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Conseguir agua en un desierto urbano
Las ciudades se expanden como un charco de agua, pero estas, en vez de propiciar el florecimiento de vida nueva, generan, por el contrario, nuevos sectores urbanos carentes de todo en muchas partes del mundo. Las condiciones básicas de vida —si se dan— se demoran años o décadas en llegar a las crecientes periferias. En esos bordes urbanos se encuentra uno de los mayores retos del acceso mundial al agua. Según estudios de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), con información del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), aproximadamente el 70% de la población mundial que carece de agua potable y más del 80% que no cuenta con servicios de saneamiento se encuentra en estas áreas. Las periferias de Lima son una evidencia.
En la capital peruana, una de las cinco mayores urbes de Sudamérica, los distritos de Comas, en el norte, y San Juan de Miraflores, en el sur, concentran alrededor de 60.000 personas que tienen que recurrir a un camión cisterna, una pileta pública, un pozo u otro medio alternativo para tener acceso al agua, según datos del Instituto Nacional de Estadística e Informática peruano. Y las localidades Collique y Pamplona, que habitan las zonas más altas de estos distritos, son una muestra contundente de la escasez de agua que afecta al 40% de la población mundial.
En Lima, la situación es particularmente difícil debido a su geografía: la ciudad se alzó sobre un desierto y la principal fuente de agua es el río Rímac, la cuenca ambientalmente más deteriorada del país, según remarca la organización Aquafondo. En sus informes, Sedapal —la empresa encargada del suministro en Lima— indica que esta es una fuente apropiada para una metrópoli de dimensiones menores a la limeña. Por ello, incluso se ha tenido que adicionar un trasvase de agua de la cuenca del río Marañón, un afluente del río Amazonas, ubicado al norte del país. Pero aun así, esta ciudad de más de 8,5 millones de habitantes, vive en estrés hídrico todo el año. Y quienes más lo sufren son los sectores más pobres, como Collique y Pamplona.
Fundados a principios de la década del 60, Comas y San Juan de Miraflores son una muestra de los distritos que surgieron producto del centralismo y el desarrollo comercial e industrial urbano, y de la violencia de la que tuvo que huir la población rural. Una migración que, en aquella época, hizo que la demografía limeña creciera un 5,5% al año. Hoy, uno de cada cuatro limeños vive en los conos norte y sur de la ciudad.
La crisis del agua, señalan constantemente las organizaciones sociales, suele ser, en realidad, una crisis de gobernanza. Por ejemplo, entre la década del 2000 y la del 2010, la población limeña creció en más de un millón de habitantes, pero la red de distribución de agua potable aumentó solo de 10.000 a menos de 13.000 kilómetros. Hoy, entre Comas y San Juan de Miraflores hay alrededor de 40.000 personas que no cuentan con acceso al agua todos los días, 25.000 que cuentan con disponibilidad de agua como máximo tres días a la semana y cerca de 40.000 que tienen como servicio higiénico una letrina, un pozo ciego, un río o acequia, o el campo abierto. Lo que ocurre en estas zonas de la capital de Perú es lo que sucede en muchos más lugares de Latinoamérica. La universalidad del acceso al agua potable en la región podría alcanzarse en 2032 y la universalidad del saneamiento entre 2040 y 2050, según la Cepal. Mientras tanto, bajo los 32 grados centígrados que registra Lima en verano, los habitantes de Collique y Pamplona esperan a que llegue un camión cisterna para acumular agua en recipientes de cualquier tamaño.











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