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Energía solar
Feminizar la revolución solar
En este camino diario por deconstruir todo aquello que nos separa y genera no solo desigualdad sino también discriminación y precarización, abordamos la situación del sector de las energías renovables.
En los últimos tiempos hemos comenzado a escuchar con mayor asiduidad el término feminización, casi siempre ligado a la política o a los cuidados. Se habla de feminizar la primera apelando a la necesidad de transformar, desde la base, sus formas, mientras que en el caso de los cuidados el foco gira en torno a situar la vida en el centro.
Pero la feminización no es un término nuevo dentro de los movimientos feministas, es una demanda histórica con el objetivo de deconstruir los roles de género, es decir, las conductas y rasgos asignados a mujeres y hombres por el hecho de serlo (desde antes de nacer se nos presuponen comportamientos, reacciones, actitudes y aptitudes en función de este hecho), así como despatriarcalizar nuestra sociedad.
En un mundo donde las mujeres representamos la mitad de la población, no parece remover los estómagos que sigamos condenadas al ostracismo, invisibilizadas y sin voz en un sinfín de espacios tanto públicos como privados.
Es por ello que feminizar ambas esferas debe ser la prioridad en la agenda política pero también en las empresas, organizaciones, instituciones, centros educativos y hogares. Asimismo, es primordial superar el discurso de cuotas porque cuando hablamos de feminización no nos referimos a incorporar a más mujeres en los partidos políticos, en los cargos de representación o en los consejos de administración de las empresas, que también es necesario y elemental, nos referimos a cambiar el orden de prioridades e incluso la noción de lo que es o no importante.
¿Y cómo determinar una cuestión tan vital? Como apunta Amaia Pérez Orozco, la respuesta a esta pregunta debe pasar por defender "el sostenimiento de una vida que merezca la pena ser vivida".
¿No hay alternativa? Sí, avanzar hacia una transición energética feminista, al servicio de las personas
Pero, ¿qué entendemos por una vida que merece la pena ser vivida? Una vez más urge hacer todo un ejercicio de deconstrucción, esta vez del neoliberalismo que nos oprime y cuyo brazo armado es el sistema capitalista. Un sistema que supedita el bien común a los intereses privados que se concentran en manos de un reducidísimo número de personas y que ha hecho de la externalización de los costes sociales y ambientales su paradigma.
La red está tan bien tejida y ha calado tan hondo en la conciencia colectiva que valoramos positivamente la comercialización de camisetas con eslóganes feministas que han sido fabricadas por mujeres explotadas, la mayoría de las veces en los países del sur global, donde los derechos humanos son violados sistemáticamente. Un mundo entregado al interés privado donde no parecen tener cabida los vínculos sociales y las relaciones de respeto y dignidad entre las personas y con nuestro entorno natural.
Es necesario, por tanto, parar y repensar en las consecuencias que este modelo heteropatriarcal, explotador, colonialista y masculinizado tiene para nuestra propia supervivencia. Resituar en el centro de nuestras acciones y decisiones los procesos de sostenibilidad de la vida, desde los valores de la economía social y solidaria, y no la creación de capital. Dotar de significado el trabajo, en términos de bienestar o de valor socioambiental, para que éste dé respuesta a las necesidades de la vida y no a los procesos de acumulación.
Y en este camino diario por deconstruir todo aquello que nos separa y genera no solo desigualdad sino también discriminación y precarización, abordamos la situación del sector de las energías renovables. Desde que Ecooo lanzó el pasado mes de abril la campaña Oleada Solar para impulsar la autoproducción de energía fotovoltaica en los hogares de toda nuestra geografía, hemos investigado, observado y reflexionado, largo y tendido, sobre cómo funciona el sistema.
Tejer redes
Somos seres sociales, interconectados y codependientes que conformamos un sinfín de relaciones pero que, en muchos casos, no llegan a enramar una red. Y es fundamental tejer estas redes para generar espacios de trabajo donde los cuidados sean el eje central y las relaciones entre las personas se basen en la horizontalidad, el apoyo mutuo, el respeto y la confianza. Una reorganización del empleo y las relaciones que supere la alienación y le dé un sentido y significado a lo que hacemos.
En un mundo donde el tiempo se ha convertido en uno de nuestros bienes más preciados, ¿tiene sentido concentrar toda nuestra energía, creatividad, cuerpo y mente en sustentar un sistema que nos expulsa y cuyos beneficios, entendidos solo como acumulación de capital, nos son ajenos?
Parece coherente, por tanto, poner sobre el tablero la necesaria transformación de nuestro modelo y, en este caso, de nuestro actual modelo energético, Éste, al igual que la sociedad, no es equitativo, justo, inclusivo ni representativo. Amparado por el heteropatriarcado y el neoliberalismo, atenta directamente la vida, supeditando al conjunto de seres que cohabitamos el planeta a los intereses de grandes corporaciones, oligopolios energéticos, cuya máxima es la concentración de la riqueza en manos de unos pocos. Acumulación de capital, intercambio de divisas, flujos financieros, aglutinación del poder… Capitalismo.
¿No hay alternativa? Sí, avanzar hacia una transición energética feminista, al servicio de las personas, donde no exista una división del trabajando en función del sexo o género sino que la ciudadanía, en su conjunto, coopere, se organice y participe, comprometiéndose con el bienestar y la sostenibilidad de la Tierra.
Un sector tan masculinizado, donde las cabezas visibles son en su mayoría hombres, los cuales toman decisiones sin contar con la otra mitad de la población, está lejos de ser representativo. Nosotras aparecemos como las víctimas del sistema o las beneficiarias de los bonos sociales pero nunca como agentes de transformación, como personas emancipadas y autónomas que tienen mucho que decir y mucho que aportar en este nuevo paradigma.
La feminización no se alcanza porque las mujeres nos emancipemos a través del empleo remunerado, ya que actualmente éste refuerza las relaciones de poder reproduciendo la desigualdad entre hombres y mujeres, se alcanza redistribuyendo los roles que se nos asignan, reconociendo y desprecarizando la vida y frenando la exclusión.
La feminización del sistema, integrando todo lo expuesto, permitirá poner freno a toda forma de injusticia y, además, abrirá un espacio donde las mujeres tengan cabida, un lugar seguro desde el que idear nuevos proyectos, generar empleo local y resiliente, constituir nuevas empresas… Toda una revolución solar en la que no sea noticia que haya mujeres que dirijan empresas de energías, que instalen paneles fotovoltaicos o que representen colectivos sociales.
¡La revolución solar será feminista o no será!