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Neoliberalismo
Sin permiso ni perdón
La filosofía de la praxis, como decía Marx, no tiene el objetivo de pensar el mundo, tiene el objetivo de cambiarlo, para lo cual es imprescindible pensarlo de otra manera. El problema filosófico fundamental es el problema práctico de la transformación del mundo humano y eso solo se puede hacer desde el conocimiento de lo existente, lo cual requiere una incisión crítica que aborde los problemas conceptuales en los debates actuales sobre racismo, capitalismo, feminismo, transexualidad o ecologismo, entre otros.
Los sistemas de dominación mas eficaces son los que menos se ven, y no se ven porque hay todo un conjunto de dispositivos ordenados con el fin de desechar y neutralizar todo intento de crear o utilizar categorías que permitan forjar una narrativa desde donde desarrollar una genealogía histórica y material de dicha dominación. Esto ocurre con el patriarcado capitalista y colonial, que tiene como objetivo principal negar su existencia como sistema histórico de dominación material, tal y como han expuesto maravillosamente Scholz, Guzman, Cabnal, Mies, Haug, Gargallo, Lugones, Lorde, hooks, Vogel, Oyèrónké Oyewùmí, entre otras.
La negación a hablar sobre el patriarcado como sistema de dominación material se ve perfectamente en los debates actuales sobre si la izquierda ha priorizado la cuestión identitaria a la cuestión de clase.
Intentaré resumir aquí mi crítica, desarrollada en otros lugares, diciendo que no todas las identidades conforman clases, pero todas las clases se articulan mediante identidades. La división usual entre clase e identidad es una división que hoy, al menos en Europa, tiene como objetivo relegar a una posición secundaria aquello que obstaculiza la producción de un sujeto determinado, el sujeto universal, que tiene una materialidad muy específica, compartida, casualmente, por Jesús, Adán, Emilio y Robinson Crusoe.
La división entre clase e identidad subyace a la dicotomía liberal, tan de moda en parte de la izquierda, de opresión cultural versus explotación material y está relacionada con una división más profunda, la que opone material a simbólico y de la que deriva una dicotomía específica entre economía y cultura que sustenta a su vez la división entre políticas de identidad-reconocimiento versus políticas socio-económicas de redistribución.
Quienes mantienen esta división entre lo cultural (políticas de identidad y reconocimiento) y lo material (políticas socio-económicas) dicen que hay comunidades o grupos, como la clase obrera, que tienen un problema material, y que estas comunidades o grupos viven una injusticia (de redistribución) material que se supone deriva de la estructura económica. Por otro lado, tendríamos comunidades o grupos que no tienen un problema material sino simbólico que para solventarlo requieren de políticas de identidad y de reconocimiento a su diferencia simbólica o cultural. Siendo esto un modelo puro, Fraser señala que hay grupos híbridos, que podrían requerir tanto políticas de redistribución como de reconocimiento. Desde mi punto de vista, en cambio, el problema no es cómo se relacionan los elementos dentro de este marco dicotómico, sino el marco en sí, ya que se basa en la creencia de que la diferencia entre hombre-mujer se puede corregir de forma que pueda llegar a ser una diferencia a celebrar si se aplican las políticas adecuadas, tal y como dice la doctrina liberal defendida por una gran parte de la izquierda autodenominada anti-identitaria que aplaude con las orejas este marco identitario e idealista. Desde una perspectiva materialista, la causa principal de que existan hombres y mujeres es una causa material, es decir, la dominación material de unos sobre otros, igual que la razón de que existan personas blancas y no-blancas o capitalistas y trabajadores.
