Arte
‘Cul-de-sac’, un fanzine hecho contra lo que hay

‘Cul-de-sac’ es una publicación realizada por varias mujeres porque les satisface hacerlo. En ella reflexionan sobre el cuerpo, la creatividad en tiempos del ‘big data’ y lo efímero del arte.
Maria Diaz Fanzine - 3
María Moreno, artista y creadora del zine Cul-de-sac David F. Sabadell
12 abr 2022 06:00

Crear materiales escritos, maquetarlos e ilustrarlos, acompañándolos además de una banda sonora en Spotify, después de una jornada en el call center de una empresa china con refinados mecanismos de control en el trabajo; transmitir esa experiencia en una crónica sobre las trabajadoras chinas de manicura en el Rastro, explotadas al servicio de turistas; recordar desde una habitación de ese barrio madrileño —gentrificado hasta las trancas— el problema de la emancipación y escribir con lápices de colores que pintan sobre la agenda de una adolescente cómo se pierde para siempre a su amiga tras un embarazo; dejar por el camino una importante lección en una publicación: que siempre se puede recuperar a otra… organizarse, junto a tantas, para alzar la voz en este grotesco mundo del arte. Hacer de ello un acto de liberación.

Eso es Cul de Sac, una pieza propia de una boutique literaria autodefinida como “la mezcla entre la redacción de una revista cultural especializada, una galería de arte, un libelo feminista y la carpeta llena de fotos recortadas de una adolescente”. La estética y el formato recuerdan al fanzine, aunque extremadamente cuidado en su edición y sin ninguna vocación underground, suficiente es la condición de artistas sin capital cultural o social en redes de sus autoras. En el interior pueden encontrarse toda suerte de contenidos, desde poemas, crónicas y entrevistas hasta fotografías o ilustraciones.

Cul-de-sac es una expresión cuyo origen viene de las lenguas romances, significa callejón sin salida; “es la señal para saber que se ha llegado a un fin de vía y que para avanzar hay que desandar lo andado y tomar otra dirección”. También es el término que adquiere el punto ciego en la vagina que se encuentra tras el cuello del útero, un lugar de difícil acceso que participa del orgasmo.

“Lo hacemos porque no nos gusta lo que hay”, espetó María Moreno en la librería Mary Read durante la presentación del fanzine. De formación, Moreno es periodista y productora, aunque no ejerce profesionalmente ninguna de ambas; Read fue una de las pocas mujeres declaradas culpables de piratería en el siglo XVIII.

¿Pero qué hay?
Hay dos grupos de personas: las que se pueden dedicar al arte y la creación porque tienen dinero y contactos, pero no dicen ni que tienen dinero ni que tienen contactos; y la gente autoexplotada, que tampoco dice que está autoexplotada, o hasta ahora no lo decía. El componente común entre ambos grupos es que ninguno está retribuido como debería. Además, dependen de mantener una fachada, una imagen pública. Nosotras no pertenecemos a ninguno de los dos grupos, nos mantenemos por otras vías y no consideramos que la auto explotación sea la mejor forma de creación artística. El volumen de producción es gigantesco y no existe un control de calidad. No puede haberlo.


Desde el inicio del estado de alarma, casi dos de cada tres artistas han sido despedidos, sufrido un ERTE, o creen que lo va a sufrir. Otros cálculos hablan de que el 38% de los hombres declara percibir menos de 8.000 euros anuales, mientras que en el caso de las mujeres este porcentaje asciende hasta el 55,7%. Las artistas manifiestan una mayor dependencia sobre otras personas: solo un 4,9% de ellas ingresa más de 30.000 euros al año y apenas un 1% de ellas factura más de 40.000 euros (en el caso de los hombres, este porcentaje es casi el doble, un 8%). El 65,1% de las mujeres asegura que su facturación por actividades artísticas supone menos del 20% de sus ingresos totales. No hay espacio en estas páginas digitales para profundizar sobre la división centro-periferia en el panorama artístico nacional, pero el 58% de los artistas de Andalucía carece ahora mismo de empleo en su profesión, una tasa de paro que supera en diez puntos la media estatal para este índice. Junto a la que se registra en la Comunidad Valenciana, se trata de la situación “más alarmante” de toda España.

