Cine
Un único fotograma, muchas referentes: recuperando a las directoras pioneras del cine andaluz

El legado de las primeras realizadoras de cine en Andalucía en los años 70 y 80 generó la posibilidad de un camino de narrativas más diverso que su contexto no tardó en ocultar.
Pilar Távora Yerma
Pilar Távora en el rodaje de su película ‘Yerma’, en 1998. Foto cedida por la directora.
8 feb 2025 06:00

“Hija, lo poquito que soy se lo debo a mi abuela”, dice Rosario, protagonista de Las que perdieron. Para acercarse a esta mujer hay que hurgar en los cajones de la Filmoteca de Andalucía o de la Filmoteca Española y, con suerte, llegar a otra, la que puso una cámara frente a ella y le siguió el paso por su casa y por las calles mientras hablaban de deseo, represión, añoranza e identidad pelando y friendo patatas. Toparse ahora con este cortometraje dirigido en 1987 por la cineasta Pepa Álvarez (El Arahal, Sevilla) quiebra el vacío de crecer en el sur de la península, donde aún se pierde lo que constituye el horizonte memorístico: las referencias.

Para la investigadora Bárbara Guerrero González, ese alegato es un camino. En Nuevas genealogías. Las directoras pioneras del cine andaluz, esta chiclanera habla de lo que hasta ahora casi nadie había hablado: una historia del cine andaluz repleta de directoras que sacudieron las limitaciones de una industria tan machista y precarizada como la sociedad en la que estaba teniendo lugar, repleta de un imaginario colectivo para el que Andalucía, y también las mujeres, tan solo habían existido de forma simbólica.

De aquel simbolismo este silencio en el que Guerrero hurga, topándose con la falta de voluntad por parte de las instituciones para preservar, al menos, el eco de un “enorme legado”. Sin esa voluntad, lo que queda a veces es un espacio en blanco, imágenes emborronadas por el deterioro o un único fotograma. Es el caso de Leticia Alegre y su cortometraje La última aventura de Rip Kirby (1976), el primero dirigido por una mujer en Andalucía del que se tiene constancia. Una década antes que Álvarez, Alegre seguía con su cámara a otra mujer (en este caso joven) en un día cualquiera de su vida, abriendo la puerta a la inercia de rehacer la narrativa masculinizada del retrato femenino y la fetichización de las mujeres andaluzas.

Con ellas, desde Sholeh Hejazi y Manuela García de la Vega en la década de los 70 a Soledad Castillo, Regina Álvarez, Ana Vila, Carmen Pérez Sánchez y Victoria Fonseca a finales de los 80, el legado de estas y otras muchas realizadoras generó la posibilidad de un camino de narrativas más diverso que su contexto no tardó en ocultar. El trabajo doméstico, las tareas agrícolas, la vida cotidiana, los pesares particulares y los sentires colectivos ocuparon buena parte de la producción que llevaron a cabo. En tres, dos o a veces una sola cinta, hicieron posibles las primeras representaciones en clave realista y crítica, pero también llenas del sueño de la ficción, de la vida desde Andalucía.

Las que perdieron Pepa Alvarez
Rodaje de ‘Las que perdieron’, cortometraje dirigido en 1987 por la cineasta Pepa Álvarez. Foto cedida por la directora.

De una lista inicial de 12 pioneras, sobre las que comparte pistas Guerrero, y que no deja de aumentar, tan solo una o dos continuaron dirigiendo, como la sevillana Pilar Távora. A la mayoría les cerraron las puertas cuando apenas comenzaban a empujar la corriente que a base de elitismo y clichés siempre las mantuvo cerradas para ellas. Como resalta Guerrero, “algunas de estas mujeres ni siquiera llegaron a reconocer su trabajo como cine”. Quebradas por la falta de medios y de reconocimiento, desestimaron sus propios gestos, sus deseos y sus nombres. Un nudo del que seguimos necesitando tirar.

“Que haya habido mujeres que rodaran una o dos veces en nuestros pueblos y ciudades, y que luego no pudieran seguir haciéndolo, nos dice mucho más sobre lo que significa hacer películas que los manuales que intentan explicarlo”, sostiene la investigadora Bárbara Guerrero González

“Que haya habido mujeres que rodaran una o dos veces en nuestros pueblos y ciudades, y que luego no pudieran seguir haciéndolo, nos dice mucho más sobre lo que significa hacer películas que los manuales que intentan explicarlo”, sostiene la investigadora. Abrir las puertas, como las de la casa de Rosario, es lo que su trabajo propone. “El hecho de nombrar te permite poder nombrarte a ti misma. Saberse dentro de un hilo da una potencia que determina la autoestima”, señala. Esto es fundamental para ella, porque sin autoestima, “vagamos por la disonancia y nos entregamos a una conciencia impuesta”.

