Referéndum del 1 de octubre
Día de furia: Barcelona 1-O

Es la noche del 30 de septiembre, mañana será un día clave para Catalunya. Los colegios electorales ya están preparados para resistir a una jornada que, aunque sumida en la incertidumbre, se aventura complicada. ¿Cómo vivió Barcelona el 1 de octubre?

Crónica 'Día de furia'- portada
Operación policial en un colegio durante el 1 de octubre de 2017. Berta Jiménez Maria Angulo Egea
Es 30 de septiembre y el Institut Joan Brossa, en la avenida de Montserrat en el barrio de Guinardó, Barcelona, cierra sus puertas en un par de minutos, en cuanto den las 12 de la noche. Lo anuncia un cartel escrito a mano, con rotulador de punta gorda sobre cartulina de color morado que cuelga de la valla corredera de hierro del instituto. Este gran recinto, que además de centro de enseñanzas medias es Escuela Oficial de Idiomas, mañana será colegio electoral. O esa es la idea.

A pesar de la advertencia, aún siguen entrando algunos rezagados que llegan en goteo a lo largo de la siguiente media hora. ¿Cómo decir que no a un par de vecinos de rostro preocupado, saco a la espalda y esterilla bajo el brazo? Antes de la 1 de la madrugada de este 1 de octubre la puerta se cierra y hasta las 5, dicen, no se volverá a abrir. En una línea similar actúan los colegios que han decidido resistir en este día que se presenta con tantas incógnitas. Nadie sabe qué va a pasar. Pero todos están preparados. Grupos políticos, sociales y vecinales se han encargado de organizar los CDR, Comités de Defensa del Referéndum para coordinar “la resistencia”.

Los mayores ya duermen, mañana será un día duro. Los jóvenes se reparten turnos de vigilancia, aunque “no va a pasar nada”. Como mucho que una de las patrullas de los Mossos d'Esquadra -que ya ha venido en otras dos ocasiones a lo largo del día- vuelva a aparecer sobre las 2 de la mañana. Paran, miran y parten. Nada de lo que preocuparse. El turno de la 1 a las 3 parece el más factible; ahora que seguimos tan despiertos y cargados de adrenalina, intentar dormir sería una batalla perdida, y desde luego eso no entra en los planes.

Solo es la 1.30 y comienza a respirarse lo que todos denominan "calma tensa": a lo lejos, en una de las cuestas de este barrio que sube y baja, aparecen unos focos. Tensión. Expectación. Todavía no es la policía es solo un autobús nocturno. No está pasando nada. No pasa nada con cada uno de los taxis -porque son taxis y nada más- que circulan. Ni con esa furgoneta. Ni con… ¡ese coche que para FRENTE A LA PUERTA! Pero del que sale una voz que termina gritando "votarem". Esos chicos que nos miran desde fuera extrañados no son policía secreta, ni parecen pertenecer a ningún grupo de extrema derecha. No está pasando nada. Pero se sigue oyendo el helicóptero sobrevolar. Pero en Twitter dicen que no dejan de salir más y más furgones de policía del puerto. La calma tensa. 

De este lado incertidumbre y alarma. Del otro, normalidad, excepto porque ocurren algunas cosas de cuando todos los gatos son pardos. Un joven conduce su bicicleta haciendo el caballito, un señor nos grita desde su moto "payasos, hijos de puta". Otro bajo los claros efectos del alcohol se acerca a hablarnos. Un vecino nos trae churros antes de las 3 de la mañana. Una pareja nos pregunta que cómo va la resistencia -pero mejor, no darles muchos datos, y si... ¡Que no! -. Sigue sin pasar nada pero a la vez...

Ya son las 3.00 y ahora sin esterilla pero con una gran manta en el suelo y el calor de unas 50 personas que también pasan la noche en este gimnasio, vamos a intentar dormir. Algunos, a pierna suelta; hasta se oyen ronquidos. Pero con el corazón a cien y la “calma tensa” a otros nos es imposible pegar ojo. Entre las respiraciones parece oírse un "vo ta rem" "vo ta rem". ¿Y si fuera, ahora sí, ya ha llegado la policía? Nos habrían avisado. 

El reloj parece avanzar rápido y vuelve a ser la hora. Las puertas se abren, y la mesa colocada en el exterior se llena de café caliente, leche de vaca y de soja. Cruasanes recién comprados. Sobaos, galletas y bizcocho. Vecinos de todas las edades. Familias, niños, adolescentes y personas mayores. Los avis toman asiento como pide una de las responsables del CDR. Se respira ilusión, entrega y, sobre todo, la completa conciencia de que será un día largo. A nadie parece preocuparle. El objetivo es votar, pero “tú, yo y aquel”. Nada de irse a casa. Todavía es de noche, vuelve a llover, y solo ilumina el cielo el gran foco del helicóptero que vigila, atento, la ciudad.