Culturas
La clase obrera de la cultura en la era Amazon

En el acto de entrega de la cartera, el ministro de Cultura saliente, José Guirao, le dijo a su sucesor en el cargo, José Manuel Rodríguez Uribes, que “los ministros, los concejales y los consejeros no hacemos la cultura, la hacen los creadores y los ciudadanos”. El problema es en qué condiciones se realiza en un mundo dominado por corporaciones gigantes que imponen sus normas, como Amazon y Google.

“No es culpa de estas personas, eso es evidente —aclara Moreno—. Es la rueda de las apariencias, el estar constantemente produciendo, o al menos parecer que estás produciendo, que también es un trabajo por sí mismo, lo que impide que haya reflexión sobre el proceso de producción artística, o sea, el producto final o el proceso de creación mismo. Insisto: no es por falta de talento, ni de voluntad, sino todo lo contrario. Es por falta de recursos, y el principal recurso es el tiempo”.

Agencia creativa en el arte

En un excurso de la Ideología alemana, Karl Marx afirma que, en la sociedad comunista, nadie tiene una esfera exclusiva de actividad, sino que cada uno puede perfeccionarse en cualquier rama que desee, pues la sociedad regula la producción colectiva y permite al individuo hacer una cosa hoy y otra al día siguiente. Por ejemplo, cazar por la mañana, pescar por la tarde, criar ganado por la noche, ejercer el arte o la crítica después de la cena, sin convertirse para ello en cazador, pescador, pastor o artista. Más tarde, en El Capital, Marx hace dos distinciones sobre la agencia creativa en una incipiente teoría sobre la acción: la única forma de acceder al reino de la libertad es tener cubiertos los medios de subsistencia en el reino de las necesidades (la famosa pirámide Maslow). Pero de entre todas las actividades humanas, afirma, la única capaz de producir valor —siempre en sentido económico— es el trabajo.

Si algo expresa la creación artística —y el sistema precario e irracional que la rodea— es que tal vez exista una salida dialéctica a esta división entre el reino de la necesidad y el de libertad. La creatividad, el ingenio y el talento, de la que cada acción humana está preñada en último lugar, son actividades que tienen la capacidad de crear un tipo de valor social muy distinto. Junto con la capacidad de emprender acciones colectivas puede, por sí mismo, desembocar en un ecosistema artístico distinto al mercado. También crear las condiciones de posibilidad para imaginar una sociedad capaz de generar los recursos colectivos y autorreproducirse de manera sostenible. Hacerlo de manera que provoque también transformaciones en el sistema capitalista —y que en un hipotético futuro socialista ello se encuentre abierto a la revisión constante— es un ámbito de intervención político que el arte puede ayudarnos a inspeccionar.

“El mayor acto de creatividad es que nos organizamos entre nosotras para producir un tipo de valor distinto al económico, aunque consiguiendo que el fanzine pueda financiarse con cada nueva edición, y haciéndolo además de manera muy horizontal”, explica María Moreno sobre ‘Cul-de-sac’

Cul-de-sac es un hermoso ejemplo de ello y debe entenderse en el marco de una larga historia de intervenciones estéticas sobre el mundo social que nos rodea. “El mayor acto de creatividad es que nos organizamos entre nosotras para producir un tipo de valor distinto al económico, aunque consiguiendo que el fanzine pueda financiarse con cada nueva edición, y haciéndolo además de manera muy horizontal. Eso significa que una propuesta de alguien a nivel individual, o una argumentación de otra persona al respecto en cada uno de los procesos de toma de decisiones, encuentra siempre una respuesta complementaria”. Este es un engranaje distinto al que nos tiene acostumbradas la fábrica digital, en su forma de plataforma, pues cada una va haciendo un pequeño movimiento que provoca un efecto sobre el resto y, de esta manera, pueden pensar mejor, sin el componente de la autoexplotación.

“No se puede diferenciar entre las labores necesarias y la creación artística, eso está claro. Lo que más he aprendido con este proyecto es la necesidad que tiene todo el mundo de hacer algo. Y ya”, reconoce Moreno, quien entiende que ese algo no tiene por qué ser creativo exactamente, sino que “puede ser apoyar de manera logística o moral, experimentar la necesidad de contribuir a un todo colectivo... Tenemos una necesidad primaria de colaborar en algo mayor que nosotras mismas como individuos. Y es bastante probable que esa necesidad [no material] la estemos poniendo en último lugar todo el tiempo. Probablemente, ahora no sea realista convertirla en algo con un peso mayor en nuestra vida, pero cualquier utopía debiera subirla en la lista de prioridades. No solamente cambiaría algunas cosas a nivel estructural, sino también nos haría más felices”.

