Desastres naturales
La Organización Meteorológica Mundial se moja en la pregunta de cómo afecta el cambio climático al aumento de desastres naturales

El diagnóstico permite albergar cierto optimismo: aumentan vertiginosamente los episodios pero se reducen de manera sustancial las muertes. El Atlas de Mortalidad y Economía. Pérdidas por fenómenos meteorológicos, climáticos y hídricos extremos, publicado el 1 de septiembre por primera vez desde 2014, atribuye a este tipo de desastres naturales dos millones de muertes en los últimos cincuenta años.
Desde 1970, según el atlas publicado por la Organización Meteorológica Mundial, se han contabilizado 11.000 desastres atribuidos al tiempo, el clima y el agua. Sequías, tormentas tropicales, gotas frías, ciclones, olas de calor o de frío... son algunos de los fenómenos que pueden arrasar un municipio, una región o un país entero.
El atlas lanza la gran cuestión de nuestro tiempo: si el aumento de la prevalencia de estos fenómenos es atribuible a la crisis climática —el aumento de la temperatura de la tierra como consecuencia de la acción del ser humano— o si no es conveniente relacionar esos desastres con la crisis climática. La respuesta está en el viento, viene a decir la OMM. Dicho en las palabras del propio estudio: “Una pregunta habitual cuando ocurre un evento climático extremo es '¿este evento fue causado por el cambio climático?'. La comunidad científica aborda esta pregunta de una manera diferente: '¿Fueron las circunstancias de este episodio afectadas por las influencias humanas en el clima, y si lo fueron, ¿en qué medida?'”.
A pesar de la cautela con que trata el asunto, los autores del Atlas determinan que “el número de extremos meteorológicos, climáticos y hídricos está en aumento y se volverá más frecuente y grave en muchas partes del mundo como resultado del cambio climático”.
Los estudios publicados en las últimas décadas que han tratado de analizar esa influencia de la acción humana en los desastres han avanzado especialmente en los fenómenos de mayor escala, en episodios de circulación atmosférica como la jet stream o en olas de calor. Así, la OMM explica que “casi todos los estudios de olas de calor significativas desde 2015 ha encontrado que la probabilidad se ha incrementado significativamente por el cambio climático antropogénico”. En uno de estos estudios recientes se demostró que la ola de calor que asoló Japón en 2018 hubiera sido imposible sin la influencia humana.
El informe cifra que las mayores pérdidas humanas durante las últimas cinco décadas han sido como consecuencia de sequías (650.000 muertes), tormentas (577.232 muertes), inundaciones (58.700 muertes) y temperaturas extremas (55.736 muertes). La sequía que afectó a Etiopía y Sudán en el año 1983 y la tormenta Bhola en Bangladesh en 1970 son los fenómenos que más vidas se han cobrado.
El mayor conocimiento de estos desastres y el aumento en la capacidad de previsión y resiliencia han reducido el número de víctimas. De hecho, solo dos de los diez episodios más trágicos de este recuento han tenido lugar en el siglo XXI: son la tormenta Nargys en Myanmar, en el año 2008, y la ola de calor que en 2010 costó la vida de 55.736 personas en Rusia.
Pérdidas económicas
El coste en vidas de estos fenómenos se ha reducido ostensiblemente con respecto a los registros de los años 70. En la actualidad, de media, “solo” se producen 40 muertes al día relacionadas con este tipo de tragedias, mientras que en los años 70 del siglo pasado se producían 170 muertes diarias de media. De todas las muertes por clima y desastres vinculados al agua, el 91% ocurrió en los países más pobres del mundo, o “economías en desarrollo” según la clasificación de países de las Naciones Unidas.
En cambio, el coste económico es más alto en los países del norte global. Estados Unidos encabeza el listado de pérdidas económicas con hasta seis tormentas distintas, desde el huracán Katrina, que aterrizó hace 16 años en Lousiana hasta el más reciente Harvey.
La OMM considera que el informe aporta tres lecciones importantes para afrontar un futuro inmediato en el que los desastres van a seguir produciéndose, probablemente con mayor frecuencia: la revisión de la exposición al peligro y la vulnerabilidad considerando el clima cambiante; fortalecer los sistemas de financiación para afrontar las crisis derivadas de estos fenómenos y “desarrollar políticas integradas y proactivas sobre la aparición lenta de desastres como la sequía”.
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