La revolución que empieza en los pueblos

La economía cíclica, la democracia directa, la gestión colectiva de los bienes comunes... muchas de las herramientas de los nuevos movimientos sociales tienen su origen en el mundo rural.

Profesor de veterinaria en la Universidad Autónoma de Barcelona

18 nov 2017 06:00

En los últimos meses las imágenes se han multiplicado. En televisión y en revistas hemos visto reportajes de pueblos fallecidos por impactos de modernidad. Retratos de casas deshechas que, como dice el poeta Héctor Castrillejo, en realidad están volviendo a su morada: “Estas casas están hechas con la carne del planeta / con tierra. / Son tierra y son Tierra”.

Los pueblos pequeños y quienes los habitan solo son noticia cuando se extinguen, como los guepardos y los linces. El ideal urbano nos impregna, también a las tintas de la prensa alternativa. ¿Pensamos que en los pueblos solo hay entrañables ancianos y agricultores enfadados? ¿Alguien sabe si se llenaron sus plazas en el 15M? ¿Puede lo rural ser un revulsivo de ruptura e inspiración? ¿Resuenan palabras como economía social, decrecimiento, buenvivir en los teleclubs de los pequeños pueblos?

John Berger decía que “la transformación con la que sueña el campesino es la que lo hará volver a ser el campesino que fue una vez”. Mientras las luchas obreras y progresistas miran hacia delante y sueñan con un futuro mejor, las luchas campesinas miran hacia atrás; su deseo es escapar de la dominación de los terratenientes o de las multinacionales, “vivir en paz lejos de la civilización dominante, percibida como una grave amenaza al orden social”. Así lo explica Silvia Pérez-Vitoria en su libro El retorno de los campesinos (Icaria, 2010), y esta es una de las claves para entender la distancia que separa históricamente lo rural y lo campesino de las revoluciones.

Sin embargo, es necesario romper estos estereotipos y prestar atención a las innumerables experiencias y valores que germinan y se reproducen en el medio rural, y que pueden ser una referencia para la construcción de nuevos mundos.

Economía circular

Jaime Izquierdo, autor de La Casa de mi padre (KRK 2012), recuerda que lo que hoy llamamos economía cíclica o circular hace miles de años que la inventaron las comunidades campesinas. Lo vemos claramente en la gestión de las unidades productivas, que integraban agricultura y ganadería y cerraban los ciclos energéticos. Mientras en la ganadería industrial las deyecciones de los animales son un problema difícil de gestionar, en la finca es el ingrediente mágico para devolver fertilidad a la tierra. Mientras en una ciudad se produce una cantidad ingente de despilfarro alimentario, gran parte del cual acaba en vertederos, las basuras de un hogar campesino alimentan al ganado o, bien compostadas, enriquecerán el suelo donde crecerán las verduras en el próximo ciclo agrario. 

Soberanía Alimentaria ilustración 3

Daniel Boyano, paisano de Sanabria, sostiene que es imprescindible mirar las tradiciones del medio rural si queremos de verdad recuperar valores como la sostenibilidad y la democracia. “Hoy en día ni la ciudad ni sus movimientos sociales conocen el funcionamiento histórico de los pueblos, pero ‘reconociéndonos’ aparecerían sinergias en el camino del aprendizaje”. Un buen ejemplo que Daniel estudia y difunde es la forma de organización en Concejo Abierto y su democracia directa, que ha funcionado durante siglos en el medio rural y que especialmente a partir del 15M se pone en práctica en barrios urbanos. 

Democracia kilómetro 0

Los Concejos Abiertos o Juntas Vecinales son asambleas de autogobierno de los vecinos y vecinas donde se toman decisiones sobre el patrimonio comunal y otras cuestiones que afectan a la comunidad. Bajo el tejo del pueblo o en la plaza de la villa, se daba una gobernanza de kilómetro cero. Las decisiones más importantes sobre sus bienes vitales (montes, agua, caminos…) se tomaban oyendo la voz de toda la vecindad sin excepción.

Y no es solo una fórmula de ‘democracia real’ y paritaria (las mujeres siempre pudieron asistir como representantes de su casa) sino una respuesta al dilema de cómo administrarnos. “Algunas personas confían en que el Estado controle estos recursos para impedir su desaparición; otras creen que su privatización resolvería todos los inconvenientes”, explica Daniel, “sin embargo, ni el Estado ni el mercado han logrado con éxito que la sociedad mantenga un uso productivo, a largo plazo, de dichos bienes naturales”. Existen otras formas de organización social que han regulado los recursos durante siglos de manera comunitaria, asamblearia y directa, con grados razonables de éxito. “Es la articulación ambiental, económica y social de los grupos humanos y sus pautas culturales, no meramente la legislación, lo que explica su dinámica”. Jaime Izquierdo añade un ejemplo muy claro: “La atmósfera es un bien de la humanidad y la ausencia de una perspectiva de gobernanza comunal a nivel planetario para el clima está llevando al mundo a un laberinto”.