Las 8.20 y al fin se oye el rumor de que las urnas están de camino. A menos de una hora de comenzar la jornada electoral y todavía no han llegado al Joan Brossa. Ahora con el tránsito de gente que hay en la entrada resultará imposible identificar quiénes son los portadores del bien más preciado y mejor escondido de los últimos días. Todos a una. Aunque a los dos Mossos que desde hace un rato están en la entrada del instituto -a cierta distancia- no parece importarles mucho. 
Aprovechamos estos minutos de entrar y salir, salir y entrar para escaparnos a ver la televisión. Son las 9.10 de la mañana y La Sexta muestra como a diez minutos de su comienzo la jornada ya se nubla, se torna violenta y se desencadena a golpe de porra. Ya está pasando.

Tras estas noticias entendimos que había llegado el momento de “jugar”. Jugar al arrenca cebes (arranca cebollas) un juego tradicional catalán, que nos sirve de ejercicio de resistencia pacífica ante un posible desalojo. Es un juego de fuerza bruta con el que se entretienen los niños en el patio del colegio bajo la atenta mirada de los profesores que suelen invitarles a abandonarlo para que ninguno salga lastimado. Consiste en sentarse en suelo bien agarrados por la cintura emulando un campo de cebollas, mientras otro jugador, en el papel de campesino las arranca una a una hasta deshacer el grupo. Todo con cierta brutalidad: “En aquest joc es molt important la força". Hoy hay que poner aún más esmero que en el patio del recreo. Hoy el juego de infancia es la defensa de la votación ilegalizada. Este campo de cebollas surge ante la puerta de todos los colegios. Y, en este caso es el campo el que quan convé sega cadenes. 

Pasan las horas, sigue lloviendo de forma intermitente. "Ya están en el barrio". El sistema informático falla, todavía no ha podido votar nadie. El Govern facilita un censo universal para que cada cual pueda votar en el colegio que quiera y no exclusivamente en el asignado por el padrón. El ambiente es optimista. Desde el megáfono una voz tranquilizadora y contundente anima a los vecinos: “Votarem, no hi ha perill, qui no vulgui estar a la resistència que no es preocupi, hi ha moltes formes d'ajudar”. También se lanza un mensaje de neutralidad política a la hora de entonar cánticos y también en relación a la vestimenta. Hoy se viene a votar a defender unos derechos civiles y una democracia. Por ello "No pasaran", sí; pero no "i, inde, independencia". Sin banderas. Sin ideología polarizada.

A las 11.30 son ya muchas las veces que se ha paralizado y ha vuelto a funcionar el sistema de votación, por lo que de momento los que han podido participar han sido pocos. La gente espera paciente. Los escasos asientos que hay se ceden a los mayores que también agarran la delantera en cuanto puede votarse. Cada vez que sale de votar una persona mayor, se le aplaude. En el Institut Joan Brossa todavía quedan largas horas de resistencia. Son muchos los centros que cubrir en esta jornada. Emprendemos ruta. 

votar i resistir

Son las 12.40 en la Escola Mas Casanovas del barrio de Guinardó de Barcelona. Hay madres y padres, niñas y abuelas, también algunos tíos y sobrinas y un puñado de hermanos que se agolpan en el patio del colegio. Un patio que es cancha de baloncesto y también campo de fútbol sala, según reflejan canastas y porterías; incluso puede convertirse en campo de balonmano, pero no en un campo de batalla. Eso nadie lo imagina. Nadie lo imaginaba hasta que han comenzado a difundirse las imágenes violentas de la Policía Nacional irrumpiendo en otros colegios, como el Ramón Llull de Barcelona. Las paredes de este patio de recreo, cancha y campo de fútbol, son de color azul celeste. Paredes decoradas con dibujos infantiles: árboles frutales, niños y niñas que saltan y juegan; un conejo que se asoma tras un montículo, flores. Todo en un fondo azul ingenuo. No es un día de diario, ni se está jugando ningún partido (¿o sí?). Es 1 de octubre de 2017, domingo, y la Escola Mas Casanovas ha abierto sus puertas para que los vecinos del barrio de Guinardó puedan votar en el referéndum convocado por la Generalitat de Catalunya y declarado ilegal por el Tribunal Supremo. No se trata de ninguna fiesta escolar, se trata de celebrar otra fiesta, la fiesta de la democracia: ejercer el derecho al voto. Una Democracia que cada cual viene ajustando a sus intereses: estirando de un lado y del otro, como sucede con l’Estaca de Lluis Llach que han desenterrado los independentistas como un emblema más de su lucha. Como al propio Llach, símbolo del independentismo, abanderado del “procès” de Junts pel Sí, otro muerto viviente rescatado.