Al respecto, una de las participantes del zine explica que aportar su propia experiencia a un constructo colectivo fue absolutamente liberador. “Es como si me hubiesen presentado un regalo. Estaba encantada. Me empezaron a poner ejemplos de cosas que podía hacer y fue como si se abrieran puertas y ventanas. Es que realmente puedo hacerlo y puedo pensarlo”.

Los estudios científicos versados en economía del comportamiento, antropología, psicología, sociología, ciencias políticas, neurobiología, los estudios empresariales y en la teoría de la evolución muestran que somos seres construidos socialmente, no ordenamos preferencias de manera consistente. Además, somos malos jueces de probabilidades, rara vez abordamos el riesgo de manera racional —regularmente cometemos una amplia variedad de errores de razonamiento— y generalmente basamos nuestro comportamiento en hábitos prefigurados de manera corporativa. Como cualquier publicitario podría decirnos, nuestras preferencias se manipulan fácilmente y los actos de compra son bastante predecibles.

Literalmente, el mercado nos ha programado para consumir estereotipos sobre nosotras mismas. Como si fuéramos incapaces de intervenir en la realidad; como si trabajar en transformar el sistema constantemente fuera menos eficiente que sufrir sus consecuencias materiales y existenciales de forma permanente. “Nos han dicho que hacer cosas por el mero hecho de hacerlas, incluso si no tiene repercusión, es un acto sin valor, que el fin último de la creación es venderse, objetivarse absolutamente”, dice Moreno.

Nos han hecho pensar que nuestra condición humana puede cancelarse y que su límite está en acceder al reino de la producción, pero siempre a través del mercado laboral, que comprende cada vez más esferas de la vida. Esta historia es una farsa: no somos sujetos históricos tan simples, sino todo lo contrario. Somos entes que componen sistemas complejos. Y, probablemente, la planificación centralizada de la producción no pueda resolver muchos de nuestros problemas.

“Como mujer, puedes ser tener creatividad suficiente como para crearte un perfil en Tinder, hacer un constructo absoluto sobre tu persona —imagen y psique—, sabiendo además a qué tipo de persona va a atraer, ¿pero no eres capaz de hacer una reflexión sobre ti misma y hacer una performance por más sencilla que sea? Pues claro que lo eres. Hay muchas chicas en esa situación, que no saben que la creación artística es factible. Existen más mujeres que llevan tacones de 12 centímetros, faldas de tubo y botes enteros de maquillaje en la cara para ir a trabajar que tías bisexuales con pelos en el sobaco, que es el estereotipo creado en torno a nosotras. Y yo digo que esas mujeres tienen más creatividad dentro del maletín de maquillaje que llevan todos los putos días a la oficina, la cual suele estar a tomar por el culo, de la que tienen los supuestos creadores de contenido que lo generan como churros. Con la confianza y con la seguridad de que no hay riesgo ninguno en expresar sus inquietudes a través del arte. Y, además, esos actos de creación ensalzan la parte lúdica de nuestra humanidad, la parte no productiva del propio proceso de experimentación, de creación de ideas e imaginarios y de pensar qué estoy haciendo, si es que acaso estoy haciendo algo de valor. Pero es que ese proceso es un valor por sí mismo y es un aspecto de nuestra condición humana que nos han robado y que, a través del proyecto, todas las que hemos estado implicadas hemos recuperado un poco”.

Identidades algorítmicas

En el fanzine prima la reflexión desde y sobre el cuerpo (la salud física y mental, alimentación, sexualidad…) y la perspectiva interseccional (voces de mujeres y disidencias de género desde distintos puntos de partida (económicos, religiosos, educativos, raciales). Y ello es un choque para el lector, pues el giro hacia lo digital ha descuidado la manera en que entendemos las consecuencias que tiene la vida contemporánea sobre nuestro cuerpo.

