Música electrónica
Un viaje por salas de baile perdidas

Esta crónica rodada por los “templos del bumping” de la costa guipuzcoana reflexiona sobre la influencia que tuvo sobre nosotros aquella cultura de música electrónica y danza llamada “bakalao”.
Discoteca abandonada bacalao
El Txitxarro fue una de las principales paradas de la ruta del bacalao en Euskal Herria. Eider Iturriaga

A mediados de la década de 1990, cuando la alargada sombra del Rock Radical Vasco lo envolvía casi todo, el fenómeno cultural que marcó una era en la historia de la música electrónica y de la vida nocturna en la costa valenciana llegó a Euskal Herria. Encontrando su hogar en antiguas discotecas, naves industriales y espacios alternativos, la Ruta del Bakalao –o Ruta Destroy– fue una subcultura en la que se escuchaba música techno, house y trance. De todo aquello hoy solo quedan restos, ruinas que, atravesadas por la nostalgia, parecerían castillos construidos en el aire. 

N-634: más que una carretera
El autobús nos lleva por la carretera de la costa guipuzkoana, la arteria principal de la Ruta del Bakalao en Euskal Herria a mediados de la década de los noventa. Desde la discoteca Venecia, situada entre Ondarroa y Mutriku, hasta el Txitxarro en Itziar. En este camino, también está la Jazzberri, en Arroabea (Zumaia). Pueden sumarse tantas otras salas que pasaron a la historia: la Young Play de Hernani, la Universal de Lakuntza, la NON de Lemoa, el Nyx de Gorliz, la Columbus de Bilbao…. Una larga lista que evidencia el éxito de ese fenómeno cultural en nuestra geografía. Hoy, sin embargo, no hay bailes, ni luces estroboscópicas, ni vistas a la transición entre el sol y la luna que ofrecían sus parkings. Así lo refleja el paseo organizado por la Bienal Mugak, que nos invita a recorrer los templos de aquella música y forma de vida bautizada –y estigmatizada– como Bakalao.

Al tratarse de una bienal de arquitectura, la propuesta de Mugak trata de pensar este fenómeno y sus geografías en relación con esta disciplina, prestando especial atención a las peculiaridades arquitectónicas de las salas de ocio y de baile. El artista David Bestué explica la relación entre sus formas con un optimismo epocal que se remonta a una suerte de positivismo anterior a la crisis económica y que se traduce en una exaltación futurista. Al fin y al cabo, el diseño de las salas tenía en cuenta las necesidades concretas del ocio, la música y la danza, sin descuidar las relaciones sociales que allí se producían. El arquitecto y artista Pol Esteve incluso la define como una arquitectura envolvente, construida en torno a cuerpos que bailan.

Lo más interesante, lo más peligroso, siempre ha ocurrido en zonas periféricas. Las salas de baile se instalaron mayoritariamente en los márgenes de la carretera de la costa

Por su parte, la arquitecta María Langarita destaca la importancia de las geografías producidas por esta cultura. Aunque su estudio se centra en la Ruta del Bakalao de Valencia, las reflexiones son extrapolables al caso vasco, especialmente en lo referido a que un ocio transgresor necesita de cierta distancia espacial. Lo más interesante, lo más peligroso, siempre ha ocurrido en zonas periféricas. En Euskal Herria, al igual que en Valencia, las salas de baile se instalaron mayoritariamente en los márgenes de la carretera de la costa. Lo que en un principio fue pensado como un señuelo para atraer a los turistas que se agolpaban en las playas, sirvió como refugio de quienes querían bailar, disfrutar y evadirse a escondidas.

La N-634 había dejado atrás sus tiempos gloriosos en beneficio de la moderna autopista A8 en su tramo Bilbao-Behobia; aquella “gran infraestructura” que debía unir a Euskal Herria con el futuro. Y mientras el futuro llegaba, a lo largo de la carretera N-634, se empezaron a desplegar las salas de fiestas que ofrecían otra forma de ocio y diversión. Pero ocupando una zona en conflicto también lograron subvertir el orden productivo de aquel territorio. 

El profesor de filosofía y esteta Fernando Castro apuntaba, en contraste con este argumento, que las discotecas también pueden ser espacios de control social. Se dice que los que no duermen porque salen de fiesta marchitan su fuerza de trabajo, y que por eso es necesario controlarles y disciplinarles. De esta forma, aquellos espacios también se habrían utilizado para establecer catalogaciones negativas. Fue un proceso de “zoologización”, en las palabras de Castro expresadas en la jugosa conferencia que impartió en Bilbao, donde las salas de baile se convirtieron en cajas opacas para degenerados; recipientes para mantener a la gentuza a raya.

