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Historia
Desde la cima del poder soviético: Stalin y la reconstrucción de Moscú en los años 30
La conquista del espacio interior
Fundada por Yuri Dolgoruki en 1147 y siendo el epicentro del zarato ruso, Moscú volvía a ser capital en 1918 tras la llegada de los bolcheviques al poder. Un nuevo centro de operaciones desde donde las altas instancias gubernamentales buscaban transformar la vida de los moscovitas. Los bolcheviques confiaban en la arquitectura como un elemento de cambio para moldear la conciencia social de los individuos. Por ende, buscaban alterar la “byt” cotidiana de sus habitantes, tratando así de conquistar el espacio de los individuos.
El primer gran cambio se produjo dentro del espacio doméstico, donde surge el apartamento comunal o kommunalnaia kvartira. Edificios donde familias enteras vivían en una sola habitación y tenían que compartir baño, cocina y lugares colectivos. Los moradores de estas viviendas eran de orígenes sociales muy diversos y a menudo con muy pocas afinidades, pero sus vidas quedaban entrelazadas durante su travesía por el socialismo. El espacio individual y la intimidad eran eliminados por la vida en común, el culto a los zares y a la iglesia ortodoxa en las entrañas del hogar era sustituido por el retrato de Lenin o el mapa de la Unión Soviética, y el silencio y la calma dejaban paso a acaloradas discusiones en la cocina y a los ruidos del pasillo.
En los apartamentos comunales soviéticos el espacio individual y la intimidad eran eliminados por la vida en común, el culto a los zares y a la iglesia ortodoxa en las entrañas del hogar era sustituido por el retrato de Lenin o el mapa de la Unión Soviética
La kommunalka se convertía en el epicentro de la vida del nuevo hombre y de la nueva mujer del socialismo soviético, un renovado hábitat natural que comenzaba a ser visible en el Moscú de los tiempos de Stalin. El ámbito doméstico quedaba profundamente remodelado desde sus cimientos, marcando para siempre la vida de sus inquilinos, como bien muestran las memorias de Yuri Fedosyuk y las constantes refriegas protagonistas de la vida diaria con el “otra vez tu bicicleta está bloqueando el pasillo”, “al menos deberías aprender a tirar de la cadena, ahora no hay lacayos” o “no te atrevas a lavar al perro en el baño”. Discusiones cotidianas en las que se veían inmersos los hombres y mujeres de toda la Unión Soviética en su día a día.
Demoliciones y construcciones
El ciudadano soviético abandona su residencia para encontrar su intimidad en el espacio público. Plazas, avenidas y grandes edificaciones en obras es lo que uno podía observar en el Moscú de los años 30. Una ciudad convertida en una gran “obra en construcción” como era denominada en la época. Un espacio urbano que no paraba de crecer al ritmo de los planes quinquenales de Stalin y a los desequilibrios que había generado en el mundo rural. Así Moscú recibía a nuevos moradores del campo, con grandes desplazamientos de población a la capital, vista como una ciudad llena de nuevas oportunidades.
Obituario
Obituario Gorbachov y el fracaso del socialismo democrático
Ucranianos, tayikos, uzbekos, bielorrusos, kazajos o turcomanos eran los nuevos habitantes que procedían de las repúblicas soviéticas. Allí se mezclaban con las distintas comunidades nacionales de la Rusia soviética como los tártaros, baskires, chechenos, ingusetios, cabardinos, balkarios, chuvasios o yakutios. Para albergar a los nuevos moradores las demoliciones y las destrucciones de los antiguos edificios del viejo orden zarista estaban a la orden del día. Los bolcheviques volaron iglesias y monasterios, remodelando el espacio público para crear barracones donde los trabajadores pudieran vivir. Incluso estos edificios religiosos fueron convertidos en colmenas de proletarios. La capital moscovita dejaba de ser la ciudad de las iglesias para convertirse en una megalópolis del socialismo.
Entre las destrucciones más conocidas de la época nos encontramos con las murallas del siglo XVI de Kitái-Górod o el monasterio de Símonov. Pero sin duda, la más notoria fue la de la catedral de Cristo Salvador, dinamitada en 1931 por orden de Stalin. El objetivo era sustituir este edificio religioso por el Palacio de los Sóviets, una construcción descomunal destinada a ser el emblema de la ciudad y la estrella de la corona del nuevo plan urbanístico. Un edificio de 415 metros de altura a orillas del río Moskvá con la estatua de Lenin coronando la megaestructura. El colofón final de la utopía soviética que nunca llegó a realizarse.
El Plan General de Stalin de 1935
El poder bolchevique diseñó en 1935 el Plan General para la Reconstrucción de Moscú, un ambicioso proyecto para ser la luz que iluminara la planificación urbanística de las futuras urbes socialistas. Una de las principales novedades fue la creación del metro. La primera línea iba desde el parque Sokólniki cruzando el centro de la ciudad hasta el parque Gorki. La segunda, desde Sokol hasta la estación de Kursk. El transporte era uno de los principales objetivos a potenciar, para así poder llevar a su destino a todos los proletarios. Así surge toda una red de comunicaciones con los trolebuses y el tranvía como principales protagonistas.
En el Plan General participan muchos arquitectos famosos de la época como Borís Iofán, el creador del pabellón soviético para la Exposición Universal de París de 1937 o Konstantín Mélnikov, diseñador del parque Gorki. Sin olvidar escenarios que cambian totalmente, como la calle Tverskaya que cuenta ahora con calles más anchas o la demolición del céntrico barrio de Ojótni Riad para albergar el edificio del Gosplán. En unos pocos años, Moscú experimenta una vertiginosa transformación desde la época de los zares al mismo tiempo que aumentaba el número de sus habitantes.
Los parques se convierten en un pilar fundamental para reconstruir la ciudad. Son refugio para el descanso y la intimidad que no se pueden encontrar en los apartamentos comunales y baluartes de una nueva forma de ocio y tiempo libre para los ciudadanos moscovitas
Los parques se convierten en un pilar fundamental para reconstruir la ciudad. Estos espacios públicos se posicionan no solamente en un refugio en busca del descanso y la intimidad que no se pueden encontrar en los apartamentos comunales, son baluartes de una nueva forma de ocio y tiempo libre para los ciudadanos moscovitas. A lo largo y ancho del parque Gorki se crean puentes sobre el río Moskvá, aparecen las regatas y las competiciones y también los conciertos y los espectáculos. Un lugar de intensas actividades para hacer de Moscú una ciudad al nivel de otros enclaves como París o Berlín.
El número de habitantes de la capital moscovita no podía sobrepasar los 5 millones de almas, existiendo controles sobre el crecimiento poblacional además de restricciones sobre la movilidad de las personas, sin olvidar el requerimiento de los pasaportes. Una forma de control estatal sobre la población que traspasaba tanto el espacio público como el individual.
El Plan General de Stalin fue el modelo para otras ciudades rusas. La industrialización acelerada del país de los sóviets era el motor que impulsaba el aumento de las dimensiones de las villas como Moscú. El ciudadano soviético experimentaba una metamorfosis de su vida cotidiana a la vez que lo hacía la capital. La antigua ciudad de los zares se convertía así en los años treinta del siglo XX en un gigante laboratorio de pruebas destinado a ser el centro del universo del socialismo, y en consecuencia, el faro de Alejandría que iluminaría la senda de la revolución proletaria mundial.