Por ejemplo, la ansiedad sobre la modernidad incompleta en la que habitamos puede provocar que fumemos una caja de cigarrillos en pocas horas sin levantar la vista del ordenador mientras presumimos de estar creando arte en Instagram. Somos materia, que genera toda suerte de datos y perfiles digitales, pero materia al fin y al cabo. En Cul-de-sac, el cuerpo se convierte en un terreno para la performance, por ello cada ejemplar se refiere a una parte de sus miembros (el pelo y las manos). También en un espacio de disputa: es la personificación de una generación, la manera en que se plasma cierto ideal femenino; comienza a nivel de la psique, aunque se expresa en el cuerpo. En una frase que ha inspirado a infinidad de feministas, Simone de Beauvoir indica que “mujer no se nace, mujer se llega a ser”. Ese llegar a ser alcanza su máximo exponente en el cuerpo al que se refiere este fanzine.

Un acto político de primer orden, pues demuestra todo que una visión expandida de la identidad enriquece el pensamiento de la izquierda contemporánea. Permite imaginar proyectos, como Cul-de-sac, destinados a hacer algo para autorrealizarse o satisfacerse, y que en ocasiones no sin ir más allá de eso. Es un experimento distinto a exponerse en Instagram para bucear en lo más profundo de las circunstancias del una persona, rebuscar los rasgos de la personalidad y lidiar un poco mejor con la tendecia cada vez más clara de la modernidad tardía hacia el suicidio.

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Existe todo un consenso académico sobre los algoritmos y los mecanismos de control digital aplicados a la creación artística que ponen el foco en la subjetividad neoliberal que producen, donde todas las identidades son homogéneas. Nuestras características humanas apenas expresan diferencia respecto a otros creadores de contenidos y la única distinción es el filtro que escojamos o la historia que elijamos contar sobre nosotros mismos; un mero timeline. Un humanismo distinto permitiría ir a lo más profundo de aquello que nos define, ver que está ahí y qué nos apetece sacar, revisar o incluso modificarlo. Y eso nos puede hacer más felices: ver cosas de nosotros que no conocemos y manifestarlo a través de la creación artística.

“A mí como mucho me pueden llamar marimacho, me pueden decir una cosa o me pueden decir la otra, pero es que algunas personas acaban muertas por defender su identidad o simplemente por no poder expresarla… La última definición de una mujer es el cuerpo. En este sentido, hay un oxímoron que me resulta muy curioso: la idea de que el capitalismo es un sistema de individuos. No hay nada más distinto a sujetos individuales que el capitalismo, pues se dedica a sacarnos calificaciones constantes, compartimentos estancos, remakes de nosotras mismas, tópicos con los que sentirse identificadas… Promete el ‘elige tu propia aventura’, pero en la praxis es todo lo contrario. Además, el activismo en torno a las identidades no tiene nada que ver con la creación de los compartimentos estancos sociales que crea el sistema para vendernos cosas en el mercado de consumo. Eso es una capitalización del activismo, pero ocurre con absolutamente todo, hasta con quienes lo critican desde el mainstream, porque está dentro del sistema. Ahora bien, el activismo en torno a la identidad en concreto no es un problema, sería propio de un necio pensarlo así. Precisamente a través de hacer cosas sin más voluntad que la búsqueda de identidad acabas encontrando objetivos políticos y artísticos más profundos de los que originalmente te podrías plantear [desde un paradigma meramente marxista, centrado en el trabajo]. Ambos procesos se retroalimentan, pues es a través de ellos que puedes encontrar tu identidad. De nuevo, este feedback es como aprender jugando. Los niños experimentan con diferentes roles en los juegos precisamente para saber en cuál de ellos están más o menos a gusto. Crean en términos artísticos sin ningún tipo de voluntad última, precisamente para saber que son capaces de hacerlo. Esto es la última prueba de humanidad. Aprendo, soy humano y puedo hacer algo de la nada por el mero hecho de hacerlo. Y solo a través de ese proceso te vas conociendo a nivel individual y colectivo”.

Cul-de-sac hace mucha referencia a las artes efímeras en la construcción de la identidad artística de las mujeres. Se trata de aquellas que pueden o no tener un componente artístico, según cómo se considere culturalmente. Son actos de creación que están hechos para no perdurar, como la cocina o las propias redes, pero también el maquillaje o saber presentar una mesa correctamente a los invitados.

