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Filosofía
Soberanía en tiempos de biopolítica: estado de alarma y derechos fundamentales
La declaración de un estado de alarma ante una crisis sanitaria no es una decisión que responda únicamente a razones puramente científicas. Es un modelo de gestión de la población propio de un régimen disciplinar orientado al control de la conducta de los individuos.
Según el Instituto Nacional de Estadística, la última campaña de gripe en España causó 525.300 casos y 6.300 muertes. A escala mundial, las epidemias por gripe pueden llegar a causar hasta 5 millones de casos de enfermedades graves y unas 650.000 muertes por año. Por su parte, de los 80.000 casos de coronavirus detectados en China desde el comienzo de la crisis, más de 60.000 están curados, la mayor parte de los mismos sin un tratamiento mayor que el aplicado en un simple catarro. Por supuesto, no estamos diciendo que no se deban tomar precauciones y modificar en cierta medida aquellos comportamientos que puedan poner en riesgo a las partes más vulnerables de la población. Simplemente creemos que deberíamos preguntarnos por qué se declara el estado de alarma en el caso del coronavirus y no en el de la gripe. ¿Somos realmente conscientes de lo que supone anular algunos de nuestros derechos más fundamentales, como es el derecho de reunión pacífica recogido en el art. 21 de la Constitución Española o el derecho a circular libremente por el territorio nacional del art. 19? Y lo que es más preocupante aún, ¿somos realmente conscientes de la facilidad con la que renunciamos a nuestros derechos y otorgamos potestades soberanas al poder ejecutivo cada vez que se produce una situación de alarmismo social?
Después de que Naomi Klein mostrase en La doctrina del shock (2007) que la mayor parte de modificaciones sustanciales de los regímenes políticos acaecidas durante el último medio siglo siempre han sido precedidas de agresivas campañas propagandísticas orientadas a provocar el miedo y el alarmismo social como estrategia de aceptación de las medidas adoptadas, deberíamos plantearnos seriamente la posibilidad de que la declaración del Estado de alarma en España haya sido motivada por factores políticos y económicos ajenos a un planteamiento puramente “científico” o “biológico” de la crisis.
LA PESTE Y LA VIRUELA
Según Foucault, existen dos modelos paradigmáticos en la política de poblaciones, que derivan directamente de dos posibles formas de enfrentarse a una epidemia: el modelo disciplinar, derivado del tratamiento de la peste, y el modelo securitario, derivado del tratamiento de la viruela. Mientras que el modelo del tratamiento de la lepra se reducía a la simple expulsión de los infectados, el modelo disciplinar desarrolló grandes dispositivos de vigilancia y gestión del espacio con el objetivo de controlar la conducta de sus usuarios sanos. El objetivo ya no era excluir a los enfermos, sino regular el comportamiento de aquellos que podían infectarse. Para lograrlo, la gestión de la peste siempre se hacía mediante un control estricto de la movilidad y los hábitos de todos los ciudadanos, indicando a la población cuándo podían salir, cómo, a qué horas, qué debían hacer en sus casas, qué tipo de alimentación debían seguir, qué tipos de contacto podían tener y cuáles no, obligándoles incluso a presentarse periódicamente ante inspectores o a dejarles entrar en sus casas. En palabras del propio Foucault, el modelo disciplinar “fija los procedimientos de adiestramiento progresivo y control permanente” de cada individuo.
Es preocupante la facilidad con la que renunciamos a nuestros derechos más fundamentales y otorgamos potestades soberanas al poder ejecutivo cada vez que se produce un alarmismo social.
Por su parte, el modelo securitario no busca tanto la normalización de la conducta de cada individuo como asegurar que el conjunto de la población se mantiene dentro de unos márgenes controlados que no se alejan demasiado de la media estadística (de individuos sanos). En este sentido, el control de la viruela no limitaba en modo alguno la libertad ni la movilidad espacial de los individuos, sino que se ejercía mediante prácticas obligatorias de inoculación (vacunación), que asegurasen que siempre iba a haber un número suficiente de individuos con los anticuerpos necesarios para no desarrollar, ni por tanto contagiar y diseminar, el virus. Las muertes de una minoría de implicados eran aceptadas como algo completamente normal siempre y cuando existiese la garantía de que hay un número de personas no vulnerables a la enfermedad que impiden su propagación a escala epidémica. Concretamente, Norbert Wiener mostró hace más de medio siglo que las matemáticas con las que puede calcularse el riesgo de propagación de un virus eran prácticamente las mismas con las que se calculaba el riesgo de propagación de un incendio. En el primer caso, se trata de la proporción existente entre el número de individuos susceptibles de contagio frente al que han desarrollado los anticuerpos. En el segundo, de la proporción existente entre el número de partículas combustibles frente al de partículas incombustibles. Tal y como afirmaba Foucault, el “problema fundamental va a ser saber cuántas personas son víctimas de la viruela, a qué edad [se producen la mayor parte de los casos], con qué efectos, qué mortalidad, qué lesiones o secuelas [tiene], y qué riesgos se corren al inocularse”.
Filosofía
Epidemia: radiografía de un virus zombi
Desde este punto de vista, la gran diferencia entre la gripe y el coronavirus radica en que todas las epidemias mundiales de gripe que se suceden anualmente cuentan con rápidas y efectivas campañas de vacunación que aseguran que la epidemia no se descontrolará. En el caso del coronavirus en cambio, aún no hay vacuna, si bien cada vez son más las personas curadas que han desarrollado o se espera que desarrollen en los próximos días los anticuerpos necesarios que les permitan funcionar socialmente como un cortafuegos de la epidemia. El Estado de alarma se ha tomado como una medida preventiva para el control de contagios que funciona según el modelo disciplinar de gestión de la peste, mientras la mayor parte de infectados genera en su casa los anticuerpos necesarios que permitan volver a instaurar un modelo de gestión securitario. A nivel de gestión de epidemias esto es algo suficientemente conocido que no supone mayor problema. El problema que realmente debería preocuparnos a nivel social no es tanto el control del virus ―cosa que se va a hacer tarde o temprano―, como el origen económico de las principales presiones a las que ha sido sometido el poder ejecutivo de España para declarar el Estado de alarma, y la facilidad con la que dicha decisión ha sido obedecida por las instituciones políticas, así como socialmente aceptada (e incluso aplaudida y bienvenida) por la mayor parte de la población.
