Análisis
Diario de la crisis 8. Crisis, transición, acumulación

La forma Estado moderna vive en simbiosis con la crisis, se alimenta de ella, tanto que, cuando esta tarda en manifestarse o parece demasiado tenue, es convocada.
Elecciones Italia Nápoles - 1
Una calle de Nápoles unas semanas antes de las elecciones. Álvaro Minguito
2 may 2023 15:00

En esta fase de transición del capitalismo, que conoce la destrucción del fordismo y la financiarización despótica de la economía como estrategia de poder absolutamente consciente por parte de las clases dominantes, la violencia y la guerra se convierten en una fuerza productiva y en un vector de producción de plusvalor y acumulación de capital. En esta octava entrega del «Diario de la crisis» –un proyecto nacido de la colaboración entre Effimera, Machina-DeriveApprodi y El Salto– Gianni Giovannelli reflexiona sobre como la pobreza, la expropiación y la privación de los derechos se convierten en verdaderas palancas de valorización, cuyo fin último es arrebatar toda autonomía y proscribir toda alternativa a las clases trabajadoras y pobres de la Unión Europea y en realidad de todo el planeta.

Fury, rage madness in a wind
sweet through America.
William Blake, America, X

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En el escenario de la transición actual, es decir, durante el paso del antiguo modo de producción fordista a la actual estructura económica financiarizada, asistimos, en una secuencia variada pero continua, a la materialización de opciones institucionales y decisiones empresariales, que implementan un proyecto de acumulación originaria, naturalmente actualizado y contextualizado, pero igualmente destinado a ser el instrumento mediante el cual el nuevo sistema capitalista pretende alcanzar la dominación plena e incontestable, doblegando a la totalidad de los habitantes de todos y cada uno de los respectivos territorios a sus propias necesidades de obtención de beneficios.

Como en el pasado, esta nueva acumulación también debe caracterizarse necesariamente por una adquisición coercitiva y violenta de recursos monetarios (pero no sólo) para ponerlos en circulación, utilizarlos y transformarlos en (plus)valor. El acontecimiento excepcional permite, como diría Carl Schmitt, el uso del estado de excepción por parte de la institución política; de hecho, todos los gobiernos, incluido el italiano, no dudan en invocar como inevitables medidas que fueron calificadas de extraordinarias en el momento de su introducción, pero que en cambio fueron concebidas inmediatamente como permanentes. La forma Estado moderna, en todas sus sedimentaciones concretas y con indudables diferencias, vive en simbiosis con la crisis, se alimenta de ella, tanto que, cuando esta tarda en manifestarse o parece demasiado tenue, es convocada, provocada, estimulada, intensificada mediante la supresión de los frenos que la contenían.

El capital del siglo XXI es más feroz que el que le precedió, no concede tregua, no tolera la deserción, ni la resistencia, en ninguna forma ni de ningún tipo

Para someter a la multitud precaria y mestiza, así como para ganar el enfrentamiento abierto en esta transición, la violencia asume un papel estratégico y el capital no puede sino utilizarla a fondo; el recurso a métodos propios de la acumulación originaria no es en absoluto una vuelta al pasado ni, menos aún, una reedición del fascismo, entendido como reedición de un sistema ya relegado a la historia del siglo pasado.

Las sugerencias nostálgicas presentadas por segmentos reaccionarios y/o racistas en los actuales parlamentos europeos se utilizan, en conjunción o en oposición controlada, junto a la(s) demanda(s) liberal(es) de igualdad de trato en las sociedades civiles. Se trata, pues, de la invención de un despotismo moderno, sólidamente articulado en su modalidad formal jurídico-estatal, muy similar en sus intervenciones de gestión político-económica a corto plazo. El viejo fordismo era un sistema dotado de estabilidad propia, siempre que se salvaguardara la permanencia del crecimiento de la productividad, para permitir el aumento simultáneo de los salarios reales y de los beneficios. Sin embargo, desde la década de 1980, se ha consolidado el capitalismo cognitivo y financiarizado, que luego ha evolucionado hacia el capitalismo de plataformas, lo cual también ha provocado, sin embargo, una inestabilidad estructural, que no puede eliminarse con disposiciones de tipo fordista. Es la crisis la que alimenta al capitalismo y no al revés: por eso es precisamente durante el inicio de una crisis, cuando el capitalismo se revitaliza, crece y no se resiente.

