Literatura
La libertad avanza prohibiendo

Una fundación cercana al partido de Javier Milei denuncia una iniciativa que había llevado cien títulos de autores argentinos a escuelas secundarias, bibliotecas y centros de adultos en la provincia de Buenos Aires.
1 dic 2024 06:00

Empecemos con un ejercicio de imaginación, no muy complejo. Es domingo por la tarde, la vicepresidenta de Argentina, Victoria Villarruel, está en su casa de campo, en algún pueblo de la provincia de Buenos Aires. Puede ser Chacabuco, Chivilcoy, o uno parecido. En la parrilla aún quedan brasas prendidas. El olor del lomo, corte de exportación por excelencia, empieza a disiparse en el cielo claro y extenso de la llanura bonaerense. Victoria, me tomo el atrevimiento del tuteo ya que estamos en el terreno de la ficción y, además, es domingo, día de descanso de sus funciones protocolares, aprovecha el silencio y la modorra de la panza llena para cerrar los ojos.

Recostada sobre una reposera de madera, se dispone a dormir la siesta, esa costumbre tan nuestra que nos alarga la vida y nos alegra el día. Pero no puede; dormirse, digo. Aburrida, abre su bolso y saca un libro. Antes de empezar a leer tiene la precaución de guardar el celular bajo cierre, para no tentarse leyendo en la red social X los piropos venenosos que escriben avatares cobardes de La Libertad Avanza u otros compañeros no tan anónimos de su espacio político. Luego, se pone anteojos negros para que no la moleste la verticalidad del sol, y elige una página al azar. Lee: “El Estado es el pedófilo en el jardín de infantes con los nenes encadenados y bañados en vaselina”.

La vicepresidenta Villarruel, Victoria, Vicky, tira el libro al suelo como si hubiera tocado una babosa sin caparazón. Y piensa “este libro exalta la pedofilia”, “sexualiza a los niños”, voy a convocar al Senado de la Nación para que lo prohíba. Sin embargo, se guarda el goce de la censura para otro momento. La frase no pertenece a ninguno de los libros editados por la colección Identidades Bonaerenses, distribuidos por bibliotecas escolares de la provincia de Buenos Aires, que —ya no en el terreno de la imaginación, sino en la rupestre realidad— escandalizaron a la propia Victoria. La frase que espantó a la vicepresidenta en la imaginación salió de la boca de su compañero de fórmula, Javier Milei, el presidente de Argentina. Y claro, lo que la espantó en la imaginación fue silencio en el aquí y ahora de la realpolitik.

Unos meses después, la vicepresidenta pudo sacarse las ganas de macartear libros y alentar denuncias penales y cazas de brujas contra autoras argentinas. Como quien dice, “los gustos hay que dárselos en vida”. Y mejor si se está en situación privilegiada de poder.

Los hechos: la Dirección General de Cultura y Educación de la provincia de Buenos Aires lanzó, en septiembre de 2023, el programa Identidades Bonaerenses, una colección de libros con más de cien títulos de ficción y no ficción de prestigiosas escritoras y escritores argentinos. La propuesta, digitada por Alberto Sileoni, responsable de la cartera de educación, entregó textos en 2.350 escuelas secundarias, 443 técnicas, 195 institutos de formación docente y técnica, 600 bibliotecas municipales y populares, 135 centros de investigación e información educativa, 517 escuelas y centros secundarios de adultos y 99 instituciones en contexto de encierro. Es decir, los libros se repartieron en escuelas y bibliotecas, a los alumnos les llegaron mediados por adultos.

Sin duda, una propuesta ambiciosa que, como dice en el catálogo, “intensifica la importancia de leer en un mundo que, a veces, parece amurallado de indiferencia ante las otras y los otros, e inmerso en una vorágine de desconcierto. En este sentido, promover la lectura es un acto político, un modo de rebeldía, una alabanza a la lentitud, un puente para integrarnos a esas otras y esos otros que nos completan”. En otras palabras, una política pública para hacer una pausa y pensar juntos en las aulas, con el acompañamiento de docentes formados y responsables del vínculo pedagógico con niñas, niños y adolescentes.

