Opinión
No existe una ideología de la maternidad intensiva

Hace aproximadamente un mes pudimos leer un artículo acerca de un estudio sobre maternidades, realizado por investigadoras de la Universitat de Pompeu Fabra de Barcelona. Un estudio realizado a seis madres y sus hijas, ya adolescentes o adultas. De esa pequeña muestra de mujeres de una misma generación, es decir, sin hacer la necesaria distinción entre la crianza temprana y la crianza en general, extraen las autoras confirmación a su tesis inicial: que las madres se encuentran dentro de una ideología de la maternidad intensiva que ejerce violencia sobre ellas.
La llamada “maternidad intensiva” fue definida así por Sharon Hays y defendida por Elisabeth Badinter, que ya desde los 80 ya hace una crítica a la maternidad. Estas autoras, entre otras, se han convertido en la base de los discursos antimaternalistas del feminismo hegemónico. Consideran que determinadas formas de crianza, como la “crianza respetuosa o con apego”, la defensa de la lactancia materna y algunas prácticas, como el colecho o el porteo, son parte una ideología conservadora que considera al bebé un dios al que la madre adora, despreciando la aportación de los padres (Hays, 1998).
Una ideología que buscaría devolver a las mujeres al hogar y que estaría apoyada, entre otras instituciones patriarcales, por organismos nacionales e internacionales de salud. Por este motivo, a las madres que crían desde esos modelos y prácticas de crianza no hegemónicas se las ha considerado, de una forma muy paternalista, abducidas por ese sistema patriarcal que les impone cómo ser una buena madre. Sin embargo, la crianza denominada con apego o respetuosa no es el modelo defendido desde nuestra cultura, ni desde el sistema sanitario, como demuestran los estudios de Etnopediatría (Meredith Small, María José Garrido) y la antropología de la crianza. De hecho, estos modelos de crianza son contrahegemónicos y dan lugar a individuos más libres y críticos con el sistema. Por este motivo, las madres que quieren coger excedencias por cuidado, lactar durante más tiempo, dormir con sus bebés, tenerlos en brazos, portear... sufren un sinfín de críticas y distintas formas de violencia (machista) por salirse de la norma. Por eso, a menudo necesitan aislarse (no hacer caso de sus pediatras, a veces ni de sus propias familias) y unirse a grupos de apoyo o de crianza que constituyen espacios seguros. Esto nos debería sonar a las feministas. Además, el sistema sanitario, a pesar de promocionar la lactancia materna, pone muchos impedimentos en la práctica. Las tasas de lactancia materna son un fracaso y una gran cantidad de madres que desean amamantar se encuentran con la falta de apoyo y múltiples interferencias. En los grupos de apoyo a la lactancia materna lo saben bien. Se nos olvida que seguimos inmersas en la cultura del biberón, acorde con nuestro sistema capitalista, que prioriza las multinacionales productoras de sucedáneos de leche, pues la lactancia materna se sitúa, como expone Ester Massó, en una práctica relacional no mercantil y sostenible.
Debido al mísero permiso de maternidad en nuestro país, si algunas madres pueden optar a estar más tiempo con sus criaturas es porque pueden coger excedencias sin remunerar, a pesar de la precariedad que produce
Por otro lado, se ha argumentado de forma errónea que las madres que permanecen voluntariamente más tiempo con sus criaturas no tienen nada mejor que hacer, tienen empleos precarios, poca formación, un bajo nivel económico... Este argumento es profundamente clasista y produce una infravaloración del maternaje, como si fuera un trabajo menor. Además, no tiene en cuenta el perfil de las madres que se encuentran en estos grupos de crianza: una gran mayoría pertenecen a una clase media, con estudios y buenos empleos. De hecho, debido al mísero permiso de maternidad en nuestro país, si algunas madres pueden optar a estar más tiempo con sus criaturas es porque pueden coger excedencias sin remunerar, a pesar de la precariedad que produce. En nuestro país la crianza no se valora ni se protege.