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Esto explica la movilidad contradictoria de las alianzas, el cambio continuo de las ideologías reivindicadas (soberanismo, monarquía, parlamentarismo, presidencialismo, etcétera), la coherencia de la opción de aumentar los gastos militares y atacar el sistema de derechos sociales y, en realidad, toda forma residual de bienestar (por atenuada que sea). Tampoco existe contradicción alguna entre un alto nivel de desarrollo científico-tecnológico y la utilización, en el curso de la mencionada transición del antiguo modo de producción fordista a la actual estructura económica financiarizada, de mecanismos propios de la acumulación originaria para acelerar el proceso de transformación y/o incremento del beneficio. Al contrario. Para lograr someter al proceso de valorización la totalidad de la existencia de la generalidad de los habitantes de un territorio resulta útil privarles de todos los recursos, sustraerles cualquier otra alternativa, incluso la de la autonomía autárquica organizada mediante pequeñas comunidades asentadas en lugares apartados. El capital del siglo XXI es más feroz que el que le precedió, no concede tregua, no tolera la deserción, ni la resistencia, en ninguna forma ni de ningún tipo.

La duquesa de Sutherland

El 21 de enero de 1853, el popular periódico The New York Daily Tribune, expresión de la línea política antiesclavista, publicó un artículo de Karl Marx, como de costumbre irreverente e irónico, que llamaba la atención de los lectores sobre la figura de la (fallecida) duquesa escocesa Elisabeth Sutherland (1765-1839) y, aunque indirectamente, sobre su marido George, exponente del movimiento whig, en el cual el citado periódico también se reconocía. Reinaba un clima de crisis en aquellos días; tras las elecciones, la mayoría se mantenía por sólo seis votos, el tipo de descuento había subido, los cereales escaseaban debido a la mala cosecha, la especulación con el hierro y el arrabio escocés aumentaba con una subida exponencial de su precio de mercado, la controversia sobre la esclavitud no amainaba y se acercaba el momento de la ya inevitable Guerra Civil americana (1861-1864). El liberalismo inglés abogaba con gran fervor por la abolición, pero sin conceder nada a los «trabajadores libres» del Reino Unido, que sufrían en su país una constante represión y vejaciones de todo tipo.

Marx no perdió la oportunidad de poner en la picota a los demócratas europeos, recordándoles lo que había sucedido entre 1814 y 1820 en las Highlands gracias a su duquesa Elisabeth. El artículo explica cómo funciona en la práctica el mecanismo de la acumulación originaria, de la teoría a la práctica, y por ello sigue siendo tremendamente útil recordarlo en el momento presente.

Ovejas en lugar de seres humanos

En 1814 la duquesa de Sutherland heredó los vastos territorios de las islas en los que vivían tres mil familias, que en total suponían una población de aproximadamente quince mil almas, cuya tierra era de uso común, perteneciendo no al agricultor individual, sino al conjunto de la comunidad que habitaba el territorio. Nadie pasaba hambre, el coste del alquiler era modesto, sostenible. Un ilustrado escocés, Dugald Stewart (1753-1828), calculó que un campo cultivado en las Highlands proporcionaba sustento a diez veces más personas que uno de idénticas dimensiones situado en las provincias más ricas del Reino Unido (Opere, volumen 1, capítulo XVI). Desgraciadamente para los habitantes de estos territorios, la agricultura rendía menos que el pastoreo a la Duquesa, quien, entre 1814 y 1820, ordenó quemar y destruir los pueblos, enviando el ejército contra quienes se resistían a la deportación y no dudando en pasar por las armas a los rebeldes.