El suelo está húmedo. Lleva toda la noche lloviendo y el agua ha acompañado a este primero de octubre desde bien temprano. Los paraguas de colores se acumulan. Habrá entre 300 y 400 personas, de toda edad y condición, de pie en el patio, esperando, resistiendo.


Esa es la consigna que vienen promulgando desde los colegios los organizadores de este “No Referendum”. “Tenim dos objectius, decía por un megáfono unas horas antes una de las responsables en Institut Joan Brossa, votar i resistir”. A todos se les pide que aguanten, que no se marchen, porque necesitan que haya gente para enfrentarse a la policía si aparece. Más tarde, en el Casal de Sarrià, otra organizadora animará a los asistentes a permanecer sentados en la entrada y a turnarse con amigos para que siempre haya gente: “Quedeu-vos. Estem organitzades però som vulnerables. Aviseu als vostres amics i amigues per fer torns, necessitem que us quedeu. Resisistirem” Estas portavoces forman parte del Comité de Defensa del Referendum (CDR) y están perfectamente organizados. Sobre todo, dan aliento a la gente que se agolpa en los colegios. Salen con sus megáfonos cada media hora, tengan o no tengan que informar de algo. El caso es animar y hacer sentir a los ciudadanos que hay una lucha común y que están acompañados.


La mayoría de los vecinos de la Escola Mas Casanovas están concentrados en la entrada. Otros pocos aparecen dispersos por los laterales. Dentro del cole hay bastantes personas más pero eso todavía no lo sabemos porque la valla desde la que nos asomamos al patio no nos permite ver ese ángulo y los antidisturbios del Cuerpo Nacional de Policía (UIP) tampoco nos dejan acercarnos. Han despejado el carrer Mas Casanovas, que es donde se sitúa la entrada al colegio. En la calle solo hay algunos miembros de la Policía Nacional con sus verdugos negros y chalecos amarillo reflectante. Ellos se encargarán minutos después de indicarles a los organizadores de la votación que hay orden de desalojo y que deben entregar las urnas y salir del recinto. No vemos a los Mossos d’ Escuadra por ningún lado. Ni a la Guardia Civil. Quizá estén dentro del recinto en algún ángulo que no tenemos a la vista. No tendremos conciencia de su presencia en las al menos tres horas que duró el desalojo. Los encargados de presionar e intimidar fueron los antidisturbios de la UIP con sus trajes de robocop. Los de los verdugos y chalecos reflectantes se ocuparan de requisar las urnas pero esto sucede mucho más tarde.

Hace poco más de diez días, el 20 de septiembre, Rambla de Catalunya se llenaba de gente con esteladas, esa espuria bandera que le ha ganado la mano a la señera este año en la fiesta anual de la Diada. Cantaban L’Estaca de Lluis Llach, Els Segadors, desplegaban una enorme pancarta con el emblema “Welcome To The Catalan Repúblic” en el edificio de la Secretaría General de Economía y Hacienda en el cruce de Rambla Catalunya con Gran Via. También gritaban la consigna: I-inde-independecia. Además increpaban a la Guardia Civil que había detenido a cargos públicos del Govern por orden del Tribunal Superior de Justicia de Catalunya (TSJC)… Estos días todo vienen siendo símbolos, todo rojo y amarillo con estrella blanca sobre fondo azul. Todo crispación y “conmigo o contra mí”. La presión no cesa y los políticos, cada cual por su cuenta, se encargan de que esta fricción siga viva. El tono y el rostro de la protesta según se ha ido acercando el 1-O se volvía quinceemero y quinceañero. Sentadas en las universidades, caceroladas nocturnas, chicas con camisetas de los Ramones y capas de supergirl con la estelada, risas y ligoteos en asambleas, reuniones y encuentros varios. Una ciudadanía empujada a la calle y deseosa de representar la “indignación” y la desconfianza hacia las instituciones. ¿Les suena no? Cuando uno aterrizaba por el centro de Barcelona el amarillo y el rojo lo empañaban todo. Banderas y banderas. Consignas y más consignas. Por suerte, la gente en los conciertos nocturnos de las fiestas de La Mercé se dio una tregua, se dejó la bandera en el armario. Se vistió de bonito y salió a las plazas a escuchar música, a bailar y tomar una cerveza. Esta tregua duró poco pero nos limpió algo la mirada, cansada de tan estridentes colores. Este 1 de octubre la mayoría de la gente ha ido a los colegios a votar sin la capa de la superestelada, el grito ha sido “votarem” y la consigna “resistir”. 
Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete… quince. Hasta quince furgonetas de la Policía Nacional rodean la Escola Mas Casanovas. 


