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Andalucía
Nuevo sujeto político andaluz. Algunas lecciones del procés
El autor plantea la necesidad de crear un nuevo sujeto político andaluz, transversal y propositivo
El procés catalán ha servido, sin duda, para poner encima de la mesa una serie de cuestiones estructurales que, desde hace mucho tiempo, estaban escondidas en el último cajón del escritorio. Ya nada será igual en nuestro ordenamiento jurídico ni en el sentido común de época, aquello que señala qué es posible y qué no. Aunque solo el tiempo y la perspectiva permitirán analizar estos años, lo cierto es que parece inevitable afirmar que el régimen del 78 está llegando a su fin. La cuestión y la batalla que toca ahora es si esta transformación del régimen se da en un sentido aperturista o regresivo. De momento, y a falta de poder articular una mejor correlación de fuerzas, parece que están logrando su objetivo las fuerzas centralizadoras, que promueven un cierre por arriba.
Más allá de las consecuencias para el régimen, lo cierto es que el procés ha demostrado una serie de potencialidades a la hora de construir sujetos políticos, crear hegemonía y dotar de acción los contenidos teóricos. En el contexto de unas elecciones andaluzas cercanas, merece la pena ver algunas de las lecciones que podemos tomar prestadas para la construcción de un sujeto político andaluz ganador. Esto es, de conectar con la población, de crear identificación y marcar la iniciativa política al resto de actores.
Primero. La construcción de un movimiento nacional popular como el catalán no puede entenderse como algo homogéneo. Como explican Brais y Casanova en un proceso nacional-popular, “la homogeneidad es una ficción previa a la lucha real o conquistada a través del monopolio del Estado (…) lo nacional tiende a suturar todas las contradicciones de clase que hay en lo popular”. Es por tanto que la construcción de un sujeto político andaluz y con intención transformadora no puede limitarse a un único tipo de sujeto idealizado, si no que su construcción pasa inevitablemente por la amplitud y la transversalidad.
Esto es así particularmente en Andalucía, donde las diferencias propias de un territorio tan extenso y poblado nos impiden pensar en un único sujeto andaluz o de un bloque político e ideológico preestablecido. Si atendemos a los datos electorales del valle del Guadalquivir, la bahía de Cádiz o la Costa del Sol encontraremos, por ejemplo, un comportamiento electoral (tanto en participación como en sentido del voto) diferente a lo que podemos observar en otras zonas andaluzas.
Además de lo electoral, la existencia de 8 millones de habitantes, distribuidos en una gran cantidad de ciudades con realidades propias, modelos económicos y niveles formativos diferentes hace necesario hablar de lo heterogéneo y su superación. El uso de significantes vacíos disputables sobre los que poder vertebrar esta diferencia es algo fundamental.
Segundo. La construcción de un horizonte creíble y deseable por parte de la población. El nacionalismo catalán tiene un proyecto de futuro para después de la independencia: asemejarse a una república moderna y modélica del norte de Europa. Un país europeo como el que más, no como los demás. Más allá de otras cuestiones materiales, funciona porque encaja con otros significantes y esquemas mentales actualmente vigentes. El procés no promete el socialismo o la revolución. No promete el soviet de Petrogrado. Te promete vivir mejor en un horizonte compartido con otros países como Dinamarca o Finlandia. García Linera suele hacer mucho hincapié en la necesidad de presentar una propuesta, una promesa de un orden alternativo: “(...) si bien no puede haber dominación del Estado sin el consentimiento de los dominados (…), tampoco puede haber un éxito de la oposición sin la capacidad de postular un orden alternativo”.
La construcción de un sujeto político andaluz debe, por tanto, ser capaz de plantear un horizonte alternativo que, sin embargo, conecte con el sentido común de época, de forma que existan lugares compartidos con sectores heterogéneos de la población, como decíamos en el punto anterior.
José Luis Serrano, profesor de filosofía del derecho y parlamentario andaluz por Podemos, hablaba siempre de que el 4 de diciembre de 1977 Andalucía reclamó ser como la que más, no como las demás. Ahora que el procés y la aplicación del 155 ha permitido al gobierno hablar abiertamente de recentralizar algunas competencias, quizás sea el momento de plantear la defensa y ampliación de lo conseguido como parte de ese horizonte del que hablábamos antes.