Quince mil gaélicos fueron sustituidos por ciento treinta y una mil ovejas, divididas en veintinueve rebaños arrendados a veintinueve familias (en su mayoría británicas), que reemplazaron a las tres mil nativas. A los supervivientes se les asignaron seis mil acres (algo menos de 15.000 hectáreas) abandonados y sin cultivar, pero ya no bajo gestión colectiva, sino por un elevado canon de uso individual. Los humanos se empobrecieron, pero los beneficios, en cambio, aumentaron enormemente. La duquesa Elisabeth era una abolicionista acérrima, que apoyaba los argumentos de los antiesclavistas ya en los primeros años de su siglo; ¡evidentemente la filantropía, como en nuestros días, busca beneficiarios lo más lejos posible de casa!

Despotismo y acumulación primitiva

En un breve periodo de tiempo (2020-2023), se han sucedido y solapado tres crisis diferentes, todas ellas con efectos y consecuencias de gran alcance para quienes las sufrieron y para la economía en su conjunto: la pandemia/sindemia, la guerra rusa/ucraniana, la crisis bancaria/monetaria/inflacionista. El neocapitalismo financiarizado ha aprovechado la ocasión para forzar las etapas del proceso de subsunción ya iniciado, atacando toda resistencia, toda oposición posible.

La emergencia sanitaria ha permitido, durante el periodo 2020-2021, limitar el derecho a la crítica y a la huelga, acelerar aún más la compresión salarial y la precarización, y ello también mediante la utilización del instrumento jurídico del decreto, e introducir la delación (entendida como deber cívico) en las colectividades locales, así como atacar la sanidad pública mediante la concesión de enormes beneficios al sector privado vía exenciones fiscales implementadas gracias a los acuerdos europeos sobre el coste de las vacunas y las formas de pago (pero también gracias a los acuerdos nacionales sobre los tratamientos y el coste de los medicamentos).

Nos enfrentamos a una nueva modalidad de formación violenta del capital en esta transición

La injerencia de la autoridad, impuesta agitando el miedo al contagio, se ha consolidado en un autoritarismo aceptado y éste está evolucionando hacia un despotismo moderno, que no permite ninguna forma de oposición o resistencia real. El gobierno, durante la pandemia, podía decidir con total discreción lo que podía producirse y/o venderse; en aquellos días, las empresas de logística y armamento no sufrieron paros ni restricciones, a pesar de que almacenes y fábricas se encontraban en el epicentro del contagio, lo cual les acarreó el aumento exponencial de sus beneficios. Incluso las vacunas y los conductores se «militarizaron» en cierta medida.

Luego, a partir de febrero de 2022, la guerra en Ucrania ha permitido (y justificado ideológicamente en los medios de comunicación) un formidable ataque a las condiciones de vida de las clases populares. El aumento de los costes de la electricidad ha sido el pretexto para una subida incontrolada de los precios de los productos de primera necesidad, como el pan, la pasta y la fruta; el aumento de los costes de funcionamiento de los coches particulares y de la calefacción de las viviendas ha afectado sobre todo a las rentas más bajas; en general, el encarecimiento de los costes provocado por las sanciones antirrusas ha conducido, como consecuencia natural, a una drástica extracción de recursos de los menos pudientes, lo cual se ha traducido en un significativo aumento de la brecha entre riqueza y pobreza y, al mismo tiempo, en enormes beneficios tanto para los monopolistas de la energía, como para los de la industria militar, que ya disfrutaban de posiciones privilegiadas.

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El coste del gas era de 0,084 euros por metro cúbico estándar en el tercer trimestre de 2020 y de 0,285 euros en el tercer trimestre de 2021 (todavía antes de la guerra), alcanzando un máximo de 1,247 euros en diciembre de 2022 (después de la voladura del gasoducto Nord Stream) para caer luego a 0,608 euros en abril de 2023 (en régimen de tutela). Al final de la operación global (que permitió inmensas ganancias), el precio del suministro sigue siendo al menos siete veces más alto que en 2020, pero no muy diferente del precio al comienzo de la guerra, un claro signo de crisis fraudulenta. El conflicto entre Rusia y Estados Unidos, transformado por la propaganda de los dos gobiernos en una guerra patriótica, ha provocado una reducción generalizada del nivel medio de vida, redundando en un empobrecimiento general, que debilita la resistencia de los cuerpos sometidos al proceso de producción de valor y fortalece la dominación sobre las existencias de los subordinados.

