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Ocupación israelí
Palestina y el derecho a la resistencia: el ejemplo anticolonial
El pasado 7 de octubre quedará para siempre grabado en el imaginario colectivo como una fecha imborrable de la corta historia del siglo XXI. La ofensiva palestina lanzada desde Gaza como respuesta a décadas de agresiones continuadas por parte del Estado de Israel ha desatado un conflicto de proporciones desconocidas en nuestro tiempo. Al margen de los múltiples debates en torno al presunto conocimiento previo de los planes palestinos por parte de los servicios de inteligencia israelíes, la llamada “respuesta legítima” proporcionada por parte del Ejército sionista ha superado con creces los peores escenarios imaginables. Amparado en su reconocido “derecho a la autodefensa”, el Estado de Israel ha perpetrado desde el mes de octubre un genocidio que continúa en marcha en la actualidad ante la mirada impasible del mundo entero.
En medio de esta dramática crisis humanitaria nuevos (y no tan nuevos) interrogantes han aflorado en el marco de la esfera pública a lo largo de los últimos meses. El interés por comprender las raíces del conflicto palestino-israelí ha revitalizado corrientes y espacios de pensamiento en torno a la dilatada historia de la causa palestina. En esta línea, uno de los aspectos capitales que no ha conseguido copar titulares ni grandes eslóganes mediáticos, pero que yace bajo la problemática del presente, es el carácter anticolonial del movimiento de resistencia contemporáneo en Palestina.
La naturaleza colonial del Estado de Israel ha sido ampliamente estudiada y reconocida desde sus mismos orígenes hasta la más inmediata actualidad. Bajo el abrigo de una ideología sionista, la patria israelí cimentó sus principios fundacionales en la noción de una tierra prometida “recuperada” por “derecho divino” y de “legítima pertenencia”. A través de una pretendida idea de continuidad histórica desde los legendarios relatos bíblicos de Josué y Judas Macabeo hasta la realidad contemporánea Israel ha conseguido consolidar su narrativa fundacional frente a un “otro”: el pueblo palestino. Esta fórmula inherente a buena parte de los idearios nacionalistas históricos ha sido llevada hasta el extremo por el movimiento sionista durante los últimos tiempos. En este sentido, mediante la construcción de un recurrente paralelismo con los Amalecitas (un pueblo bíblico legendario enfrentado a los israelitas) el Estado de Israel ha dictado el destino futuro de los palestinos en el extermino y la limpieza étnica movidos por una voluntad divina.
Estados hoy desaparecidos como Rodesia, la Sudáfrica del Apartheid o la Argelia francesa configuraron estructuras coloniales que comparten notables similitudes con la naturaleza de Israel
A pesar de la singularidad del modelo sionista, los rasgos del proyecto colonial israelí en Palestina albergan múltiples paralelismos con otras realidades históricas del pasado reciente. Estados hoy desaparecidos como Rodesia, la Sudáfrica del Apartheid, la Argelia francesa o los dominios portugueses en África configuraron estructuras coloniales que comparten notables similitudes con la naturaleza actual del Estado de Israel. En todos estos países existió también una idea de pertenencia territorial por derecho divino, una mitología heroica y una aparente inmutabilidad eterna que acabaría por esfumarse, sin embargo, a lo largo del pasado siglo.
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial incontables movimientos de liberación nacional proliferaron en la mayor parte de los países del entonces denominado “Tercer Mundo”. Imbuidos por los preceptos anticoloniales e ideales revolucionarios estos grupos reivindicaron el derecho a la autodeterminación y la soberanía frente a la dominación foránea en los continentes de África, Asia y América Latina.
De esta forma, desde Vietnam hasta Argelia, pasando por multitud de escenarios como Guinea-Bissau o Yemen, la corriente de la descolonización recorrió el planeta encendiendo una llama de esperanza que brilló con especial fuerza a finales de los años 60 e inicios de los 70. Palestina no fue una excepción dentro de este marco. Desde principios de los años 60 el movimiento palestino comenzó a forjarse al abrigo de distintas organizaciones como Fatah, el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) o el Frente Democrático por la Liberación de Palestina (FDLP). A pesar de sus múltiples enfrentamientos y rivalidades internas, estos distintos grupos, que más adelante englobarían la célebre Organización para la Liberación de Palestina (OLP), estuvieron todos imbuidos por una serie de principios comunes de profundo carácter anticolonial que sentarían las bases de la resistencia palestina.
