Tecnología
Datificación y corporalidad digital: ¿Son los datos un nuevo cuerpo?

Desde hace unas décadas nuestra relación con los datos digitales se ha hecho cada vez más íntima y, a la vez, problemática ¿En qué medida pensar los datos como un segundo cuerpo puede ayudarnos a articular relaciones más deseables y emancipatorias con ellos?
Jennifer Lyn Morone Inc
Jennifer Lyn Morone Inc. (2014). Fuente: Web de la artista
Filósofa especializada en Tecnologías Digitales. Investigadora en tecnopolítica.net (UOC/IN3) y co-coordinadora del Vector de Conceptualización Sociotécnica
21 jun 2021 06:00

En un mundo en extremo datificado hemos comenzado a sentir angustias relacionadas con la incapacidad de mantener la coherencia entre las escalas de las abstracciones digitales y nuestra experiencia somática concreta: los likes y los followers se acumulan pero nos sentimos cada vez más solxs; los ritmos del trabajo y de la economía se aceleran, pero esto no implica ningún “progreso” en nuestras vidas laborales sino, más bien, un incremento de la competencia y la precarización; el mercado del Big Data nos ha convertido en mercancía, pero no recibimos ningún tipo de retribución por el valor económico que generan nuestros datos ni tenemos la posibilidad de elegir democráticamente para qué fines se utilizan; las redes sociales nos permiten comunicarnos de forma directa y a escala global, pero su uso nos encierra en cajas algorítmicas personalizadas “filter bubbles”; disponemos de más información que nunca en la historia de la humanidad, pero reina la desinformación a medida que proliferan las fake news.

Una primera constatación que podríamos hacer al hablar de nuestra relación con las tecnologías digitales es que, desde los años ‘90 hasta hoy, algo ha cambiado rotundamente en nuestra forma de percibirlas. Las grandes promesas de democratización del saber, de horizontalismo y descentralización del poder que se habían anunciado con la llegada de estas tecnologías, en su primera etapa de expansión global, no se han cumplido. De hecho, han instaurado nuevas formas de poder aún más centralizadas, verticales e imperceptibles que las anteriores. La red como vía de escape a las estructuras jerárquicas y burocratizadas del Estado y a la lógica de la escasez de la mercancía, terminó produciendo unas condiciones de vigilancia masiva y constante que han abierto la puerta a una mercantilización de la vida en su totalidad. Los intensos procesos de abstracción, traducción y fragmentación del sujeto a datos digitales que hemos vivido en las últimas décadas han generado que el propio sujeto devenga la mercancía de una nueva economía. Internet y las tecnologías digitales han abierto la puerta a una mercantilización de nuestro tiempo, incluso de nuestro tiempo de ocio, de nuestras relaciones sociales, de nuestra dimensión afectiva y de nuestro deseo. De esta forma, emergen nuevas modalidades de explotación de nuestros cuerpos de carne y hueso que ya no se ejercen de forma directa, sino subrepticiamente a través de nuestros datos. Por otro lado, a medida que ha ido proliferado el modelo de computación en la nube nube, los centros de poder directamente relacionados con la concentración del tráfico, almacenamiento y procesamiento de datos se ha ido concentrado cada vez más en un pequeño puñados de empresas. En este sentido, el devenir digital no se parece en nada a lo que  habíamos previsto y nos encontramos en un momento mucho más cargado de ansiedades y desajustes provocados por estas tecnologías. 

La red como vía de escape a las estructuras jerárquicas y burocratizadas del Estado y a la lógica de la escasez de la mercancía, terminó produciendo unas condiciones de vigilancia masiva y constante que han abierto la puerta a una mercantilización de la vida en su totalidad