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Y ahora las consecuencias de las quiebras bancarias estadounidenses se enlazan con la inflación ya existente durante la guerra, con el abaratamiento de la mano de obra y con las fluctuaciones monetarias, exaltando un estado de crisis cuyos costes se resuelven con la conspicua caída ulterior del gasto público y con el recorte de las formas residuales del Estado del bienestar al hilo de modalidades cada vez más extendidas de mercantilización, que invaden ahora las prestaciones de las políticas sociales e incluso de las pensiones.

La sucesión de crisis se convierte, cada vez con mayor evidencia, en el instrumento necesario para implementar el diseño neocapitalista de financiar el coste de la transición del fordismo a la economía financiarizada mediante formas modernas de la acumulación originaria histórica. Y puesto que la violencia desempeña un papel estratégico en todo episodio de la llamada acumulación primitiva, no es sorprendente la elección de utilizar la guerra a gran escala territorial (¡no sólo en Ucrania!) y de la coerción como instrumento de gobierno (despotismo: el democrático, el teocrático, el liberal y el denominado socialcomunismo real). Nos enfrentamos a una nueva modalidad de formación violenta del capital en esta transición.

La cuestión del salario mínimo

El reciente informe de la OIT (Organización Internacional del Trabajo), presentado en Roma el 22 de diciembre de 2022, confirma el continuo proceso de reducción salarial experimentado en Italia; entre 2019 y 2022 el tramo salarial más bajo ha pasado del 9,6 al 10,5 por 100, certificando que incluso entre de los ocupados la pobreza va en aumento. Durante la doble crisis pandémico-bélica, por primera vez en el siglo XXI, en 2022 se registra una caída de los salarios reales a escala mundial, aunque en un pequeño porcentaje; en Italia la erosión de los salarios ha sido de 6 puntos porcentuales (12 puntos durante el periodo 2008-2022).

Los datos proporcionados por la OCDE en 2021 (con la pandemia en curso) confirman que Italia es el único país europeo en el que los salarios han disminuido de facto durante el periodo comprendido entre 1990 y 2020 (2,9 por 100); por el contrario, Lituania (que, sin embargo, partía de un nivel muy bajo) muestra un crecimiento del 276 por 100, Grecia del 30,5 por 100 y España del 6,2 por 100.

Los datos del ISTAT van en la misma línea: entre 2007 y 2020 los ingresos reales de los trabajadores han caído al menos el 10 por 100, mientras que los impuestos soportados han crecido el 2 por 100 y las cotizaciones sociales de las empresas han descendido el 4 por 100. Con pocas excepciones en el planeta, trabajar reporta menos ingresos, mientras el enjambre precario –si se tiene en cuenta el coste necesario para existir– se encamina hacia una pobreza democrática (en el sentido de igualitaria), que pone en la agenda la cuestión del salario mínimo como freno a lo peor que se adivina en el horizonte.

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Los sindicatos, cada vez con menos afiliados, dan muestras de debilidad manifiesta y de propensión a ceder como mal menor (y ello al margen de los crecientes episodios de clientelismo desleal o de corrupción, que, por despreciables que sean, no explican lo que está ocurriendo). La oposición sindical a la introducción de un umbral de salvaguardia para proteger a quienes viven del trabajo está motivada, de forma ciertamente muy poco convincente, por la necesidad de no romper el frente unido de los trabajadores, defendiendo por esta razón la institución del convenio colectivo a efectos de evitar la atomización de los salarios. Pero sobre el terreno tal proyecto ha quedado incumplido, porque ha nacido sin piernas sobre las que caminar, poniendo al desnudo únicamente la incapacidad de reaccionar ante el ataque constante del capital moderno.

