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Hay dos fenómenos clave que a lo largo de la última década han puesto de manifiesto la urgencia social de abordar el discurso de odio. Uno de ellos es la irrupción de las plataformas digitales de comunicación, que han permitido una mayor democratización de la creación del contenido informativo y su difusión, pero a su vez también se han convertido en un campo abierto para todo tipo de narrativas, antifeministas, racistas, homofóbicas… Todo ello ante el estupor y la falta de preparación de la Administración y las empresas de información, incapaces de detener la propagación y el aumento de estos discursos. A nivel europeo sí se han hecho esfuerzos en materia legislativa para abordar el discurso de odio en internet, aunque existen tantas diferencias entre leyes nacionales que hacen verdaderamente difícil unificar los marcos legales para contener el odio de manera efectiva.
El segundo fenómeno es la llegada (o aumento, porque siempre han estado aquí) de la extrema derecha. Son habituales los coloquios sobre discurso de odio, medios de comunicación y redes sociales y cómo ahí prolifera el racismo. De hecho, muchos de estos debates, llevados a cabo por empresas de información, instituciones, facultades y entidades sociales, se circunscriben mucho en la subida de la extrema derecha y en las plataformas de internet.
¿Tan frágil era esa asunción de los derechos humanos universales? ¿Por qué los medios de comunicación no han tenido reparos en difundir a bombo y platillo discursos abiertamente racistas?
Es un hecho que la narrativa de los grupos y partidos de extrema derecha ha conseguido volver a poner sobre la mesa de debate temas como los derechos de ciertos colectivos. Sin embargo, cabría plantearse, más allá de cómo ha ocurrido, por qué ha podido ocurrir tan fácilmente y cómo se ha podido normalizar la presencia de la extrema derecha y sus narrativas. ¿Acaso la sociedad ha pasado, espontáneamente, de asumir como iguales a ciertas comunidades a replantearse si realmente merecen esos derechos? ¿Tan frágil era esa asunción de los derechos humanos universales? ¿Por qué los medios de comunicación no han tenido reparos en difundir a bombo y platillo discursos abiertamente racistas?
La narrativa racista ya estaba antes de la extrema derecha
Para responder a estas preguntas, hay que entender que la narrativa racista ya estaba presente en la sociedad en general, y en los medios de comunicación masivos en particular, antes de la vuelta de estos partidos políticos reaccionarios. Y es que los grupos dominantes, es decir, de racialización hegemónica, perciben el discurso de odio como un problema social solo con la llegada de la extrema derecha. Pero los grupos racializados y migrantes son receptores de estas narrativas racistas y criminalizadoras que generan los medios de comunicación a diario, sin que estas estén circunscritas a las de la extrema derecha.
La narrativa racista ya estaba presente en la sociedad en general, y en los medios de comunicación masivos en particular, antes de la vuelta de estos partidos políticos reaccionarios
Es decir, el discurso de odio prolifera en un campo previamente abonado en el que el racismo en los medios de comunicación no solamente siempre ha existido, sino que es sorprendente la poca revisión que ha tenido en España. Cuando uno busca teoría y estudios específicos sobre el tema, encuentra muy pocos, y mucho menos que hechos por las propias empresas mediáticas. Lo cual es grave, dado que son precisamente estas empresas las que más utilizan la migración y las personas racializadas como objetos (y productos) en su propio negocio.
¿Cómo reproducen el racismo los medios de comunicación?
Entre la escasa teoría que se ha escrito en España sobre el racismo en los medios de comunicación, destaca Racismo y antirracismo. Comprender para transformar. En él, Daniel Burashi y Maria José Aguilar señalan que los discursos políticos, sociales y mediáticos producen y reproducen representaciones sociales negativas de las personas migrantes o racializadas, transformándose en un imaginario común en el cual se lleva a cabo una sistemática diferenciación discursiva entre “nosotros” y “ellos”. Esta separación radical del “nosotros” y “ellos” permite construir y mantener la “blanquitud” como sujeto político hegemónico y a su vez quitarle a los grupos de racialización no hegemónica la categoría de ser sujetos políticos. Se trata de un proceso de otredad de los grupos racializados no blancos que conlleva inevitablemente cierta deshumanización. Así, es posible que la sociedad pueda tolerar, normalizar y aceptar ser testigos de la violencia tanto física, como discursiva y burocrática que reciben los grupos no hegemónicos. Y no solo eso, la población blanca está tan acostumbrada a ser espectadora de la violencia sobre los cuerpos negros que ha generado tolerancia y pasividad total.
La guerra en Ucrania quizá este sea uno de los casos más ejemplificadores de cómo los medios de comunicación construyen el “nosotros” y construyen el “ellos”
El caso de Ucrania
Sobre este tema hay tantos ejemplos que podrían escribirse varios libros. Sin embargo, tomaremos un suceso reciente: la cobertura mediática de la guerra de Ucrania. Quizá este sea uno de los casos más ejemplificadores de cómo los medios de comunicación construyen el “nosotros” y construyen el “ellos”. Ante el estallido de la guerra en Ucrania y su consecuente crisis humanitaria, las televisiones y los periódicos trataron esta guerra como si fuera la más grave después de la segunda guerra mundial. De los refugiados ucranianos se hablaba con tanta ternura y empatía que muchos periodistas lloraban ante la cámara cuando explicaban cómo habían tenido que huir las familias de sus casas. El mensaje era claro: “ellos son nosotros, ellos son como tú”. De este modo, se estableció un marco mental en el que la compasión era el sentimiento colectivo.