La demanda que busca la igualdad entre hombres y mujeres (en vez de demandar su desaparición), es la misma demanda que busca igualdad entre personas blancas y no-blancas y entre obreras y capitalistas, y es una demanda típica del liberalismo social-demócrata, no del materialismo feminista y anticolonial, que lo que demanda es la desaparición de cuerpos explotados que son explotados mediante su marcado material como cuerpos sexualizados/generizados (mujeres), racializados (no-blancos) y mercantilizados; ya que desde un punto de vista materialista toda dominación tiene una base material, al contrario de lo que sustenta este marco que divide material versus simbólico o identidad versus redistribución, basada en un neoidealismo casposo que pretende explicarnos que hay desigualdades estructurales sin base material.
La demanda emancipatoria es la demanda por la desaparición de cuerpos sexualizados, racializados y mercantilizados. Este juego llamado por Bourdieu “dominación mediante el discurso razonado”, en el que categorizan la desigualdad como diferencia y la expropian de una base material se realiza para poder luego celebrar dicha diferencia como cultural, identitaria o simbólica y jerarquizarla como secundaria, como incordio o como trampa. La pregunta aquí es ¿para quién es un incordio la diversidad? Para quien se ha identificado siempre con la unidad, con el sujeto universal y con Robinson Crusoe.
El problema es que los datos certifican que la diferencia entre hombres y mujeres no es cultural, sino de capital cultural (que no es lo mismo); esa supuesta diferencia es de renta económica, de horas de trabajo, de propiedad, de poder material y por tanto epistémico, de autoridad y seguridad social, es decir, que la diferencia entre hombres y mujeres es una diferencia material de poder que ha de ser politizada como explotación material no como opresión cultural, ya que la base de un pensamiento idealista es precisamente suponer que hay desigualdades estructurales de poder sin base material. Y esto vale también para el sistema racista y colonial, así como para las discusiones en torno a la transexualidad (que me dan vergüenza ajena como parte de la especie humana, aunque nadie nos esté observando desde fuera de la Tierra).
En cambio, pensar y aceptar el marco teórico materialista proveniente del feminismo marxista, comunitario, negro y decolonial implicaría, como he dicho, aceptar que “los hombres” también son un grupo de sujetos humanos que no nace, sino que se “hace”, y que se “hace” además para algo, lo cual contradice todas las premisas fundacionales de la teoría política moderna liberal, tan querida por la izquierda neoidealista y esencialista, en donde el hombre es presentado como ese ser que Dios o la cigüeña escupen en mitad del Eden como Adán, o en mitad de una isla como Robinson Crusoe o en mitad de la meseta civilizatoria moderna e ilustrada como Emilio. Esta historieta fundacional impide teorizar que el sexo, igual que la raza, son consecuencia de procesos materiales de producción sexualizada y racializada de los cuerpos. Exactamente igual que el trabajador o la obrera son consecuencia de un proceso material de producción mercantilizada de los cuerpos y la fuerza de trabajo. Esto implicaría asumir que el tiempo que las mujeres pasan trabajando gratis (al hacer la colada, la comida, la limpieza, el cuidado de críos, hombres, enfermos y ancianas) está en relación con el tiempo que los hombres tienen de más (medido estadísticamente por horas y minutos) para el descanso, el ocio, el trabajo remunerado, la militancia y la formación; tiempos todos que producen capital económico, social, cultural y simbólico y de ahí la desigualdad en renta, propiedades, poder, etc. Y esto es lo que define el patriarcado neoliberal en este eje: que es un sistema de dominación material donde los hombres (en su mayoría mercantilizados) tienen más tiempo, poder, dinero, rentas, pensiones y sueldos a nivel mundial en relación con las mujeres de su misma clase socio-económica (según los datos de todos los institutos de estadística que miden esta desigualdad).
Lo que no se quiere aceptar es que la desigualdad material se crea al crear hombres y mujeres, no es una relación posterior o de exterioridad que se añade a su existencia, está en su existencia como hombres y mujeres, exactamente igual que en la creación de personas blancas y no-blancas, o de trabajadoras y capitalistas.
