El capital de Marx desde el patriarcado actual

El feminismo no divide la clase obrera. La clase obrera está dividida. Y está dividida, entre otras cosas, porque “mujer” y “hombre” son clases políticas y socioeconómicas.

Patriarcado y capital
29 dic 2017 09:45

Hace 150 años que Marx escribió el primer volumen del Capital. Uno de los análisis más finos de nuestra era, y una de las claves político-económicas mejor fundamentadas para entender el capitalismo. Esta vez en cambio no nos han pedido un análisis del Capital sino una crítica feminista.

La crítica principal que desde el feminismo se le hace al Capital es que basa la construcción del valor en la producción de mercancías dejando fuera de la teoría del valor la esfera llamada reproductiva. Marx no incluyó el trabajo reproductivo, es decir, el trabajo que las mujeres hacen sin cobrar, en el porqué y el cómo de la acumulación del capital, es decir, no aparece como explanandum de dicha acumulación. Por lo tanto las mujeres no entraban dentro de los sujetos que sufrían ni la explotación mediante “el trabajo” y ni la división que el sueldo crea en la “clase trabajadora” en un sistema capitalista; y es así como las mujeres, sus vidas, su trabajo, su historia y su valor quedan fuera de lo que será el sujeto político de la clase trabajadora.

Según el Capital la fuerza de trabajo se crea mediante la producción de mercancías y el mercado. El valor de la fuerza de trabajo se mide mediante el tiempo que requiere la producción de las mercancías que el trabajador necesita (casa, ropa, comida, etc.), donde “trabajo” es aquello que hacen los hombres, como si las mercancías pudieran producir ellas mismas la mercancía de la fuerza de trabajo.

Durante la segunda ola feminista se empieza a teorizar que es el trabajo reproductivo lo que posibilita el trabajo productivo (no problematizaremos aquí la palabra “reproducción” ni “producción” pero es parte de la crítica feminista y creemos que esa división no es adecuada), y que para producir y reproducir fuerza de trabajo había que ir más allá del consumo de mercancías, ya que la comida hay que prepararla, la ropa limpiarla y los cuerpos cuidarlos. Y eso alguien lo tiene que hacer. El trabajo reproductivo se encarga de producir un determinado perfil de trabajador que implica la creación de una determinada familia, modelo de sexualidad, de procreación y organización del espacio privado, es decir, el patriarcado moderno. Por lo tanto, la dominación capitalista se basa, entre otras cosas, en la dominación de la mujer por ser mujer. Y por eso siguieron las feministas en la década de los 80 y los 90 luchando en favor de valorizar el trabajo doméstico. No solo por ser una de las causes de la acumulación del capital, sino porque el capitalismo no es identificable con el trabajo asalariado contractual, en tanto que se basa en el trabajo que las mujeres hacen sin sueldo (y por tanto sin contrato, sin derechos, sin subjetivación política).

Además, la segunda ola feminista, mostró como el desprestigio del trabajo reproductivo estaba relacionado con el hecho de que eran mujeres las que lo hacían, y argumentó que la mujer es un ser subalterno creado mediante violencia simbólica (desprestigio y humillación), siendo eso la base del patriarcado capitalista y de la acumulación del capital. Siguiendo a Dalla Costa, Fortunati, Mies y James, Federici argumenta que la quema de mujeres (llamadas Brujas = violencia simbólica) se hizo con el objetivo de domesticarlas y de que trabajaran sin cobrar (a lo cual se le llamó trabajo doméstico y reproductivo). Dicho de otra forma, el pensamiento dicotómico y heterosexual se (re)produce mediante la división sexuada (género) del trabajo que es pilar del capitalismo moderno. Así, el marxismo entiende el conflicto entre el capital y el trabajo asalariado como algo consustancial a la producción capitalista, mientras que el feminismo, y en concreto el feminismo marxista, coloca dicho conflicto entre el trabajo productivo y el reproductivo; tal y como dice Pérez Orozco, el conflicto es entre el capital y la vida, en tanto que el proceso de valorización del capital entra en contradicción con la sostenibilidad de la vida.

Como consecuencia de todo ello, en los países europeos de hoy en día, entre un 25-35% del Producto Interior Bruto proviene del trabajo que las mujeres hacemos sin cobrar. Hoy, aquí, y un poco más allá también, las mujeres cobramos un 27% menos por el mismo trabajo y trabajamos un 20% más que los hombres, sobre todo en el ámbito del cuidado y ámbito doméstico. Los hombres apenas trabajan sin cobrar, es decir, apenas cuidan y hacen trabajo doméstico, y la razón para no hacerlo no es porque sean proletarios, franceses, ricos, pobres, vascos o andaluces, la razón para no hacerlo es que son “hombres”, eso es lo que tienen en común todos ellos. Por ello, “mujer” y “hombre” son clases socioeconómicas, es decir, la mujer ocupa un lugar distinto en la estructura de producción del capital por lo que sus intereses son distintos, a pesar de que la lucha de clase “capitalista-obrero” haya dejado siempre en segundo lugar la lucha de clases entre “hombre-mujer”.

Y es por ello que tanto en la sociedad vasca (catalana, española, francesa, siciliana…) como en la comunidad militante, las mujeres no son protagonistas de su vida (ni de la política ni las finanzas, la patronal, el sindicalismo, la universidad, la calle, la industria, la economía, los medios de comunicación, etc.), porque como dijo Flora Tristán (y luego Engels), la mujer es el proletario del proletariado. Es así que cualquiera en la izquierda sabe lo que significa “mercantilizar” y como conseguir la “desmercantilización” (en teoría) pero nadie sabe lo que es “familiarización” ni cómo conseguir la “des-familiarización”. Sería interesante que se pregunten por qué.

El feminismo no divide la clase obrera. La clase obrera está dividida. Y está dividida, entre otras cosas, porque “mujer” y “hombre” son clases políticas y socioeconómicas.

En este solsticio de invierno, hemos pedido a MariDomingi que nos traiga la sabiduría, la perseverancia y las alianzas feministas necesarias para escribir una obra tan detallada, sofisticada y sugestiva como El Capital y podamos así escribir otra que se llame El patriarcado capitalista.

Árticulo original en euskara escrito para el Berria por Teresa Larruzea y Jule Goikoetxea

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