Dentro de su medio regional más cercano los palestinos trataron de continuar los heroicos pasos dados años atrás por el Frente de Liberación Nacional (FLN) de Argelia frente a la dominación francesa
Entre los “padres de la lucha”, fundadores y principales dirigentes del movimiento palestino como Yasser Arafat, Ghassan Kanafani, Leila Khaled o George Habash, hubo siempre un consenso generalizado en torno al carácter anticolonial de la lucha sostenida contra el Estado de Israel. Por encima de las múltiples diferencias programáticas existentes, la causa palestina fue reconocida en todo momento como una experiencia anticolonial, nacional-democrática y revolucionaria que había de seguir la senda marcada por otros pueblos en el camino hacia la liberación. En este escenario, la resistencia palestina se nutrió continuamente del ejemplo y los precedentes sentados en distintos continentes sobre las claves para construir un camino victorioso hacia la descolonización. Dentro de su medio regional más cercano los palestinos trataron de continuar los heroicos pasos dados años atrás por el Frente de Liberación Nacional (FLN) de Argelia frente a la dominación francesa. Los métodos de actuación argelinos fueron utilizados como una fuente de inspiración cercana que también imbuyeron a otros revolucionarios árabes como los yemenitas o los omaníes.
Más allá del mundo árabe, los palestinos también supieron reconocer la influencia de la batalla anticolonial que se estaba librando en otros muchos frentes africanos como Mozambique o Guinea-Bissau. A pesar de las patentes diferencias histórico-culturales, la resistencia palestina tomó nota de los métodos y formas de lucha practicadas en estas naciones por parte de dirigentes como Amílcar Cabral, quien llegó a acoger entre sus filas a combatientes palestinos unidos por una misma aspiración común. La profundidad de este sentir anticolonial llegó a forjar encuentros y alianzas todavía más remotas con escenarios tan lejanos como Cuba o Vietnam.
En el primero de los casos, pese a no haber constituido una muestra de lucha anticolonial propiamente dicha, el modelo revolucionario cubano influyó sensiblemente en la resistencia palestina. Los combatientes palestinos o fedayines se vieron notablemente atraídos por los principios antiimperialistas y las reivindicaciones de soberanía nacional que habían propugnado desde 1959 los cubanos. Esta admiración hacia figuras como el Che Guevara o Fidel Castro entre los grupos árabes llegó al punto de convertirse en una moda a finales de los años 60, cuando era habitual encontrar a militantes palestinos que se habían dejado crecer la barba y habían comenzado a fumar puros para asemejarse a sus camaradas caribeños.
El pueblo vietnamita organizado por el “Tío Ho” regaló a las naciones oprimidas algunas de más valiosas lecciones jamás impartidas acerca de los movimientos de descolonización
Vietnam, por otro lado, constituyó una de las máximas inspiraciones globales de lucha anticolonial en todo el mundo durante el marco de la Guerra Fría. El pueblo vietnamita organizado por el “Tío Ho” regaló a las naciones oprimidas algunas de más valiosas lecciones jamás impartidas acerca de los movimientos de descolonización. A través de una prolongada guerra popular los vietnamitas lograron emerger victoriosos frente al Imperio colonial francés, el Imperio japonés y los Estados Unidos de América, una hazaña sin comparación alguna en la historia contemporánea. A ojos de la resistencia palestina Vietnam fue percibido entonces como el ejemplo vivo de que un pueblo unido era capaz de derrotar a potencias infinitamente superiores en recursos y medios técnico-militares. De esta forma, la lucha anticolonial vietnamita insufló como ninguna otra la causa anticolonial de los palestinos frente al Estado de Israel, que pese a ser un gigante de apariencia invencible, también podía ser derrotado como lo habían sido otras potencias antes todavía mayores.
En este contexto, desde la década de los 60 en adelante el movimiento palestino entabló profundos vínculos con Vietnam, así como con otras antiguas posesiones coloniales de diversas regiones del mundo que se volcaron por entero con la causa antisionista. La resistencia palestina se valió de todos los principios fundamentales de lucha anticolonial que habían resultado notablemente efectivos en multitud de territorios de África, Asia o América Latina muy diversos entre sí. Entre ellos sobresalió la articulación de un frente de unidad nacional común por encima de los faccionalismos, la práctica de la lucha de guerrillas y la guerra popular frente a un enemigo superior en el plano militar, la búsqueda de redes y alianzas anticoloniales en otros lugares del mundo o el impulso de la solidaridad internacional con objeto de convertir la causa palestina en una cuestión global a la altura del conflicto de Vietnam. En este último punto, la resistencia palestina realizó una labor especialmente notoria que ha llegado viva a nuestros días, consiguiendo edificar una red transnacional de solidaridades con profundo impacto a escala global desde mediados de la década de los 60.
