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COP26
La paradoja de género en la COP26
Como mujer joven y feminista, venir a la COP26 es subirse al carro de las ecofeministas históricas que siguen al pie del cañón al día de hoy. Cuando preguntas a las mujeres que llevan muchas COPs (Conferencia de las Partes o Conferencias de Clima de Naciones Unidas) a sus espaldas, todas coinciden en lo mismo: el cambio en la representación es sustancial. Cuentan que, por no tener, en tiempos de Kyoto no tenían ni espacio propio, ni físico ni simbólico. El grupo que conformaban, era absolutamente informal, muy lejos del actual WGC (Women and Gender Constituency), uno de los grandes grupos aglomerantes de la sociedad civil presente en la COP26.
Los números no mienten: la cosa está mejor, pero aún quedan capas de morado que aplicar a una cumbre que sigue estando dominada por señoros. Lo que UN Women llama “la paradoja COP26”. En esta conferencia un 45% de los miembros de los equipos negociadores son mujeres, pero la mayor parte de las cabezas de negociación son aplastantemente masculinas. De los seis comités que coordinan los fondos bajo el paraguas de UNFCCC (Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático) que es, no nos engañemos, donde se mueve lo que realmente puede llegar a hacer una diferencia, sólo uno ha alcanzado la paridad.
De igual forma, los porcentajes de mujeres en la cúspide de las decisiones climáticas son bajos. Esto se debe a que la presencia de mujeres ministras en ministerios relacionados con el cambio climático sigue siendo muy minoritario (7,3% en el Ministerio de Medioambiente, 1% en Transporte, 3,8% en Agricultura y 1,6% Hacienda). Sólo en las carteras de Asuntos Sociales y Familia (asombro bajo la mascarilla) las mujeres ocupan un 13,6% de los puestos ministeriales.
La publicación del informe sobre el progreso de la integración de la perspectiva de género en los cuerpos de la UNFCCC en agosto 2021, dibuja una perspectiva similar. Aunque existen algunos organismos que sí han integrado de manera relevante la perspectiva de género, en muchos casos los compromisos de los documentos oficiales se han quedado en papel mojado. O lo que es lo mismo: mucho bla, bla, bla y poco resultado. Además, los cuerpos constituyentes se han concentrado en destacar los triunfos, pero se han despistado un poco más en señalar lo que queda por hacer y mejorar.
Si algo se puede destacar en los inicios de esta COP26 es la dificultad de acceso para la sociedad civil, especialmente para las organizaciones de los países con bajos ingresos. Empezando por la exigencia de tener la dosis doble de la vacuna covid, cuando en muchos países no ha habido disponibilidad ni para tener la primera. Las limitaciones económicas para venir hasta Glasgow y los precios prohibitivos de alojamiento tampoco han ayudado. Y después de esto, las mujeres de la sociedad civil de los países de bajos ingresos que han logrado aterrizar en Glasgow, se encuentran con que el acceso a los procesos oficiales de negociación está altamente limitado por aforo COVID y que las colas por las mañanas hacen literalmente imposible llegar a tiempo a tiempo a las pocas a la que la Convención Marco concede acceso.
La verdad que yo solo puedo decir una cosa al respecto: vaya ocasión perdida para contar con las mejores mentes y perfiles en esta escueta oportunidad que tenemos para arreglar el barrizal climático en el que nos hemos metido. Trabajar en este frenético microcosmos de la COP con las mujeres que lideran el movimiento ecofeminista en diferentes partes del mundo, es un espacio privilegiado para ver a mujeres tremendamente válidas e inteligentes en acción. Las feministas exprimen sus espacios de representación en la COP hasta la última gota y luchan dentro y fuera de las instituciones por nuestra casa común.
¿Qué sería de ciertos temas si nos los pusieran en la agenda los movimientos feministas?
Lo primero es que, casi seguro, el lenguaje de género y derechos humanos quedaría casi fuera de los textos acordados, si no excluido completamente. Puede parecer banal, pero las palabras que no consten en un documento de acuerdo internacional, no podrán ser reclamadas posteriormente en términos legales. O sea: si no hay mención de género y derechos humanos en los acuerdos climáticos, aceptamos sin tapujos acciones nacionales y empresariales que supuestamente benefician al planeta, pero que son devastadoras para pueblos indígenas y pobladores o incrementen las desigualdades sociales y de género de las comunidades a las que afectan.
Además, habría temas que ni siquiera podrían llegar a pasar la puerta de algunos despachos de universidades. Las mujeres mueren más en los desastres naturales, sufren más pobreza energética, representan el 80% de las y los desplazados climáticos; pero también lideran movimientos de resistencia indígena y suponen un eje fundamental de tejido comunitario y cuidados de las personas y del medioambiente. Las niñas pierden escolarización cuando tienen que ir a por agua lejos en casos de sequía, y también cuando no hay condiciones higiénicas adecuadas en las escuelas. Pero también son las niñas las que mueven a sus comunidades y a los movimientos juveniles por el clima. Y son las feministas las que ponen encima de las mesas de negociaciones la necesidad de movilizar fondos y proyectos para atajar las inequidades de género del impacto del cambio climático.
Por supuesto, sin las feministas los números de representación de las mujeres, serían aún más desalentadores de lo que ya son. Si algo enfatizamos las mujeres jóvenes feministas es que nosotras ocupamos espacios de representación gracias a las que lucharon antes, y que, aunque en la cumbre los números aun no van a nuestro favor, sin la tenacidad de las que en las primeras cumbres reclamaron su espacio físico y metafórico, nosotras no podríamos estar abriendo camino para las que vendrán después.
Pero sobre todo se perderían algunas de las voces más directas y sinceras que se encuentran en un espacio en el que decir verdades a medias es parte de la agenda política. Se apagarían los discursos que aprietan las tuercas de los que se sientan en las salas cerradas al público. Se velarían las perspectivas apasionadas de aquellas que tienen los cuidados como bandera, más allá de cualquier interés económico.
Gracias a las feministas que estuvieron, las que están y las que estarán por poner la vida en el centro también en la COP26.