos de la agroindustria, reclamando medidas urgentes para frenarla. De continuar la situación actual, se agravará de modo irreversible el ecocidio en curso, con pérdida del Cerrado en los próximos años y con él, la base material de reproducción social de sus pueblos, su genocidio cultural.
El papel de las mujeres indígenas como cuidadoras del entorno y activistas en lucha por los recursos naturales, derechos y medios de vida de sus pueblos, ha impulsado una visión más armoniosa de la disputa por la tierra. Este es también el caso de Raquel Caicat, la primera mujer que preside el Consejo Aguaruna Huambisa (organización indígena de la Amazonia peruana), desde donde ha promovido frenar la ocupación del territorio por la industria extractiva mediante la plantación de chacras integrales de cacao, maní, choclo y plátano, así como la cría de animales y el desarrollo de piscigranjas para recuperar la escasez de peces causada por la contaminación de las aguas fluviales.
El valor de un árbol
Los bosques albergan la mayor parte de la biodiversidad terrestre de nuestro planeta y proporcionan hábitats para el 80% de las especies de anfibios, el 75% de las especies de aves y el 68% de las especies de mamíferos. Además de los efectos positivos en la salud física y mental de las personas, representan el medio de vida de millones de ellas, se calcula que alrededor de 880 millones de personas de todo el mundo dedican parte de su tiempo a recolectar leña o producir carbón, muchas de ellas mujeres. La conservación de la biodiversidad del mundo depende de la forma en que interactuamos y utilizamos los bosques. Desde 1990, se han perdido unos 420 millones de hectáreas de bosque a causa del cambio de usos de la tierra, la sobreexplotación pero, sobre todo, la expansión ganadera y agrícola de monocultivos como la soja, el aceite de palma, el maíz, el caucho, el cacao o el café, entre otros. Irónicamente, la resiliencia de los sistemas alimentarios y su capacidad de adaptarse a futuros cambios depende de esa biodiversidad, que incluye especies de arbustos y árboles adaptadas a las tierras secas para detener la desertificación, especies de abejas que habitan en los bosques y polinizan los cultivos, árboles con sistemas radiculares profundos en entornos montañosos que previenen la erosión de los suelos o manglares que frenan las inundaciones en zonas costeras, son solo algunos ejemplos. Ante el agravamiento de los riesgos para los sistemas alimentarios debido al cambio climático, la función de los bosques en la captura y almacenamiento de carbono es fundamental.
Cultivar cuidando
La sociedad industrial occidental, con su economía de gran escala y dependiente de la evolución del gran mercado global, apenas puede considerarse en relación con un paisaje o ecosistema particular. Asignamos un precio a la madera, o permitimos que el cereal se pudra almacenado si no se puede pagar, pero, sin embargo, los servicios ecosistémicos carecen de valor porque los recibimos gratuitamente.Alimentar a la humanidad y conservar y utilizar de forma sostenible los ecosistemas son objetivos complementarios con una estrecha interdependencia entre ellos. Por desgracia, nuestra relación con la biosfera no puede considerarse recíproca o equilibrada cuando miles de hectáreas de bosque son arrasadas cada hora y cientos de especies se extinguen fruto de nuestros excesos.
Atrapados en una masa de abstracciones, hipnotizados por cantidad de tecnologías que sólo nos reflejan a nosotros mismos, olvidamos con facilidad nuestra carnalidad en una matriz más allá de lo humano de sensaciones y sensibilidades. Tendemos a identificar la sostenibilidad con una vida de austeridad y privaciones, pero los pueblos originarios que habitan los bosques del mundo se encuentran entre los más ricos, la identidad que defienden las mujeres que aparecen en este artículo, expresa formas de vida vinculadas al movimiento del agua, a la diversidad de la flora y la fauna, a las prácticas ancestrales de almacenamiento, intercambio, cultivo y gestión de las semillas autóctonas de sus culturas alimentarias. Un planteamiento según el cual, todos los recursos esenciales para el bienestar, como la tierra, los bosques y el agua no son una mercancía, sino un bien compartido que ha de cuidarse para beneficio de todos. Seguir condenando con nuestro estilo de vida a estas otras sensibilidades al olvido de la extinción, es despojar a nuestros propios sentidos de su integridad.
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