Y como unos 100 policías con sus trajes azul oscuro casi negro uniformados van haciendo fila de a uno muy pegados para bajar al trote hasta la puerta del patio del colegio y entrar en el recinto para confiscar las urnas y cerrar el centro.

El patio está inquieto. Empiezan a salir los niños y algunas personas mayores porque ya están advertidos de que se va a proceder al desalojo. Salen poco a poco y entre los aplausos de los que se quedan y de muchos de los que nos agolpamos en las verjas que rodean la parte del colegio que linda entre carrer Cartagena y Ronda del Guinardó.



Poco a poco los antidisturbios han ido arrinconándonos no sin algún que otro improperio de alguna ciudadana envalentonada que ha sido convenientemente aplacada por uno de los robocop, armado con la escopeta para disparar pelotas de goma, y con la consiguiente pitada al antidisturbios, por parte del patio que, desde abajo, observan cómo les van cercando.


Seguimos sin tener el cuadro completo porque la hermosa fachada de las torres circulares del colegio no está a nuestro alcance desde Ronda Guinardó, pero intuimos que son bastantes los vecinos en la parte del patio que no divisamos y en el interior de la escuela por el nivel de los pitidos y la fuerza de sus gritos. Resulta que si las paredes del Mas Casanova pudieran sentir no estarían tan escandalizadas como nosotros por el movimiento uniformado y policial que estamos viviendo, y que irá incrementándose conforme avance el despliegue de fuerzas, ya que este recinto llegó a ser en dos ocasiones cuartel de la Guardia Civil. La familia Mas Casanova cedió lo que durante muchos años fue un moderno hotel a la Guardia Civil para que lo empleara como cuartel.

Sin embargo, en 1934, durante la Segunda República, la Generalitat construyó en este espacio el Colegio Pablo Iglesias que, en 1939, recién terminada la Guerra Civil volvería a convertirse en cuartel, para pasar de nuevo a ser escuela hacia 1950, esta vez con el nombre de Grupo Escolar Obispo Irurita. Ya en Democracia, en 1986 se inician unas obras de remodelación en la escuela que concluirán un año después aunque no será inaugurada oficialmente hasta 1989, ya con el nombre actual de Escola Mas Casanovas.

Niños y fuerzas del orden se han alternado en este edificio a lo largo de los años, pero será este domingo, 1 de octubre, cuando estas paredes alberguen por unas horas simultáneamente a civiles con paraguas y policías con escopetas. Un encuentro que no parece nada halagüeño.

Los antidisturbios pasan a nuestro lado y van bajando por carrer de Cartagena, tuercen en carrer Mas Casanovas y se van posicionando en la entrada al colegio.


Expectantes desde las vallas y desde las ventanas del Hotel Aristol que dan al colegio, vamos viendo como el patio se va llenado de Policía Nacional. Comienza a lloviznar de nuevo y tenemos a un lado el ejército negro de los antidisturbios y al otro la banda coloreada de ciudadanos. Los policías van ganando terreno en el patio y arrinconando cada vez más a los vecinos. El objetivo es entrar en el edificio, terminar con la votación y requisar las urnas. Vemos cómo van saliendo personas del patio y de dentro. Algunos con los brazos en alto para no sufrir agresión alguna, otros, en cambio, sí ofrecen cierta resistencia que reprimen a empujones y sin miramientos los antidisturbios. La policía va retirando de la entrada a la gente y forma un muro de contención frente a los vecinos que malamente protestan, algunos también insultan. Pero saben que no hay nada que hacer. Han visto imágenes duras en las redes así que la resistencia es bastante pacífica y el control policial también.

Esta tensión, estas imágenes, esta violencia se queda en nuestras retinas y tendrá que pasar tiempo para que podamos comprender, para que podamos darle sentido. Será difícil calmar a esta ciudadanía agredida. Mucho más difícil tras este día de furia. 
Sobre este blog
Zero Grados es una revista online de periodismo narrativo, que entiende la cultura en el más amplio sentido de la palabra.
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Mramosc
9/10/2017 18:47

Qué buena descripción del sentimiento de tensión, rabia e impotencia. De principio a fin. Enhorabuena por la pieza.

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