Cine
Mujeres que rieron en silencio más fuerte que nunca: una historia de histerias, cine y un legado devuelto

Con la tradición psiquiátrica, el cine ha acabado perpetuando los miedos más antiguos a la risa feminizada que en sus comienzos, sin embargo, le dio forma. Un grupo de investigadoras recupera cientos de películas mudas en las que las mujeres ríen sin parar y sin morir.
La Pile électrique de Léontine
La Pile électrique de Léontine, Comica © 1910 - Fondation Jérôme Seydoux-Pathé.
30 ago 2024 06:00

“¡Este comportamiento es vergonzoso!”, dice el juez. “En realidad, es muy divertido”, reconoce la psiquiatra. En la película Una cuestión de silencio (Marleen Gorris, 1982), tres mujeres en el banquillo estallan en risas mientras escuchan qué planes tiene la justicia para ellas: una hilera de hombres que repiten la palabra “locura”. Han matado a un hombre. No lo conocían. No se conocían. “¡Silencio!”, exclama el juez. Ninguna habla, no se comunican con palabras. “No le encuentran sentido”, alega la psiquiatra. Llevan en silencio toda la vida, toda la película, hasta reír. Todas las presentes ríen con ellas. Son expulsadas. El juicio continuará en su ausencia.

“Qué importa. Nada importa”, dicen las protagonistas de Las margaritas (Vera Chytilová, 1966) mientras ríen y se recortan las extremidades en un desenfrenado juego visual hasta que solo quedan sus cabezas flotando en el espacio de la imagen. Casi dos décadas separan estas ficciones, pero en el lugar de la ausencia (la disidencia) donde han flotado las obras de mujeres durante siglos, la risa supone una comunicación que no requiere palabras, espacio o tiempo para (re)unirlas en diálogo hasta el presente. Mientras, el juicio continúa contra un gesto sentenciado con el diagnóstico de la locura. Reír mucho sigue siendo reír demasiado. Forma parte de nuestras pesadillas aprendidas.

Con la tradición psiquiátrica, el cine ha acabado perpetuando los miedos más antiguos a la risa feminizada que en sus comienzos, sin embargo, le dio forma. Sobre ello habla la investigadora y conservadora Maggie Hennefeld en su libro Death by laughter: female hysteria and early cinema. “La risa loca expresa tabúes y libera deseos y pensamientos inconvenientes, desencadenando una extremidad de sentimiento que se extiende por el cuerpo y provoca sensación de comunidad”, señala. Hennefeld hurga así en las posibilidades feministas de lo que supone recuperar este impulso olvidado.

Nuestro imaginario colectivo está lleno de mujeres riendo a carcajadas, pero a menudo insertadas en el horror sin escapatoria. Lo denunciaban Chytilová y Gorris: cuando una mujer ríe desaparece del plano, o nunca llega. Desde las protagonistas de Extraños en un tren, de 1951 (ríen y, entonces, son asesinadas), o Rebeca, de 1940 (el asesino recuerda la risa de la mujer que le da título y guía la trama sin aparecer porque ya está muerta), a Baby Jane en ¿Qué fue de Baby Jane? (1962) o incluso Laura Palmer en Twin Peaks: fuego camina conmigo (1992). ¿Alguna vez no fue así? En la disidencia, Hennefeld y otras investigadoras han localizado cientos de películas mudas en las que las mujeres ríen sin parar, y sin morir.

Aunque a algunos, como al propio Chaplin, no les hiciera gracia, muchas más mujeres de las que se piensa formaron parte activa de los procesos de creación de las películas en los comienzos del cine

Solo en Estados Unidos, Mabel Normand, Louise Fazenda, Colleen Moore, Alice Howell, Gale Henry o Polly Moran rompieron con sus risas los límites de los estereotipos a través de la comedia, la que también lanzó a la fama a Chaplin, Keaton o Lloyd. Cualquiera reconoce sus caras hoy, pero hay que ser muy fan del cine mudo, lamenta Hennefeld, para conocer si acaso a alguna de estas actrices y directoras (el mismo personaje de Chaplin tomó forma bajo la dirección de Normand). Aunque a algunos, como al propio Chaplin, no les hiciera gracia, muchas más mujeres de las que se piensa formaron parte activa de los procesos de creación de las películas en los comienzos del cine, cuando el resultado aún no se calibraba tanto en términos de dinero como de fascinación.

Recuperar aquellas cintas mudas resulta una tarea compleja debido al desgaste del material con el que están fabricadas. No obstante, a esto hay que añadir cuestiones de procedencia: las películas dirigidas por mujeres y personas racializadas son las más difíciles de localizar. Miles se han dado por perdidas, y no es casualidad. Si aún aguardan en alguna parte, llegar a ellas requiere un interés y un esfuerzo casi inexistentes hasta ahora. ¿Cómo llegar a lo que no sabemos que existe? Iniciativas como el Women Film Pioneers Project demuestran que algo está cambiando, la propia historia del cine que nos contaron y con ella mucho más.

