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Ahora que se ha acordado un alto el fuego en Gaza, las bombas dejarán de caer y el mundo respirará aliviado. Habrá celebraciones por la paz, aunque ésta sea temporal, las naciones se darán palmaditas en la espalda y los medios de comunicación pasarán a la siguiente crisis de actualidad. Sin embargo, para los que sobrevivimos, la guerra no ha terminado, simplemente se ha transformado.
Para nosotros, la guerra comenzó mucho antes del 7 de octubre de 2023 y sigue en las cenizas de lo que una vez fue nuestro hogar. El alto el fuego mundial es una pausa inventada en nuestro tormento interminable. El mundo busca su propia resolución, una solución rápida para calmar la conciencia, pero para nosotros, el alto el fuego es solo otro momento fugaz en una larga historia de borrado.
Las fuerzas de ocupación israelíes no sólo destruyeron nuestros hogares, sino que declararon ilegales nuestros recuerdos
Antes de la guerra, Sheikh Ijleen no era solo mi barrio, era un universo en sí mismo. Era el lugar donde mi familia plantó vides e higueras durante siglos. Fue donde aprendí a caminar entre las vides, donde crecí. La tumba de mi abuelo estaba allí, y también los rostros de los vecinos cuya amabilidad recuerdo. No eran solo puntos de referencia; eran el hilo que tejía mi sentido de identidad. Hoy, Sheikh Ijleen existe solo en mi memoria. Lo que una vez fue mi hogar ahora no es más que ruinas.
Las bombas no sólo hicieron estallar los edificios de allí, sino que también borraron la esencia de quienes éramos. Las fuerzas de ocupación israelíes no sólo destruyeron nuestros hogares, sino que declararon ilegales nuestros recuerdos. Se apoderaron de mi calle, de las tierras de mi familia e incluso del cementerio donde descansan mis antepasados, y lo convirtieron todo en una “zona militar”.
Hoy, el lugar que albergaba mi historia y mi identidad se ha perdido, sepultado bajo capas de escombros y bajo un control militar frío e indiferente. Los árboles que una vez nos protegieron del sol de verano están ahora aplastados y sus raíces cortadas. Mi habitación, donde el sol poniente solía pintar las paredes de tonos dorados, ya no existe. No es solo la destrucción de un lugar; es la destrucción de la memoria, del hogar, de la familia y de la historia.
No volvemos a la normalidad: nos adaptamos a un nuevo tipo de existencia, que nace de los restos de nuestro pasado y de la incertidumbre de nuestro futuro
Esta eliminación no es un mero efecto secundario de la guerra; es un esfuerzo calculado para cortar los vínculos entre las personas y su tierra, para despojarnos de nuestra identidad y convertirnos en víctimas sin rostro ni nombre en la narrativa global. El mundo nunca antes nos ha pedido que conozcamos nuestra historia y ahora solo quiere recordarnos como víctimas y números.
La verdadera historia de Gaza se pierde entre los escombros, eclipsada por los cálculos políticos más amplios que rigen su existencia.
Nuestro sufrimiento se hace digerible para el público internacional, mientras que las pérdidas más profundas y profundas quedan ocultas bajo la superficie. Sheikh Ijleen se ha ido, pero sigue vivo en mi memoria, y es un recuerdo que me niego a dejar morir.
La falsa resolución del alto el fuego
Mientras el mundo celebra el alto el fuego, nos preguntamos qué significa. ¿Qué significa realmente para nosotros en Gaza?
No es el fin de la guerra; es simplemente una pausa temporal en la violencia.
No deshace la devastación ni cura las heridas que nos han infligido.
Un alto el fuego no es más que una actuación global, una señal de que el mundo ha hecho lo suficiente para apaciguar su propia conciencia.
Pero para nosotros no es más que un intermedio en una tragedia sin fin.
Cuando las bombas cesan, el trauma no desaparece.
Las calles siguen en ruinas, el agua envenenada sigue recorriendo nuestros cuerpos y los recuerdos tóxicos de los bombardeos persisten como una enfermedad invisible.
