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Ciencia
Más allá del premio Nobel: por una ciencia colectiva
“WHO WAS ALSO THE FIRST AUTHOR”
Otro año más surge una nueva polémica en torno a los premios Nobel. Y de nuevo por lo mismo: la ausencia de mujeres investigadores premiadas, pero está vez la problemática ha dado lugar a un interesante debate sobre ciencia comunitaria y la necesidad de eliminar personalismos en la academia para aumentar la visibilidad de las mujeres investigadoras.
El 7 de octubre de 2024 fue anunciado el premio Nobel de Fisiología y Medicina. El prestigioso galardón ha recaído sobre las figuras de Victor Ambros y Gary Ruvkun por “el descubrimiento de los microRNA y su rol en la regulación génica postranscripcional”. El artículo que describe por primera vez estos microRNA se publicó en la revista Cell en 1993 y está firmado por Rosalind C. Lee, Rhonda L. Feinbaum y Victor Ambros. Ambros ha sido el único galardonado por la academia sueca de las ciencias.
La polémica de la que reflexionamos en este escrito se desató por un “tweet controvertido” y mal enfocado por parte de la academia sueca que celebraba la victoria de Victor Ambros con una foto junto a la investigadora Rosalind Lee, también esposa del investigador. El tweet cita a Rosalind Lee como who was also the first author (“que además fue la primera autora”), en referencia a su participación en uno de los artículos que ayudaron a que su marido Victor ganase el premio Nobel.
Durante esta semana se han publicado multitud de artículos en respuesta al tweet, abarcando el tema desde distintas posturas. Por ejemplo, recientemente se ha dado la explicación en un artículo en El País de que ser el primer autor/a de un estudio no significa haber contribuido con la idea más importante. Sin embargo, los/las que trabajamos en ciencia sabemos que no es del todo correcta esta afirmación y que puede contener muchas aristas. Un primer autor/a puede tener la misma importancia que un último, desarrollando paralelamente la idea, aunque no contribuya en la financiación. Otras veces, el responsable del laboratorio únicamente contribuye en la parte de la financiación, pero no en el desarrollo de una idea que puede cambiar a lo largo del experimento donde los autores/as principales deben hacerse responsables. Lo que resulta claro es que seguimos pensando en la ciencia individualista de una sola persona generadora de una idea brillante y los demás colaboradores, un sistema jerarquizado donde el trabajo del laboratorio o preparación de la investigación, realizado en parte por mujeres, sigue estando invisibilizado.
Según la web areppim, desde 1901 hasta 2023, se han entregado un total de 970 galardones, de los cuales solo 65 han ido para mujeres investigadoras. No hace falta saber de estadística para ver que hay un profundo problema en la organización de los premios Nobel de ciencia. Y 2024, no ha sido mejor con el 100 % de presencia masculina en los premiados.
En 2019, Per Lunnemann, Mogens H. Jensen y Liselotte Jauffred publicaron un exhaustivo trabajo estadístico sobre esta cuestión en Nature. Un trabajo a prueba de escépticos. En el estudio se tenían en cuenta todas las posibles variables que pudieran estar generando sesgos que llevaran a una menor representación de las mujeres en los premios Nobel: menor número de mujeres investigadoras en los centros de investigación, menor proporción de mujeres con carreras longevas en la academia, y un largo etc.
La conclusión de su investigación es clara: las mujeres están muy subrepresentadas entre los premios Nobel en todas las disciplinas examinadas. De hecho, cabría esperar que, pese al sesgo de subrepresentación que existe, el número de mujeres premiadas con un Nobel fuera aumentando porque el número de investigadoras también aumenta. Sin embargo, según esta misma investigación, “en los últimos 15 años, 10 mujeres fueron galardonadas con el Premio Nobel en Física, Química, Economía y Medicina y Fisiología, lo que es exactamente lo mismo que en los primeros 100 años de la historia del Premio Nobel (11 premios, ya que Marie Skłodowska Curie lo recibió dos veces)”.
EL PREMIO NOBEL DE FISIOLOGÍA Y MEDICINA 2024 EN DETALLE
La investigadora del centro Jean Pépin, Julie Giovacchini, ha aportado mucha información en su perfil de Mastodon sobre los “micro” detalles de esta historia. Son extremadamente informativos. En una entrevista realizada por Caitlin Sedwick en 2013 a Victor Ambros, y publicada también en la revista Cell, el ya premio Nobel citó:
“No necesariamente tenía que ser un genio para progresar, si tenía la suerte de encontrarme entre personas inteligentes, talentosas y entusiastas. Ha habido muchas personas así en mi carrera, incluida mi esposa, Rosalind Lee, que trabaja en mi laboratorio y ha contribuido enormemente a mi éxito. Ella y una investigadora posdoctoral de mi laboratorio, Rhonda Feinbaum, fueron quienes clonaron y caracterizaron el primer microARN, lin-4, mientras yo estaba en Dartmouth”.
