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Fotografía
Pilar Aymerich, cinco décadas de reflexiones fotográficas con cuerpo y calle
Sus gestos delicados contrastan con esa vitalidad contigua a quien vive del estímulo del arte y la cultura, y de quien nunca pierde de vista el foco sobre su entorno social. Pilar Aymerich nos recibe en su piso de Barcelona, con una de sus alas reconvertida en estudio-laboratorio, dispuesta a certificar su conexión con un presente que la recuerda, sin embargo, por su fototeca histórica. Detrás de su mirada docta subyace una energía intacta que la ayuda a comprometerse con una alta productividad y sin planes para retirar los bártulos fotográficos de sus inmediaciones.
Al primer contacto visual, parece devolver la mirada sabia, chispeante y comprometida con la que capturó algunos de los acontecimientos clave y revoltosos de la Barcelona tardofranquista. Esa tarea que llevó a cabo abriéndose paso por un universo sin pistas asfaltadas, ni complicidades, en definitiva, bajo una hegemonía masculina aplastante. Algo que también supo utilizar a su favor gracias a su ingenio. “Yo creo que me he aprovechado bastante de ser mujer. En 1976, después de la muerte de Franco, salgo a la calle y ya no me encierro en casa, es cuando empiezo a interesarme por el fotoperiodismo de la época. En ese tiempo había realmente muy pocas mujeres fotógrafas. Entonces no se contemplaba, por parte de la policía, que hubiera una chica tomando fotos, lo que era ideal para disimular. Cuando había una carga, por ejemplo, yo me quedaba en algún rincón, sacaba una polvera o un espejo y pretendía que me estaba arreglando o como si solo pasara por allí. Siendo mujer, esto era mucho más fácil”.
La pasión por la fotografía se instala en su frecuencia cardíaca años antes, cuando abandona la gris Barcelona de los años 60 por la libertad y la modernidad de la ciudad europea en la que soplaban con mayor ímpetu los aires de transformación cultural, sexual y estética de la época. “En realidad empecé estudiando teatro en la escuela de arte dramático de Adrià Gual. En ese tiempo la dirigían Maria Aurelia Campany y Ricard Salvat. Era muy jovencita, tenía 17 años, y fue donde conocí a Montserrat Roig, Fabià Puigserver, Josep Maria Benet y Jornet. Cuando acabé los estudios, vi que no era ni la ciudad en la que aspiraba vivir ni el teatro que quería hacer, así que decidí marcharme. Me fui a Londres. Y llegué allí en la época de los Beatles y los Rolling Stones. Fue al darme cuenta de que estaba en medio de un momento bastante importante, coincidiendo también con las manifestaciones en contra de la guerra del Vietnam, que empecé a tomar fotografías de una manera completamente intuitiva. Hasta que me acordé de que mi tío había sido fotógrafo en el Comisariado de propaganda de la Generalitat durante la Guerra Civil y que terminó exiliado con mi tía y sus cuatro hijos en Francia. Allí estableció un estudio fotográfico en el que estuve trabajando un año al cargo de los revelados de color”.
Entre Londres y Francia, Aymerich fue alimentando su pasión por la fotografía y dotando de consistencia una mirada que pondría en práctica a su vuelta a Barcelona. “Cuando te has ido a vivir fuera por un tiempo determinado y regresas a tu casa, piensas que al volver ya no encontrarás a nadie, pero luego resultó que todo el mundo estaba en el mismo sitio. Y la primera con la que retomé el contacto fue Montserrat Roig. Ella, por entonces, estaba empezando a escribir y yo a hacer fotografía; entonces decidimos colaborar”.
Una estrecha colaboración que se alargaría hasta la prematura muerte de Montserrat Roig a los 45 años de edad. Su vínculo afectivo había empezado en la escuela de arte dramático, pero el profesional se empezó a fraguar tras presentarse a un concurso de reportaje convocado por la revista Serra d'Or. Tras quedar finalistas, la cabecera decidió encargarles una serie de entrevistas y retratos de personajes relevantes de la cultura catalana del momento, incluidos los exiliados. Un período que Pilar rememora como “un momento muy interesante a nivel intelectual y social en la Catalunya y la Barcelona de la época porque se juntaban tres generaciones: los exiliados que volvían, la resistencia interior intelectual y después los jóvenes, entre los que nos contábamos nosotros”. Esa coyuntura, recuerda, le permitió “entrar en contacto con la cultura de ese periodo intenso y fotografiar a figuras de la talla de Ovidi Montllor [al que le hizo portadas para sus discos], Pere Calders, Mercè Rodoreda, Josep Pla, Maria Mercè Marçal o Maria Aurèlia Capmany”. Nombres propios a los que añadir los de Juan Marsé, Federica Montseny, Caterina Albert o los integrantes de la Nova Cançó, entre otros.