Otra constatación que podemos hacer respecto a este cambio de percepción de las tecnologías digitales se relaciona más con los cambios que las mismas han producido en la materialidad de nuestro entorno y nuestros cuerpos. A medida que se ha ido mediatizando cada vez más nuestro modo de actuar y relacionarnos con el mundo, el cuerpo somático ha quedado relegado a un segundo plano. Las tecnologías digitales pertenecen a un marco de evolución de procesos de abstracción donde la humanidad se ha ido alejando del acercamiento inmediato al mundo a través del cuerpo y lo ha mediatizado cada vez más con objetos y protocolos técnicos. Este ganar terreno de la abstracción está desplazando el rol del cuerpo como eje estructurador de nuestra experiencia y nuestra afectividad, por la importancia que han comenzado a tener en este aspecto los datos y los objetos digitales. Si bien la idea de trascendencia de las limitaciones de la carne en el plano virtual formaban parte de estas primeras expectativas utópicas que se proyectaban sobre las tecnologías digitales, con el tiempo quedó claro que estas expectativas se fundaban en una concepción ingenua de lo digital como realidad “inmaterial”. La tensión material que generan los datos hoy en día como ejes estructuradores de nuestra experiencia se debe a que, en lugar de articularse con el cuerpo somático, actúan de forma despótica. Cuando tenemos que actuar en función de la capacidad (hiper)material[1] de conectividad de los datos y asumir su ritmo frenético sin que se cuiden las limitaciones materiales de sueño, atención y productividad de un cuerpo somático, o cuando las formas de conexión social que se imponen son las de la telecomunicación ahogando las posibilidad de la presencia compartida, entonces comenzamos a sentir que estas mediaciones y protocolos técnicos generan altas dosis de sufrimiento en nuestras vidas.

Si en los años ‘90 proliferaban las visiones tecnoutópicas, al enfrentarnos a esta situación problemática con la técnica suelen proliferar versiones tecnófobas que conducen a un cinismo tecnológico. Pero, tanto las visiones y discursos extremadamente positivos y entusiastas respecto a los beneficios de las tecnologías, como aquellos en el lado opuesto, que resaltan únicamente los efectos negativos, pecan de determinismo tecnológico. Es decir, asumen implícitamente que la tecnología será capaz por sí misma de solucionarnos la vida o de condenarnos a un futuro oscuro. El determinismo oculta dos falacias interdependientes. Por un lado, asume las tecnologías como algo separado y radicalmente distinto del sujeto y la sociedad, por otro, asume al sujeto y la sociedad como agentes pasivos de sus efectos.

Por ello, quizás convenga no solo indagar en las nuevas modalidades del tecnopoder, sino también analizar en qué medida nuestra corporalidad se ha transformado, dando lugar a que puedan instalarse estas nuevas condiciones de agencialidad. Cabría preguntarse entonces: ¿En qué medida nos hemos literalmente transformado en datos? ¿Qué pasaría si dejamos de ver los datos tan solo como información,  y comenzamos a percibirlos  como una dimensión de nuestra corporalidad? Porque incluso analizando las nuevas formas de poder y afectividad que emergen de nuestra relación con los datos, queda aún por saber: ¿por qué el tecnopoder tiene tanto poder?, ¿de dónde le viene?, ¿por qué los datos tienen esa capacidad de incidir en nuestro comportamiento y nuestra afectividad? ¿Qué papel y qué rol ocupan ellos en la constitución y el devenir  de nuestra subjetividad?

¿Por qué el tecnopoder tiene tanto poder?, ¿de dónde le viene?, ¿por qué los datos tienen esa capacidad de incidir en nuestro comportamiento y nuestra afectividad?

Por otro lado, si bien es cierto que la constante abstracción digital de los cuerpos, sus relaciones y modos de comunicarse produce sufrimiento y malestar psíquico y afectivo, sería ingenuo plantear un retorno al cuerpo somático sin más y una negación de las mediaciones digitales. Pretender esto sería posicionarse en una actitud nostálgica y reaccionaria. El problema no puede resolverse planteando un retorno a un “origen” romantizado.

Gran parte de estas problemáticas de las últimas décadas se relacionan directamente con una tendencia técnica, social y política hacia la datificación, es decir, orientada a la traducción y registro masivo de realidades continuas a datos digitales y su consecuente procesamiento informático. ¿Pero qué significa concretamente la datificación?

Como forma de registro, podríamos decir que la datificación es un tipo particular de memoria técnica. En este sentido, guarda cierta continuidad con otras formas de memoria cósmicas, geológicas y somáticas (gestual, procedural, declarativa, genética). Los distintos tipos de memoria no son simples repositorios de recuerdos o datos, sino que constituyen complejos ensamblajes mediante los cuales un cuerpo (biológico, mineral, planetario) se acopla a su medio.