A lo largo del siglo XXI, el cine como discurso artístico hegemónico tuvo “una función crucial en esa construcción del imaginario acerca de ‘lo andaluz’”, apunta la investigadora. Revertir ese mandato, defender la transgresión, defenderse de las leyendas fue también un camino de alegatos en imágenes. En 1977, días después de las grandes manifestaciones por la autonomía, un manifiesto de realizadores andaluces solicitaba a los poderes públicos desde el Festival Iberoamericano de Huelva que “parte del desembolso en la asistencia a cines —siendo Andalucía quien registra las máximas cotas de asistencia del Estado— revierta la forma en que se decide arbitrar, en el fomento de un Instituto Cinematográfico andaluz que pueda formar profesionales autogestionándose”.

La tarea sigue pendiente en buena medida, resonando en el trabajo que realizan organizaciones como la Mesa Documental Andaluz. Guerrero, que estudió comunicación audiovisual y más tarde un máster de cine, lo lamenta: “En clase nunca me dieron el nombre de alguna cineasta andaluza activa en el siglo pasado. De hecho, si me apuras, ni siquiera se suele mencionar a directoras andaluzas más contemporáneas”. La chiclanera tiene claro que “cada vez son más y con una autoestima cada vez más fuerte”, pero también insiste en que sin una memoria completa es muy difícil “evitar que vengan otros a definirnos”.

Esta investigación compone el grueso de su carrera académica, pero sobre todo un recorrido por encuentros, festivales y asambleas adonde acude compartiéndola en forma de fanzines, al puro estilo de hacer lo que se puede con lo que se tiene, autogestionándose como sus referentes. “Tengo claro que esto debe ir más allá de los confines de la academia”, dice. Precisamente en los márgenes de la universidad comenzó. “Mis amigas y yo nos juntábamos después de clase porque entendemos el cine como un encuentro participativo. Así creamos el colectivo Hyksos. El feminismo y la identidad territorial nos atravesaba. Desde el privilegio de ser estudiantes, sabíamos que en la universidad no estaba todo porque veníamos de fuera de ella”. Fuera se buscaron.

“En el momento en el que nos pusimos a pensar referentes de aquí, nos dimos cuenta de que ninguna sabía ir más allá de los 2000”, recuerda Guerrero. Juntarse con otras fue tan clave para ella como para las mujeres que buscaba. Que ocuparan su espacio en la, entonces sí, nueva industria cinematográfica andaluza, fue posible gracias a la unión. Así surgió, por ejemplo, Mino Films, la primera productora en torno a la que la genealogía de los primeros trabajos de directoras dentro de Andalucía tomó forma. También otros colectivos como USICA (Unión Sevillana Independiente de cineastas amateurs). Se trataba de apreciar el gesto de filmar sin convenciones elitistas.

La presión conjunta dio lugar a un territorio capacitado para producirse con un marco propio. En 1984 se otorgaron por primera vez ayudas autonómicas con la creación de un concurso de guion (que exigía a los participantes abordar temáticas relacionadas con Andalucía). “Hay que preguntarse cuán fundamental fueron estas ayudas para impulsar los primeros trabajos, a veces únicos, de estas directoras”, sostiene Guerrero. Muchas de las que solo pudieron rodar uno o dos trabajos lo hicieron gracias a la financiación de aquel concurso. Hasta entonces, de hecho, las que filmaron en Andalucía acudieron desde fuera, como Sholeh Hejazi y Manuela García de la Vega. Como apunta la investigadora, “es controvertido pensar que las primeras directoras en producciones andaluzas no sean andaluzas”.

El cine de aquellas pioneras contiene tanta diversidad de voces, enfoques y estilos que ni siquiera los estándares hegemónicos que lo limitaron pueden evitar que estos trabajos nos alcancen hoy

Con todo, el cine de aquellas pioneras contiene tanta diversidad de voces, enfoques y estilos que ni siquiera los estándares hegemónicos que lo limitaron pueden evitar que estos trabajos nos alcancen hoy. “Rellenan los huecos más complejos de nuestra percepción. Son un punto de partida para repensar esa subordinación externa en la que seguimos cayendo a veces. Nos acercan en el tiempo, y son de lo más interesante y actual”, dice Guerrero, que asegura estar convencida de que, presionando, en los próximos años restaurarán todo lo posible.

La investigadora se topa con un “un gran interés” por las directoras de cine pioneras en Andalucía allá donde expone su búsqueda. “Eso me hace continuar luchándola”, dice. Resulta que se hizo cine en andaluz. Resulta que ese cine lo hicieron muchas mujeres. “Como la mayoría fueron cortometrajes, de temáticas y estilos sociales, qué pasa, ¿no importa? Al final, mientras la gente no pueda ver estas películas, ¿de qué estamos hablando?”. De lo que somos hoy, de lo que fuimos, de lo que seremos.

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