“Hay, por tanto, un componente de género en el arte efímero, el arte que nos es ajeno, o sea, el arte donde se requiere un conocimiento técnico bastante alto, grandes habilidades que no se adquieren de la noche a la mañana y que, una vez está hecho, nadie va a valorar. Dura unas pocas horas y al día siguiente se tiene que volver a hacer sin que nadie dé las gracias por ello. Y todo se asienta en la creación diaria y constante de cosas bellas, nuevas… pero siempre por parte de mujeres. Queríamos hacer referencia al arte efímero porque hasta hace relativamente poco es lo único que se nos ha permitido, las únicas vías de expresión que hemos tenido. Como muestran las primeras fotógrafas, nunca se nos ha reconocido capacidad creativa alguna. Dicha profesión solamente fue valorada socialmente una vez que los hombres accedieron a ella: las artes en general no se consideran profesiones, sino habilidades básicas de una mujer. Nos dicen que esto es lo mínimo que debemos saber para ser mujer, pero no esperemos que nadie nos dé una palmadita en la espalda por tener una cantidad de conocimientos y de capacidades técnicas que no tiene la otra mitad de la población”.

Abolir los mecanismos de reputación social

Otro asunto relacionado con la propuesta estética y política en torno a la identidad de este zine es que en Cul-de-sac no se firman las piezas, solamente los créditos finales. Es una forma sutil de entrar en conflicto con el panorama cultural, una guerra de guerrillas donde cada cual hace la batalla por su propia cuenta. También una manera ingeniosa de reclamar la identidad colectiva, al tiempo que pone contra las cuerdas los mecanismos de crédito y reputación social, la manera de recompensar a los sujetos que los convierten en entes individuales que sólo se relacionan a través de la competencia.

Más allá de algoritmos de opresión, los sistemas de crédito forman parte de la comunicación entre seres humanos, inscriben la necesidad de tener un capital cultural y social propio en redes sociales para triunfar. Y es agotador. Es la culminación del ideal kantiano, del cual debiéramos emanciparnos: solo aquellos hombres que tienen propiedad (en este caso, capital cultural) pueden acceder a la esfera pública. Son sistemas que llevan a cabo una suerte de ingeniería social basada en el “me gusta”: el algoritmo decreta que el talento de unos se imponga al del resto, en lugar de compartirlo. Impone, además, una perspectiva donde unos parecen tener ese ingenio —casi siempre individual— y otros no; la creatividad de los pocos adquiere visibilidad, mientras que la creatividad de los muchos se la otorgan al interactuar con sus publicaciones, pero no la desarrollan ni cultivan más allá de servir a los fines elevados del mercado.

Esta es una forma de organizar la sociedad dentro del capitalismo tardío y de mantener vivos los registro de sociedad del espectáculo: quemar cuerpos constantemente para rentabilizar a las personas que influyen en la esfera pública, y además garantizar que no exista crítica conjunta, desde diferentes puntos de partida pero con una ideología similar, a las lógicas de dicho sistema. Por eso, los sistemas de reputación aparecen como formas de cancelar los arreglos colectivos hacia la emancipación digital. Un ejemplo habitual: varios opinólogos y tertulianos, u otras profesiones culturales, habitualmente con la capacidad crítica de una ameba, llenan los espacios de presentación de cierto espectro ideológico, habitualmente de izquierda. Esto habla de cómo se construye la cultura en un país, así como la manera en que entiende el peso del arte. No es casual que, tras Italia, España sea el país de la UE con un mayor porcentaje de influencers por población: el ratio es de 1,94%.

“Son mecanismos de recompensa vana, además, porque son promesas de otras recompensas. La recompensa final, se supone, es que te darán ese tipo de trabajo al que aspiras. Pero nunca termina de llegar. No puedes estar leyendo libros o produciendo arte, pintando o pensando en cómo pintar, digas lo que digas, si estás haciendo fotos sobre el proceso y contestando a fans. Es físicamente y mentalmente imposible. Puedes ir a una exposición y pasarte tres horas pensando o reflexionando al respecto. Y que te acompañe la idea, la estructura narrativa y el fin último de la exposición a lo largo de X tiempo, X días mientras acabas de hacerte una idea sobre el todo. O puedes pasar por allí como si fueses por el centro comercial, hacerte una fotografía y dar una opinión apresurada sobre algo que no has terminado de disfrutar o entender. Y después pasas a lo siguiente porque tienes la agenda llena de cosas. Sin tiempo mínimo para reflexión, no podemos hacer absolutamente nada. Se nos pide opinión sobre absolutamente todo para conseguir reputación social. Digo, para tener una opinión tendré que pararme a pensar un instante, o conseguir cierto capital cultural si aceptamos el dogma neoliberal, pero ciertamente no puedo estar pensando si estoy cultivando relaciones que no quiero para recibir promesas de futuras promesas que nunca llegarán”, valora Moreno.