De los cien libros que se repartieron en las escuelas, cuatro llevan palabras molestas como “pija” o escenas de sexo explícito o lenguaje soez, que sectores conservadores quieren dejar del otro lado del muro, como si lo que sucede en las aulas, en el patio y en los pasillos pudiera filtrarse del mundo social que constituye a las escuelas. La indignación fue tal que desde la Fundación Natalio Morelli, cercana al gobierno de la Libertad Avanza, llevaron a cabo una denuncia a Sileoni por “corrupción de menores” y “abuso de autoridad”. Y en el centro de la denuncia, en el papel de victimarios, aparecen cuatro títulos consagrados en las letras latinoamericanas, como Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara, Si no fuera tan niña. Memorias de la violencia, de Sol Fantín, Cometierra, de Dolores Reyes, y el maravilloso Las primas de Aurora Venturini, puestos en cuestión porque trabajan sobre temas “delicados”, como el aborto, el abuso sexual a menores y la crítica a instituciones religiosas.

La denuncia, como bien explicaron las pedagogas Graciela Morgade y Rocío Rovner, está construida sobre una suma de falacias que no soportan un soplido, siempre y cuando estuviésemos en una época donde pensar, argumentar y consensuar fuesen un viento fresco.

El escrito, lanzado por abogados de la Fundación Morelli a la lógica del barullo mediático más que para alcanzar una verdad judicial, presupone que los docentes aplican automáticamente los contenidos dispuestos por los diseños curriculares, sin lugar para la libertad y la selección respecto a la incorporación de la enseñanza. También incluye el supuesto de que las familias no saben qué leen sus hijos o que la lectura, como si fuesen una relación causal, los va a llevar a realizar una iniciación sexual temprana. O, peor, en el colmo de denunciar lo que se desconoce, que son libros que se van a dar a chicos menores de diez años, cuando las propuestas pedagógicas que acercan los libros en cuestión están pensadas para estudiantes de los últimos años de la escuela secundaria.

Desde medios afines al Gobierno y fundaciones opuestas al paradigma de la Educación Sexual Integral, se buscó enrarecer para ocultar, tergiversar para acusar, confundir para atacar, mentir para falsear una verdad

En otras palabras, desde medios afines al Gobierno y fundaciones opuestas al paradigma de la Educación Sexual Integral, se buscó enrarecer para ocultar, tergiversar para acusar, confundir para atacar, mentir para falsear una verdad: el coro del imperio del sentido común que domina esta era, mientras se desvanece el humanismo “que nos permitía solventar los fragmentos elididos de la realidad”, como escribe el amigo Guillem Martinez.

La respuesta al oscurantismo tardío fue despertar la curiosidad de miles de lectores que desconocían la existencia de estos libros, incluso el nombre de sus autoras. Cometierra, de Dolores Reyes, rápidamente alcanzó la lista de los libros más vendidos en Argentina; generando la paradoja de convertir la amenaza de censura en una estrategia de marketing exitosa para las editoriales. Además, desde el colectivo disperso de escritoras y escritores, como si hubiesen escuchado un llamado de guerra, se impulsó una juntada contra la persecución y el hostigamiento sufrido por las autoras. El sábado, al final de la misma semana donde algunas de las organizadoras —como Claudia Piñeiro y Dolores Reyes— cenaron en la Embajada de Estados Unidos, en el teatro Picadero de la ciudad de Buenos Aires, a sala llena, autoras y autores de diferentes generaciones y estéticas se juntaron a leer páginas de Cometierra. El fragmento más aplaudido fue el que más escandalizó el estruendo mediático.

Decía: “Con la mano libre, se desabrochó el cinturón, bajó el cierre del pantalón y se lo quitó. La otra mano se cerró en mi nuca. No me podía mover. Tiró de mí. Sacó su pija por encima del bóxer y me la acercó a la boca. Me dejé llevar a un beso tan suave como si lo que besaba fuese una lengua. Le bajé el bóxer del todo. La piel que tocaba me gustaba. Podía apretarla con los labios mientras la pija jugaba en mi boca y se iba hundiendo. Ezequiel me miró chupar y yo también lo miré a él. Me agarró la cabeza con las dos manos. Mantuvo un rato la presión, hasta que en un movimiento sacó su pija de mi boca y sus manos buscaron mi cadera. Me llevó hacia él”.

Unas líneas que, con menor o mayor talento literario, con las sutilezas y recursos de la literatura, se diferencian del libro que la vicepresidenta leyó en el campo, en el terreno de la siesta y la imaginación, y, por lo protocolos del poder, no se animó a denunciar ni a abrir la boca con el gesto sobreactuado del espanto.

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