Entrar en la madriguera del conejo

En Arroabea, entre Zestoa y Zumaia, el paseo por la ruta del Bakalao gipuzkoana abre una puerta que lleva años cerrada. La única luz que ilumina el interior es de hecho la que sale de las linternas de nuestros móviles. Nos reciben escombros, la sensación es la de habernos colado en la madriguera del topo. Lo que un día fueron intensos colores, hoy lucen apagados en las paredes y la basura se acumula por toneladas. Hace tiempo, aquí hubo una pista de baile llamada Jazzberri, donde cada fin de semana se reunían miles de jóvenes para exorcizar una semana de trabajo o simplemente del paro. Bailando, golpeando el suelo con fuerza, como si estuvieran dándoles patadas a su alienación laboral.

Discoteca abandonada 2
Lo que queda de la discoteca Venecia entre Ondarroa y Mutriku. Eider Iturriaga

En el libro Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll, la protagonista sigue al Conejo Blanco y cae en su madriguera. Este relato presenta el paso de Alicia hacia lo desconocido como un viaje iniciático o transformador. Un acto que simboliza el abandono de la realidad cotidiana para entrar en un reino imaginario. Alana Portero, en su texto Rave en el País de las Maravillas, explora el viaje de Alicia y lo compara con la cultura rave. Para la escritora madrileña, entrar a las salas de baile era como atravesar un portal. Se liberaban estando allí, bailaban fascinados y resurgían al amanecer, transformados en personas distintas.

La noche también puede entenderse como un concepto sujeto a consideraciones políticas. Esto es, no es sólo un terreno fértil para liberar pulsiones hedonistas. Por ejemplo, el público que asistía a las primeras discotecas, fechadas en el siglo XIX, estaba formado por miembros del movimiento obrero: anarquistas, comunistas, sindicalistas y un largo etcétera de sujetos subversivos. Las pistas de baile emergían como algo más que espacios para bailar. También lo eran de subversión y contracultura, de creatividad y liberación. La pista de baile era también un refugio para la perversión, ya que las discotecas –amparadas por el baile y la noche– ayudaron a reerotizar los cuerpos, enfrentándolos contra la disciplina capitalista.

La pista de baile es también refugio para la perversión; las discotecas, amparadas por el baile y la noche, ayudan a reerotizar los cuerpos contra la disciplina capitalista

De nuevo, el filósofo Fernando Castro explica con maestría la función liberadora de las salas de baile cuando afirma que son un instrumento de escape, espacios para dar paso a la agitación y excitación de quien se agolpa en ellas. Rodeados del zumbido de la música, cuando la oscuridad se rompe con golpes de luz, el trabajador se convierte en bailarín y se sumerge en un estado de éxtasis. Castro insiste en que las discotecas son un medicamento contra los males de la sociedad depresiva, faros que atraviesan la oscuridad y permiten escapar del control.

Comunismo de los medios

La música electrónica ha cargado con el sanbenito de ser una música despolitizada. En Euskal Herria, los representantes de las formas tradicionales de hacer música acusaban a la cultura derivada del techno de incitar al hedonismo y despolitizar a la juventud. Sin letras porque este género apenas contiene palabras cantadas resultaba difícil dotar de un contenido explícitamente político. Pero, como decían los situacionistas, la clave no es tanto hacer arte situacionista, sino insertar el situacionismo en la forma de hacer arte. Así lo entendió también el historiador del arte Nicolas Bourriaud al referirse a la cultura del DJ como el “comunismo de los medios”.

En el marxismo existe, según Bourriaud, una relación de intercambio de mercancías gracias a los instrumentos de producción creados por la civilización. El techno tomó estas herramientas y las utilizó para hacer música, se las extirpó al capital. En relación con esta idea, el periodista Aryel Kirou defendió en Techno rebelle que los verdaderos revolucionarios son quienes, frente al desprecio de todos, utilizaron las máquinas para superarlo y crear música. El techno apareció como una música horizontal que no sólo rompe con el binomio músico-oyente, sino que libera por completo la forma de producir música. Las cajas de ritmos permiten almacenar y transmitir sonidos. Son herramientas copy/paste.

Crónica Bacalao Euskal Herria - 7
Jazzberri, en el barrio Arroabea de Zumaia (Gipuzkoa). Eider Iturriaga

De esta forma, el techno va más allá del punk. Ya no es necesario siquiera tener un instrumento. Para crear música, sólo hace falta una base hecha previamente por otro. Basta con “samplear” fragmentos de otras canciones para crear nuevas. Según Bourriaud, se establece un continuum infinito. De manera más concreta, en las palabras del músico japonés Ken Ishii: “La historia de la música techno se asemeja a la de Internet. Ahora cualquiera puede componer músicas infinitamente. Músicas que se fragmentan cada vez más en géneros diferentes de acuerdo con la personalidad de cada uno. El mundo entero estará colmado de músicas diversas, personales, que a su vez inspirarán más y más. Estoy seguro de que en adelante surgirán sin cesar nuevas músicas”. 