Nos encontramos entonces con el discurso de la “mala madre”, que podría haber sido interesante para criticar las imposiciones culturales que se ejercían sobre aquellas “esposas-madres” para ser madres perfectas, de esas que se levantaban a las seis de la mañana para hacer galletas recién horneadas para toda la clase y que planchaban incluso las bragas de sus hijas. Siento decir que, todo eso que probablemente viviera Betty Friedan y tantas otras de su época y de su clase social, no se corresponde con la realidad de la mayoría de madres de otras clases sociales, ni con la mayoría de madres occidentales contemporáneas, mucho menos de madres pluriempleadas. Ahora no tenemos tiempo para estar con nuestras criaturas, como para andar planchando bragas. Así que, más allá de ese imaginario social de madre perfecta que ya solo existe en las mentes de algunas teóricas, deberíamos dejar de hablar de “buenas” y “malas” madres, ni siquiera como crítica, ya que lo único malo es este sistema patriarcal y capitalista al que regalamos casi la totalidad de nuestra vida (y algunas personas se escandalizan porque dedicamos un año a nuestro bebé).
Dedicarle un tiempo a tu criatura es percibido como una ideología neoliberal y, sin embargo, ser explotada en un mercado laboral capitalista, no
El titular del artículo refleja con sorpresa que esta “ideología de la maternidad intensiva” también afecta a las feministas. Es verdad, cada vez más madres feministas eligen quedarse más tiempo con sus bebés y un modelo de crianza alternativo, porque “poner la vida en el centro” es una proclama feminista. El problema es que este modelo de crianza rompe con el modelo clásico de liberación de la mujer, basado en el empleo, de un feminismo histórico de la igualdad que se instauró en las instituciones. Como comentaba en otro artículo en Pikara: dedicarle un tiempo a tu criatura es percibido como una ideología neoliberal y, sin embargo, ser explotada en un mercado laboral capitalista, no. Por lo tanto, el modelo que pretende acabar con la lógica intensiva sería la renuncia a la crianza o, al menos, a parte de ella, para poder desarrollarnos con plenitud en un mercado laboral que esclaviza.
Es importante saber que las madres feministas no son abducidas por un ente patriarcal, sino que la maternidad las atraviesa y desde ahí producen su discurso. Una experiencia encarnada generadora de conocimiento situado que, en lugar de producir sospecha, podrían convertirse en sujetos epistémicos privilegiados, siguiendo las voces de Rich, Irigay, Braidotti, Haraway, Harding y otras autoras. Sin embargo, nadie dijo que iba a ser fácil esta vuelta al cuerpo después de una desconexión que arrastramos desde nuestros propios nacimientos (intensificada por una sociedad individualista y materialista). Para la mayoría, la maternidad consciente produce un choque frontal con nuestra mente lógica y encorsetada, con aquello que algunas de estas autoras llamaban la masculinidad abstracta o incorpórea. Con esto quiero decir que a muchas madres les cuesta reconocer o incluso aceptar esas sensaciones que están teniendo, ese deseo materno, como exponía Casilda Rodrigáñez. Porque nos encontramos con toda una educación patriarcal de desconexión y con un modelo de feminismo (hegemónico) que nos transmitió que nuestra criatura no era parte de nosotras, sino un hándicap para la liberación.
Aunque consigamos esta conexión, seguiremos sufriendo un sinfín de violencias por ser madres: violencia obstétrica, nos separarán al nacer, pondrán impedimentos en la lactancia materna, nos dirán que no nos apeguemos demasiado, que nos desconectemos del bebé para ser libres, nos dirán que maternar no es un trabajo, que estamos perdiendo el tiempo, la vida y las oportunidades laborales… y tendremos que vivir con esa culpa por no cumplir con los patrones neoliberales que son la medida del estatus social. Nos harán pensar que el problema somos nosotras, nuestras maternidades “intensivas”, nuestro capricho, nuestra falta de mentalidad crítica, la poca fuerza de voluntad. Jamás se cuestionará un sistema podrido que hace una apología simplista de la maternidad para aumentar la tasa de natalidad y después mata a la madre y la experiencia maternal. Solo esperamos que las colegas feministas no sean cómplices de este exterminio.
Respecto a esta investigación, comparto su conclusión: la violencia simbólica es ejercida por el sistema patriarcal, al no dotar de recursos suficientes y de prestigio social la crianza. Sin embargo, basarse en la existencia de una “maternidad intensiva” pone el foco en las madres y no en el sistema. Tras leer el informe, me sorprende que se haga una interpretación del discurso de las madres entrevistadas que nada tiene que ver con lo que han dicho.