Desde un marco materialista no androcéntrico “lo simbólico” es siempre la dimensión semiótica de toda materialidad. La realidad es que la división dicotómica entre lo identitario (simbólico y cultural) y lo material (económico) es un producto del patriarcado capitalista, una división proveniente de la división entre cuerpo y alma, que será secularizada poco a poco durante la modernidad desde Descartes y Kant hasta Hegel, Smith y Ricardo, división que Marx criticará con su propuesta materialista, donde creer que hay desigualdades sociales no materiales es precisamente la base de todo idealismo y esencialismo.
Que el pensamiento moderno o liberal sea menos monoteísta, idealista y esencialista que el feudal no quiere decir que no siga siendo monoteísta, idealista y esencialista.
Primero, y entre otras cosas, porque omite que el cuerpo es la primera materialidad humana, una materialidad con una dimensión semiótica absolutamente determinante para la creación del sistema económico, social, político y de sus clases sociales.
Segundo, porque desprecia toda materialidad diferente a la materialidad corporal de los referentes dominantes (que son, según su sofisticado análisis científico y materialista, casualmente hombres y casualmente blancos). Y desprecian toda “otra” materialidad que no sea la suya, negándosela o monopolizando el significado de “material” (de “objetivo”, de “explotación”, de “producción”), sea des-materializándola, llamándola cultural, identitaria o simbólica, sea negándole primacía en el proceso epistémico y político al cuerpo significante, cuerpo a partir del cual se hace la primera división sexual y/o racial de la dominación, de la explotación, del trabajo, la dignidad, los derechos y la mercantilización.
Es en ese intento de ocultar la lucha incesante por imponer el sentido dominante, donde hay que colocar la premisa del acceso restringido el cual pretende restringir nuestro acceso a ciertas categorías en nombre de la Historia y en contra de un uso trans-histórico y metafísico de las categorías. Se trata del tradicional intento de excluir el uso de conceptos claves como son “trabajo”, “producción” o “explotación” para analizar la dominación patriarcal en términos materiales, bajo la excusa de que dichos conceptos no se pueden usar fuera del marco conceptual X (sea X teorías clásicas, marxistas o neoclásicas del valor y la producción, sean teorías iusnaturalistas, funcionalistas o estructuralistas), argumentando que dichos conceptos están creados para analizar el fenómeno histórico Z (sea el nacimiento del derecho civil y penal moderno, sea el mercantilismo, el trabajo abstracto en el capitalismo o la financiarización). Este argumento del acceso restringido (que no puedo desarrollar aquí) implica a su vez que en la lucha contra el patriarcado neoliberal y colonial tenemos que conformarnos con conceptos no “ocupados”, en definitiva, no formalizados ni considerados epistémicos, ya que todos los conceptos formalizados, es decir, aquellos que tienen estatus de “conocimiento” pertenecen a otros objetivos y están ya “ocupados”, marcos donde, también por casualidad y arte de magia, “mujer” y “hombre” sí se pueden usar trans-históricamente fuera de cualquier marco teórico, porque serían conceptos que se refieren a un dato biológico, objetivo, verdadero y no histórico. Pero pretender usar la Historia como antídoto de la historicidad, como si pudieran colocar la historia fuera de la Historia, es decir, como si pudieran colocar fuera o al margen de la Historia la lucha de sentidos y de categorías que constituye la propia Historia, es la base de todo idealismo y esencialismo.
La cuestión sobre qué categorías usar, reformular o neutralizar siempre ha sido un tema primordial en filosofía, al menos desde Platón, y ha sido desde entonces ampliamente discutido no solo dentro del feminismo marxista, materialista y comunitario, sino del marxismo decolonial y poscolonial, empezando por textos históricos como Los condenados de la Tierra de Fanon y Can the subaltern speak de Spivak. Las categorías articulan la realidad, la hacen manejable, manipulable y, por tanto, cambiable, por lo que la producción de categorías y la alteración de categorías ya en circulación es condición sine qua non de nuestro proceso emancipatorio.