“La fotografía tiene un sentimiento de posesión. Esas personas se han ido, pero yo tengo mis archivos fotográficos, y abro mis cajones y esas personas están ahí dentro”
La mayoría de esas figuras clave de la cultura catalana de las décadas de los 70 y los 80 han desaparecido, pero sus rostros siguen, de algún modo, presentes en el imaginario de la cultura en parte gracias a esos retratos capturados por la lente de Aymerich. “La fotografía tiene un sentimiento de posesión. Esas personas se han ido, pero yo tengo mis archivos fotográficos, y abro mis cajones y esas personas están ahí dentro. Es como que mueren menos porque tienes su representación en imágenes”.
Aymerich puede vanagloriarse de ser una de las primeras mujeres fotoperiodistas en ejercer en territorio español, junto a Colita y Joana Biarnés. También por su temprana afiliación al movimiento feminista, del que capturó algunas de sus escenas históricas —como las Jornadas Catalanas de la Mujer en la Universidad de Barcelona de 1976— antes de que bajara el suflé a partir de los 80 y no reviviera con fuerza hasta la llegada de la cuarta ola y el 8M. “En ese tiempo, los periódicos no enviaban a periodistas y fotoperiodistas a cubrir las reivindicaciones feministas porque no estaba de moda. Yo, como feminista que he sido desde que iba al colegio de monjas, estaba dentro del movimiento feminista, con lo que sabía de antemano lo que iba a pasar. Antes del 76 no se le daba bola, pero yo tuve la suerte de navegar en su interior, de ahí el amplio archivo fotográfico sobre el feminismo del que dispongo”.
Sobre el estado actual del feminismo, Pilar coincide en que quedan muchas metas por lograr. “El movimiento feminista ha ido evolucionando. Los transexuales, por ejemplo, han entrado en juego. No sé si esto es bueno o malo, porque ahora mismo hay un debate sobre si desvirtúa o no el movimiento. Pero el movimiento está muy vivo. Y las luchas siguen ahí, empezando por el feminicidio. Yo, a estas alturas, no podía imaginarme que seguirían contándose tantas muertes, violaciones y maltratos. Es preocupante porque aquí hay un fallo estructural muy importante, de educación y de comportamiento. Y eso es dificilísimo de erradicar”.
Pilar Aymerich y su cámara, testigos del cambio de una Barcelona imbuida por la efervescencia libertaria, creativa y contestataria de los años 70 hasta esa llama olímpica que la despegó de su esencia de antaño para uso y consumo del turismo masivo
Su mirada, configurada siempre desde el visor de una cámara, ha sido también testimonio de las transformaciones urbanísticas de la ciudad en la que nació y reside. Testigo del cambio de una Barcelona imbuida por la efervescencia libertaria, creativa y contestataria de los años 70 hasta esa llama olímpica que la despegó de su esencia de antaño para uso y consumo del turismo masivo. Residente en el barrio de Gràcia desde hace algo más de 33 años, Pilar capturó el pulso vital de la Ciudad Condal, especialmente en las décadas de los 70 y los 80 siendo, precisamente, una fotógrafa apegada a sus calles. “Creo que Barcelona es una ciudad hecha a la medida de la escala humana. Hay ciudades que no puedes pasear por ellas. En cambio, Barcelona, como Florencia, invitan a pasear. El problema es que una ciudad que tendría que ser más hospitalaria es más inhóspita por toda su configuración. Pero tampoco creo que haya que mirar una urbe simplemente bajo el punto de vista nostálgico. Creo que fue durante el mandato de Porcioles que se derrumbaron un montón de edificios y arquitectura modernista. Ahora se preserva mucho más el patrimonio arquitectónico de la ciudad, y las nuevas formas de diseño urbano tienen también que tener cabida. Básicamente porque la gente que vive ahí está viva, y no puede repetir los modelos de otros siglos”.