SOBERANÍA Y BIOPODER
Guste o no escucharlo, hace ya décadas que España no es un Estado soberano. La Constitución Española podrá afirmar en su primer artículo que “la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”, si bien la práctica totalidad de las competencias que Jean Bodin o Carl Schmitt atribuían a la soberanía, como eran el poder de emitir moneda o el derecho de última instancia, ya no se encuentran entre los poderes del Estado. Del mismo modo, el principal atributo del soberano según Schmitt ―la capacidad de declarar los estados de sitio o excepción―, en nuestro caso reducido al estado de alarma, es una decisión cuyo origen último debería ser buscado más en unos poderes fácticos que tratan de dar una apariencia de dominio efectivo de la situación, ante unos posibles disturbios sociales que suman al país en “la anarquía”, que como una medida única y exclusivamente sanitaria. Lo que la declaración del estado de alarma está diciendo al mundo no es que Europa es capaz de controlar una epidemia, sino que Europa tiene un soberano que no es tanto el Parlamento o “el pueblo” como el Banco Central Europeo (BCE).
Si en el pasado el soberano era aquel capaz de declarar el estado de guerra, y por tanto de identificar al enemigo público, ello se debía a que durante la mayor parte de la historia la guerra ha sido uno de los mayores miedos de la población. En la actualidad, en cambio, si bien el terrorismo sigue siendo uno de los leitmotivs principales con los que ejercer el poder soberano en perjuicio de los derechos fundamentales de los individuos, está claro que el miedo a una pandemia es una cuestión todavía más efectiva para ejercer un poder soberano que garantice el control de la movilidad de los individuos, y ello con el pleno consentimiento de los mismos.
Lo primero que deberíamos temer no es tanto la epidemia en sí como nuestro oscuro deseo de un Leviatán que lo solucione todo “con mano firme”.
En un mundo cada vez más conectado y con una densidad poblacional nunca vista ―recordemos que desde el año 2000 más del 50% de la población mundial vive en ciudades y que el porcentaje se espera que llegue al 80% para 2050―, las crisis epidémicas a nivel mundial van a ser cada vez más habituales. A este respecto, resulta crucial tener en cuenta que el modo en que gestionemos esta crisis sanitaria va a servir como pauta y modelo para una gran cantidad de casos futuros. El coronavirus pasará, pero las decisiones políticas tomadas durante esta crisis es probable que duren mucho más. Debido a ello, deberíamos reflexionar mínimamente si el recurso inmediato al alarmismo social, el saqueo de supermercados y la gestión soberana-autoritaria de la crisis por parte de los poderes políticos, desde el momento en que el BCE dice que hay que tomar medidas drásticas, es el mejor protocolo que podemos desarrollar.
En el caso de Roma, el paso de la República al Imperio se debió a una gestión soberana del poder que pusiera fin a los disturbios y las guerras civiles. Del mismo modo, el origen de la mayor parte de los Estados y monarquías absolutas europeas a lo largo del siglo XVII fue consecuencia de las crisis y disturbios originados por las guerras de religión. En la era de la biopolítica y la movilidad tecnológica, lo más probable es que en caso de producirse un nuevo devenir autoritario de los regímenes políticos occidentales, ello sea justificado por una gestión de los disturbios sociales que pueda provocar una epidemia y/o un posible escenario de carencia de recursos. A este respecto, no deberíamos olvidar nunca que es precisamente en los casos de mayor alarmismo social cuando todo el mundo reclama un soberano que venga y lo proteja. Ante esta situación, lo primero que habría que temer no sería tanto la epidemia en sí como nuestro oscuro deseo de un Leviatán que lo solucione todo “con mano firme”. Ahora más que nunca, la primera cosa que deberíamos recordar no es otra que la primera consigna de todo auténtico revolucionario libertario. Precisamente aquella que fue negada por el Hegel más conservador en su defensa del Estado: Fiat iustitia, pereat mundus! (“Que se haga Justicia aunque perezca el mundo”).
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Réplica :
Íñigo F. Lomana 3/04/2020
Palabrería e inmoralidad
Tiene uno que estar muy borracho de sí mismo para pedirle a una comunidad aterrorizada que prescinda, justo en este momento, de los escasos canales de comunicación que todavía existen
En efecto: nadie supo prever la magnitud de la catástrofe que se nos venía encima. Los responsables sanitarios de medio mundo fueron incapaces de calibrar adecuadamente el riesgo al que nos enfrentábamos y, por razones que van de la pereza burocrática a la franca ineptitud, los gobiernos occidentales no supieron actuar con la premura y la determinación que la emergencia exigía. Esta idea –en la que se insiste de forma machacona en todo tipo de columnas, mercadillos periodísticos y foros de opinión– corre el riesgo de convertirse en un peligroso sumidero por el que, mucho me temo, acabarán evacuándose algunas responsabilidades. Pero, como no creo que sea el momento más oportuno para dirimir esas responsabilidades, y como tampoco dispongo de las herramientas adecuadas para iniciar una discusión seria sobre políticas sanitarias, daré esta argumentación por buena y trataré de centrarme en una cuestión que no me parece más urgente pero sí más cercana: ¿a qué se debe la ceguera, el ensimismamiento y en ocasiones también el sadismo con el que una parte importante del mundo intelectual ha reaccionado a la emergencia sanitaria que atravesamos?