Por ejemplo, las plantas y los vegetales son sensibles a la gravedad, es decir, poseen un tropismo espacial, en general vertical, guardado y transmitido en su memoria genética. Este se hace operativo gracias a captores que poseen en las raíces, los cuales retienen datos relativos al suelo y los envían mediante señales químicas hacia los tallos. De esta forma, los tallos saben hacia donde deben orientar su crecimiento. De manera similar, los árboles poseen captores y transmisores que, según la sequedad del suelo o del aire, los hace actuar de manera diferente, bien desplegando su follaje, bien replegando sus hojas y dejándolas secar y caer  para evitar perder agua por evaporación.

Las capacidades de registro de los intercambios de un individuo o grupo con su medio son las responsables de estructurar mediante un orden sucesivo (es decir temporal) y simultáneo (es decir espacial) la relación entre un interior (cuerpo) y un exterior (su entorno). A través de ellas  el cuerpo proyecta simultáneamente su capacidad agencial, de actuar y afectar a su entorno (su entorno espacial, histórico, vital, intersubjetivo) y de ser afectado por el mismo. Las memorias, en este sentido, son claves para definir las distintas escalas en las que nos relacionamos con nuestro medio. Por ejemplo, la escala de habitabilidad que corresponde a las “ciudades” no hubiera sido posible sin la aparición de la escritura, que permitió gestionar muchos más datos relativos a cosechas, patrimonio de templos, tamaño de rebaños, transacciones de propiedades, etc., que los que puede retener nuestro cerebro.

La datificación, en cuanto memoria técnica, es una forma de memoria exosomática, es decir,  es una memoria que se halla más allá de los límites del cuerpo. Sin embargo, no deberíamos entender el cuerpo y el objeto técnico como realidades dicotómicas, como un interior y exterior autónomos el uno del otro. La idea de lo exosomático, justamente, sugiere lo contrario. Este concepto nos remite a algo que, si bien es exterior a un cuerpo, guarda una íntima relación con el desarrollo y configuración de lo somático. Como afirma Bernard Stiegler, la técnica es una exteriorización paradójica, en cuanto no hay un interior (humano) que la preceda, porque aquello que hace surgir lo humano como “interioridad” es precisamente este movimiento de exteriorización que constituye la técnica. Humano y técnica se crean y se moldean mutuamente. Lo cual equivale a decir que el cuerpo y los datos se hallan en esta misma relación co-constitutiva, en la que sus fronteras son porosas.

El cuerpo humano nunca es un cuerpo sin más, sino siempre un cuerpo entre objetos técnicos, un cuerpo que conlleva en sí mismo una tendencia hacia la abstracción, hacia la exteriorización técnica. Nuestro propio cuerpo nos empuja hacia afuera y, a la vez, lo que creamos fuera de nuestro cuerpo se adentra moldeando también nuestro interior. El problema que nos plantean las tecnologías digitales es que los grados de exosomatización creciente a los hemos llegado hacen que sea cada vez más difícil encontrar formas de articular de forma coherente las escalas de realidad que produce la abstracción técnico-simbólica y la interiorización de las mismas por concreciones somáticas,  no solo en sentido individual sino también colectivo. En este sentido, las concreciones somáticas se refieren tanto a los límites de atención o de la elaboración psíquica de estímulos que posee un cuerpo, como a la posibilidad de instituciones, cuerpos de gobiernos, sindicatos u organizaciones, de dar respuesta a problemas sociotécnicos.

Desde el punto de vista somático, la actual configuración sociotécnica de las tecnologías digitales se relaciona con un eje espacial expansivo y con un eje temporal que se manifiesta como aceleración. Pareciera como si, esta tensión que trae consigo la datificación hoy en día exigiera al soma gestionar una diferencia de escalas demasiado grande, para las cuales éste aún no dispone de las herramientas o reconfiguraciones internas necesarias.

La topología expansiva impone distancia, y esta última es una medida de proximidad o lejanía que existe a una escala muy grande para que nuestro cuerpo pueda transitarla por sí mismo de un lado a otro. Se polariza entonces como constante alejamiento, como emplazamiento en el que un cuerpo no puede acceder a otro cuerpo, porque no están dadas las condiciones espaciales, de contigüidad y cercanía para que los cuerpos somáticos se encuentren, lo cual, tal como lo señala Franco “Bifo” Berardi, debilita nuestra capacidad empática y nuestra sensibilidad conjuntiva.