La resistencia palestina se valió de todos los principios fundamentales de lucha anticolonial que habían resultado notablemente efectivos en multitud de territorios de África, Asia o América Latina muy diversos entre sí
Las causas de la derrota palestina frente a otras realidades como Argelia o Vietnam entroncan con diversos condicionantes internos y externos profundamente conectados con el devenir de la cuestión anticolonial a lo largo del tiempo. La singularidad del Estado de Israel desde sus orígenes hasta la realidad actual hicieron imposible asemejarlo de manera mecánica con otras metrópolis o escenarios coloniales. En este sentido, el respaldo internacional mostrado al Estado sionista por parte de los países occidentales, unido a su condición de socio preferente de los Estados Unidos y su lento caminar hacia la coexistencia con los gobiernos árabes de la región, hizo posible consolidar un marco de no aislamiento y supervivencia con el que no contaron otros escenarios como Rodesia o la Sudáfrica del Apartheid. Por otro lado, a diferencia de lo acontecido en territorios como Vietnam o Guinea-Bissau, la resistencia palestina nunca logró desgastar lo suficiente al Estado israelí como para llevarlo a una situación insostenible y la mesa de negociaciones, tal y como lograron otros movimientos de liberación nacional en países como Argelia.
Todos estos factores, sin embargo, no bastan por sí mismos para explicar la caída del gran sueño palestino. Con el final de la década de los 70 la Guerra Fría entró en una nueva fase donde el protagonismo de los países del Tercer Mundo y los proyectos de descolonización fueron perdiendo progresivamente cada día más fuerza a escala global. La poderosa iniciativa que había mostrado la lucha armada anticolonial desde mediados de los 60 comenzó a mostrar síntomas de agotamiento y debilidad en un mundo que caminaba rápidamente hacia una transformación total. En este contexto cambiante algunos pueblos como Sudáfrica, Namibia o Zimbabwe consiguieron alcanzar una liberación tardía frente a otros escenarios como Palestina, Sahara Occidental, Puerto Rico o la Polinesia francesa, que quedaron descolgados de la última gran oleada de los procesos de descolonización.
A diferencia de lo acontecido en territorios como Vietnam o Guinea-Bissau, la resistencia palestina nunca logró desgastar lo suficiente al Estado israelí como para llevarlo a una situación insostenible
De este modo, la caída del socialismo y el fin de la Guerra Fría marcaron el punto y final en multitud de proyectos emancipatorios que habían atravesado el Tercer Mundo durante décadas guiados por un anhelo de liberación. El cambio de milenio con su anunciado “Fin de la Historia” selló la muerte definitiva de las grandes utopías del siglo XX donde no sólo estaba incluido el comunismo, sino también la gran corriente de liberación anticolonial. Los fundamentos del anticolonialismo enunciados por pensadores como Frantz Fanon o Amílcar Cabral fueron reducidos a marcos académicos occidentales de “pensamiento decolonial” inocuos y distanciados de la realidad de los pueblos del Sur. En este escenario, la historia de los movimientos de liberación nacional fue borrada de los imaginarios colectivos sumiendo a las sociedades contemporáneas de una amnesia histórica que perdura hasta la actualidad.
En este contexto, los grandes cambios globales acontecidos desde la década de los noventa han desplazado el conflicto contra el Estado de Israel hacia un marco fundamentalista-identitario donde las claves étnico-religiosas han conseguido primar por encima del enfoque revolucionario de la década de los 70. De esta forma, la notoria naturaleza anticolonial inherente a la resistencia palestina desde sus orígenes ha sido paulatinamente borrada hasta hacer desaparecer su prolongada trayectoria en el marco de los procesos de descolonización. Los planteamientos iniciales mediante los cuales fue concebida la lucha contra el Estado de Israel han quedado así ensombrecidos frente a otros análisis recientes que omiten el profundo vínculo histórico que conecta Palestina a escenarios de liberación tan diversos como Vietnam, Argelia, Guinea-Bissau o Zimbabwe. Las experiencias compartidas de estos pueblos continúan ofreciendo, sin embargo, lecciones inspiradoras acerca del camino hacia la liberación que movimientos de resistencia anticolonial como el palestino, pero también otros como el saharaui, todavía pueden reconocer como guía hacia el horizonte futuro en el siglo XXI.