Decenas de pensadores y filósofos –entre aspirantes, estrellas emergentes y astros consolidados– han comparecido a lo largo de estos días en las páginas de nuestros diarios para hacer todo tipo de declaraciones extravagantes. Unos, sordos a todo lo que no sean sus propios síntomas imaginarios, han intentado convencernos de que “la reclusión, la prohibición y la obediencia” nos ahogan mucho más que la propia enfermedad a la que nos enfrentamos, de lo cual tal vez deba deducirse que la falta de respiradores y la asfixia padecida por miles de enfermos es una farsa grotesca que ha de ser denunciada públicamente. Como era de esperar, los charlatanes no han tardado en echar mano de una de sus muletillas preferidas y nos han sugerido también que “nuestra única alternativa real es repensar el contagio”, como si las políticas públicas y la atención sanitaria no fueran más que un simple juego infantil al lado de la titánica tarea de “repensar”. Otros nos han animado a aprovechar el infierno vírico para “redescubrir nuestro cuerpo” y para “salir de la caverna” en la que, al parecer, hemos estado encerrados hasta ahora. No estoy seguro de que una agonía lenta sea la forma más adecuada de “redescubrir el cuerpo”, pero algo me dice que una recesión global de consecuencias catastróficas (y el hambre que sin duda causará) no son las condiciones idóneas para salir de esa caverna en la que sin darnos cuenta estábamos atrapados. Es muy posible, eso sí, que el dramático deterioro de nuestras condiciones de vida nos permita comprender muy pronto que no vivíamos en ningún tipo de caverna.
Desde el principio de esta crisis se ha trabajado con la sospecha de que nos encontrábamos ante una amenaza fantasma, una nadería magnificada por poderes totalitarios para imponer su terror; una especie de broma macabra urdida por entidades abstractas y, por consiguiente, inidentificables, contra las que todo lo que se podía hacer era clamar desde algún púlpito mediático. Se nos dijo, en primer lugar, que estaba en marcha una campaña de intoxicación auspiciada por la industria farmacéutica para poner al mundo entero de rodillas y obligarnos a comprar otra vacuna nueva e inútil (pocos días después empezaba una cuenta atrás frenética para el desarrollo de esa vacuna). Luego se nos advirtió de que estábamos en presencia de una contrarrevolución orquestada por fuerzas tenebrosas y reaccionarias cuya finalidad era acabar con el activismo climático y con otras luchas sociales incómodas. Y, por supuesto, también se aprovechó la crisis para trazar una gruesa línea ideológica con la que separar a la turba histérica que pedía acciones gubernamentales urgentes de la élite virtuosa que exigía calma. Por fortuna, esa línea divisoria ha ido desdibujándose lentamente a medida que Trump, Bolsonaro, Wopke Hoekstra y Boris Johnson se lanzaban a la piscina de las políticas eugenésicas y abrazaban las tesis inicialmente reservadas al “Bloque del Bien”: no nos dejemos vencer por el pánico, salgamos a las calles a demostrar que no tenemos miedo –como si las miasmas, las bacterias y los virus fueran terroristas pequeñitos que pudieran acobardarse con el espectáculo fastuoso de nuestro coraje–, no causemos alarma social, no espantemos a “los inversores” con reacciones desproporcionadas, solo son mayores enfermos.Esta primera ola argumental no tardó en estamparse contra el muro de los hechos, pero lo que ha venido después es, en muchos casos, peor y más frívolo: un verdadero festival de disparates y automatismos interpretativos que fue inaugurado por Giorgio Agamben y el colectivo Wu Ming a principios de marzo y ha llegado a su máximo apogeo con la reciente intervención de Paul B. Preciado en el diario de El País. Estos autores –epígonos más o menos aseados de Foucault– sostienen que el Estado se ha servido de la crisis vírica para reforzar el control sobre nuestra vida y para intensificar un estado de excepción al que, de forma más o menos tácita, ya estábamos sometidos desde hacía mucho tiempo. De ser esto verdad, todos habríamos acatado la orden de confinamiento sin rechistar, con una resignación bien entrenada a lo largo de años y años de sujeciones invisibles y cadenas disciplinarias.
Algunos intelectuales sostienen que el Estado se ha servido de la crisis vírica para reforzar el control sobre nuestra vida y para intensificar un estado de excepción al que ya estábamos sometidos desde hacía mucho tiempo
¿A qué viene entonces el escándalo con el que se han recibido los recortes de derechos? Si ya nos encontrábamos en una situación de excepcionalidad antes, ¿cómo es posible que echemos tanto de menos nuestras libertades? Me parece también muy aventurado afirmar que el Estado esté aprovechando la emergencia sanitaria para aherrojar aún más nuestros cuerpos. Bastaría con darse una vuelta por cualquier hospital europeo o, sin ir más lejos, por las inmediaciones del Palacio de Hielo en Madrid, para darse cuenta de que la situación es más bien la contraria: el Estado parece haber perdido la capacidad de gestionar nuestra vida, de ejercer su función asistencial. Eso es precisamente lo que nos aterroriza a quienes sabemos que, tras eso que los foucaultianos llaman “gestión de los cuerpos” y “régimen disciplinario”, no se esconde otra cosa que el Estado del bienestar. He ahí la verdadera tragedia.