El rol del sector público

El arte, como expresión de la sociedad, está sumido en un proceso de competencia constante donde impera la idea falsa de que no existe pastel para todos. El arte es dialéctico porque se muestra como antítesis a la promesa de la economía de mercado: es posible repartir el pastel, tan bien expresada por las aplicaciones de economía colaborativa. Por eso el arte es, de nuevo, el escenario desde donde se inscriben otras relaciones a las que la tecnología ha llegado con la fuerza de un vendaval. Ya lo avisaba Brian Eno en una entrevista con The Crypto Syllabus: “Los NFT son solo una forma en que los artistas obtengan una pequeña parte de la acción del capitalismo global, nuestra pequeña y linda versión de la financiarización. Qué dulce, ahora los artistas también pueden convertirse en pequeños capullos capitalistas”. Y al igual que el periodismo ciudadano amenazó con hacer peligrar a los medios establecidos, la democratización no del consumo del arte, sino de la producción de arte, ha eliminado toda posibilidad de utilizar el arte de manera emancipadora, fuera de los confines del mercado, desde el Estado.

“No solo se ha democratizado la creación de arte, sino la aspiración a vivir del arte. Claro que no hay pastel para repartir, lo tenemos que hacer nosotras de manera colectiva como sociedad”

“Es que no solo se ha democratizado la creación de arte, sino la aspiración a vivir del arte. Claro que no hay pastel para repartir, lo tenemos que hacer nosotras de manera colectiva como sociedad. ¿Le vas a pedir a un artista que también cree un mercado o las condiciones de consumo democráticas? Tiene que ser una responsabilidad social, igual que democratizar el arte a todos los niveles de educación. ¿Qué pasa si se considera parte de la educación básica a la edad infantil o de las actividades naturales de un adulto en su tiempo de ocio? Qué sé yo, escribir poesía, pintar, aunque se haga mal… Lo importante es desvincular la creación, tanto de las expectativas artísticas como de las económicas. Ambas son las grandes lacras para las mujeres porque son bastante más difíciles de alcanzar debido al baremo por el que se miden las cosas en la sociedad. La creación sin expectativas es liberadora, no solamente para los individuos, sino también para los colectivos oprimidos. No necesitamos una definición homogénea de lo que es la actividad artística en sí, que cada cual haga lo que buenamente considere. Incluso podemos ampliar el concepto de arte. Hace como 15 o 10 años, cuando estábamos un poco más a picotazos, existía cierta tendencia a las artes decorativas, como hacer alfarería, pero siempre con esa perspectiva como de cosita menor. A lo mejor otro que pinta al óleo parece que se está dedicando al fin último arte humano. Y se trata un poco de cómo democratizar las técnicas, igualarlas y mezclarlas en la medida de lo posible. Una vez que haces una cosa, después te resulta más sencillo empezar a hacer otra porque solamente necesitas la misma desvergüenza. Es importante disfrutar del proceso. Y quien dé el paso hacia profesionalizarse, pues que eso sea una opción factible. Lo que no puede haber es promesas de profesionalizarse, gente rompiéndose los cuernos para alcanzar un objetivo, y el resto de gente no pudiendo disfrutar de la creación por sí misma porque no tiene aspiraciones”.

Arte
Arte Arte sin nómina
Asumir el fracaso y la precariedad vital es el primer paso que toman los creadores zombis. Luego llegará el cansancio y ya no quedará tiempo para quemarlo todo. Solo las becas y el pluriempleo.

