Un infarto también puede ser racista

Difícil es establecer una relación causal entre la persecución policial que Mame Mbaye sufrió minutos antes de morir y el fallo cardíaco que acabó con su vida, pero sí existen una serie de certezas sobre la salud, la enfermedad y la muerte de las personas migrantes en países ricos.

Mame Mbaye protestas cónsul 1
David F. Sabadell Protestas en la plaza Nelson Mandela en la mañana del 16 de marzo por la muerte de Mame Mbaye.
19 mar 2018 10:02

La muerte en Lavapiés del trabajador mantero Mame Mbaye Ndiaye cuando huía de la policía ha estado acompañada por comentarios que niegan cualquier responsabilidad social o institucional en los hechos con el argumento de que la víctima falleció de un infarto.

Puede ser difícil —quizá imposible— establecer una relación causal entre la persecución que el fallecido sufrió minutos antes de morir y el fallo cardíaco que acabó con su vida. Sin embargo, la dificultad forense para vincular ambos sucesos no logra ocultar ciertas certezas sobre la salud, la enfermedad y la muerte de las personas migrantes en países ricos. ¿Puede un infarto ser racista? 

Migrantes con buena salud… al principio

Algo interesante, y quizá poco visibilizado, sobre la salud de las personas migrantes es que cuando llegan a su destino, suelen mostrar mejor estado físico y menores tasas de mortalidad que la población local de los países de acogida. Se ha observado así, por ejemplo, entre migrantes de Italia en Suiza, migrantes marroquíes en Francia o migrantes de diversos orígenes en Bruselas.

La paradoja de las migrantes que mueren poco

Algunas investigaciones sobre este fenómeno han terminado por acuñar lo que se denomina la "paradoja de la mortalidad en migrantes de edad adulta", según la cual muchas personas que huyen de condiciones socioeconómicas extremadamente adversas muestran menores tasas de enfermedad y mortalidad que personas de clase social equivalente en los países de destino.

Migrantes fuertes

Una de las posibles explicaciones es el denominado "efecto de la persona migrante sana": según esta hipótesis, existe un filtro en los países de origen que favorece la prevalencia de las personas más sanas y fuertes de cada círculo social —familia, aldea, barrio...— para asumir la dura tarea de recorrer miles de kilómetros de incertidumbre por el bien común. Esto parece cumplirse en épocas y lugares dispares, vale igual para migrantes de Grecia a Australia que para flujos de América Latina hacia EE UU.

Vivir aquí, morir allá

Sin contar las lesiones concretas, a menudo mortales, de episodios extremos de la ruta en ciertas migraciones (vallas, trenes, desiertos, mares, bodegas...), en efecto, y contra ciertos tópicos xenófobos, las personas migrantes suelen llegar con un estado de salud mejor que el de la población local. Artillería para otros debates, por cierto, como el de la dudosa competencia por los recursos sanitarios locales que, dicho sea de paso, no puede desligarse del denominado “sesgo salmón”: igual que los salmones remontan los ríos para morir en el manantial donde nacieron, muchos migrantes vuelven a sus lugares de origen cuando su salud empeora o su edad avanza, liberando recursos sanitarios en países ricos y sobrecargando los costes para la comunidad a la que retornan. Algunos estudios aquí o aquí—.

Y de pronto, todo empeora

Según esto, todo debería marchar bien en el sistema cardiovascular de un trabajador mantero senegalés en Madrid, ¿no? Debería, sí, pero la mala noticia es que el buen estado de salud de muchas personas recién migradas, aún siendo mejor que el local, suele empeorar cuando llegan a una sociedad enriquecida.

La comunidad científica también ha bautizado este drástico proceso: migración-como-rápida-transición-de-salud. Se trata de una corriente de investigación en busca de los múltiples factores que desencadenan el deterioro de ciertos indicadores de salud en personas habitualmente jóvenes y sanas como las migrantes. ¿Los sospechosos habituales? Algunos estudios apuntan al abandono de dietas tradicionales y ancestrales, desplazadas por la comida industrial local, como el camino más corto hacia la hipertensión o la diabetes.

De la burocracia a la tienda del barrio

La adopción de otros hábitos poco saludables de los países occidentalizados, como el sedentarismo o la reducción de actividad física, tampoco ayudan —ejemplo—. Y la ecuación termina de envenenarse con fenómenos como las diferencias culturales sobre la percepción de la enfermedad y la salud, las barreras burocráticas y psicosociales para acceder al sistema de salud —miedo a la detención/deportación—, la pobreza, el hacinamiento e incluso fenómenos urbanos, como la proliferación de tiendas de conveniencia con comida industrial de bajo coste por caloría en barrios más deprimidos.