Si el diagnóstico que hacen estos autores ya es descabellado, sus propuestas para solventar la crisis resultan obscenas. Paul B. Preciado nos recomienda –entre otras cosas fabulosas– que, para resistir los embates del “biopoder”, creemos “un parlamento universal de los cuerpos” y nos desprendamos de nuestros dispositivos digitales para dedicar el confinamiento al estudio minucioso de las tradiciones minoritarias de lucha, cuyo ejemplo de resistencia heroica solventará mágicamente el grave atolladero social y económico en el que nos encontramos. Son muchas las preguntas que se agolpan en la mente del lector que se topa con estas sugerencias. ¿Será necesario crear una Asamblea Constituyente de los Órganos antes de reunir al parlamento de los cuerpos en sesión plenaria? ¿Qué tribunales harán cumplir las “bioleyes” que se dicten en esta casa de la soberanía corporal? ¿Será tan efectiva en el ejercicio de sus funciones como el resto de las instituciones supranacionales que han fracasado estrepitosamente a lo largo de esta crisis sanitaria? Tiene uno que estar, por otro lado, muy borracho de sí mismo y de desprecio por los demás para pedirle a una comunidad aterrorizada que prescinda, justo en este momento, de los escasos canales de comunicación que todavía existen y renuncie a saber de quienes están lejos o a acompañar, aunque sea de forma virtual, a quienes sufren o se sienten solos.
A nadie le conviene que los pensadores enmudezcan. La filosofía cumple una función necesaria y tiene que seguir asumiendo el reto de pensar el presente. No obstante, sería conveniente que dejara de ser cuanto antes el lamentable teatro de indigencia teórica en el que se ha convertido. De lo contrario, muy pronto preferiremos el silencio a la inmoralidad de la palabrería.
La auténtica revolucuonaria empieza por no dejar la conservación ni la recuperación de la salud en manos de "especialistas", ni en tiempos democráticos ni en tiempos autoritarios. Hay alternativas a los hospitales. En el caso concreto de las infecciones por el corona la mayor parte de ellas se desarrolla como un simple resfriado. Saber cuidar(se) (sin medicinas mientras sea posible)es fundamental.
Toca organizarse... Para lo que se nos viene durante y después, quien se apunta, funcionamos en red? Así es como hemos dado los grandes saltos
Gracias ! Llevo días creyendo ser una psicótica en un mundo de dementes.Personas sin corazón dominadas como marionetas, en una sociedad que no tenemos principios ni derechos (O mucha ignorancia) para no recordar lo que costo conseguirlos anteriormente
Gracias 🙏🏼 llevo días creyendo ser una psicótica en un mundo de dementes,personas sin corazón,actitudes irracionales y acontecimientos insólitos en la historia. Decepcionada con el ser humano y asustada. Por lo que la gente es capaz de aceptar y no razonar. Valores y derechos que se han luchado a lo largo de la historia y nuestra incultura es capaz de hacer inexistentes !
Que yo sepa, y ha sido mi caso personal así que hablo en primera persona, las presiones (más bien súplicas) para llevar a cabo un confinamiento total me han venido de mis amigas médicas. Y el estado de alarma se ha decretado para cumplir ese confinamiento que pedía la comunidad médica. Es cierto que tal vez se pudieron haber hecho las cosas de otro modo, pero llegados a este punto de contagio según nos dicen las personas que están ahora mismo en los servicios de urgencias, no queda otra. Sembrar la duda sobre este hecho me parece irresponsable y demagógico. Yo cumplo porque mis personas queridas así me lo están pidiendo desde su conocimiento REAL de la situación
¿La persona que ha escrito esto (o las que estén de acuerdo con ello) querrían salir a la calle ahora, pese a las restricciones? Si es así, contacto a rapsoda_legendario@hotmail.com
A ver, aunque he firmado con mi nombre los comentarios que he hecho en respuesta a algunos otros, parece ser que ha habido algún error y no ha aparecido. Por eso, para que no haya dudas, las siguientes respuestas a comentarios son respuestas dadas por el autor del artículo: #49635, #49633, #49649, #49651, #49657. Un saludo a todxs, y aunque a algunxs de vosotrxs no os gusten Deleuze ni Foucault, gracias por vuestros comentarios.
“El problema que realmente debería preocuparnos a nivel social no es tanto el control del virus ―cosa que se va a hacer tarde o temprano―, como el origen económico de las principales presiones a las que ha sido sometido el poder ejecutivo de España para declarar el Estado de alarma, y la facilidad con la que dicha decisión ha sido obedecida por las instituciones políticas, así como socialmente aceptada (e incluso aplaudida y bienvenida) por la mayor parte de la población”
Creo que esta es la única novedad que aporta el artículo a lo ya dicho numerosas veces en tantos textos sobre disciplinamiento y constitución de la subjetividad.
Leído el artículo espero que mi comentario sirva a modo de interpelación amistosa del mismo. Como seguidor de los puntos de vista que aquí se toman, ahora, en cambio, me veo obligado a tomar esos mismos puntos de vista como en buena parte inconsistentes, según están presentados (no por lo que son) sino por el grado de “tendencioso distorsionamiento” de los mismos. Me explico.
Una vez que el artículo esboza el ya tradicional punto de vista que considera el Estado como el princiipal garante y constituyente (en ultima instancia, claro) de la subjetividad, aquel Ente abstracto normalizador, generador de normas, leyes, conductas y todo tipo de disciplinamientos cognictivos (que se parapetan en otros mini-estados, como la familia, el bachiller, la universidad o la autoescuela) una vez que se repasa todo lo que hoy viene siendo el “folclore” postmodernos Foucaultiano (concebir el Estado como un instrumento negativo-constituyente del sujeto político) nos encontramos, nuevamente, con el miedo al Estado, concretamente, con el miedo al poder ejecutivo derivado del núcleo duro de Europa. En definitiva, otra vez, la Troika. Ahora bien, ¿si fue una decisión del tipo económico, por qué no fue mejor la estrategia liberal? ¿Sería esta, para Foucault, la mejor de las decisiones? ¿Lo sería, por ejemplo, bajo la pandemia del SIDA? Creo que ya conocemos los efectos de aquella no-solución Agresivo-Estatal.
