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Feminismo poscolonial
'Weychafe': María Lugones, la guardiana de la vida
El 14 de julio pasado despedimos a María Lugones, una de las pensadoras más potentes del feminismo decolonial. Investigadora, educadora, activista y cantora, fue una luchadora incansable y una crítica intelectual que enriqueció los feminismos y los estudios decoloniales.
María Cristina Lugones nació el 26 de enero de 1944 en Los Toldos, en la provincia de Buenos Aires, plena pampa argentina. Era hija de Mercedes Leonor Renau y Zenón Mariano Lugones, destacado Decano de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Aun con los privilegios que le acarreaba nacer en el seno de esta familia, María vivió las desigualdades desde temprana edad e hizo de la lucha contra las diversas formas de discriminación su bandera de estudio, denuncia y organización política.
A los 17 años, María decidió contarle a su familia que deseaba mantener relaciones sexuales con su compañero del momento. Ante ello, su padre la encerró en la habitación de los empleados de la casa durante días, pasándole comida por la ventanita del cuarto. Para María, ese castigo se convirtió en la posibilidad de conocerse a sí misma en su potencia y convicciones. Cuando finalmente logró escapar, se fue corriendo al pueblo donde vivía su novio, quien, traicionando su confianza y respondiendo a la complicidad patriarcal, la entregó nuevamente a la familia Lugones.
Así fue como el padre de Lugones la internó en un manicomio, en el que la sometían a shock insulínicos para controlar sus deseos sexuales, considerados pecaminosos. Con chaleco de fuerzas la ataban a la cama y la torturaban. Sobre ese evento, María dice que le permitió aprender que la resistencia es con el cuerpo y que convertirse en mujer libre significaba un camino repleto de torturas, estigmas y, sobre todo, asumir que no existía cura para lo que ella padecía: conciencia de injusticia y sed de liberación.
Insistió en la mutua constitución entre la colonialidad del poder y la colonialidad del género, tanto como en la ficción de la raza. Marcó el modo en que el género es una construcción capitalista, eurocentrada y colonial.
Entre la academia y el análisis decolonial y antipatriarcal
Cuando salió del manicomio volvió a encontrarse con aquel novio que la había entregado a la familia Lugones y éste la violó. Nuevamente, el patriarcado abusaba y el deseo de resistencia se fortalecía en su cuerpo/mente/deseo, asumiendo que su lugar en el mundo era pelear contra la colonización de los cuerpos feminizados. En ese contexto, decidió irse a estudiar a Estados Unidos, se graduó en Filosofía por la Universidad de California y, en ese Norte global, fue donde se vio a sí misma como una weychafe, una guerrera en el territorio de las palabras. Momento fundante donde construyó espacios de resistencias en una academia eurocéntrica, esencialmente sexista, racista y patriarcal. Asimismo, fomentó diálogos sobre racismo, habló de las desigualdades de género, las opresiones heteronormadas y todo tipo de exclusión y silenciamiento colonial.
En su recorrido teórico militante, se fue a Bolivia. Quería aprender aymara y contactar con mujeres indígenas y campesinas. Conoció a su novia Claudia, abrazó los feminismos decoloniales y se autodenominó “mujer de color”. Los textos y las clases comenzaron a brotar. María Lugones nombró la colonialidad del género y expuso las limitaciones del pensamiento decolonial, predominantemente masculino, para conceptualizar el género como una problemática central del capitalismo colonial. Así, nos enseñó a pensar el género como categoría colonial, lejos del biologicismo de la categoría mujer. También insistió en la mutua constitución entre la colonialidad del poder y la colonialidad del género, tanto como en la ficción de la raza. En todos sus escritos marcó el modo en que el género es una construcción capitalista, eurocentrada y colonial que opera, como supo señalar, inferiorizando cognitiva, política y económicamente a través de la implementación de la categoría mujer.
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Más allá del feminismo blanco hegemónico
María Lugones se inscribió, de este modo, entre las teóricas-activistas que señalaron que cada grupo y sector tiene su propio punto de vida, una experiencia situada que amerita ser escuchada y expresada en los espacios de poder. Denunció que el feminismo blanco no sabe escuchar ni, mucho menos, imaginar que las mujeres negras, indígenas, campesinas, puedan saber sobre su propia opresión a través de la experiencia y sin necesariamente recurrir a las categorías académicas. Es decir, la historia de la opresión de las mujeres se encuentra entretejida, pero no significa que sean exactamente las mismas experiencias ni necesidades.
