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Precariedad laboral
Los jóvenes ni-ni necesitan el 1º de mayo
La salud mental de la población se ha colado en los últimos tiempos en la agenda política. No es para menos, la situación es preocupante y más si hablamos de los jóvenes. Estos han sufrido especialmente el paro y los efectos económicos y sociales de la pandemia. En 2020, para una investigación del Centro Reina Sofía, menos de la mitad podía afirmar no haber tenido problemas psicológicos en el último año. Eso sí, los problemas de salud mental -entendida más allá de la ausencia de enfermedades- que acosan a los jóvenes parecen ser una multitud de fenómenos y causas. Incertidumbre por el futuro económico, ansiedad por el consumo rápido de los medios virtuales, soledad por la dificultad de construir relaciones sanas de amistad y pareja en un contexto sin tiempo ni rutinas…
No obstante, existe un mecanismo central en la gestión de todas estas situaciones; el valor propio que nos damos, la autoestima, que reside principalmente en nuestras identidades. Sin minusvalorar la importancia de las condiciones materiales y digitales que afectan a nuestra mente, cuanto creemos que valemos es el factor determinante en nuestras respuestas al ambiente y en nuestra recepción emocional de los problemas. No solo tiene una función en la relación con el exterior, sino también en nuestra sensación global de bienestar. En algunos casos bienestar y amor propio pueden ser sinónimos.
Ahora bien, este valor que nos damos proviene de una autorepresentación, lo que en la psicología inglesa se llama self. Nosotros somos un hombre o una mujer, somos de una localidad a la que nos enorgullece la pertenencia, somos de una asociación o partido, nos caracterizamos –listo, guapo, reflexivo…- o hemos hecho una carrera, un prodigio o cometido una inmoralidad. Este conjunto de ideas nos dice quiénes somos y en especial cuanto valemos. Y cuanto duelen las incoherencias en este relato, o que otras personas nos perciben diferente a como lo hacemos nosotros.
Si queremos ser un rebelde como Marlon Brando en Salvaje, más vale que tengamos moto, y mejor si esta tiene una buena historia. Si optamos por aparentar ser un reputado académico hay que demostrar un vocabulario preciso y amplio. Es difícil creerse que uno mismo es algo sin el reconocimiento de los demás, esto implico desplegar una serie de objetos materiales, actuaciones, historias confirmadas y habilidades para que los demás nos lean, nos entiendan como lo que queremos ser. Salvo el Übermensch nietzschiano, un ser autodefinido, los simples mortales necesitamos la confirmación popular de nuestra identidad para sentirnos bien con nosotros mismos, incluso cuando esto no implica la opinión de los más próximos si no formatos donde se condensa la validación del mundo social en general; títulos, rituales o posesiones de estatus.
Pobre de aquel que sea etiquetado peyorativamente; racializado, feminizado, culpabilizado, criminalizado. No solo por la esperable reacción negativa del entorno y la sociedad, también asimilará esas características, aparecerá la profecía autocumplida y le será mucho más difícil construir identidades positivas. Como decía Bourdieu: “El mundo social confiere aquello que más escasea, reconocimiento, consideración, es decir, lisa y llanamente, razón de ser”. La relación directa entra la posición en la estructura social y la dificultad para construir identidades, el capital simbólico asociado y el poder que implica es también parte de la lucha de clases. Por eso uno de los objetivos de todos los movimientos sociales ha sido siempre poner en valor a los “desheredados de la tierra”. Desde el Orgullo LGTB+, con un nombre muy adecuado, hasta el movimiento por los derechos civiles norteamericano pasando por la conciencia de clase, el orgullo por la existencia es el primer paso para la acción y la transformación. Y precisamente la esperanza de este cambio, la dignidad de ser el sujeto revolucionario, se convierte en otra razón de ser, una justificación. La lucha del valor personal y simbólico y las razones para vivir es también una lucha política.
La juventud precarizada realiza una tarea en el sistema de producción español que lo sitúa dentro de un mercado laboral secundario, con escaso reconocimiento
La juventud precarizada realiza una tarea en el sistema de producción español que lo sitúa dentro de un mercado laboral secundario, con escaso reconocimiento. Los trabajos que realizan, importantes para la economía y la vida y que precisamente gracias a su explotación pueden dar beneficios, son rechazados por otras características; poco cualificados, inestables, mal remunerados y menos valorados. Además, las posibilidades de consumo atan a los jóvenes a un impasse donde no puede reclamar una posición adulta; emancipación, familia o posesión de estatus. Como resultado, la propia idea de ser joven no aparece asociada a una función laboral importante, a la que la sociedad adeuda, si no como un reclamador de derechos, un ser sobrecualificado, incapaz de entrar en el mercado laboral, dependiente de ayudas estatales y familiares.
La devaluación del valor como personas de esta generación está directamente relacionada con su posición marginal en el mercado de trabajo. Debido a esta situación subalterna valen menos socialmente. Quedan en el vacío entre la indulgencia ofrecida a la adolescencia y el respeto al adulto. Trabajadores y estudiantes que aparecen como ninis. Pobres dibujados como bohemios. La imposibilidad de desarrollar la familia y el trayecto vital como rechazo a la responsabilidad. Esto tiene un efecto directo en la autoestima. No se perciben a sí mismos como individuos legitimados, caen en la culpa, es solo en el futuro donde se pueden cifrar esperanzas, lo que genera ansiedad por su incumplimiento… En resumen, si vales poco para la sociedad, no vas a valer mucho para ti mismo. Este es el origen real del fuerte problema mental específico de la juventud que crece desde la última década, desde la crisis económica de 2007.
Necesitamos decirnos que no estamos solas, que no valemos lo que nos dice el mercado laboral, que podemos estar orgullosas de nuestra existencia
De ahí la importancia de los rituales comunitarios y del apoyo mutuo. Aquellos que participan en redes de militancia y transformación pueden tomar las riendas, se sienten responsables de lo que les rodea, reciben el apoyo de sus camaradas y construyen una identidades colectivas orgullosas. Si el problema es la valoración social, solo se puede solucionar colectivamente.
Por eso, más que nunca, las jóvenes precarizadas necesitamos el 1º de mayo. Necesitamos salir a la calle, encontrarnos, reconocernos en tanto que diversas y unidas. Necesitamos decirnos que no estamos solas, que no valemos lo que nos dice el mercado laboral, que podemos estar orgullosas de nuestra existencia y que esta tiene un sentido, una esperanza de cambio y de lucha.