Ante esta exposición es usual encontrar a defensores de la premisa del acceso restringido argumentar que <<no es una cuestión ideológica sino económica el hecho de que “trabajo” sea exclusivamente eso que crea plusvalía dentro del mercado capitalista>>, como si la “economía” no fuera siempre economía política y como si al llamarlo “economía” se posicionaran en el terreno de una objetividad incuestionable, es decir, ahistórica y por tanto metafísica. Como si una vez muerto Dios, necesitaran de alguna otra verdad transcendental, es decir, una verdad que transciende a la Historia y a la lucha de clases y sentidos que configura la Historia. Como si necesitaran una verdad independiente de la realidad humana y política, es decir, un tipo de verdad que solo Dios puede ofrecer. Un tipo de certeza que solo un pensamiento monoteísta puede necesitar, porque al dividir la realidad entre “economía versus ideología”, lo que se quiere en realidad es dividirla entre “verdad versus ideología”, donde “ideología” es entendida como falsa conciencia o falsedad (desde una filosofía de la conciencia que nada tiene de materialista) y “economía” como ciencia, donde “ciencia” no hace referencia al método científico sino a una verdad objetiva y eterna, es decir, a Dios. Este pensamiento monoteísta y alienado es desde donde se hacen los argumentos economicistas, positivistas y esencialistas que Meiksins Wood critica espléndidamente en su obra Democracia contra capitalismo. Este argumento economicista e idealista sobre la realidad política y su categorización fue brillantemente refutado hace siglos por el propio Marx en la Ideología Alemana, las Tesis sobre Feuerbach y en la Introducción para la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel siendo, de hecho, la crítica fundamental en su Filosofía de la Praxis.
En una filosofía de la praxis no hay conceptos ni categorías intocables, porque el único principio es la estrategia política que pone los conceptos y las categorías a disposición de la emancipación. Y la estrategia emancipadora no puede plantearse como jerarquización epistémica, mucho menos ontológica de un eje sobre otros. La emancipación es de todas, y para lograrlo no habrá nunca una única manera, precisamente porque la dominación no se da de una única manera ni tiene una sola causa y creer eso es lo que llamamos pensamiento monoteísta e idealista.
Desde un pensamiento politeísta y materialista, nosotras vamos a seguir produciendo y reformulando categorías que nos ayuden a emanciparnos. Sin permiso ni perdón.
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La dominación es ideológica. Algo así dijo Simone Weil en su libro "Reflexiones sobre las causas de la opresión y la libertad social": La base de la dominación es la división entre quienes deciden y quienes obedecen y mientras exista esta división habrá dominación.
Lo material (la bürgerliche Gesellschaft, el objeto de la economía política) es estructural (Marx) o, de lo contrario, parecería que lo material ese pura y simplemente es cognoscible sólo para dios (y, claro está, para la autora).
Lleváis razón. Vuestra visión del materialismo es muy convincente.
No puedo recordar los hechos de la Jügî Mâï, sin hacer referencia a un texto de mi carrera de psiquiatría: "dos dragones anarquistas".
No voy a profundizar en él, pero diré que no sé porqué yo no puedo ser "mujer", también... O "macho", incluso; ya que a los "varones" animales los llamamos machos... No entiendo por ejemplo porqué no puedo ser un ser "feérico", un "Gato Negro" o incluso un "duende" o un "hada".
Para mí ser "macho" o "hembra", no es tan importante, lo importante es lo que sientes, lo que vives, lo que aprecias o incluso lo que desprecias... (¿No os ha parecido que todo desprecio tiene un poco de aprecio?).
Yo no me baso en autores, yo no me baso en críticos; como una vez dije en mi universidad, yo no soy psiquiatra, sino contra-psiquiatra, y es así como me he ganado la vida. Dando apoyo. Prestando ayuda.
Por lo demás, bien. Aquí, en alguna parte del Mundo... De nuestro Gran Mundo, por cierto.
Nos vemos.
Besos.
¡Läî!