Puede que una de las formas para fomentar la armonización de nuestras expresiones individuales con las necesidades colectivas sea crear plataformas alternativas, espacios cibernéticos para conectar la riqueza de las características de las personas (a veces, en forma de datos) que quieren acceder al arte con la financiación prolongada del sector público. Ello implicaría, claro, una reformulación de las instituciones artísticas, como pueden ser las galerías, los museos, las bibliotecas, los circuitos teatrales, etc. Pero también de las residencias culturales, fomentando un cambio de estructura para que el trabajo hecho por artistas en esos centros y en los circuitos creados a su alrededor tuviese una repercusión en instituciones colectivas, a saber, que la financiación pública tuviera un fin distinto a crear materiales para ese parque de atracciones cultural donde habita la vieja cultura.

“De otro modo, esto se convierte en una trampa para cazar pijos. Es tan sencillo como que las residencias culturales reproducen la meritocracia. No hay personas pobres, lo más puro que te puedes encontrar es con hijos de funcionarios. Teóricamente todo el mundo puede aplicar, pero no puedes permitirte aceptar la beca si no tienes cierto nivel económico. Entonces, si bien las iniciativas públicas tienen toda la buena voluntad del mundo se acaban moviendo por los mismos círculos por los que estábamos hablando antes y reforzando la división jerárquica entre las personas que tienen contactos y dinero y las personas que están explotadas. Las instituciones, además, no están hechas para que haya una creación artística democratizada, los menores pasen allí tiempo y lo vean como un espacio que ocupar, al igual que lo es el parque del barrio. Y qué decir de los museos, pues se siguen considerando estas instituciones culturales como cosas que deberían gustarnos, como si formaran parte de nuestros deberes de adulto, pero que no terminan de gustarnos a nadie. Necesitamos que haya proyectos que apunten a muchas direcciones más allá del mercado y que a la vez se aglutinen en torno a una institución pública que tenga prestigio”.

Ante esta falta de apoyo programado del Estado y la falta de imaginación política para integrar el arte que se produce en los circuitos públicos y otorgarle un valor que esté fuera de los confines de la producción, el arte ha dejado de ser un recinto donde los artistas pueden experimentar libremente, gozando de apoyo para ello. La financiación pública ha sido sustituida por la financiación privada bajo apelaciones a las NFT, una organización estrictamente capitalista del arte donde se impone la mercantilización de cada pequeño bit y su cercamiento corporativo, a la colectivización de la agencia creativa. Esa institución de prestigio y legitimidad que debía ser el Estado ha perdido cierto peso en detrimento de especuladores de arte de poca monta.

“La posesión de objetos de arte es la mayor aspiración burguesa posible. Legitima tu posición en el mundo de la palabra, tu educación, tu dinero y tu posesión privada. La propiedad de los NFTs tiene ese punto de caridad cristiana mezclada con inversión en la bolsa. Y su popularidad viene de que esa aspiración se pueda extender a gente que no es de clase media ni burguesa. Emana de querer poseer algo porque sabemos que el resto de cosas que poseemos no son creadas. Querer tener algo que esté hecho por alguien tiene unas connotaciones aspiracionales bestiales y te hace comprender que en esto no hemos dejado atrás el siglo XIX. El fin último de este arte es venderlo ahora y hacerlo posteriormente a un precio mayor. No trata de la conservación de patrimonio o la creación de unas estéticas en torno a ese patrimonio que posteriormente se estudie como corrientes artísticas. No, no, no, no, no, no, no, no, jamás.”

El mundo artístico que inauguran las NFT no se puede denominar una creación millennial como tal, pero nace para totalizar la experiencia estética de esa generación. Tampoco se puede desvincular de las crisis del sistema económico que ha colocado a esa juventud en una situación precaria. Es una época tan vulgarmente digitalizada que estamos constantemente conectados para facilitar la reproducción del capital, y tenemos menos tiempo para detenernos, pensar en la última década de experimentación artística con tecnologías digitales. Eso es lo que se ha cancelado con los interfaces adictivos a las mercancías de las redes sociales. Hablar de lo millennial es hablar de cómo se expresa el neoliberalismo en nuestros cuerpos, de esa estética de época que determina la manera en que miramos. Y ese cambio radical aparece exquisitamente recogido en varios montajes presentes en Cul-de-sac, desde una recopilación de titulares clickbait sobre depilación hasta comentarios en Instagram, creando una poderosa narración sobre los estereotipos. También en una colección de tik toks, donde una artista se representa a sí misma en la hora y media que tarda en arreglarse para ir a trabajar, seguido de hasta los 16 instrumentos que necesita para ello. Instrumentos de producción, pero no solo.