Me suena todo esto como lo de siempre, una suerte de ontologización del mismo a modo de “mal institucionalizado oculto entre bambalinas” que tiene, en última instancia, intenciones oscura de control y super-disciplinamiento (como en China) y que estas intenciones ocultas, acaban, como no, bajo el dominio del Capital. ¿Entonces, nuestro gobierno de izquierdas, único en Europa, qué pinta ahí? ¿Ha perdido su soberanía política? ¿Acuará en contra de su propio ideario, incluso lógica?
No dejo de tener mis sospechas, incluso, para aquellos, como el autor de este texto que esbozan el argumento-leviatán. Considero que el poder, incluso, se escapa de las manos de quienes lo ejercen, con lo que el leviatanismo se auto-refuta a sí mismo.
Con “tendencioso distorsionamiento”, no quiero decir mucho más que lo ya dicho muchas veces, y que el sentido común sería más irreverente o en todo caso, el primer enmendador a sortear: ¿cuál es su alternativa? Criticar las decisiones un tanto agresivas o no del todo (ahora, o antes) justificadas no viene al caso. Hablar de pérdidas de libertades o el llamado a la reflexión del mismo, creo que tampoco. No me parece relevante, si creemos que dentro de dos meses todos volveremos a la “normalidad”.
No veo aquí un resurgimiento del Leviatán, insisto. Me parece un anacronismo, o en todo caso, un una vuelta a marchas forzadas al Foucault que estudiaba el Estado cuando estábamos en medio de la guerra fría, y sí, el Estado era visto (el Comunista por un lado, y el fascista depurado a través de capitalismo neoliberal por otro) como el monopoloio de la violencia y el aparato represor. Eso está muerto, o está parcialmente muerto en la medida en que políticamente no esté ocupado por la izquierda, en definitiva, por quien ponga un significado alternativo al concepto de Estado en manos de los intereses exclusivo del Capital.
Viendo la ciudad tal y como está (Barcelona) el coronavirus me parece, hasta la fecha, la mayor demostración de las contradicciones del Capital, hasta el punto que la pandemia podría ser generadoras de nuevas vías y luchas políticas anti-capitalistas. La pandemia está poniendo en evidencia el absurdo de nuestras vidas que ya de por estaban o están confinadas a un modo de vida celularizado. La pandemia no viene ser mucho más que teatro depurado, una síntesis del gran de absurdo por el que va el capitalismo actual. Así como usted plantea oscuramente que esta pandemia allana el camino para la instauración de un régimen (para-Estatal, que en definitiva, ya existe), mi punto de vista quiere, en todo caso, aprovechar esta situación para resignificar las vías eco-progresistas que pueden ser críticas con el sistema actual económico-político. Un oportunidad de reforzar Europa por la vía progresista, una oportunidad de poner en evidencia el andamiaje económico como se puso en evidencia cuando la crisis del 2008, que muchos nos volvimos anti-europeístas. ¿Se acuerda? ¿Y ahora? ¿Qué hacemos con nuestro gobierno progresista?
Me gusta este comentario, creo... Apunta claves interesantes.
Imagino que como a casi tod@s, me inundan las contradicciones, aunque creo que quizás la más importante tiene que ver con un debate existencialista en un momento de escepcionalidad (Nostalgia vs Visión). no tengo muy claro una supuesta vuelta a la 'normalidad' cuando esa normalidad ya lucía bastante fea y no tenía recorrido (Capitalismo funeral).
Creo que debemos prepararnos para el desmontaje más o menos abrupto, doloroso y/o progresivo de la complejidad de la globalización. La soberanía (en una adulta y profunda interpretación) retoma protagonismo, Veremos en que dirección.
Por supuesto. El artículo no es nada original. ¡Ojalá lo hubiera sido! Pues ello querría decir que no repetimos los mismos problemas que en el pasado. No creo que el artículo ni tampoco Foucault consideren al Estado como el “principal garante y constituyente (en última instancia, claro) de la subjetividad”. Al menos no era esa mi intención. Recordemos además que la concepción del poder (micro)poder en Foucault es completamente horizontal e intersubjetiva (véase la discusión con Chomsky de la que se conserva vídeo en youtube).
En alguna otra respuesta a los comentarios en esta misma página ya he intentado aclarar que, al menos en mi caso, no sostengo una posición conspiracionista. No creo que se trate de “intenciones oscuras de control y super-disciplinamiento” tomadas con ese objetivo concreto. Lo que me preocupa algo más es el proceso social en que un régimen deviene autoritario, y es ahí donde he intentado incidir, tal vez de una forma no lo suficientemente clara y precisa. Yo también considero que “el poder, incluso, se escapa de las manos de quienes lo ejercen”. Mi “argumento Leviatán” tal vez debería haberlo formulado como un “argumento-Moloch” al que sacrificamos nuestros derechos con la esperanza de que solucione una crisis social. La lógica del sacrificio, pues.