Priorizar los cuidados no es “ideología de maternidad intensiva”, pues debería ser el objetivo de toda la sociedad, por el bien de la infancia, que nunca se nombra aun siendo la parte principal de esta ecuación
Las madres entrevistadas exponen que han sentido el ejercicio de su maternidad como una libre elección, convirtiéndose sus hijas en su prioridad. Sin embargo, las investigadoras sugieren que esta libre elección es, en realidad, producto de una ideología maternal que ejerce violencia simbólica sobre ellas, dejando de “ser mujeres” para “ser solo madres”. Están generando una infravaloración de la madre, al tratarla como una persona que no conoce bien sus prioridades, revictimizándola. El concepto “solo madre” produce una degradación del ya escaso estatus social que ofrece la maternidad, y se olvidan de que una madre no deja de ser mujer aunque materne. Priorizar los cuidados no es “ideología de maternidad intensiva”, pues debería ser el objetivo de toda la sociedad, por el bien de la infancia, que nunca se nombra aun siendo la parte principal de esta ecuación.
Así mismo, se interpreta como un factor negativo la demanda de estas madres de criar ellas mismas a sus hijos e hijas y el hecho de sentirse indispensables. El deseo materno es visto como una imposición externa y no como una necesidad que nace de la madre y que favorece el vínculo con el bebé. Para colmo, en la investigación se hace responsables a las madres de la falta de implicación y corresponsabilidad paterna, culpabilizándolas del machismo en los cuidados (del que son las principales víctimas). Debemos ser precavidas con estos discursos, pues actualmente estamos asistiendo a la usurpación, explotación y pérdida de derechos que sufren las madres cuando se las considera prescindibles y perfectamente sustituibles.
En esta sociedad capitalista y patriarcal, lo que produce valor social es tener un buen empleo, no la maternidad ni la crianza, por eso se persigue constantemente la externalización de las criaturas para seguir produciendo
Seguimos con el informe y nos encontramos con la premisa negativa: “se las valora socialmente (a las madres) por sus capacidades de cuidado, empatía y su habilidad para gestionar conflictos” y en estos valores “se refugian”. En primer lugar, estos valores no son negativos, de hecho, no se juzgarían si los aplicásemos al terreno laboral en lugar de a la crianza. En segundo lugar, en esta sociedad capitalista y patriarcal, lo que produce valor social es tener un buen empleo, no la maternidad ni la crianza, por eso se persigue constantemente la externalización de las criaturas para seguir produciendo. La madre que materna no gana valor social, materna a pesar de ver reducido su valor social. Y para garantizar su acceso al espacio público es más fácil refugiarse en un empleo (incluso precario) que en la maternidad.
En otro epígrafe, las autoras consideran que las exigencias de la maternidad intensiva generan culpa, pero que las madres que han tenido tribu han podido cumplir con ese ideal intensivo sin sentir culpa. No analizan la importancia que tiene la tribu en la crianza, ni la situación de soledad y abandono de las madres. No analizan la culpa como un mecanismo patriarcal (contra todas las mujeres) al hacer a las madres responsables de la imposibilidad de maternar. Las investigadoras prefieren hacer de la tribu una especie de metadona del maternaje; por lo tanto, las mujeres sin tribu estarían irremediablemente enganchadas a la ideología intensiva y sentirían culpa al no poder conseguirla, debido a su alto coste en esta sociedad.
Es evidente que no existe ninguna “llamada natural”, sino un deseo personal y cultural de cada mujer de ser o no madre según sus circunstancias y prioridades
Y, ¿qué sucede con las hijas entrevistadas? Parecen conocer bien la experiencia de la maternidad. Las adolescentes son conscientes del vínculo con el bebé y del tiempo que esto requiere. Tener este conocimiento les permitirá una elección no idealizada para ser o no madres en un futuro. Sin embargo, las investigadoras no lo perciben así. Consideran que las dificultades que encuentran las adolescentes se deben a que están llamadas a ser “madres intensivas”. Cuando estas jóvenes hablan de la falta de libertad al ser madre, seguramente están viendo la ausencia de derechos y recursos, de valoración social, de tribu... que han tenido sus propias madres. Son conscientes de que la maternidad las relegará socialmente a un lugar inferior. A pesar de ello, y menos mal, también perciben la maternidad como algo gratificante, hecho que a las investigadoras no les parece adecuado, quizás porque consideren que la relación madre-placer es patriarcal (cuando debería ser feminista). En una sociedad donde la maternidad se retrasa cada día más, no podemos seguir hablando de la existencia de una ideología esencialista que promueve el instinto materno, porque es evidente que no existe ninguna “llamada natural”, sino un deseo personal y cultural de cada mujer de ser o no madre según sus circunstancias y prioridades. Hoy, la gran mayoría de mujeres en nuestro país escogen el momento en que quieren ser madres, incluso aunque ese momento no cuadre con nuestros esquemas hegemónicos.