“Yo adapto mi cuerpo a mi trabajo. Es una obra con ojos de mujer que corresponde a mi cuerpo, a mi fuerza, y lo más valioso es la reflexión. No busco una fotografía de impacto, pero sí una de reflexión”
La fotógrafa barcelonesa recibió el pasado año el Premio Nacional de Fotografía otorgado por el Ministerio de Cultura. Una condecoración que aceptó ilusionada “porque se lo dan a una documentalista, o fotoperiodista, y a una mujer. Y si miras el historial del Premio Nacional de Fotografía, hay muy pocas”. El jurado reconoció “una trayectoria en el ámbito de la fotografía a pie de calle”. Una parcela en la que Pilar Aymerich ha desarrollado una técnica propia que distingue sus instantáneas. “Yo adapto mi cuerpo a mi trabajo. Es una obra con ojos de mujer que corresponde a mi cuerpo, a mi fuerza, y lo más valioso es la reflexión. No busco una fotografía de impacto, pero sí una de reflexión. Me interesa mucho el cuerpo, de hecho solía retratar a los manifestantes en plano medio, creo que se capta muy bien la actitud del cuerpo delante de un acto social”. A esto añade, refiriéndose a su estilo y metodología: “Si te fijas en mis fotos, no hay muchas cabeceras de manifestación, porque no me interesaban especialmente. Yo casi siempre me metía dentro de la manifestación porque sabia que en un momento determinado habría un gesto, una cara, que podría explicar lo que la gente estaba reclamando en la calle. Era el esperar, el reflexionar cómo podrías enseñar lo que estaba pasando, y después, sí, tomar la fotografía”.
“En el momento que eliges un encuadre estás explicando una historia desde un punto de vista, y ahí es donde surge la mirada autoral, la ideología, la manera de entender el mundo”
Otra de las características que han definido su arte es el elemento ético que sustentan sus imágenes. Pilar Aymerich siempre ha mostrado un compromiso a través de estas con los movimientos sociales de su época, especialmente cubriendo el tejido feminista de la década de los 70. “Jean-Luc Godard decía que el encuadre es una cuestión de moral. Y yo creo que es así. En el momento que eliges un encuadre estás explicando una historia desde un punto de vista, y ahí es donde surge la mirada autoral, la ideología, la manera de entender el mundo”.
Pese a ser también una de las primeras fotógrafas que abrazó el formato digital en lo que supuso el gran cisma tecnológico que transformaría la técnica de este arte, Aymerich no disminuye su amor por lo analógico y toda esa liturgia adosada al revelado químico. “El hecho de hacer una sesión de fotos, encerrarte en el laboratorio con la luz roja, revelar, hacer la copia de contactos, normalmente de noche, acompañada por música, supone una especie de reflexión que te ayuda a elegir las fotografías. El laboratorio tiene unas connotaciones, una magia que influye en cómo eliges. Igual una persona que no haya conocido todo esto tendrá otras formas de inspirarse. Pero a mí, que he empezado con el analógico, es una estructura de fotografía que ha desparecido y que aún me interesa, no la rechazo”.
Entre su caudaloso archivo fotográfico sobresalen documentos que facilitan la concreción del puzle histórico de un período que fue capturando para publicaciones como Destino, Serra D'Or, Triunfo, La Calle, El País o Fotogramas. De forma paralela, se le puede atribuir el haber gestado la memoria del rostro de aquellos personajes que marcaron e influyeron esa misma línea temporal.
De su extenso catálogo, recopilado en cantidad de libros —más de dos docenas—, Pilar no titubea a la hora de seleccionar su marca más orgullosa: “Si tuviera que destacar una foto representativa de mi trabajo, elegiría la de los tres deportados de los campos nazis. Aquella me influyó mucho, más aún a Montserrat Roig, que estuvo trabajando en el libro de los deportados en los campos nazis, Los catalanes en los campos nazis. También la de Neus Català. Lo mejor de esta profesión es que conoces a mucha gente interesante y a personas que terminan influyéndote y emocionándote. Porque todas estas personas que has conocido han influido en ti, y te han convertido en mejor persona”.
“La fotografía es una manera de vivir, yo vivo como fotógrafa las 24 horas del día. Incluso alguna vez me había planteado hacer la objeción fotográfica, que supone mirar pero no hacer la foto. Pero la verdad es que no sabría qué hacer”
Sin signos de agotamiento en el rostro, ni en su afable y delicada voz, tampoco en la mirada sonriente y despierta que la distingue, los ojos de Pilar vuelven a iluminarse para detallar sus próximos compromisos, que incluyen la actual exposición Cinco Miradas en el centro de arte de Alcobendas (Madrid), en la que comparte espacio con otras cinco mujeres fotógrafas que capturaron las corrientes sociales de la Transición; otra que empezará en Belgrado (Serbia), y que seguramente recale en Budapest (Hungría), y el libro que prepara alrededor del material fotográfico recogido en la prisión de mujeres de la Trinitat Vella. Una actividad productiva infrecuente para alguien de su edad. “No contemplo jubilarme. No sé qué es la jubilación. La fotografía es una manera de vivir, yo vivo como fotógrafa las 24 horas del día. Incluso alguna vez me había planteado hacer la objeción fotográfica, que supone mirar pero no hacer la foto. Pero la verdad es que no sabría qué hacer. Creo que continuaré haciendo fotografía y, como tantos fotógrafos, moriré con las botas puestas”.