La aceleración, por su parte, se relaciona con la microescala de tiempo que se empequeñece tanto que no logra ser simultánea a la percepción de un tiempo somático unido a un ritmo biológico. Aquí tampoco el cuerpo puede recorrer cómodamente los procesos de aceleración y desaceleración, sino que todo se polariza como aceleración constante, fuga, velocidad, vértigo. Bajo estas circunstancias, el soma no logra metabolizar ni elaborar psíquica y afectivamente su entorno, porque no están dadas las condiciones temporales para que los procesos duren y puedan volverse significativos.

Como mencionábamos más arriba, la angustia digital tiene un eco también en la dimensión social y colectiva, que numerosas pensadoras y pensadores señalan como fruto de la fragmentación subjetiva que produce la datificación. El sujeto como correlativo a una persona queda diseminado en datos abstractos y en dimensiones supra o infra individuales. Franco “Bifo” Berardi habla de la figura del “trabajador” y afirma: “El capital ya no recluta personas, sino que compra paquetes de tiempo, separados de sus portadores intercambiables y ocasionales.” Desde el punto de vista del “sujeto de derecho” Antoinette Rouvroy afirma que “la noción de sujeto en sí misma se halla completamente evacuada gracias a esta recogida de datos completamente infra-individual, recompuesta en un nivel supra-individual bajo la forma de perfil.” En lo que refiere al “sujeto político” Marco Deseriis, retoma ciertas nociones de Deleuze para referirse al agenciamiento y cálculo maquínico que lleva a cabo el capitalismo informático, no de individuos, sino de dividuales, es decir, fragmentos abstractos y asignificantes.

La angustia digital tiene un eco también en la dimensión social y colectiva, que numerosas pensadoras y pensadores señalan como fruto de la fragmentación subjetiva que produce la datificación.

Todo esto se asemeja más a un proceso de desindividuación que a la génesis de un cuerpo digital. Y, efectivamente, Simondon dice que la sensación angustiosa es como el camino inverso a la ontogénesis, en el que el sujeto siente que el sistema que lo hace existir se desacopla, se desintegra, que las vías de comunicación que compatibilizaban las escalas entre él y su medio asociado, se rompen, se deshacen. Sin embargo, también dice que, si la experiencia angustiosa pudiese ser soportada y vivida durante un tiempo prolongado, la misma conduciría a una nueva fase de individuación, a una verdadera metamorfosis. Podríamos decir entonces que para Simondon la individuación es, básicamente, un proceso de compatibilización de escalas.

El individuo, en palabras de Simondon, “es la autoconstitución de una topología del ser que resuelve una incompatibilidad previa mediante la aparición de un nuevo sistema”.  Este es el caso de la individuación psíquica, que surge como respuesta a una tensión que lo vital no puede resolver más que desdoblándose. La subjetividad abre una nueva fase en la que la función psíquica y somática del individuo se especializan y estructuran en un campo donde el “yo” actúa como el individuo y el cuerpo como su medio asociado, y el vínculo que mantiene a ambos unidos es el esquema somato-psíquico constituido por la personalidad.

A su vez, toda individuación psíquica supone una dimensión de individuación colectiva. La definición de sujeto en Simondon comporta las tres fases del ser: preindividual, individual y transindividual. En este sentido, el sujeto no es postulado en oposición al objeto, ni como individuo autónomo, sino como una condensación y sistematización de estas tres fases. El sujeto es siempre una individuación psíquica y colectiva. Por ello, al hablar de individuo en el marco de la teoría simondoniana no nos referimos a un átomo social, sino a una individuación psicosocial.

Teniendo esto en mente, podemos entender la angustia que está produciendo en nosotros el medio asociado digital como fruto de insertar macro y micro escalas en nuestra relación con el mundo que resultan difíciles de compatibilizar con las escalas de vida somática y psicosocial. Pero, en lugar de leer estas tensiones de modo exclusivamente negativo, nuestra intención es mostrar que detrás de ellas se halla la posibilidad de una reconfiguración de nuestra corpo-realidad.

Con la noción de corpo-realidad queremos indicar la posibilidad de una continuación o prolongación del proceso de individuación psíquica, en el terreno de lo exosomático. Esta noción intenta señalar la posibilidad de que las tensiones provocadas por la datificación sean resueltas mediante un nuevo desdoblamiento del sujeto, que inaugure una fase donde las tecnologías digitales actúen como un segundo medio asociado a nuestra individuación psíquica, es decir, como un segundo cuerpo.

