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Crisis climática
Nuevo clima. Adaptación geológica, biológica y social
DANAS y barrancos en el clima mediterráneo
Las gotas frías o DANAS, especialmente en el área mediterránea, nos acompañan desde hace miles de años. Los asentamientos humanos y las conquistas de las tierras fértiles nos han dejado legados escritos o arqueológicos de su adaptación a la penúltima dinámica atmosférica y cortical. Un ejemplo lo encontramos en el yacimiento íbero de la Alcudia, donde se encontró la dama de Elche. Hace 2500 años sus habitantes construyeron una muralla con características sismorresistentes y elevaron sus viviendas para prevenir daños por inundaciones. En el 49 a. C. Julio César narra cómo en los días de la batalla de Illerda (Lleida) irrumpió un repentino huracán con enormes aguaceros. Durante la Edad Media mutaron a castigos divinos que adquirieron dimensiones telúricas y meteorológicas. Pero ya en tiempos más modernos disponemos de informes bien documentados de DANAS catastróficas como la que se analiza en ‘Memoria sobre la inundación del Júcar’ de Miguel Bosch en 1864 (ver figura 1). Durante el último siglo vivimos la riada de Valencia de 1957, las del Vallés de 1962 con cerca de un millar de víctimas, Levante 1973, la Pantanada de Tous de 1982, Oliva en 1987 con el récord de más de 817 mm en 24h, las de Murcia en 2012 o las de Mallorca en 2018. Por lo tanto, culpar exclusivamente al cambio climático del carácter destructivo de estos eventos en un clima tan peculiar como el mediterráneo no sería de rigor. Hay algo más. La rambla o el barranco son iconos o emblemas que revelan la particularidad del clima mediterráneo. Se trata de una unidad geomorfológica esculpida por grandes, medianas y pequeñas avenidas que puede permanecer años o décadas en seco y en unas horas convertirse en un torrente (de torrencial) para transportar miles de metros cúbicos de agua y sedimentos por segundo, superando con creces, como hemos visto en el barranco del Poyo, al río Ebro en una de sus crecidas extraordinarias.
Los dos últimos cambios en el clima
Desde el último máximo glacial, hace unos 20.000 años, nuestro planeta experimentó una metamorfosis extraordinaria: pasamos de un páramo helado a un mundo templado en el que nuestra civilización pudo crecer y prosperar. En ese tiempo, la asombrosa cifra de 52 millones de kilómetros cúbicos de agua fue redistribuida por el planeta. El hielo era un gran continente sólido que se fundió elevando en más de 130 metros el nivel del mar, compensando así la distribución de masas. Este calentamiento global duró unos pocos miles de años y la temperatura del planeta aumentó unos 6°C. Ello se tradujo en una nueva circulación atmosférica con nuevos patrones mucho más rítmicos que dieron cabida a condiciones más o menos cálidas, húmedas y previsibles. Como consecuencia de la transformación postglacial de nuestro planeta fue posible el nacimiento de las civilizaciones mientras los efectos de aquellos descomunales cambios seguían (y siguen) su inercia. Así que la adaptación fue geológica, biológica y también social. El ser humano fue testigo de la adaptación geológica que consistió principalmente en un rebote elástico de grandes áreas corticales debido a la pérdida del peso de kilómetros de hielo. Ello produjo una sismicidad por relajación que aún continúa en Norteamérica o Escandinavia con elevaciones de la corteza de más de 300 m que cambiaron los perfiles de cuencas, ríos y taludes sumergidos con grandes deslizamientos submarinos y tsunamis. Islandia explotó en un vulcanismo que permanecía sellado bajo el hielo como el tapón de una botella de cava y la red fluvial global vivió una metamorfosis que dio lugar a nuevos perfiles de equilibrio, nuevas cárcavas, ramblas y barrancos esculpidos iban adaptándose al nuevo clima en la que una variante de lo más singular destacaría sobre las demás: la mediterránea. Flora y fauna transitaron parecidos derroteros y con la adaptación geológica, la vida, y por lo tanto, las sociedades humanas, también encontraron nuevas expresiones y áreas de expansión como hizo el hielo fundido. Pero aun siendo rápido aquel cambio, la dinámica cortical, la hídrica, la vida y las primeras sociedades humanas se adaptaron con intervalos de tiempo no solo suficientes, sino localmente muy favorables a las nuevas circunstancias y condiciones climáticas que han permanecido más o menos estables los últimos 12.000 años. Ciertos cambios genéticos, la selección y la cooperación entre especies fueron claves en el proceso adaptativo. Pero hace unos 170 años algo cambió.