En ese sentido, los feminismos hegemónicos fueron interpelados por Lugones mediante la categoría de la colonialidad del género, evidenciando la relación intrínseca entre entre raza, clase, género y sexualidad, denunciando la indiferencia que muchos sectores feministas muestran hacia las violencias que padecen las mujeres no blancas, a quienes denominó víctimas de la colonialidad del poder.
Estaba convencida de que la lucha estaba en la resistencia feminista decolonial, frente al entramado hegemónico que representan la colonialidad del ser, del poder, del saber y del género.
A lo largo de su obra, encontramos como trama la ruptura con un feminismo hegemónico que no se cuestiona el nor-eurocentrismo de sus posiciones teóricas y activistas, tanto como el epistemicidio de otros saberes y experiencias de Nuestra América. Aunque fuera una gran teórica, María Lugones se consideraba sobre todo una pedagoga: a ella le gustaba nombrarse a sí misma como una educadora feminista y popular que batallaba en las aulas por generar conciencia de género, racial, de clase y sobre la necesidad de organizarse para resistir este modelo de muerte que hoy es más evidente que nunca. Situada ella misma en la diferencia, por ser una mujer no blanca, lesbiana y provinciana, logró situarse en el centro mismo del poder: las aulas norteamericanas y, desde allí, interpelar consciencias.
La lucha en defensa de los cuerpos y los territorios
Los planteos pioneros de la autora dieron la base para reflexionar sobre el modo en que el colonialismo opera sobre el cuerpo de las mujeres, haciendo una analogía con la expropiación de los territorios. En esta sociedad colonial y capitalista, el modelo extractivista oprime y explota a los territorios de la misma forma que lo hace con las identidades feminizadas. Frente a esto, Lugones nos alerta con brutal claridad: las europeas blancas y las mujeres colonizadas no-blancas, todas víctimas de opresión capitalista, patriarcal y colonial, fueron y son territorios de conquista de la masculinidad depredadora.
El análisis decolonial permitió demostrar los privilegios de ciertos sectores feministas para nombrar el mundo y vivirlo. Lugones impulsaba que la crítica a la colonialidad precisa de un análisis interseccional ―tomando los aportes de las feministas negras y chicanas― en las latinoamericanas que vivieron en sus cuerpos el sistema capitalista y su pedagogía de la crueldad. Ella desafió la idea de raza que se sostenían desde los teóricos poscoloniales y demostró que no era lo mismo portar un cuerpo racializado siendo mujeres o cuerpos feminizados que construyéndose como varón cisgénero. Insistía en la heterosexualidad como un orden que nos constituye corpo-psíquica y físicamente, así como en los vínculos de poder.
En ese sentido, la colonialidad es un fenómeno que permea el acceso sexual, la subjetividad, la producción de conocimiento, la autoridad colectiva, el trabajo y los vínculos sociales. Es un dispositivo de clasificación que ocasiona opresiones múltiples para toda aquella corporalidad no blanca, burguesa, ilustrada y heterosexual. Son clasificaciones que nos sujetan, nos moldean y nos reducen al ideal de la modernidad o a la monstruosidad de no conseguirlo. El género mismo es la violencia, igual que la racialidad y las demás intersecciones que marcan al sujeto.
Filosofía
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Tal como gritara Anzaldúa ―otra referente fundamental de la descolonización y la desobediencia―: “Chingada y olvidada, bestializada, silenciada, burlada, enjaulada, atada a la servidumbre con el matrimonio, apaleada a lo largo de 300 años, esterilizada y castrada en el siglo XX”, así, María Lugones logró constituirse en una voz-guía para los feminismos que se resisten a ser cómplices de la reproducción del capitalismo heteropatriarcal.
En los últimos años de su vida, María Lugones estaba estudiando aymara y quería dedicarse a la enseñanza en espacios no formales, especialmente con mujeres indígenas, campesinas y subalternas. Estaba más convencida que nunca de que la lucha estaba en la resistencia feminista decolonial frente al entramado hegemónico que representan la colonialidad del ser, del poder, del saber y del género. Ella y su obra son uno de los legados más enriquecedores del feminismo decolonial. Ella, la weychafe, la guerrera, que se ha encargado de proteger la vida de las mujeres y de los territorios explotados.
pájaro en vuelo:
sos grito de bruja
sos puño cerrado
y maíz sembrado
sos uñas y dientes
de sangre ancestral
susurran bajito
las voces inquietas,
se van a las piernas,
las manos se aprietan,
pelos se despeinan,
ojos abren fuego
y disparan:
levántate ya
La Berto.
(Fragmento del poema “Que nunca nos roben”)