Cinema’s first nasty women es su último trabajo y reúne 99 películas producidas entre 1898 y 1926 (algunas disponibles en internet) que Hennefeld y otras compañeras han conseguido de archivos de todo el mundo. Nos presenta a mujeres riendo en el silencio de las primeras pantallas, pero más fuerte que nunca. Hasta entonces, su risa había significado “sufrir de forma extravagante”. El cine surgía cuando la psiquiatría se afianzaba como método para seguir feminizando las emociones y condenándolas. Privadas de expresión, las mujeres se replegaban en sus cuerpos hasta el sonambulismo, la parálisis, las alucinaciones o los tics. No era nuevo, muchas habían sido quemadas por ello, pero ahora la brujería era un “trastorno de conversión somático” y la hoguera el hospital.


La llamada histeria femenina ofreció en el siglo XIX “un protolenguaje para transformar palabras indecibles en un enigmático espectáculo de cuerpos”. Se las expuso inducidas a estos síntomas. Los propios actores y actrices acudían al “teatro de las locas” para aprender de ellas. He aquí la consolidación de unas imágenes que persisten “en un abismo de signos corporales que se ven y se oyen, pero no se entienden”. En 1855, Baudelaire escribía que la risa “resulta de un sentimiento doble o contradictorio. Por eso produce una convulsión”. Ni él ni otros intelectuales de la época mencionaron la histeria femenina en sus tratados sobre este gesto. Tampoco en el ámbito de la medicina. “Como síntoma, a diferencia de las alucinaciones o el sonambulismo, no se permitió que la risa hablara”.

Lo que sí hicieron fue categorizar que las mujeres estaban lejos de un humor lógico hasta que aquel “mensaje no codificado de la construcción de la locura” se fue volviendo un fin para la creatividad. El cine reflejó “la locura” del capitalismo masificándose y “la histeria de la risa incontrolable alimentó la catarsis de las mujeres en la modernidad como consumidoras, trabajadoras, caminantes en las calles y, sobre todo, activistas”, argumenta Hennefeld. En este nuevo escenario, la comedia se volvió el género más exitoso, y su mayor atractivo fue “la acústica del disfrute femenino”, como documenta la también profesora.

Las películas empezaron a representar “las hazañas de mujeres que causaban estragos difundiendo su risa por el espacio público, dentro y fuera de la pantalla”, según la investigadora Maggie Hennefeld

Las películas empezaron a representar “las hazañas de mujeres que causaban estragos difundiendo su risa por el espacio público, dentro y fuera de la pantalla”. Uno de los primeros ejemplos es Laughing Gas (1907), en la que la actriz afroamericana Bertha Regustus sale del dentista sin parar de reír por el óxido nitroso que le han inyectado para calmar su dolor de muelas. Su risa la acompaña por las calles y llega a todas las personas con las que se cruza, incluidos los pasajeros blancos en un tren y sus jefes blancos. En otra forma de inducción, la risa se estaba volviendo incentivo y hasta una suerte de lucha colectiva.


Le siguieron la italiana Lea Giunchi, la sueca Lili Ziedner, las británicas Alma Taylor y Chrissie White y la actriz francesa que dio vida al aclamado personaje de Léontine, pero de la que aún no se han encontrado datos. Comparten un carácter anárquico y rebelde con el que alguna vez sus personajes adolescentes definieron el cine: ponerlo todo patas arriba para acudir al deseo y al placer de estar vivas. Corrían así lejos de sus padres, de la policía y de todo aquel que se interpusiera en sus caminos. Tomaban globos y salían volando si era necesario para reír y reír. Las películas acababan con sus risas, y como se trataba de que no acabaran, las productoras crearon seriales. En forma de episodios, para cada película acontecía un nuevo motivo para “partirse”.

Entonces, cuando la risa de las mujeres se estaba convirtiendo en un estándar subversivo, nuestra herencia patriarcal volvió a castigarlas. A partir de 1930, se añadió el sonido y se impuso con el melodrama unos códigos morales que, como un juez, volvían a exclamar “¡silencio!” si alguna reía. Volvían a ser locas, malvadas, con un comportamiento intolerable que había que enterrar en el miedo. Con la distancia del siglo que nos separa, otro legado llama a lecturas de lo más actuales. Ver ahora a aquellas mujeres riendo resulta satisfactorio, porque aún asusta “huir del mundo en medio de un placer insoportable y un éxtasis escandaloso”, muertas de risa.

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