Las DANAS mediterráneas en este nuevo planeta
El acelerado calentamiento actual no es comparable a nada de aquello. En menos de un par de siglos la temperatura global ha aumentado cerca de 2ºC y en el mundo científico damos por hecho que los 4ºC estarían a la vuelta de la esquina. El mundo entero, su geología, su flora, su fauna y las sociedades humanas intentan adaptarse, pero no hay precedentes de algo tan rápido que no sea un cataclismo. Cuando decimos que vivimos en un nuevo planeta es porque el proceso adaptativo actual no puede seguir los acelerados ritmos de cambio ambientales. Prueba de ello es que la geología, la biología, las sociedades y las diferentes culturas vivimos un creciente estrés que inevitablemente conlleva la rotura prematura de aquella geomorfología adaptada a un clima que ya no existe, el resultado es el desbordado o extinción de cursos fluviales, el adelanto en la rotura de algunas fallas, el rebosado o desaparición de barrancos mientras, cada año, miles de especies vegetales y animales perecen o desaparecen para siempre y algunas comunidades humanas deben abandonar los territorios que les sustentaban porque ya no puede hacerlo o simplemente han sido destruidos o han desaparecido. Los ritmos de reconstrucción de entornos humanos —que alcanzaron altos niveles de complejidad según avanzaron las condiciones de estabilidad de los últimos 12.000 años— comienzan a no poder sobreponerse ante la intensidad y frecuencia de los ritmos de destrucción impuestos por un medio que se vuelve desapacible o inhóspito.
Figura 1. Similitudes de reanálisis climáticos a 500 hPa y en superficie de cuatro episodios de DANA sucedidas en el área mediterránea española. A: Reanálisis de la DANA del 5 de noviembre de 1864 con una situación sinóptica relativamente similar a la de octubre de 2024, hubo decenas de víctimas. B: La DANA del 20 de octubre de 1982 que provocó la rotura de la presa de Tous fue más parecida a la del 29 de octubre de 2024, aunque destaca una diferencia importante: en 2024 el anticiclón europeo y el de Azores están fusionados, una situación sinóptica más propia del verano; en 1982 hubo 38 víctimas y más de 100.000 personas evacuadas. C: El 4 de noviembre de 1987, sobre Oliva se registra el mayor récord de precipitación en 24 horas en España (más de 817 l/m²) y aún sigue vigente; es muy probable que se produjese un fenómeno local relacionado con la concentración de precipitaciones en la zona de Marina Alta; esta DANA no estuvo tan desgajada como la de 2024, pero mostraba un anticiclón de bloqueo en Gran Bretaña muy potente y una mesobaja al sur de Baleares que seguramente forzaron un flujo húmedo muy canalizado; hubo dos personas fallecidas y cientos fueron evacuadas. D. La DANA del 29 de octubre de 2024 muestra mayor profundización y un gradiente más fuerte en niveles bajos y medios, seguramente un efecto a destacar para explicar por qué estuvo más tiempo bloqueada, en Turís se registraron 778 l/m² en aproximadamente 14 horas y récord absoluto de 179 l/m² en una hora; fallecieron 229 personas, hay decenas desaparecidas, las evacuadas se cuentan por miles. Fuente: Reanálisis climáticos de NOAA y CFSR, 2024, vía wetterzentrale.de
Cuanto más aumentan las temperaturas, más capacidad de albergar vapor de agua posee la atmósfera, de media un 7% más con cada grado, aunque en escalas de tiempo de una o varias horas se han observado porcentajes muchos mayores como pudo ocurrir en el episodio de la DANA de Valencia de 2024, donde las acumulaciones de precipitación en periodos de tiempo entre una y seis horas batieron récords a nivel estatal, en algunos intervalos incluso doblando registros máximos previos. Hablamos de miles de millones de toneladas de agua en suspensión a nivel regional. Además, cuanto más pequeña es la diferencia de energía entre un Polo Norte que se calienta tres veces más rápido que el resto del planeta y el Ecuador, más corrientes de aire frío tienden a separarse, ondularse, deambular e incluso desprenderse de la corriente polar. Así alcanzan áreas cada vez más al sur, chocando sobre áreas muy pobladas y artificialmente modificadas con los vientos calientes de un Mar Mediterráneo al que cada vez llega menos agua de los ríos y alcanza temperaturas por encima de 30ºC, es decir, dinamita.