Apoyo mutuo

Los campesinos y campesinas son, en boca de Eric R. Wolf, una suerte de “anarquistas naturales”. Decisiones a pequeña escala, gestión de lo común, y ahora, añadamos: apoyo mutuo. Tres consignas presentes en todos los ateneos libertarios de las ciudades. El auzolan en Euskal Herria o el A tornallom del País Valencià son el equivalente a las mingas latinoamericanas. Es el famoso hoy por ti y mañana por mí que ha permitido levantar ermitas, asegurar puentes y limpiar ramblas, y que contrasta fuertemente con el individualismo y la competitividad.

Sin embargo, flaco favor hacemos a los códigos rurales si los idealizamos. Belén Verdugo, feminista y campesina de Piñel (Valladolid), señala que los pueblos y el sector agrario en general son grandes reservas de patriarcado y que este tema debe dejar de ser un tabú. “Es lo que se ha llamado la ‘memoria social patriarcal milenaria’; el medio rural es el lugar donde se ha conseguido conservar lo injusto sabiendo que lo es”, dice.

El feminismo tiene, por tanto, también mucho trabajo en el medio rural, un ámbito con una economía y unas prácticas que tradicionalmente ha puesto la reproducción de la vida en el centro, observando y adaptándose a los ciclos naturales para no alterarlos irreversiblemente. Las economías campesinas han sido conscientes de nuestra interdependencia y ecodependencia, por ello es importante rescatar esos saberes y ponerlos a dialogar con lo que hoy se trabaja, por ejemplo, desde la economía social y solidaria. También las economías campesinas, recuerda Jaime Izquierdo, tenían en muchos casos su carta de principios, un código cultural de comportamiento recogido en unas ordenanzas locales, “en realidad una especie de constitución al estilo de la que tienen los Estados modernos, donde se educa a las niñas y niños en valores como los que ahora reclamamos para la nueva sociedad”.

SABERES POPULARES
La modernidad avanza siempre de la mano de los avances científicos. En las universidades se rinde tributo a las páginas de algunas revistas científicas garantes del saber. Las empresas se mueven en esas aguas buscando beneficio económico de cualquier descubrimiento o bien financiando investigaciones para bendecir sus prácticas. El mundo campesino ha visto cómo sus conocimientos y experiencias han sido descalificados, aunque, como afirma Silvia Pérez-Vitoria, “los sistemas productivos campesinos, ensayados y ajustados en una infinidad de circunstancias a lo largo de la historia de cada región geográfica, dieron prueba de su eficacia ya que, salvo raras excepciones, permitieron a los diferentes ecosistemas reproducirse y a las sociedades perdurar”. Tal vez esto es el verdadero progreso, saber perdurar.

MONTES DE SOCIOS
La asociación forestal de Soria ha sido galardonada este año con el premio Elinor Ostrom, máximo reconocimiento internacional a la defensa de los bienes comunes, por el proyecto Montes de Socios, que recupera esta figura tradicional de propiedad y gestión colectiva. Los “montes de socios” o montes del común, se dan especialmente en las zonas interiores del centro y la mitad norte de la península ibérica. Su origen data de la desamortización (1855-1924), cuando la población de diferentes municipios se puso de acuerdo para comprar terrenos forestales que siempre habían sido básicos para la economía campesina local: por permitir el pastoreo (y obtener así carne, leche, lanas y pieles) y la extracción de materiales para la edificación (madera y piedra) y la fuente energética principal, leña y carbón. De esta forma se aseguraba su conservación.

Hoy estos montes se encuentran en desuso y se trabaja para su recuperación, bajo la forma de Junta Gestora, formada por un mínimo de personas copropietarias (herederas de las originales) y nuevas. Según la Asociación Forestal de Soria, esta recuperación, mediante el saneamiento de su estado de propiedad, es el primer paso para “sacarlos del abandono y ponerlos en valor, permitiendo la creación de actividad en nuestros pueblos, pero sobre todo es un acto de justicia para con la memoria de nuestros antepasados, que han conservado durante más de cien años esos espacios forestales”.

A TORNALLOM
El A Tornallom (o les maseraes) es una práctica rural tradicional que se usa en el País Valencià para poner en colectivo un trabajo que individualmente sería muy costoso u obligaría a tener que pagar a gente, implicando un extra de gasto. “Cuando había un trabajo que no podíamos asumir, como la construcción de un gallinero, una caseta para herramientas o recoger leña, lo hacíamos entre todas, de manera que se genera un extra que una vez me beneficia a mí, otra a ti, y al resto”, explica Montse, agricultora de la huerta La Recol·lectiva, en El Real de Gandia. Montse es parte de un grupo de personas y proyectos que están recuperando esta práctica y difundiéndola. Para ella es importante porque vivir de la tierra, debido a los intermediarios, a los bajos precios, etc., no permite esos extras de contratación. “Además de poner la fuerza en común, también se ponen en común recursos, maquinaria… se trata de optimizar al máximo y, al igual que las monedas sociales, el A Tornallom lo permite”. Montse señala que además la dimensión de las relaciones, “se generan vínculos fuertes, intercambios de saberes, se participa en algo más grande, que va creciendo, que se extiende de manera orgánica, colaborativa y alegre”.

 

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