No volvemos a la normalidad: nos adaptamos a un nuevo tipo de existencia, que nace de los restos de nuestro pasado y de la incertidumbre de nuestro futuro.
Un alto el fuego no repara la pérdida de hogares, de vidas, de familiares. No devuelve lo que se ha destruido. No restaura la dignidad ni cura las heridas del desplazamiento.
Para el mundo, un alto el fuego es el final de la historia, la resolución que permite al público pasar página. Pero para nosotros, es sólo otro silencio, otro capítulo de una historia que nunca termina realmente. Las bombas pueden parar, pero las heridas que dejan tras de sí seguirán sangrando.
Y el silencio que sigue no es paz: es el silencio ensordecedor de vidas dejadas en el limbo, esperando que comience la siguiente ronda de violencia.
La comunidad internacional reduce Gaza a un acontecimiento: un espectáculo de sufrimiento consumido en titulares y fragmentos de audio como si nuestras vidas no fueran más que una narración trágica con una trama predecible. Gaza se ha convertido en un escenario, donde cada tragedia sigue la misma línea argumental: sufrimiento, clímax y resolución. Se nos presenta como héroes, mártires, símbolos de la resistencia o víctimas de la opresión. Sin embargo, la verdad es mucho más complicada.
El mundo seguirá adelante, pensando que ha solucionado el problema con un alto el fuego, pero para nosotros, es solo otra mentira en una larga historia de indiferencia
Nuestro dolor se reduce a símbolos, nuestro sufrimiento se trata como una imagen en lugar de como la brutal realidad de nuestras vidas. Detrás de cada titular hay un ser humano que vive lo inimaginable. El titular muestra el fuego sin mostrar a las personas que arden detrás de él.
Nos negamos a ser borrados
Incluso cuando el mundo nos da la espalda, Gaza se niega a ser olvidada.
Mi barrio, Sheikh Ijleen, puede que ya no exista en el mundo físico, pero vive en mi memoria.
Las calles por las que corrí, las higueras que crecían en mi jardín, los rostros de mis vecinos… están grabados en mi mente, y la puesta de sol sobre el mar desde mi ventana es tan vívida como siempre. Me niego a dejar que se borren.
Desde El Cairo, oigo el zumbido de los aviones civiles, y me hace recordar el rugido de los F-16, el único tipo de avión que conocía antes de salir de Gaza.
Los bombardeos podrán cesar, pero los sonidos de la destrucción siempre estarán con nosotros, resonando en nuestros pensamientos.
Y luego hablan de una “pausa humanitaria”. Qué irónico, qué vacío, llamarla “pausa humanitaria” cuando hemos vivido la mismísima inhumanidad.
¿Cómo puede el mundo llamarla pausa cuando nuestra humanidad ha sido destrozada, cuando nuestros hogares, nuestros recuerdos y nuestra propia existencia han sido borrados sistemáticamente?
¿Cómo puede el mundo declarar una pausa cuando nos han dejado recoger los pedazos de una vida que ya no existe, vivir con el inquietante residuo de lo que una vez fue nuestro?
Puede que el derramamiento de sangre se detenga, pero las manchas nunca desaparecerán de nuestras manos. Puede que se retiren los cadáveres de las calles, pero las imágenes nunca abandonarán nuestras mentes. El mundo seguirá adelante, pensando que ha solucionado el problema con un alto el fuego, pero para nosotros, es solo otra mentira en una larga historia de indiferencia.
Gaza no es un problema que pueda resolverse con una pausa: es una herida que nunca sanará.
Ahora que se ha declarado un alto el fuego y el mundo lo celebra, recuerden esto: la sangre ya no manchará las calles, pero manchará nuestros recuerdos. Puede que los bombardeos hayan cesado, pero aún los oímos en nuestros oídos. El mundo puede pensar que ha terminado, pero para nosotros es una pesadilla continua y una carga para nuestra existencia.
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Sin palabras.
En este sentido y demoledor artículo está todo dicho para escarnio de la Humanidad.