El verdadero cóctel explosivo se origina al interaccionar las DANAS, entendidas como perturbaciones de aire frío en altura, con un río atmosférico por debajo, que transporta vapor de agua desde latitudes tropicales y que los vientos de levante estrellan contra las montañas litorales y del interior (figuras 1 y 2). La estacionariedad del fenómeno, durante horas y horas, es otra de las características esenciales, seguramente favorecido por un aporte muy efectivo de humedad y la interacción del viento en niveles bajos con el movimiento de los sistemas de precipitación. Cargados con más de un 20% de agua de lo habitual, las consecuencias son DANAS extremadamente destructivas.
Estos fenómenos meteorológicos extremos seguirán aumentando a medida que la dinámica regional atmosférica se siga desestabilizando y el vapor de agua se reparta cada vez peor, porque estamos viviendo las consecuencias del último calentamiento acelerado del planeta cuyo principal detonante es la acumulación de gases de efecto invernadero proveniente de devolver a la atmósfera, a la hidrosfera y a nuestros cuerpos el carbono atrapado por la vida a través de la fotosíntesis desde hace cientos de millones de años. Y cada año desenterramos y ponemos en circulación unos dos millones de años del trabajo que la tectónica de placas utilizó para enterrar, cocer y elaborar hidrocarburos desde aquella luz solar fosilizada. A ello hay que añadir el efecto de El Niño de 2015-2016 y 2023-2024, las nuevas normativas de uso de gasóleo con menos aerosoles, un máximo solar, más vapor de agua y unos océanos que parecen no poder acumular más energía calorífica sin estallar por alguna parte.
Gestionar el riesgo con las herramientas de un planeta que ya no existe
Hasta ahora hemos confiado en la tecnología más extendida por el planeta en el último siglo: el hormigón armado. Éste fue posible por la expansión del uso de combustibles fósiles y el potente motor de combustión interna que desarrollamos desde los excedentes de energías no renovables de los hidrocarburos (aquella luz solar fosilizada) a coste cero. Bien sea para retener agua y laminar avenidas, bien para canalizarla, encañonarla o intentar desviar el flujo de las riadas, este último siglo se caracteriza y diferencia de los anteriores por la prevalencia de una mentalidad de dominio del medio como herramienta de fácil adaptación al clima más estable que nos precedió durante los últimos 12.000 años, pero no exento de sorpresas para las que el ser humano se preparaba, los impactos se sorteaban evitando la exposición, tal y como nos muestra la arqueología o la ingeniería del pasado. Sin embargo, hace apenas unas décadas, la mentalidad de apropiación y sometimiento, de marcado carácter fosilista, vino con un efecto secundario muy peligroso: la falsa sensación de seguridad.
Nuestros antepasados apenas se atrevían a conquistar de manera permanente la casa del río, su curso alto o llanura de inundación, el barranco o la rambla, simplemente porque conocían las consecuencias que cada cierto tiempo les recordaban la naturaleza, sus abuelas, sus vecinos o el folclore local. Ahora, tras haber conquistado llanuras de inundación, haber modificado el perfil natural de ríos y barrancos y haber saturado el medio de infraestructuras, obstáculos y encañonados gracias al poder de los excedentes de energía fósil, hemos impermeabilizando con asfalto y hormigón buena parte del territorio, incrementando la virulencia de las inundaciones y evitando la infiltración del agua (figura 2). Al exponer nuestro hábitat —y a nosotros mismos en masa—, comenzamos a vivir en la sociedad del riesgo.
Muchos tramos de evacuación ya son irreconocibles para la propia y peculiar variante del clima mediterráneo, ésta se ha vuelto más extrema y vehemente, más seca y torrencial. Al intentar abrirse paso —a través de lo que ya es un medio altamente urbanizado y artificializado— solo encuentra un camino: la destrucción. Es la nueva manifestación del estrés geológico, biológico y cultural al que hacíamos alusión. La mal denominada limpieza de cauces consistente en dragados, canalizaciones, sellados, hormigonados con retirada de vegetación autóctona es el caldo de cultivo para la destrucción geológica y la invasión biológica de especies oportunistas como el cañizo, que tanto daño ha hecho a las construcciones humanas que infravaloraron el riesgo con el aumento de la cantidad y velocidad de las avenidas al existir tramos encañonados sin rozamiento, muchos de ellos perfilados con hormigón a modo de tuberías. La mejor manera de eliminar las cañas, muy sensibles a la sombra, es volver a recuperar la vegetación de ribera, entonces ya no crecen.