Las investigadoras afirman en sus conclusiones que las madres entrevistadas no tenían una actitud crítica. Esto sucede cuando interpretamos la capacidad crítica de las madres en base a nuestra propia ideología sobre qué debería ser y no ser el feminismo. Por ejemplo, estos extractos de las entrevistas que aparecen en el informe son críticos y piden, entre otras cosas, más tiempo para maternar, como actualmente demanda la asociación PETRA Maternidades Feministas:
“Pero sí sería importante pasar más rato con el bebé. No más rato, más tiempo de baja antes que ir a trabajar, porque claro 3-4 meses son muy pequeños”
“Sentimiento de culpa por las horas que pasas en el trabajo y que estás perdiendo parte de su crecimiento y de poder estar con ellas…”
"Me siento culpable de haber tenido que trabajar tanto y no haber podido estar con mis hijas todo el tiempo que hubiera querido”.
“He tenido que dejar trabajos porque no podía recoger a la niña”.
Estas, entre otras citas de las informantes, además de ser tremendamente políticas, muestran cómo la culpa surge cuando el sistema no da respuesta y hace a las madres responsables de decisiones que se han visto obligadas a tomar sin desearlo: separarse de sus criaturas demasiado pronto o no poder pasar tiempo con ellas.
La conclusión al leer este informe es que se han usado teorías preestablecidas para interpretar el discurso de las madres y poder corroborar la hipótesis inicial. Además, se ejerce un enorme paternalismo, al imponer interpretaciones sobre aquello que las madres expresan. Desconozco el lugar de enunciación de las autoras, pero a menudo he podido comprobar cómo se hacen análisis de discursos de madres por personas que no se han acercado de forma exhaustiva a la experiencia de la maternidad (no necesariamente siendo madres, aunque experimentar de forma consciente la maternidad ayuda a entenderla).
Por lo tanto, podemos criticar que las maternidades hayan sido fagocitadas o secuestradas, pero no que la experiencia de la maternidad sea una gran mentira patriarcal que se deba eliminar
A pesar de esta crítica, también quiero defender a las investigadoras (no esta investigación) que seguramente estarán sobreviviendo en un mundo académico depredador. Hay que reconocer que no están inventando un discurso, pues realmente tienen toda una base teórica detrás que las respalda. La mayoría de estudios de género sobre maternidades que han tenido relevancia dentro de la academia han defendido estas posturas antimaternalistas. Pueden basarse en Beauvoir, Badinter, Hays, Wolf, etc. así como en tantas otras españolas que han citado y recitado a estas autoras sin cuestionamiento alguno. Sin embargo, no llego a comprender cómo las investigadoras hacen una contraposición entre Adrianne Rich y Victoria Sau, cuando sus discursos no son opuestos sino complementarios. Sau es necesaria para entender el exterminio del orden simbólico de la madre (como bien definía Luisa Muraro), dando lugar a lo que Rich llamó la “institución de la maternidad”, donde la madre no existe (de ahí el vacío) y es sustituida por maternidades “en función del padre” o patriarcales. Por lo tanto, podemos criticar que las maternidades hayan sido fagocitadas o secuestradas, pero no que la experiencia de la maternidad sea una gran mentira patriarcal que se deba eliminar. Porque, como decía Germaine Greer: “Rechazar que nos definan, nos discriminen y nos releguen en función de nuestra biología femenina no se debe confundir con pedir que nos priven de ella. La liberación de las mujeres no es posible a través de su destrucción”. El problema es que cuando algunas investigaciones se basan solo en el discurso institucional y dejan fuera el experiencial, se van a topar con un terreno vacío, donde la madre no se encuentra. Por lo tanto, para estudiar las maternidades hay que sumergirse en lo más profundo de la experiencia maternal, no quedarse en la superficie, no juzgar y, por supuesto, dejar a un lado toda idea preconcebida para no ser cómplices de una sociedad patriarcal que, como siempre, estará definida por el poder del padre y la eliminación de la madre.
Así que no, la mal llamada “maternidad intensiva” no es una ideología y, si lo fuese, sería una ideología feminista.
Maternidad
La ideología de “maternidad intensiva” atraviesa a las madres, también a las feministas
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