Coincido con usted en que esta crisis también puede ser, y ojalá lo sea, “generadora de nuevas vías y luchas políticas anti-capitalistas”. Creo que precisamente para ello, una de las cosas a las que debemos estar muy atentos es a que no se desvíe hacia una gestión autoritaria, pues creo que es un peligro que siempre está ahí. Personalmente, el punto más interesante de su comentario me parece que es cuando plantea “¿Entonces, nuestro gobierno de izquierdas, único en Europa, qué pinta ahí? ¿Ha perdido su soberanía política? ¿Actuará en contra de su propio ideario, incluso lógica?”. Aquí la discusión podría eternizarse, claro, y ojalá pudiéramos tenerla tranquilamente en un bar, porque implica algunas cuestiones personales. Por ejemplo, desde mi punto de vista, el PSOE siempre ha destacado por “actuar en contra de su propio ideario”, al menos desde la entrada de España en la OTAN en 1986. Del mismo modo, y después de haber dedicado varios años al estudio de las instituciones europeas, efectivamente, afirmo que España no es un Estado-soberano y que tiene muchas de sus facultades de actuación condicionadas por Europa. A diferencia de hace un siglo, el Estado no es ya el poder político supremo de nuestra sociedad. Más allá del Estado están las instituciones europeas, y más allá de las europeas los organismos internacionales. Lo que el Estado pinta ahí, en caso de ser efectivamente progresista, es el de servir de barrera de contención, pero si uno quiere de veras una toma de poder al modo leninista, no puede ya contentarse con tomar el Estado, sino que hay que ir más allá, con toda la dificultad y complejidad que ello conlleva. Lo mismo dentro de algunos años y/o décadas las instituciones europeas e internacionales pierden su actual fuerza y los Estados vuelven a ser soberanos, pero al menos por ahora, no creo que sea esa la situación. “¿Qué hacemos con nuestro gobierno progresista?” Reforzarlo, sin duda alguna. Pero también presionarle para que resista las presiones neoliberales que vienen desde Europa, y articular una estrategia mucho más fuerte desde el ámbito nacional para promover políticas gubernamentales progresistas en las instituciones europeas. A mí me sorprende mucho comparar el nivel de participación en las elecciones al parlamento europeo que hay en nuestro país, con el que se da en otros países del centro y norte de Europa. España es un país que durante muchas décadas estuvo encerrado en sí mismo, y parece que hay algunos que todavía creen que somos autó-nomos del resto de Europa. A esas personas les convendría echar un vistazo al Tratado de Maastricht de 1993 (desarrollado con el PSOE en el gobierno, por cierto). Probablemente no coincidamos en muchas de las cosas que he comentado aquí. En cualquier caso, ha sido un placer poder leer tu comentario y contestar a algunas de las cosas que planteabas.
Antes de nada, gracias por la respuesta. Pero antes de nada de nada, quería pedir disculpas por el tono agrio-incisivo que no supe revisar (practicamente lo escribí al vuelo). En realidad concidimos más de lo que se cree, y solo por eso ya conviene ponerse a sospechar. Me gustaría desarrollar basante más los puntos que se tocan. Aunque, sin ir muy lejos, el Leviatan-Moloch se lleva arrastrado desde la mismísima Crisis en la que se ha ido transformando la capacidad política de la ciudadanía, pero al mismo tiempo, eso mismo habrío la posidilidad del cambio. Esta lógica me lleva a pensar que esta situación, de repetirse, volvería a tener a la ciudadanía más predispuesta a considerar consignas que revisen cuánto de capacidad autónoma tiene un estado-nación que aún no ha revisado cuánto de democrático son las decisiónes de la Corona-Troika. Diría, en todo caso, que España tuvo que seguir la inercia facistoide para no quedarse por debajo de lo políticamente correcto. Si en inglaterra hay una crisis sanitaria, España y las posiciones pogresista saldrán enormemente reforzadas, incluso, las políticas pro-publcas podrán ir más lejos. ¿Me entiende cuando veo el "hueco resignificante" que hay en estas crisis? Saludos
Ojalá tenga usted razón. Las crisis son precisamente aquellos momentos en los que se vuelven a delimitar las líneas principales que articulan lo público y lo privado, así como lo político y lo social. No en vano, el mismo término crisis viene del término griego “krineín”, que puede traducirse como “separar”. Lo que sí que tengo claro es que para que de esta crisis salga una política progresista reforzada es necesario una presión sin paragón desde lo social, y eso es precisamente lo que impide, o por lo menos dificulta todavía más, un estado de alarma. Creo que entiendo lo que quiere decir por “hueco resignificante”, pero supongo que mi materialismo marxista “anti-gramsci” y “anti-Laclau” suele hacer que le otorgue más peso a las condiciones materiales e infraestructurales que hagan posible que dicha resignificación ocurra de forma efectiva, y no se quede en una simple “demanda” lingüística o “ideológica” que hacemos desde el confinamiento en nuestras casas…
Mucha argumentación bibliográfica y teorica para exponer un interesante punto de vista. Pero se deja a un lado el asunto central: las conclusiones, más allá de las cifras del INE, de quienes saben de virus. Por otra parte, falta una justificación aclaratoria que pudiera aclarar ese causa-efecto propuesto entre lo que dice el BCE y la declaración del estado de alarma, pues solo se propone la tesis, y solo se apoya en pensamientos teóricos del pasado y referentes históricos, pero para aseverar algo así hace falta, pienso yo, una justificación más sólida basada en hechos.
Debemos cuestionarnos todo, siempre. Pero el cuestionamiento que aquí veo parece más ideológico y teórico que pragmático. Desde luego estoy de acuerdo en que lo que más aterra es la facilidad de la gente de aceptar la limitación de derechos fundamentales. Y la crítica, la reflexión, el cuestionar lo que viene dado, siempre es un ejercicio positivo. Pero también es necesaria la autocrítica para salir de los discursos, también dados, de los filósofos y teóricos que nos resultan amistosos ideológicamente y, en vez de construir una tesis solo en base a ello, deberíamos centrarnos más en los hechos, profundizar e investigar sobre estos, y quizá nuestras tesis no sean tan claras ni tan rotundas como la que aquí se plantea.
Efectivamente, el planteamiento del artículo es un planteamiento teórico. Los pocos datos que se citan se hacen para contextualizar un problema e intentar delimitarlo, y no como premisa a partir de la que deducir una conclusión. Ten en cuenta que el Rumor de las Multitudes es un blog de Filosofía y Política no especializado con una reducida extensión de los artículos. Plantear un texto basado en datos de forma no tendenciosa requiere, aunque pueda no parecerlo, una gran extensión, propia de un artículo de investigación, porque para que el artículo sea realmente serio (más allá de citar muchos datos o hechos que aparenten "seriedad científica") hay que explicar la metodología de la toma de datos, la construcción teórica del objeto de observación, las condiciones de contorno del sistema, los rangos de validez estadísticos, etc. Además, hay que tener cuidado con "los hechos", porque lo que desde luego todo investigador sabe y es consciente de ello, es que "los hechos" se construyen. Este artículo es una pequeña reflexión teórica sobre una cuestión política. No es ni pretende ser un artículo científico sobre el virus. En el caso de las presiones del BCE, si bien nunca existen relaciones de causa-efecto unívocas y directas en el mundo de la política, y que a diferencia de otras instituciones europeas lo decidido en el BCE siempre tiene un mayor nivel de opacidad pública que en el resto, lo que está claro es que la OMS llevaba semanas pidiendo que se tomaran medidas, y hasta que Christine Lagarde no abrió la boca públicamente, ningún Estado Europeo salvo Italia había tomado ninguna.