Por otro lado, la nueva variante de las inundaciones freáticas —que tanto dañan a la agricultura— se extiende también por el subsuelo cuando la regulación de las avenidas en cuencas y subcuencas se dilata tanto en el tiempo que resulta en un fenómeno antinatural; recordemos que en la parte alta de la llanura de inundación abundan gravas y arenas, materiales permeables que permiten el movimiento subterráneo del agua, la permeabilidad se mide en metros/segundo o kilómetros/hora, es decir, su dimensión es de velocidad. El que hasta ahora algunas riadas no excesivamente violentas pudiesen haber sido reguladas en el tiempo ha podido salvar vidas, pero no quiere decir que siempre haya sido y vaya a ser así, como ejemplos, la rotura de la presa de Vega de Tera en 1959, el desbordamiento de la presa de Torrejón el Rubio, en Cáceres en 1965, la Pantanada de Tous de 1982 o la catástrofe de Biescas en 1996. Todo tiene un límite, hasta las construcciones humanas proyectadas con las tecnologías o la ingeniería más avezadas. Así es como el estrés al que hacemos referencia tiene también una dimensión cultural. Veamos:
La nueva revolución urbana suscita cambios profundos en la manera de pensar
El año 2010 supuso un ecuador en la evolución del planeta, más de la mitad de la población comenzamos a vivir en ciudades, una nueva experiencia para la vida en la Tierra que se caracterizaría fundamentalmente por las nuevas corrientes artificiales planetarias, entre ellas el suministro de recursos y la extracción de desechos desde las unidades estructurales de la urbanosfera: las ciudades. Hoy los urbanitas somos el 56%. Construir y gestionar nuestros entornos y hábitats pasa también por un cambio de mentalidad ante las nuevas relaciones entre un medio humano artificial y un medio natural muy difícil o imposible de someter y domesticar. La evolución a nuevas condiciones lo es a nuevas necesidades y por tanto, a nuevas formas de pensar y actuar. También han evolucionado los vínculos sociales, el desarrollo de nuevas ciencias y nuevas tecnologías que se adaptan al cambio de la naturaleza y a la escala de los desafíos colectivos. El medio ambiente es ya un patrimonio social sobre el que vemos cómo nace la discordia, pues al hacerlo patrimonio nos hemos adueñado de él adoptando una postura muy moderna, pero de apropiación de una dinámica que apenas conocemos y menos aún podemos controlar.
Si nos centramos en lo ocurrido al sur de Valencia el 29 de octubre de 2024, extraemos grandes lecciones. Vemos que la Confederación Hidrográfica del Júcar (CHJ) notificó tanto a las autoridades locales como a la ciudadanía del riesgo de inundación en el área del Barranco o la Rambla del Poyo así como de la posibilidad de rotura de la presa de Forata al verse superada y rebosada entrando en un estado de alerta que no garantizaba su seguridad. Pero dicho embalse no tiene ninguna conexión con la Rambla del Poyo, que es la unidad geomorfológica que mató y destruyó, sino que desemboca al río Magro, es de otra vertiente. Es imposible que el vertido del agua que rebosó a la presa de Forata causara el desbordamiento del Poyo ya que no están conectados. La crecida del río Magro y del barranco del Poyo fueron eventos hidrológicos separados, aunque podrían entenderse también como dos fases de la respuesta de los cauces a un mismo episodio meteorológico de profundo carácter mediterráneo. Sin embargo, vimos en días posteriores culpar a confederaciones, agencias meteorológicas y administraciones de poner en peligro a la población e incluso de provocar la catástrofe porque se habían derribado presas y se soltó el agua de Forata sin avisar. Realmente no se ha derribado ninguna presa en España, sino que se está intentando, con buenos criterios de seguridad, quitar el mayor número de obstáculos como canalizaciones y azudes en desuso para reequilibrar el perfil fluvial, la mayor parte en mal estado o en abandono que alteran el discurrir geológico y biológico de ciertas cuencas, aumentando el estrés, la exposición de las comunidades y el peligro, además de los millones en multas que pagamos todos los años por mantener nuestros cauces en un estado lamentable y no cumplir con la Directiva Marco del Agua (DMA), especialmente con su punto 15: el principio de solidaridad en la gestión las inundaciones, encañonando aguas abajo el flujo devastador para que sean otras comunidades las que se inunden o sufran la catástrofe, generalmente las más humildes, una mala práctica demasiado extendida en España. Tampoco la desviación del Turia inaugurada en 1969 ha podido, de momento, demostrar ninguna influencia en lo ocurrido ya que tampoco está conectada con la vertiente en cuestión, en todo caso, podría ser otra manera de trasladar el problema si se superase el caudal de evacuación del proyecto y los alrededores del área receptora no se preparasen para recibir tal impacto.