En este sentido, resulta significativa la sentencia del Tribunal de Apelación de Florencia (Sentencia n. 68 de 28 de marzo de 2023), que declaró la nulidad del Contratto Collettivo Nazionale di Lavoro suscrito por la CGIL la CISL y la UIL para el sector de los Servicios Fiduciarios (servicios auxiliares de recepción, azafatas/os de eventos, conserjes, atención a visitas, controladores de accesos), señalando que los salarios mínimos aceptados por los sindicatos violan el preceptivo Artículo 36 de la Constitución italiana en lo referido al denominado mínimo vital. Utilizando como criterio de pertinencia el umbral de pobreza identificado por el ISTAT y las necesidades mínimas de un ser humano que vive en Toscana, el Tribunal (un Tribunal tradicionalmente prudente en sus sentencias) consideró que la remuneración prevista por el contrato nacional del sector se situaba en una franja inaceptable según los principios de la Constitución italiana. Ello es signo de la crisis operativa de la institución sindical, de una abdicación que deja al descubierto el desempeño de ese papel que tradicionalmente les había sido reconocido por los gobiernos occidentales después de la Segunda Guerra Mundial.

Tras el referéndum sobre la privatización del agua celebrado y ganado en Italia en 2011, el Estado, en represalia, se desentendió deliberadamente de invertir en el mantenimiento de la red de agua

Es cierto que el límite del Artículo 36 mencionado, al menos en abstracto, debería garantizar a la totalidad de los trabajadores y trabajadoras, sin necesidad de una regulación específica, el salario mínimo; pero en realidad esto es pura hipocresía, ¡es impensable que para obtener un resultado concreto un trabajador mal pagado tenga que contratar a un abogado y acudir a un tribunal sin resultados seguros! Por lo tanto, es un objetivo necesario y realista exigir una ley clara, de pocas líneas, que imponga un umbral mínimo obligatorio de remuneración por hora y día de trabajo efectivo (en tiempos de trabajo intermitente, de trabajo a distancia o de prestación a menudo discontinua, la referencia no puede ser sólo horaria, sino alternativamente también diaria). Ciertamente no es un programa revolucionario, pero en una situación de debilidad y de atrincheramiento defensivo, también parece constituir hoy el único instrumento dotado de condiciones razonables de implementación y susceptible de ganar amplias adhesiones.

El aumento de la pobreza es una elección lúcida del poder, no un accidente en el camino.

Las crisis que caracterizan esta tercera década del siglo han acelerado tanto la ampliación de la brecha entre riqueza y pobreza, como el aumento, actualmente imparable, de la proporción de personas obligadas a vivir en la indigencia. La franja de pobreza absoluta (629,29 euros al mes, Istituto Nazionale di Statistica [ISTAT], 2021) afecta ya a 1,9 millones de familias, esto es, a 5,6 millones de personas, el 7,5 por 100 de los habitantes de lo que Giorgia Meloni denomina la nación italiana (Centro Studi Investimenti Sociali, CENSIS, 2 de diciembre de 2022).

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La pobreza relativa (aquí el parámetro varía, dado que podemos situarla en torno a los 826,7 euros) afecta a 2,9 millones de familias, esto es, a 8,8 millones de personas, el 11,1 por 100 del país. Ambas franjas crecen sin cesar: el ISTAT calcula que 18 millones de personas están en situación de riesgo de pobreza; el CENSIS (el último informe sobre la situación social en Italia) estima, a partir de los datos recopilados, que los individuos sujetos al riesgo de pobreza, exclusión social o en condiciones de privación severa son ahora el 25,4 por 100 de la población italiana (uno de cada cuatro habitantes) y el 32,4 por 100 entre los extranjeros (uno de cada tres).

Al empobrecimiento general contribuye el coste de un bien necesario como la electricidad para uso doméstico. Las fuentes estadísticas de la Autorità di Regolazione per Energia Reti e Ambiente (ARERA) muestran un coste de 18,84 euros por kw/h en 2016, que baja a 16,08 euros en 2020, para dispararse a 46,3 euros y 66,01 euros en 2022 (crisis bélica) antes de establecerse en 23,75 euros en 2023, después de la aplicación del gravamen forzoso.

