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Decrecimiento
Jorge Manrique, el 1º de Mayo y la crisis climática
Desde Sukar Horia planteamos tres medidas para evitar las consecuencias más dañinas del cambio climático: el reparto masivo de la riqueza, la gratuidad de los bienes de primera necesidad y la renta básica. Estas medidas permitirían que el desempleo generado por el necesario decrecimiento de la economía no llevara acarreado el empeoramiento en las condiciones de vida de la clase trabajadora.
Decía Jorge Manrique en sus famosas “Coplas a la muerte de mi padre” que “Nuestras vidas son los ríos /que van a dar en la mar, / qu'es el morir; [...] /allí los ríos caudales, /allí los otros medianos /e más chicos, /allegados, son iguales /los que viven por sus manos / e los ricos. ”
O por decirlo de manera menos metafórica “que a papas y emperadores / e perlados, /assí los trata la muerte /como a los pobres pastores /de ganados.”
Aunque la realidad biológica de que la muerte a todos nos llega es innegable, la estadística nos permite poner en duda el carácter igualador de la muerte. Manteniendo la metáfora de Manrique podemos afirmar que los “ríos más chicos” tienden a desaparecer antes que los más caudalosos, en la mayoría de los casos además, no llegando a ver el mar, sino alimentando el caudal de estos últimos.
Basta con consultar la distribución de la esperanza de vida por barrios en cualquier ciudad y compararla con la distribución de renta para percatarse de que existe una clara relación. Esta realidad estadística innegable se manifiesta de manera más clara cuando se produce una catástrofe natural. La pandemia del Coronavirus es el más reciente ejemplo. Esta pandemia se está cebando especialmente con la clase trabajadora. En Boston, por ejemplo, se habla de que el virus ha podido tener una incidencia hasta 10 veces mayor en Chelsea (ciudad obrera en los alrededores de Boston) que en otros barrios del área metropolitana.
Las olas de calor son mucho más llevaderas en los chalés con piscina que en los pisos sin aire acondicionado.
Las catástrofes naturales derivadas del cambio climático no serán una excepción. Las olas de calor son mucho más llevaderas en los chalés con piscina que en los pisos sin aire acondicionado, y el pueblo tiene que estar pasando mucha hambre para que la escasez llegue a la mesa del burgués. ¿Cuántas afluentes del Ebro deben secarse para que podamos atravesar su ría a pie?
Guiados por la sensación de seguridad, de quien viaja en un buque que se hunde pero tiene una plaza en bote salvavidas, la clase dirigente nos ofrece dos caminos hacia el precipicio. Por un lado el negacionismo más ultramontano, representado por Trump y Bolsonaro entre otros, que responde a los intereses más cortoplacistas de la industria fósil y parece tener prisa por llevarnos al abismo. Por otro lado el establishment demócrata y la gran mayoría de la clase dirigente Europea cuyo plan contra el cambio climático es una mezcla de buenas palabras, medidas de austeridad recicladas y, en el caso vasco, grandes dosis de cemento. El panorama no es desde luego nada halagüeño.
Sin embargo, precisamente un primero de Mayo, tenemos que tener claro que la historia no siempre la escribe la clase dirigente y que a través de la organización y la lucha la clase obrera ha conseguido arrancar grandes concesiones al capital. De hecho la única forma de evitar los peores escenarios de cambio climático es implementando medidas que choquen frontalmente con la lógica de acumulación capitalista, así como con la subyugación de cuerpos al trabajo jerarquizado y masculinizado que acompaña dicha acumulación.
La única forma de evitar los peores escenarios de cambio climático es implementando medidas que choquen frontalmente con la lógica de acumulación capitalista.
¿Cuales pueden ser esas medidas? Desde Sukar Horia hemos querido destacar tres. El reparto masivo de la riqueza sería el paso más urgente. Los recursos derivados de este reparto deberían invertirse o bien en la gratuidad de los bienes de primera necesidad o bien en una renta básica. Estas medidas permitirían que el desempleo generado por el necesario decrecimiento de la economía no llevara acarreado el empeoramiento en las condiciones de vida de la clase trabajadora. De esta forma la clase obrera canjearía una vida materialmente más frugal (reducción de viajes, coches, productos electrónicos... ) por la seguridad de tener sus necesidades básicas cubiertas.
Por último también queremos poner sobre la mesa la necesidad imperiosa de la relocalización de la economía, es decir la necesidad de acortar dramáticamente las cadenas de producción de las mercancías. Hoy en día no es extraño consumir alimentos provenientes del otro lado del globo o comprar productos electrónicos cuyos componentes hayan dado varias veces la vuelta al mundo. El capital ha organizado la producción a nivel mundial para así poder aumentar sus beneficios a costa de explotar al máximo a trabajadores y naturaleza.
Hoy en día no es extraño consumir alimentos provenientes del otro lado del globo o comprar productos electrónicos cuyos componentes hayan dado varias veces la vuelta al mundo.
Además de los claros beneficios ecológicos de la relocalización (la OCDE estimó que en 2015 el comercio internacional supuso un 7% de las emisiones de GEI), los beneficios en cuanto a seguridad alimenticia y sanitaria no son tampoco nada desdeñables ya que, como esta crisis sanitaria nos ha demostrado, el riesgo de escasez de productos de primera necesidad es real y nuestra dependencia sobre el mercado mundial no hace sino aumentar dicho riesgo. Por otro lado, la relocalización de la economía también puede reforzar la posición negociadora de los trabajadores puesto que la patronal no podrá jugar la carta de la amenaza de deslocalización.
Por supuesto estas medidas no son sino los primeros pasos hacia los profundos cambios que requiere nuestra sociedad si queremos evitar las catástrofes, pero marcan la dirección. Una dirección que busca evitar los peores escenarios ecológicos, pero que a la vez se enmarca dentro de la corriente histórica del movimiento obrero.