Yo no considero que este artículo inste a salir a la calle. Creo que orienta, abre el pensamiento a cuestionarnos el nivel de facilidad e intrusismo que ha conllevado la implantación del Estado de Alarma y la rápida asunción de esto por parte la población sin resistencia y poca duda. Yo he decidido quedarme en casa desde el sábado, a la par, que me lleva rondando algo parecido a lo que el profesor le pone palabras y alusiones en este texto. Es importante el pensamiento crítico en tiempos de tan altas supuestas libertades.
Podriamos matizar ciertos aspectos de este artículo y debatir sobre ello pero el resultado del análisis es el correcto.
No hay mas que ver las reacciones/comentarios a este artículo.
Lo que más miedo da de esta crisis es la falta de cuestionabilidad de la población respecto al quién, cómo y por qué de la cuestión.
Suerte.
Gracias por el artículo y la reflexión.
Me surgen algunas preguntas:
1. ¨Por supuesto, no estamos diciendo que no se deban tomar precauciones y modificar en cierta medida aquellos comportamientos que puedan poner en riesgo a las partes más vulnerables de la población.¨ ¿Qué tipo de medidas tienes en mente?
2. ¨Las crisis epidémicas a nivel mundial van a ser cada vez más habituales¨, ¿puedes justificarlo y argumentarlo? Sino vuelta a la cultura del shock de hace un par de párrafos pero ahora lo usas tú ;)
3. ¨nuestro oscuro deseo de un Leviatán que lo solucione todo “con mano firme”¨ Totalmente de acuerdo, realmente digno de entender este fenómeno. ¿Qué piensas?
A ver, como bien dicen en algún comentario (ya no me acuerdo si en esta página o en el facebook de El Salto) yo no soy experto en medicina. Lo soy en Filosofía política (licenciado en Filosofía y profesor en la Universidad), Derecho (graduado en Derecho), Urbanismo (Arquitecto y profesor de urbanismo en la Universidad durante varios años) e Historia (doctorado), así que lo que digo lo afirmo desde ese punto de vista.
1. Las medidas que se pueden tomar durante una pandemia pueden ser muchas más que un simple Estado de Alarma. Y de hecho lo han sido a lo largo de la historia. Además, tal y como están mostrando los medios estos días, el modo en que se está aplicando el estado de alarma no es necesariamente la forma más eficaz de contener una pandemia. Lo que sí parece ser, al menos en nuestro país, es la forma más barata. El colapso del sistema sanitario es una realidad, y eso es lo que debería solucionarse. Aquí el BCE salva bancos, el gobierno de hace años condona su deuda, pero nadie introduce grandes cantidades de dinero y recursos para salvaguardar a la población más vulnerable. En su lugar, imponen un estado de alarma como medida "excepcional" para pdoer decir que se está actuando a la "altura de las circunstancias", cuando no es verdad. El estado de alarma, sin más, es una medida propia de un sistema basado en los recortes (económicos, sociales y políticos). Es más, hasta un conductor de autobús se asombraba de ver a tantas personas mayores utilizar el transporte público sin pararse a pensar que eso se debe a que tienen que ir a cuidar de sus nietos a casas de sus hijos porque los padres trabajan y los niños son demasiado pequeños como para poder ir ellos solos a casa de sus abuelos. En resumen, yo considero, al igual que algunos médicos, que las medidas deberían centrarse en garantizar la seguridad de la población más vulnerable mediante un incremento de los recursos y fondos públicos, cribando mucho más qué actividades paralizar y cuáles no.
2. Respecto a mi afirmación de que las crisis epidémicas a nivel mundial van a ser mucho más habituales, la he hecho basándome simplemente en el incremento de la densidad poblacional y la movilidad de los individuos. Virus y epidemias ha habido siempre, pero normalmente estaban más segmentarizadas debido a la distancia y las limitaciones de los medios de transporte. La globalización posibilita que cualquier epidemia local se transforme en global y que se empiece a hablar de "virus extranjeros". Mi intención con el comentario no era intentar generar miedo de forma irracional anunciando un apocalipsis vírico sino todo lo contrario. Considerar que una sociedad global con un sistema de transportes que te permite estar en cualquier punto del mundo en un solo día, las epidemias se van a dar sí o sí, y que lo importante es desarrollar protocolos de actuación no-alarmistas que discriminen algo más que un simple estado de alarma generalizado, que es un poco como intentar matar moscas a cañonazos.