Tercero. La construcción de un sujeto político, de una identidad, de un “nosotros, el pueblo” aplicable a Andalucía pasa, necesariamente, por una construcción positiva. Jorge Lago, al hablar sobre Cataluña, planteaba que debemos tener en cuenta qué prima más a la hora de articular, si el elemento positivo o el elemento negativo. Es decir, “¿prima el elemento de rechazo, de antagonismo o de conflicto con el ellos para definir al nosotros, o pesa más el elemento positivo, lo que ese nosotros quiere ser y será si triunfa?”.
Sin duda, en la reacción y fortalecimiento de la idea de nación española ha primado el elemento de negatividad. Se es más español porque no dejas ser al otro. Las banderas españolas que se cuelgan por todas las ciudades, también las andaluzas, son casi más un arma arrojadiza que otra cosa. No se emplean como una forma de unificar o de lanzar un proyecto de construcción de un destino conjunto voluntario.
Pero los rasgos culturales característicos, para nada inexistentes, no son el hecho diferencial andaluz. Como se reconocía con claridad el 4D, es una cuestión socioeconómica: Andalucía es una tierra empobrecida. A pesar de los innegables avances que se han producido desde 1981, la autonomía todavía no nos ha permitido alcanzar el objetivo que se pretendía: superar la brecha con respecto al resto de territorios.
En torno a esta realidad material, que conecta directamente con los puntos 1 y 2 (transversal y a través de una propuesta de orden) necesitamos articular un “nosotros” propositivo, sin olvidar que todos nosotros se genera en confrontación con un “ellos”. Ahora bien, en el caso andaluz no parece útil establecer ese “ellos” para culpar a Madrid de nuestros males, sino un “nosotros” que quiera ser. Que tenga en el enfrentamiento con el “ellos” (Madrid, Bruselas) un medio, no un fin en sí mismo. Pero ese “ellos” también debe estar en Andalucía. Es decir, ganar Andalucía por Andalucía y desde Andalucía.
Cuarto. Límites. Esta seguramente sea la lección más importante que podemos aprender: que nada funciona eternamente o asegura la victoria. En estos momentos (y a falta de ver qué ocurre el 21 de diciembre) sí podemos decir que el procés ha fracasado en sus propios términos: conseguir la independencia en un plazo corto de tiempo. Ninguna de las fuerzas electorales plantea volver a la vía de una Declaración de Independencia. Ha parecido el estado y toda su fuerza y dureza como límite material a lo simbólico/discursivo. El estado como monopolio legítimo de la violencia. El estado como gestor de los recursos económicos a la vez que puede meter a alguien en la cárcel.
Conclusiones. Abría este artículo con unas líneas de la novela American Gods, de Neil Gaiman, porque creo que representan buena parte de las ideas que he intentado plasmar. Todo sujeto político victorioso en su época lo es porque puede proyectar, en torno así mismo, hechos futuros y deseables. Tradicionalmente las identidades trascendentales han sido la religión, la familia y la patria. Aquellas identidades en torno a las cuales aceptábamos vivir peor a cambio de un horizonte que nos prometía una vida mejor; a nosotros o a los nuestros, al “nosotros”. Aportaba motivos para luchar porque son cosas que merecen la pena, cosas importantes. Cosas imaginarias.
El cierre y el fortalecimiento del régimen del 78 tras el procés en el resto de España nos trasladan a un escenario pre 15-M. Vemos un Partido Popular que ha logrado amortizar la corrupción y la crisis, ha recuperado su capacidad de crear hegemonía, de decir qué es posible o no, un Partido Popular que, a través del conflicto catalán ha dejado a la defensiva a toda la oposición política. Tan fuerte se siente en estos momentos que es incluso capaz de plantear, de forma abierta, el viejo sueño de la derecha: iniciar el proceso de recentralización e ir acabando con un modelo autonómico e imperfecto, pero que nos ha permitido avanzar y mejorar.
Todo ello siendo conscientes del aparato burocrático que supone tanto la Junta de Andalucía como el estado español. Y que todo discurso tiene limitaciones frente a realidades materiales (no solo económicas), jurídicas y culturales. También del poso de resentimiento que el procés ha dejado en sectores amplios de Andalucía.
Los momentos de transformación política se juegan o cuantifican en aquellas elecciones calientes. Nos toca, pues, crear un nuevo sujeto político andaluz capaz de ser transversal, que presente un horizonte creíble y centrado en cuestiones positivas, en el “queremos ser” y no en el “no dejaremos ser”.