Se evoca la crisis bélica para legitimar como inevitable una elección que en cambio la precede, constatándose una continuidad incuestionable entre los gobiernos de Draghi y Meloni

Tras el referéndum sobre la privatización del agua celebrado y ganado en Italia en junio de 2011, el Estado, en una especie de represalia vengativa, se desentendió deliberadamente de invertir en el mantenimiento de la red de agua; como resultado, las fugas aumentan y en plena crisis de sequía superan ya con creces el umbral del 40 por 100 (al menos el 42 por 100 según el ISTAT), mientras al menos 18 millones de residentes no tienen conexión con la red. El ISTAT informa también de que el 28,4 por 100 de la población no bebe agua del grifo, porque «no se fía», lo que permite a la industria del agua mineral un aumento cuasi exponencial de sus beneficios, mientras disfruta de concesiones escandalosamente baratas carentes de competencia alguna por parte del sector público. El empobrecimiento genera beneficios, el empobrecimiento crea valor.

Vivienda y ahorro: el círculo se cierra

El informe de la Federproprietari-CENSIS de 12 de diciembre de 2022 recoge el porcentaje de quienes viven en casa propia, el 70,8 por 100, mientras que el 20,5 por 100 vive de alquiler (el resto en usufructo o por diversos motivos sin pagar contraprestación alguna). Entre 2010 y 2019, el precio medio de los inmuebles subió el 19,4 por 100, mientras que en Italia, debido a la mayor difusión de la propiedad, subió menos, el 16,6 por 100. Al mismo tiempo, en las metrópolis italianas (y no sólo en las metrópolis) crece la propensión a invertir en inmuebles, atrayendo capitales extranjeros.

Con la inflación, y en el marco de la crisis de las instituciones bancarias privadas estadounidenses, el capitalismo contemporáneo ataca el ahorro familiar (una característica muy italiana, en calidad y cantidad); con el aumento de los gastos de gestión de las casas realmente habitadas y el simultáneo diseño europeo de reestructuración energética coactiva, se prepara la agresión contra este otro foco de resistencia popular.

Los gastos militares, que han crecido hasta los 28,7 millardos, es decir, el 1,54 por 100 del PIB italiano, absorben todas las inversiones arrebatándoselas a la sanidad, la investigación y, por supuesto, el bienestar social. Se evoca la crisis bélica para legitimar como inevitable una elección que en cambio la precede, constatándose una continuidad incuestionable entre los gobiernos de Draghi y Meloni. La supresión de lo que quedaba de la modesta renta de ciudadanía es absolutamente coherente con el plan general que se está aplicando.

La subsunción formal y la subsunción real se entrelazan a la espera de que el mosaico de despotismo que caracteriza esta sucesión de crisis verificadas en el seno de la actual transición del capitalismo permita a la segunda englobar a la primera. La supresión de toda seguridad y el aumento constante de la zona de pobreza (relativa y absoluta) son la forma violenta para hacer que la existencia produzca valor; una vez más, la violencia se revela como una fuerza productiva, cuyo fin último es sustraer toda autonomía y poner fuera de la ley toda alternativa para las clases trabajadoras y pobres de la Unión Europea y a fortiori de todo el planeta. El fantasma de la duquesa Elisabeth Sutherland recorre Europa o, en realidad, el mundo entero.

Sobre el autor
Giovanni Giovannelli es jurista y abogado especializado en derecho laboral, ejerciendo su práctica profesional en Milán. Durante años ha formado parte del comité ejecutivo nacional de la Associazione Giuslavoristi Italiania. Investigador y estudioso del conflicto sindical multiétnico en las fábricas europeas y en general de la transformaciones experimentadas por la realidad del trabajo asalariado durante las últimas décadas. Entre sus libros destacan Il segreto è dirlo (1983), Segui il denaro (2003), Moonlighting (2006), Democrazia criminale (2009), Diario moscovita (2014), además de dos obras de narrativa. Ha publicado igualmente innumerables ensayos y colaborado de modo continuado con los Quaderni di San Precario, participando ahora en Effimera.
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