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Ruido de fondo
Los infortunios de la superheroína
La producción y recepción de las aventuras de las superheroínas, del cómic al séptimo arte, se han convertido en un campo de batalla dialéctico en el que están permitidas las mayores barbaridades.
El pasado mes de noviembre publicamos en esta misma sección un artículo en el que señalábamos la conversión progresiva de lo superheroico en un signo consumible por parte del fandom. El estreno hace unos días de Wonder Woman 1984 confirma esta idea, pero, además, nos recuerda que también la prescripción cultural está usando y abusando del género como si fuera capital simbólico de usar y tirar.
No vamos a señalar artículos en concreto. Han sido incontables. Este, de hecho, también formará parte de un modo u otro de esa riada de sensacionalismo ensayístico en torno a la cultura popular que se nos ha venido encima desde hace unos años, y en la que la mirada crítica ha sucumbido a la explotación sin conocimiento ni rigor ninguno de la materia que sea, con la ideología como excusa y el engorde oportunista de la propia marca periodística como único objetivo real.
Como la Justine del Marqués de Sade, cuyas virtudes son pervertidas una y otra vez en nombre de la filosofía del autor, la cultura popular se ha visto y se ve sometida a todo tipo de infortunios en función de los caprichos de quienes escriben sobre ella
La cultura popular ha devenido víctima propiciatoria perfecta para estas estrategias. En el fondo, muy pocos prescriptores la conocen y respetan, y por ello se permiten el lujo de manipularla a su antojo en base a todos los tópicos imaginables y un paternalismo, incluso cuando se publicita su disfrute y su defensa, evidente. Si para Walter Benjamin la cultura de masas, en tanto mercancía, estaba asignada femenina y por tanto ha existido una tendencia a infravalorarla y aprovecharse de ella en nombre del propio prestigio, a la cultura pop le ha tocado ya un chuleo generalizado que no respeta ni su genealogía, ni sus características. Como la Justine (1791) del Marqués de Sade, cuyas virtudes son pervertidas una y otra vez en nombre de la filosofía del autor, la cultura popular se ha visto y se ve sometida a todo tipo de infortunios en función de los caprichos de quienes escriben sobre ella.
Todo vale. Lecturas ajenas por completo al espíritu del texto. Deducciones a partir de las mismas que caen en continuas contradicciones cuando no en lo irrisorio. Y conclusiones que refuerzan todos y cada uno de los lugares comunes que flotan hoy por hoy en el ecosistema cultural, periodístico y académico. En esta coyuntura, la labor de investigación y análisis ya no se considera solo aburrida; ha pasado a ser además incómoda, al no quedarle más remedio que delatar la pantomima generalizada en la que se han convertido los discursos en torno a la cultura popular.
Al respecto, el caso de las superheroínas es paradigmático. Entendidas también de modo más o menos inconsciente femeninas, la producción y recepción de sus aventuras se han convertido en un campo de batalla dialéctico en el que están permitidas las mayores barbaridades. La defensa sin ir más lejos de Wonder Woman 1984 no tiene ningún sentido ni desde el punto de vista formal —la realización es pobre y acusa injerencias creativas— ni como proclama feminista. Lo que en su predecesora, Wonder Woman (2017), podía verse con simpatía como limitaciones a subsanar en futuras entregas, en Wonder Woman 1984 son realidades indiscutibles que no permiten confiar en que, con esta fórmula, se desarrolle algún día el enorme potencial de los cómics sobre el personaje creado en 1941 por el clan Marston.
Todo en Wonder Woman 1984 es, en mayor medida incluso que en su antecesora, realizada asimismo por Jenkins, una oda a la dependencia romántica, la volubilidad emocional, las incoherencias narrativas y dramáticas y una comprensión deficiente del personaje
En palabras de una de las mayores especialistas en el personaje, Jill Lepore, “a la directora de Wonder Woman 1984, Patty Jenkins, puede que le interese la historia, al fin y al cabo ha ubicado sucesivamente a la superheroína en la Primera Guerra Mundial y los años 80. Pero lo que no está tan claro es que le interese la historia de las mujeres”. Todo en Wonder Woman 1984 es, en mayor medida incluso que en su antecesora, realizada asimismo por Jenkins, una oda a la dependencia romántica, la volubilidad emocional, las incoherencias narrativas y dramáticas y una comprensión deficiente del personaje.
El problema no es que no pueda afirmarse con naturalidad que Wonder Woman 1984 es una película decepcionante, más allá de cuestiones ligadas al corto de la falda de la superheroína o los privilegios que le conceden sus poderes frente a lo cotidiano, que demuestran de nuevo un gran desconocimiento en cuanto a los sentidos del imaginario superheroico. Si queremos hacer reivindicación feminista de las mujeres —y, en concreto, las superheroínas— en el cómic y en el cine, tenemos ejemplos de sobra a los que remitirnos. Otra cosa es que dichos ejemplos sean los que nos interesa destacar, al ser como cultura popular mucho más complejos, esquivos y hasta peligrosos para la desidia interpretativa imperante que una (super)producción que ha jugado ambiguamente con la semántica feminista del personaje, algo que hemos querido abrazar sin cuestionamiento ninguno.
De Kick-Ass 2 (2013) a X-Men: Fénix Oscura (2019) pasando por Agente Carter (2015-16) y Gorrión rojo (2018), existe un audiovisual de superheroínas y figuras asimilables a ellas que ha acertado a plasmar las facetas feministas del arquetipo, y que ha explorado los cómics de donde proceden la mayoría de estos personajes. Algo que tampoco es tan común, ni entre los creadores ni entre los críticos, empeñados en trasladarnos la idea de que los superhéroes y las superheroínas han nacido o son dignos de ser leídos hace cuatro días, es decir, desde que se pliegan a sus agendas e intereses.
La paradoja estriba en que ese presentismo no va a hacer mella a largo plazo en el inmenso acervo de un género que tiene más de ocho décadas a sus espaldas. En todo caso, va a provocar que la lógica del evento se devore a sí misma película a película, serie a serie, artículo a artículo, hasta no dejar más huella a los historiadores del futuro que la de su afán coyuntural por quedar bien a costa de la cultura popular.
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Pues he leído el texto y me ha parecido que todo el rato se divagaba sobre una misma idea que no he conseguido adivinar. No me ha quedado clara la intención de los autores, ¿está criticando que las peliculas no son fieles a los comics o que la película de Wonder Woman no es feminista?. Será que hoy estoy espesito, pero agradecería mas concreción a la hora de exponer los argumentos con ejemplos aunque se que es difícil hacerlo y a la vez evitar los spoilers del argumento.
Suscribo el comentario punto por punto.
Escribir más farragosamente no hace tus opiniones mejores.
En este destacado me parece que se clarifica bastante: "Todo en Wonder Woman 1984 es, en mayor medida incluso que en su antecesora, realizada asimismo por Jenkins, una oda a la dependencia romántica, la volubilidad emocional, las incoherencias narrativas y dramáticas y una comprensión deficiente del personaje". Yo diría que critican Wonder Woman '84 por no ser feminista, y que eso hace que la peli no sea fiel porque el puro arquetipo que adapta sí lo es. Y, al tiempo, se critica el uso que se hace por parte de los medios para reforzar una agenda particular simplemente porque toca, porque al hablar de la wondie hay que hablar de feminismo, sin pararse a analizar si realmente la película es feminista y la aproximación que hace del tema.