Pero a la cultura de las salas de baile, techno, etcétera, le pasó lo que a cualquier otra expresión cultural: que le fue imposible escapar de la fagotización del capitalismo y de lo comercial. “La reerotización de los cuerpos se convirtió en otra forma de opresión”, afirma el investigador Pol Esteve. Pero no fue sólo eso. Las carreteras, aparcamientos y salas de fiestas se desbordaron y, debido a dicha masificación, el sueño hedonista se convirtió en una pesadilla. Se hacía necesario vender entradas y alcohol, la gente tenía que consumir. Así, las sesiones musicales empezaron a depender de intereses comerciales. La transgresión y la experimentación desaparecieron bajo el falso resplandor luminoso de los DJ estrella. La música se convirtió en algo insoportable, y finalmente quedó en un segundo plano.

Dicen que este no era nuestro estilo

El 10 de septiembre del año 2000 un artefacto explotó en la discoteca Txitxarro de Itziar (Gipuzkoa). En un comunicado hecho público doce días después, ETA reivindicó la acción. La organización armada justificó el atentado apelando a que el local era “un importante centro” en una red de narcotráfico que se extendía por el país. Colocaron el artefacto en el pilar central y destruyeron el interior del edificio. El perímetro, sin embargo, se mantuvo en pie.

La difusión de lo que se conoció como música bakalao siempre chocó con manifestaciones culturales y de ocio arraigadas en Euskal Herria. En los espacios alternativos, los gaztetxes o las radios libres, el rechazo a este estilo musical fue harto generalizado y no fue hasta que recorrió un largo camino lleno de obstáculos cuando pudo ser aceptado. El atentado contra el Txitxarro supuso un punto de inflexión que agrandó el cisma existente entre ambos mundos.

Uno de los organizadores de la Bienal enunciaba en una de las conferencias cuáles son los tres puntos de este conflicto: el supuesto españolismo de los clientes de las discotecas, la alienación de la juventud a causa del consumo y tráfico de drogas, así como la pertenencia de los asiduos a la “chusma poligonera”.

La difusión de lo que se conoció como música bakalao siempre chocó con manifestaciones culturales y de ocio arraigadas en Euskal Herria

El primer argumento contrasta con el relato de Iker Rodríguez Cordero, que en aquella época trabajaba como DJ en la sala Itzela (Oiartzun). Cuenta que la gente que se movía en el Txitxarro era de la zona, mayoritariamente vasca. Lo mismo ocurría en Jazzberri o Venecia. Él, como otros muchos jóvenes de la época, empezaron a seguir un estilo musical en boga y pasaron a engrosar las filas de aquella subcultura.

En cuanto al resto de motivos, es indiscutible que en los espacios de izquierda se consumían drogas. El alcohol estaba en el centro del otro modelo festivo, y su relación con la alienación no puede ser menospreciada. Pero determinar las causas y las verdaderas motivaciones de este conflicto exige profundizar en un debate que excede el objeto de estas páginas. 

Fin del viaje

“A los artistas solo les gustan las discotecas cuando están cerradas, vacías. Siempre llegan tarde”, afirmaba Fernando Castro. Así nos hemos sentido algunos de los que íbamos en aquel autobús viajando por las antiguas discotecas: sentimos que llegamos tarde. También que nuestro paseo solo contribuye a la museificación y exotización de un pasado que no hemos conocido y de una estética y una cultura que hemos rechazado. Para muchos, los jóvenes que llenaron aparcamientos y salas de baile eran “chusma”, totalmente ajenos a la música política y perdidos en un hedonismo puro. Los canis, los macarras, fueron estigmatizados y entendidos como basura apolítica. Así se construyó una mirada absolutamente deudora de un clasismo recalcitrante.

Lejos de la romantización y la idealización, esta cultura tenía mucho de hedonismo vacío. Casi siempre más cerca de la alienación que de la transgresión, fue una expresión cultural atravesada por las dinámicas del capitalismo casi desde el principio. Pero también debemos reconocer que desde diversos ámbitos de la contracultura y de la izquierda existió un desprecio por el fenómeno, en buena medida por incomprensión. Porque era extraño, porque se sentía lejano. En aquel momento, muchos no vimos ni entendimos la fuerza política de esa subcultura.

Ahora solo quedan las ruinas. Ruinas y nostalgia. Ahora debemos salir de aquellos viejos templos, abandonados a día de hoy, e imaginar nuevos medios de ocio y formas artísticas. Tal y como se comentaba en la charla celebrada este otoño en Sarean (Bilbo) entre Jon Urzelai, autor del libro Su Festak, y Nando Cruz, que firma Macrofestivales, la gestión del ocio es un primer paso en la gestión de la vida. 

ARGIA
Este reportaje es una traducción para Hordago a partir del original en Argia.
Así luce la discoteca Txitxarro en el barrio Itsaspe de Deba hoy en día.
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Los colores brillantes y las luces de neón han dejado paso a la decadencia y la basura.
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La gente que atravesaba en umbral de aquellos cubículos entraba a otra realidad.
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La Jazzberri de Zumaia era otra de las grandes mecas de la música electrónica en la primera década del siglo.
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La Jazzberri de Zumaia era otra de las grandes mecas de la música electrónica en la primera década del siglo.
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