Ninguna guerra, ni ningún grupo de refugiados de países del sur global han despertado jamás en Europa este nivel de empatía y solidaridad. Ni Yemen, ni Siria. En estos últimos dos casos, de hecho, el marco discursivo se situaba en la sospecha del terrorista infiltrado, o en personas que vienen de contexto islámico y de “culturas más retrasadas”. Tampoco generaron tanta empatía ni compasión las miles de muertes en el Mediterráneo, ni las muertes en la valla de Melilla.
Ninguna guerra, ni ningún grupo de refugiados de países del sur global han despertado jamás en Europa este nivel de empatía y solidaridad. Ni Yemen, ni Siria
Hay que sospechar entonces que alguna relación tiene la cobertura mediática que se le da a estos sucesos. Que la narrativa que crea la prensa alrededor de las personas refugiadas y emigrantes provenientes de según qué países tiene que ver con la buena o mala imagen, con la indiferencia o con la empatía; con los que “son como nosotros” y los que “no son como nosotros”. De hecho, los refugiados ucranianos nunca tuvieron sobre ellos la sospecha del terrorismo, ni etiquetas como migrante, subsahariano, “mena”, utilizadas de manera despectiva. En el discurso mediático se asumió totalmente que eran personas refugiadas que venían huyendo de la guerra, sin otra intención que trabajar y regresar a sus países en unos años. Tampoco se les pedía “integración”, ni “respeto por nuestras costumbres”.
Hipervisibilización e invisibilización
La criminalización de un colectivo la consiguen los medios de comunicación mediante un juego de opuestos: la hipervisibilización y la invisibilización. El primer caso se produce mediante el sobredimensionamiento de algún fenómeno que tiene que ver con colectivos racializados o que previamente se ha creado esa relación (la inmigración, las bandas juveniles, los robos). De esta manera, los medios contribuyen a que, al sobreexponer el fenómeno, la opinión pública perciba una imagen de qué determinados colectivos podrían ser mucho más numerosos y/o peligrosos de lo que corresponde a los datos (en cuanto a población y a índices de criminalidad).
La otra cara de la moneda de esta hipervisibilización es cuando la narrativa tiene un enfoque paternalista en vez de criminalizador. Existen innumerables reportajes y artículos en los que personas migrantes o refugiadas son las protagonistas presentadas como víctimas de una tragedia, de catástrofes humanitarias, de conflictos bélicos o de pobreza. El objetivo de estas piezas es que asistamos al espectáculo de esta miseria de manera inocua, sin ahondar en las causas sistémicas y estructurales. Sin que ello requiera del lector ninguna acción como consecuencia.
Para ello, los periodistas buscan siempre testimonios de estos colectivos para narrar sus historias, que serán contadas en tercera persona. No están tan interesados en las personas que pertenecen a colectivos de racialización no hegemónica en calidad de expertos, generadores de opinión, constructores de pensamiento. No, las personas racializadas no blancas son llamadas por la prensa para ofrecer su sufrimiento, únicamente en calidad de testimonios. En consecuencia, este encuadre humanitario reproduce estereotipos coloniales donde las víctimas del relato deben ser salvadas por “nosotros”.
Para explicar cómo se da la invisibilización y qué efectos tiene en la opinión pública, es necesario entender la teoría de la agenda setting, presentada por primera vez por el Dr. Maxwell McCombs y el Dr. Donald Shaw en 1972. Es decir, la elección de la agenda mediática. Tanto los temas elegidos, como el encuadre, el tiempo que se le dedica y el tono con el que se narra una noticia, tienen la capacidad de influir y dirigir la opinión pública. De este modo, todo aquello que queda fuera de esta agenda, o bien está destinado a no existir para la opinión pública, o bien a no ser considerado como asunto de importancia. Los Centros de Internamiento para Extranjeros (CIE) y todo lo que allí sucede son un buen ejemplo de algo que queda relegado constantemente a existir fuera del encuadre noticioso. Así, no existen o no interesan para la opinión pública.
Es interesante también reparar en que son los grupos dominantes los que establecen esta agenda, con lo cual no se trata de una agenda sin propósito. El objetivo de la elección de temas es mantener el status quo de los grupos dominantes, que, en un sistema racista, siempre pasará por mantener las categorías raciales.
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Si eres negro, asiático, árabe o indio, pero eres rico, eres menos negro, menos asiático, menos árabe o menos indio porque formas parte de la clase poderosa económicamente y el dinero, como la muerte, nos iguala a todxs. En este sentido, muy de acuerdo con el comentario de Agus.
Excelente artículo para entender cómo operan los medios de comunicación para venderte el racismo que interesa a las élites económicas poseedoras, a su vez, de esos mismos medios.
Cuando la etnia y el color de la piel van junto a la pobreza hay más que racismo, xenofobia y aporofobia, hay clasismo, pues los medios de comunicación son principalmente medios para la lucha de clases.