Pero, para que esto suceda necesitamos establecer canales de comunicación que compatibilicen las escalas de lo somático no solo en relación a lo psicosomático, sino también a lo psicosocial, es decir, a las formas sociales, políticas y judiciales construidas a partir de un modelo de corporalidad somática, con las escalas de comunicación, cognición, agencialidad, habitabilidad y territorialidad que abren las tecnologías digitales. ¿En qué medida un cambio en nuestras categorías ontológicas – en el caso que nos ocupa: el tránsito de una visión puramente técnica e instrumental de lo digital al ámbito de la corporalidad – puede favorecer a este fin?

Ampliar el espectro de nuestra corpo-realidad incluyendo el terreno de lo exosomático, puede ayudarnos a gestionar nuestros dos cuerpos de modo que la ubicuidad digital no implique un individualismo autosuficiente detrás de la pantalla y distancia afectiva y emocional entre las personas; y de modo de no caer en automatismos afectivos debidos a la aceleración de nuestros ritmos de vida y la sobresaturación de estímulos e información que debemos procesar.

Por otro lado, los vastos flujos de información en los que se inserta nuestro cuerpo digital para hacerse presente y seguir existiendo ante la mirada del otro lo ponen bajo la amenaza constante de desaparición. En lugar de hacer frente esta situación desde la angustia de individuos atomizados y comportamientos obsesivos-narcisistas, ¿por qué no innovamos en las formas de presencia grupal y colectiva en los entornos digitales?

Ampliar el espectro de nuestra corpo-realidad incluyendo el terreno de los datos puede ayudarnos también a establecer una base más sólida para el desarrollo de derechos digitales

Ampliar el espectro de nuestra corpo-realidad incluyendo el terreno de los datos puede ayudarnos también a establecer una base más sólida para el desarrollo de derechos digitales, pues no es lo mismo reclamar derechos sobre algo simplemente derivado de nosotrxs, como sugiere la idea de “datos personales”, que sobre algo que somos y nos constituye como sugiere la idea de “cuerpo de datos”.

Asimismo, desde esta perspectiva podemos comenzar a percibir las plataformas e infraestructuras digitales, no como simples “servicios”, normalizando el hecho de que estén en manos de empresas privadas, sino como los espacios vitales donde habitan nuestros “cuerpos de datos” y donde tienen lugar muchas de nuestras activiades cotidianas ¿En qué medida este cambio de perspectiva puede hacer más evidente la responsabilidad tanto de la sociedad civil como de los Estados para generar desde lo público estos espacios y para apropiarse materialmente de los espacios e infraestructuras que ya existen, así como para diseñarlos democráticamente y gestionarlos colectivamente?


 Notas

[1] Definición de hipermateria del Vocabulario de Arts Industrialis: “La información es un proceso en el que los estados de la materia se producen a través de materiales, aparatos, dispositivos tecno-lógicos que controlan este proceso en las escalas de nanómetros y nanosegundos - donde no sólo es material lo que duplica, sino también lo que se duplica. Más allá de la dupla materia-forma, más allá del hilemorfismo (Simondon), lo que hay que pensar hoy con el concepto de hipermateria es la dupla energía-información.”

Una versión preliminar de este texto fue debatida en la tercera sesión del Vector de Conceptualización Sociotécnica sobre Cuerpo y Tecnología,  celebrada en el Canòdrom (Ateneo de innovación digital y democrática) con el apoyo del Ayuntamiento de Barcelona. Incluyó una exposición a cargo de Alejandra López Gabrielidis y una conversación con Javier Blanco, disponible aquí.

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Sobre este blog
Atenea cyborg es un espacio de Tecnopolitica.net (red asociada al IN3 de la UOC) dedicado a explorar los conflictos y las contradicciones de nuestro tiempo, un tiempo marcado por la tecnopolítica y la tecnociencia. Es un lugar desde el que destejer la urdimbre de la ciencia, la tecnología y la sociedad contemporáneas para imaginar otros mundos y vidas posibles. Por un giro retrofuturista, aquí la vieja Atenea no es ya diosa sino cyborg y no es una sino muchas; ya no está sola, pero sigue en pie de guerra.
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