El corazón afrodescendiente

En este panorama, las personas de origen subsahariano o racializadas como afrodescendientes se llevan la peor parte. Hace una década, una investigación de la Universidad Complutense analizó la mortalidad por diferentes causas entre personas de diversos orígenes que habían migrado a Madrid. Sus datos mostraron que, comparadas con las de otros orígenes, las personas llegadas del África subsahariana tenían la mayor tasa de mortalidad por todas las causas y también, en concreto, por enfermedades cardiovasculares. Si migrantes de Sudámerica mostraban tasas de mortalidad por eventos cardiovasculares de 38 fallecimientos por cada 100.000 habitantes, las personas originarias del África subsahariana padecieron 144 muertes por cada 100.000 habitantes en el mismo periodo.

Otro estudio, esta vez en Reino Unido, encontró algo similar: por ejemplo, a comienzos de los 2000, comparada con las tasas de la población británica —que no son muy buenas—, la mortalidad por infarto fue un 200% mayor entre varones migrantes de África occidental y un 100% mayor entre hombres procedentes del Caribe. Otra investigación, esta vez en Países Bajos, halló problemas análogos entre mujeres antillanas, con mucho mayor riesgo de sufrir un infarto que las mujeres neendarlesas.

Migración hacia la hipertensión

La hipertensión aparece persistentemente asociada con riesgos mayores de sufrir un infarto. Paradójicamente, pese a que muchas mediciones muestran buenos resultados para la tensión sanguínea de comunidades en África, la llegada a un país rico parece disparar la hipertensión: si en África occidental se encontraron tasas de hipertensión del 16 por ciento, la población afrodescendiente en EE UU llega a duplicar esa proporción hasta el 33 por ciento.

En su día, un equipo de la Universidad de Florencia midió durante varios meses la tensión de un grupo de 25 jóvenes somalíes recién llegados a Italia, sanos y con una tensión normal. Al cabo de seis meses, ocho de ellos ya eran hipertensos. Nuevamente, las causas que disparan la tensión de personas africanas migradas a países occidentalizados siguen sin estar claras, pero el exceso de sal en la dieta ha sido señalado a menudo como una amenaza especialmente nociva para este perfil genético.

Estrés extremo

La relación del estrés psicológico con las enfermedades cardiovasculares ha sido amplísimamente estudiada y de estrés van sobradas las personas migrantes.

Una primera dificultad para la salud de muchas personas migrantes es, precisamente, la dificultad para identificar el concepto de estrés y hacerlo propio. Un hermoso estudio antropológico suizo analizó las trayectorias de personas migrantes que se definían como sanas o eran percibidas como tales en su comunidad. El resultado mostró que muchas habían logrado adoptar un concepto clínico nuevo para ellas, el estrés, lo que mejoró su habilidad y predisposición para tratarlo. Antes, su capacidad de aguante o la resignación ante la dificultad como una fatalidad mermaban la probabilidad de que estas personas identificaran el estrés diario que padecían. Este es un ejemplo significativo de cómo ciertas brechas culturales tienden barreras sanitarias con el potencial de agravar la salud cardiovascular de las personas migrantes racializadas.

No obstante, cuando una persona migrante logra identificar y autodiagnosticar su estrés, el discurso se vuelve desolador. Otro impactante estudio cualitativo en Alemania acompañó y entrevistó a 35 personas migrantes indocumentadas: los relatos son una demoledora acumulación de estresores. La pobreza extrema, la inseguridad laboral, las experiencias personales de criminalización, el miedo continuado a la deportación, el terror a la pérdida familiar o la tendencia a posponer la búsqueda de atención sanitaria surgen una y otra vez como amenazas claras para la salud cardiovascular de este colectivo.

Por estas y otras razones, la Sociedad Europea de Hipertensión designó un grupo de trabajo con más de 20 especialistas para establecer un consenso con recomendaciones para la hipertensión y la salud cardiovascular en asentamientos de bajos recursos. Sus conclusiones alertaban contra la escasez de programas específicos para atender las particularidades del riesgo cardiovascular de la población desplazada. En otros casos, cuando existía algún proyecto, cometía el error de depender del autodiagnóstico de las personas migrantes, un grave distorsionador, como hemos visto antes.

La incapacidad o el desinterés de las autoridades sanitarias locales a la hora de atender la diversidad centraban otra de las alertas de este panel experto, algo difícilmente sostenible cuando se sabe que la adaptación cultural de estrategias sanitarias de prevención o tratamiento ha mostrado su eficacia y viabilidad (estudio, estudio o estudio). En resumen, sí hay acciones y omisiones políticas que dejan sin atención adecuada el alto riesgo cardiovascular de personas migrantes racializadas, con especial peligro para las de origen subsahariano y afrodescendientes.

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