Nuestra adaptación pasa irremediablemente por un cambio de mentalidad, no es posible considerar ni dar cabida a conspiraciones sin ninguna base científica, empírica ni histórica con fines muy alejados de los de ir alcanzando el mayor grado de bienestar para las comunidades. La explotación del territorio desde posiciones economicistas ya ha demostrado ser un desastre. Afortunadamente emergen propuestas para preservar la vida y hacerlo desde ese máximo grado de bienestar, es decir, el menor riesgo. Este nuevo urbanismo está muy alejado de las propuestas carentes de resiliencia de aquel paleourbanismo del siglo XX que necesitó formas de gobierno firmes, decididas y que dispusieran de poderes fuertes para ser capaces de mantener el orden. Ahora la ciudadanía está formada y se informa, opina y modifica proyectos, grandes infraestructuras o estrategias energéticas, muchas veces a pesar de la obstrucción de un ecosistema político-empresarial enfocado al beneficio cortoplacista que pone en peligro el medio, la vida y se resiste a desaparecer. Aquella autoridad de antaño que se desvanece se apoyaba en la intermediación social de un estilo de vida tradicional con un tipo de gobierno protegido y centralizado que hoy se ve lejano. No pudo ni puede dar una respuesta contundente y satisfactoria a cualquier desgracia natural.
Figura 2. Comparativa de uso del territorio en 1956, un año antes de las inundaciones de Valencia, en donde se ve que las áreas inundadas en el evento del 29 de octubre de 2024 (en azul) son huertas y el propio de 2024, donde buena parte de l’Horta se ha urbanizado. Hoy cerca del 60% del territorio está ocupado por viviendas, infraestructuras, centros comerciales, polígonos industriales, edificios administrativos, instalaciones deportivas… Arriba a la derecha se puede ver la nueva desembocadura del río Turia terminada en 1969. Fuente: Cartografía de Esmeralda Martínez Salvador, datos del PATRICOVA, SNCZI y vuelo americano de 1956. Institut Cartogràfic Valencià. Generalitat.
Retirada estratégica
El “Informe mundial sobre Desarrollo de los Recursos Hídricos 2019. No dejar a nadie atrás” (UNESCO) advirtió que de mantenerse el ritmo de degradación del medio con presiones insostenibles sobre los recursos hídricos, para 2050 estará en riesgo el 45% del PIB global, el 52% de la población mundial y el 40% de la producción de cereales. En el sur de Europa vivimos varias de las comunidades más expuestas del planeta, puesto que las políticas hídricas en la península más afectada de Europa por la desertización debida al cambio climático —y al declive de la energía que sustentaba la agricultura intensiva— fueron proyectadas desde una mentalidad de conquista y apropiación de territorios, costas, vegas, llanuras de inundación, barrancos o cursos fluviales, una mentalidad patológica abocada al recuerdo. El modelo interactivo sociedad-naturaleza ya no puede basarse en que una de ellas termine con la otra o que ambas acaben destruyéndose mutuamente. Así, con el nuevo urbanismo nace la retirada estratégica como la herramienta más efectiva para garantizar el bienestar y la seguridad de las comunidades sin tener que guerrear contra los cauces o entre nosotros. Existen disposiciones locales e incluso leyes, como la Ley del Suelo de 2008 o la propia DMA que garantizan la seguridad frente a fenómenos adversos, pero lo sucedido en Valencia nos dejó claro una vez más que la Ley del Suelo va por un lado, la especulación por otro y la realidad constructiva y la planificación por otro diferente. El resultado acumuló tanto estrés que resultó catastrófico. Por eso se insta a las poblaciones a una retirada de las áreas irracionalmente conquistadas, vista ésta no como una derrota, sino como un avance, invitando a las comunidades y gobiernos a reconceptualizar el retiro como parte del conjunto de herramientas utilizadas para lograr los objetivos sociales deseados.
Autores:
Antonio Aretxabala. Doctor en Geología, investigador, experto en catástrofes naturales.
Antonio Turiel. Doctor en Física, matemático, investigador del CSIC.
Peio Oria. Doctor en Física, meteorólogo del Estado, experto en gestión de emergencias.