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Racismo
Por un antirracismo que no dependa del gran capital
La precariedad que genera el racismo en las personas no simplemente afecta a sus condiciones materiales sino también a sus posibilidades de resistencia y de lucha. Es por ello, que el ejercicio de auto organización y autonomía en los procesos de la defensa de los derechos se verá condicionado por los recursos limitados con los que se parte. Ante esta falta de recursos, toca salir a buscarlos.
La sostenibilidad de muchas organizaciones antirracistas de América Latina y el Caribe depende, en gran medida, de la ayuda al desarrollo de la cooperación internacional o del supuesto altruismo o filantropía del gran capital. Y esto es clave para entender dónde se encuentra el antirracismo y hacia dónde va. Y es que, un antirracismo que bebe su financiación, y por lo tanto su sostenibilidad y producción, precisamente del gran capital o de Estados imperialistas o colonialistas, siempre estará atado, en mayor o menor medida, de pies y manos.
No vengo a plantear aquí la necesidad de que ese antirracismo deba negarse a estos procesos de financiación, cómo tampoco pretendo decir que esas organizaciones no sean conscientes de esa dependencia y cómo marcan sus agendas políticas. Pero la realidad es que los vínculos por una dependencia no casual, limita y pone en cuarentena la demanda efectiva antirracista. Lo cierto es que entidades como la Fundación Ford u Open Society Fundation, por citar dos ejemplos, no tienen ningún interés antirracista real. Lo siento, a George Soros no le interesa el antirracismo. Es más, su propia existencia choca con el sentido del antirracismo político frente al capitalismo racial. Estas entidades nunca financiarían agendas que pongan en cuestión su propia existencia. Sería algo ilógico. El capital es en sí mismo racista, y ellos son el gran capital.
Nos encontramos que las agendas están condicionadas por los grandes capitales. Y eso solo refuerza y reproduce los antirracismos liberales y capitalistas
Se trata de los mismos capitales que hacen parte del aparato que mina los Estados y sus capacidades repercutiendo en el acceso a derecho de las personas. Sobre todo, en contextos donde las deudas externas son mayores que las denominadas ayudas al desarrollo. También está la complicidad de esos mismos Estados o entidades privadas con las empresas que hacen negocio a costa de los recursos, los territorios y las clases trabajadoras racializadas de los países de la región.
Así nos encontramos que las agendas están condicionadas por los grandes capitales. Y eso solo refuerza y reproduce los antirracismos liberales y capitalistas. Un antirracismo liberal que vive en sintonía con estas entidades de multimillonarios blancos que a través de sus fundaciones se lavan la cara mientras perpetúan un sistema económico político que refuerza la división racial del trabajo y las condiciones de explotabilidad de las personas racializadas.
Está dependencia no es inocente o casual, sino que parte de la misma estructura y del mismo juego que permite el modelo. El capitalismo racial convive perfectamente con este funcionamiento, con estas agendas y estás lógicas. Lleva incluso a convertir el antirracismo en una suerte de negocio de una “industria” del activismo, incluso de su oeneginizacion tratando de despolitizarlo o blanquearlo.
Racismo
Frantz Fanon Por una decolonialidad combativa
Por eso las agendas radicales quedan por fuera y existen brechas incluso dentro de los propios movimientos socio políticos. Se consolidan así jerarquías de organizaciones, de personas y personajes que incluso son instrumentalizadas desde los espacios de poder blancos. Premios, determinadas becas selectivas o reconocimientos puntuales son parte del aparataje simbólico del blanqueamiento y la generación de líderes y lideresas afrodescendientes afines a ese capital o convenientes con él. Figuras políticas que se vuelven necesarias para el aparato pero que a la vez se las envuelve en una falsa imagen de radicalidad.
Este tipo de sumisión, y reitero que, sin la intención de restar agencia a las organizaciones políticas antirracistas, se produce ante la ausencia de financiación pública. Y frente al problema de la sostenibilidad de la lucha muchas organizaciones para poder subsistir y construir terminan en los brazos de ese gran capital. Ese mismo que despoja los territorios, que enfrenta el sindicalismo o que refuerza el sistema geopolítico de centro-periferia. Un gran capital que encuentra uno de sus centros principales importante en Estados Unidos y que financia gran parte de todos los procesos del antirracismo liberal en todo el continente.
El gran capital representa la blanquitud, independientemente de si ese capital está en manos de una persona racializada o no, y nunca estará del lado de agendas abolicionistas, verdaderamente reparadoras
En la distribución desigual de la riqueza a partir de los lugares de patrimonio de poder económico, político y simbólico establecidos desde el proceso de reconfiguración constante del capitalismo racial moderno está la explicación de la dependencia económica de agentes externos para estas organizaciones. Sobre todo, cuando las aspiraciones políticas y sociales de estas organizaciones son en planos más amplios y con miras nacionales y no meramente locales. Esa subordinación es reflejo del proceso histórico y difícilmente va a cambiar. Ni siquiera supondría una diferencia que las organizaciones dependieran de una suerte de capitalismo negro. Ejemplo de ello es Estados Unidos donde un racismo reforzado y reformulado convive perfectamente con ciertas burguesías negras que financian procesos políticos que a fin de cuentas no ponen en peligro los cimientos de las estructuras de opresión. Por eso la ideología es clave en cada uno de los procesos, en cada una de las alianzas, en cada una de las hojas de ruta, de las herramientas y de los objetivos. De ahí que la batalla ideológica dentro del antirracismo es tan pertinente como en cualquier otro escenario de conflicto político.
El gran capital representa la blanquitud, independientemente de si ese capital está en manos de una persona racializada o no, y nunca estará del lado de agendas abolicionistas, verdaderamente reparadoras, anticapitalistas, anticoloniales y antiimperialistas. Lo demás es estética, cuento, continuidad y forma parte del mismo ejercicio de reformulación histórico y orgánico del capitalismo racial.
Este es el enredo en el que muchas organizaciones se ven atrapadas para poder mantenerse a flote. Unas se niegan a aceptar esa dependencia, otras tratan de instrumentalizarla, algunas conviven tranquilamente con ello. No es fácil. Pero algo está claro, nunca un esclavista financió el cimarronaje. Tampoco lo va a hacer ahora.