3. No soy conspiracionista ni afirmo que el gobierno del Estado quiera imponer un sistema autoritario aprovechando la situación de crisis. Además, por mucho que discrepe con las políticas europeas y el BCE, tampoco creo que su intención con el modo de gestionar esta crisis sea imponer conscientemente un sistema totalitario. Su intención es "dar confianza a los mercados". Así que, repito: No soy conspiracionista. Lo que sí que pienso es que cuando de una forma u otra, a todos nos toca el miedo a un posible catástrofe, el fenómeno del "salvador" y el de "hacer algo ya" (lo que sea) se activan de forma increíblemente rápida y de repente nadie piensa en los posibles efectos colaterales, como el de los abuelos y abuelas en el bus, o en las repercusiones que tiene este estado de alarma en los centros penitenciarios, las personas sin hogar, las mujeres que sufren violencia de género o los centros de internamiento de extranjeros. Hay demasiados casos en la historia política en los que la deriva hacia uun régimen autoritario viene precedida de una crisis previa (de la cual no niego su realidad). En Occidente al menos, el miedo a una guerra en suelo occidental no nos asusta tanto. El miedo al terrorismo internacional tampoco. Está claro que es el miedo a una pandemia el que más limita nuestra capacidad racional de juicio y hace que volvamos a un estado psicológico-civilizatorio basado en el "sacrificio". Los canaanitas sacrificaban a sus hijos al dios Moloch cada vez que habia una crisis. Nosotros en cambio, sacrificamos nuestras libertades al Leviatán, y será que tuve una educación católica tradicional perdido en medio de la meseta castellana, pero creo que algo hay en estos "sacrificios" que hacemos, que nos hace creer irracionalmente que es el pago por la vuelta a la normalidad y al equilibrio, cuando en realidad no tiene porqué estar relacionado en forma alguna.
Este siglo va a ser realista, la cuestión está en saber de qué realismo se habla.
Ya está bien de desinformar. Los expertos han dicho una y otra vez que este virus es muchos más contagioso y letal que la gripe. Basta de comparar esto con una gripe como si fuera poca cosa porque no lo es. En China ha habido pocos muertos en comparación con el nùmero de infectados porque el gobierno dictatorial chino ha movilizado un montón de recursos y ha aplciado medIdas drásticas e incluso brutales, y porque los chinos(como los coeranos)se han tomado el virus en serio. Tarde, pero en serio.
No creo que el término "desinformar" sea el adecuado. Los pocos datos que se mencionan en el artículo citan la fuente de la que han sido obtenidos, así como se citan los nombres de los autores cuyos argumentos y/o teorías son empleados. "Desinformar" es decir, por ejemplo, "los expertos". ¿A qué expertos se refiere usted? ¿A "los médicos" en general? Tal vez esos "médicos en general" o "expertos" que salen en los medios de comunicación no sean todos los médicos o los expertos que están haciendo comunicados por las redes sociales y también en los foros académicos. ¿No cree usted que lo más probable cuando se declara un estado de alarma es que los medios de comunicación privilegien las opiniones de aquellos que defienden la necsidad de tomar un estado de alarma? Al menos en mi caso, yo he escuchado tanto a médicos que defienden el estado de alarma como a médicos que lo critican, y que citan en ambos casos sus números de colegiados para mostrar que no son unos impostores que se han puesto a hablar porque sí.
Por otra parte, el argumento que usted aduce referente a China, al menos formalmente, tiene la estructura clásica del argumento del creyente: "Si no hubiésemos sacado en procesión a la virgen del Pilar, la pandemia hubiese sido peor". Contra esos argumentos no se puede entrar en diálogo porque ya han decidido el resultado antes de empezar la conversación.
Si no hubiera un imperativo económico decretado por el BCE, seguramente no se hubieran tomado medidas. Estaríamos con el jiji, jaja, la gripe esa de los chinos. Parece que el capital ha estado rápido, supongo que para salvar los muebles. No sé mucho de Deleuze o de Lacan. Pero dado el estadio de la sociedad tan infantil al que hemos derivado, no parece que vayan a ser efectivas otras medidas que las fascistas. Parece que todos encontramos nuestras dosis de placer y peligro con este estado de las cosas.
El capital ha sido tan rápido que todas las empresas, que han tomado medidas, han sido forzadas bajo la presión del gobiero o de sus trabajadores El capital es tan rápido que los gobiernos de europa están tomando medidas totalmente contrarias a la política ecónomica que el BCE les ordenaba constantemente. El fracaso del neoliberalismo es total y absoluto.
El nuestro es un estado capitalista. Al servicio del capital. Lo que quería hacer notar es que las clases dirigentes no hubiesen tomado estas medidas de contención si no viesen peligrar la economía (más teniendo en cuenta que muchos de estos dirigentes ya están infectados y no parece que les importe mucho o se sientan amenazados)
La primera reflexión respecto a cuestionar esta "alerta sanitaria". A medida que avancemos en el confinamiento se abrirán más mentes (espero). 👌
Ya están los deleuzianos dando guerra... Pero que manía con el "cuidado con el Estado", "cuidado con el Capital", "cuidado con todo lo macro"... Y ¿qué supones tu que se debería hacer?
Aprendan de sus mayores, aquí señalo a Savater o a Pardo, que pronto se dieron cuenta de las trampas y peligros que infectan esos virus de los Deleuze, Foucault y compañía.
Muestras no tener ni idea (iba a decir ni puta idea pero igual no lo publican...) de éstos pensadores. Y vaya dos ejemplos reaccionarios...
Como muy bien dijo un amigo mío, en todo caso, los deleuzianos estaríamos dando "micro-guerra" al Estado... Aunque es verdad que ya no soy un chaval, Deleuze y Foucault también son mis mayores. Es más, en realidad, son más mayores que Savater o Pardo...
Interesante, aunque incluir (y además como colofón) una frase en latín sin traducirla me parece poco consciente de que no todxs vamos a entender su significado.
Fiat Iustitia, pereat mundus = Que se haga Justicia aunque perezca el mundo.
Gracias, compañerx. Se nos pasó incluir la traducción en la última revisión. No te creas que aquí todxs sabemos latín. No es el caso :(
Muy guay, si gobernara el PP te lo compraba. Pero es que Pablo Iglesias es el vicepresidente!!!
Lo que el artículo está diciendo es que el que gobierna es el BCE de Lagarde y De Guindos, que el capitalismo neoliberal oculta otra estafa gigantesca a la población, medidads reaccionarias de control y disciplina que van a durar más que la pandemia y otro recorte de derechos No te has enterado de nada Voxglodita...