A nuestra generación le ha tocado pagar las facturas de las épocas anteriores y no rechistar mientras se produce el colapso ambiental. Sin embargo, como muestra de manera bastante sutil Cul-de-sac, las tecnologías digitales presentes en nuestro día a día también contienen cierta dialéctico, expresada por la creación con computadoras que se puede remontar hasta los 60 o por un mero peine o rulos. Del mismo modo en que puedes utilizar un algoritmo que procesa big data para detectar aspectos ocultos sobre las emisiones en una ciudad como Madrid (realidad urbana), hasta ahora una información oculta en sistemas analógicos, las máquinas nos han permitido crear ritmos que se han puesto como la estética de época. Nuestros cuerpos se mueven al ritmo de las tecnologías, olvidamos nuestras preocupaciones gracias al desarrollo de la técnica de producción musical y ello está transformando estructuralmente nuestros valores y creencias. Por eso, de manera utópica, también existe cierta posibilidad para apropiarse de la técnica y culminar nuestro derecho a transformar las relaciones de producción. Eso no lo han visto otras generaciones anteriores, simplemente no estaba al alcance de nuestra mirada estética.

“Las creaciones artísticas de nuestra generación están en consonancia con las lindes del mundo que hemos podido llegar a ver, especialmente en esta cosa que tenemos nosotras con el trabajo del pastiche, donde el mundo se yuxtaponen de manera muy natural para reflejar la dialéctica entre la vida real y la vida en Internet. O sea, hasta el momento hemos sido capaces de hacer muchas cosas con las tecnologías privadas que el capitalismo nos ha entregado, aunque retorciendo nuestra acción creativa hasta puntos difícilmente perceptibles. Estamos hablando de una generación que se desangra, pero que puede poner un post hablando sobre la depresión y su salud mental antes que hablarle a su gente cercana sobre ello. No es mi manera natural de actuar, pero forma parte de esta generación. Lo mismo mezcla una experiencia personal de infancia con un historial de búsquedas en Google para convertirlo en arte. Y eso forma parte de la vida, de la perspectiva sobre ese tema de una persona en concreto”.

¿Qué rol crees que juega el arte a la hora de definir ya no las soluciones, sino los problemas, algo que es político en grado máximo? ¿No es acaso eso Cul-de-sac?
La clave es el dedo que señala a que las mujeres seamos nosotras mismas. También indica que todas tenemos un experiencia común por narices. Pero no planteamos soluciones colectivas, lo primero es definir el problema. Y el problema, claro, somos nosotras, que somos el resultado de un yo, de un sistema que está mal. Adquirir esa conciencia es también —y debe serlo— un ejercicio de imaginación porque ese ejercicio lleva a otro. Hay ciertas cosas descabelladas que solamente se puedan plantear en arte y son las que te pueden facilitar la vía a las ideas más factibles, más aplicables en tu vida y en la práctica política.

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En un año en el que ha vuelto al primer plano el debate público sobre la violencia patriarcal sistémica que siguen padeciendo las mujeres, la marcha del 25 de noviembre vuelve a las calles el próximo lunes.
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Comunidad de Madrid
Paro del profesorado Nueva jornada de huelga en la educación pública madrileña
Este jueves 21 de noviembre el profesorado se vuelve a levantar contra las políticas del gobierno de Díaz Ayuso, que mantiene paralizadas las negociaciones para mejorar sus condiciones laborales.
València
dana A las 20:11, era tarde
Todavía conservamos el horror de cientos de coches amontonados y arrastrados por la riada. Es por esos millones de turismos y sus emisiones ─aunque no solo─ que vivimos en un planeta que se está calentando demasiado rápido.

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Dana y vivienda “La crisis de vivienda multiplicada por mil”: la dana evidencia el fracaso de las políticas del PP en València
La dana ha dejado a miles de familias sin hogar. Ante la inacción de las instituciones, han sido las redes familiares las que han asumido el peso de la ayuda. La Generalitat, tras décadas de mala gestión, solo ha podido ofrecer 314 pisos públicos.