Magreb
La Túnez marginada se rebela contra los recortes
Durante los últimos dos días, las manifestaciones contra el aumento de los impuestos en Túnez han desembocado en violentos enfrentamientos con la policía en una veintena de ciudades en regiones marginadas. El balance es de un manifestante muerto, decenas de heridos y al menos 200 personas arrestadas.

Los vientos de revuelta vuelven a soplar con fuerza en Túnez, el país que hace exactamente siete años desencadenó la llamada "Primavera Árabe" al desembarazarse del régimen del dictador Ben Alí. Durante los últimos dos días, las manifestaciones contra el aumento de los impuestos recogido en la Ley de los Presupuestos por 2018 han desembocado en violentos enfrentamientos con la policía en al menos una veintena de ciudades, todas ellas pertenecientes a regiones o barrios marginados. Las movilizaciones han puesto contra las cuerdas al Gobierno, que ha desplegado el Ejército en los puntos más calientes. De momento, el balance es de un manifestante muerto, decenas de heridos y al menos 200 personas arrestadas, según el Ministerio del Interior.
Esta no es la primera ola de protestas sociales que sacude los cimientos del país magrebí desde la Revolución de 2011. A pesar de haber superado con éxito las principales fases de su transición democrática –se aprobó una Constitución por consenso y se han celebrado varias elecciones libres–, algunos de los problemas más graves que afectaban al país durante la era Ben Alí permanecen vigentes. En estos años, ninguno de los gobiernos electos ha sido capaz de reducir las escandalosas desigualdades entre las regiones más ricas y las más pobres del país, de combatir la lacra de la corrupción o de ofrecer perspectivas de futuro a una juventud alienada.
Precisamente, el paro juvenil, que en las zonas marginadas se eleva hasta el 40%, es el problema de fondo que estimula las actuales movilizaciones. Su desencadenante ha sido la aprobación de un presupuesto marcado por la austeridad que provocará un encarecimiento de diversos productos y servicios, como las llamadas telefónicas, la gasolina o el chocolate. La inflación ha ido escalando progresivamente los últimos años, y ahora ya se sitúa por encima del 6%, mientras los salarios siguen estancados.
"La Ley de los Presupuestos condensa los principales problemas del país: el encarecimiento de los precios, la falta de trabajo, el deterioro de los servicios públicos ... Por eso nuestra demanda central es su retirada", explica en Wael Nauar, uno de los seis fundadores del movimiento Fesh Nastanneu? ("¿A qué esperamos?", en dialecto tunecino), que ha organizado las manifestaciones de los últimos días.
Si bien el epicentro de la revuelta es en el corazón del país, cientos de personas, la mayoría jóvenes, se concentraron el lunes al mediodía en la céntrica avenida Bourguiba, uno de los escenarios principales de la Revolución. "¡El pueblo quiere la caída del presupuesto!", fue el lema más popular entre los asistentes, una ligera variación del que electrificó las masas árabes hace siete años. En el discurso ante la multitud que ofreció Nauar, un chico bajo y delgado que luce una barba descuidada y un viejo gorro de lana, también ocupó un lugar importante la denuncia de la represión policial.
Los gritos de "¡Ministerio del Interior, ministerio terrorista!" resonaron con fuerza en el momento en que tomó la palabra Zeinab bin Ahmed, una activista de Tebourba, la localidad donde falleció la única víctima de la crisis actual. La chica desmintió la versión difundida por las autoridades tunecinas, que asegura que la muerte de Khomsi al-Yerfeni, un desempleado de 43 años, fue provocada por una enfermedad respiratoria crónica. "La manifestación era pacífica desde las tres de la tarde. De repente la policía nos empezó a lanzar gases lacrimógenos, y nos rodearon. Al intentar dispersarnos con los coches, arrollaron en Khomsi ante nuestros ojos", explicó a El Salto una vez acabada la manifestación.
La reacción del Gobierno
El Gobierno tunecino reaccionó como suele hacer en estos casos: pidiendo paciencia a la población y deslegitimando los manifestantes. Mientras el primer ministro, Youssef Chahed, afirmó que 2018 sería "el último año difícil para los tunecinos", el portavoz de Interior calificó de "vandalismo" las protestas, recordando que se dañaron edificios públicos y se asaltaron algunos comercios. "Nosotros, en el Gobierno, decimos a los que rompen cosas y a los que les incitan que la única solución es la aplicación de la ley. Estamos dispuestos a escuchar pero todo el mundo que quiera manifestarse debe hacerlo pacíficamente ", advirtió Chahed en declaraciones a una emisora de radio local.
Sin embargo, desde Fesh Nastanneu? se desvincularon de las acciones violentas, incluido el lanzamiento la madrugada del martes de cócteles molotov contra una escuela de la minoría judía asentada en la isla de Yerba. “El Gobierno ha utilizado la represión y provocado los disturbios para criminalizar el movimiento, como ya hacía Ben Alí. Nosotros somos inocentes de las robos y asaltos ocurridos estos días. Nuestras movilizaciones siempre han sido pacíficas”, afirma Nauar, que trabaja como funcionario del Ministerio de Educación. Según este activista, desde la creación de Fesh Nastanneu? el pasado 3 de enero, 50 de sus miembros han sido arrestados por la Policía por el solo hecho de haber publicado manifiestos y realizado grafitis.
Túnez atraviesa una delicada situación económica desde la Revolución a causa de la caída del turismo y la inversión extranjera. Los Ejecutivos de diverso color político que se han ido sucediendo confiaron en un aumento del gasto público para relanzar la economía. No obstante, la tasa de crecimiento del PIB se mantiene alrededor del 2%, un registro insuficiente para proporcionar trabajo a los miles de jóvenes desempleados. Con la deuda pública rozando el umbral del 70%, el Gobierno ha apostado por una contención del gasto, un aumento impositivo y la firma de un crédito con el FMI para sanear las cuentas públicas.
Con la oposición dividida y fragmentada, tan solo el histórico sindicato de la UGTT puede hacer de contrapeso a la “gran coalición” de Gobierno, formada por conservadores laicos e islamistas. Para conseguir sus objetivos, Fesh Nastanneu? deberá expandir su base de apoyo más allá de los jóvenes marginados y arrastrar a trabajadores y clases medias, malhumoradas pero apáticas. Si no, esta ola de protestas pasará a la historia como otra expresión cícicla del malestar crónico de los olvidados en Túnez, para el que nadie ha encontrado aún remedio.
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