Cabe preguntarse lo siguiente: si todo el trabajo que ha merecido el galardón del premio Nobel fue también realizado por dos mujeres, ¿será este rechazado por los hombres que lo van a recibir de manera injusta?, ¿se atreverán a hacer lo que hizo Pierre Curie y rechazar el premio a no ser que también se lo den a Marie Curie?
¿QUÉ SON LOS microRNA Y POR QUÉ SON TAN IMPORTANTES?
La expresión génica es casi tan complicada como la burocracia de un hospital. Los genes son el funcionariado encargado de leer expedientes, valorarlos, producir informes o cualquier otra cosa. Cuando los genes realizan una acción producen algo, como una proteína, que sería el equivalente de un documento emitido por el personal sanitario.
Hay mucha gente implicada en una decisión burocrática: el ciudadano que necesita la atención, el grupo de trabajo, los superiores jerárquicos, la legislación, ministerios, infraestructura donde se presta el servicio. De igual manera, la regulación de la expresión genética es complicadisima. Hay promotores para los genes que pueden regular su activación o su inhibición. Hay proteínas inhibidoras de los promotores o de la propia secuencia del gen que impiden físicamente a la maquinaria transcripcional producir RNA mensajeros. Esos RNA mensajeros que van a traducirse en proteínas pueden ser degradados con más o menos rapidez. Los ribosomas que traducen a proteínas esos RNA mensajeros también pueden regularse. La cosa puede complicarse mucho.
Lo que no se sabía hasta el descubrimiento de 1993 es que los RNA podían directamente actuar sobre promotores o centros de transcripción de los propios genes sin que mediara la producción de una proteína. Los microRNA actúan sobre los RNA mensajeros principalmente. El DNA produce una molécula de RNA que actúa sobre otro RNA igualmente producido por el DNA. Es como si el funcionariado hubiera comenzado a dar un servicio sin esperar órdenes de sus superiores.
Este descubrimiento es importante por tres razones: I) nos descubre una nueva forma de regulación de la expresión génica, II) nos descubre una nueva forma de defensa ante las infecciones en algunos organismos puesto que los microRNA sirven de materia prima para un componente importante de esta defensa: los RNA de interferencia, III) su descubrimiento abrió la puerta a la comprensión de la herencia horizontal y lamarckiana vinculada a los procesos epigenéticos.
UNA RED BIEN CONECTADA DE SEÑORES BLANCOS
Milan Janosov estudia las redes. Cualquier tipo de red. En un breve informe publicado en 2023 en el repositorio no revisado por pares Arxiv afirmaba que “el detonante de este estudio en particular fue un documental que vi sobre la vida de Einstein, que me hizo darme cuenta de cuántos de los científicos más importantes de esa época eran amigos o trabajaban juntos (...). Quería descubrir lo bien conectados que están los premios Nobel”.
Janosov se centró en la red social de académicos derivada del proyecto Manhattan. Sus conclusiones fueron clarificadoras en varios sentidos: ser señor blanco de mediana edad, así como conocer y trabajar con un premio Nobel aumenta las probabilidades de obtener un premio Nobel en el futuro, ¿hemos cambiado algo desde el proyecto Manhattan? Pues parece que no.
En el artículo publicado por la revista Nature “How to win a nobel prize”, sus autores llegan a la misma conclusión, aunque con datos aún más escalofriantes. Las probabilidades de ganar un premio Nobel aumentan cuando se trata de un hombre blanco con una media de edad de 58 años. No solo eso, más de la mitad de premios Nobel se han dado a norteamericanos, con solo 10 galardonados de disciplinas científicas repartidos entre todos los países de rentas medias o bajas, de los cuales la gran mayoría tuvo que emigrar a Norteamérica o Europa antes de recibir el premio. Además, ambos autores llegan a la misma conclusión que el estudio de Janosov, hecho sobre un proyecto desarrollado el siglo pasado: las probabilidades aumentan de forma exagerada cuando se trabaja o colabora cerca de un premio Nobel. En la mayoría de los casos, se tratan de “redes familiares” de premios Nobel donde están todos conectados de una forma u otra. Los autores indican que una posible explicación sobre este hecho versaría en el proceso de selección de los premios, que se suele hacer mediante nominaciones y estas nominaciones con frecuencia recaen en anteriores premiados que tienden a seleccionar a investigadores masculinos dentro de su propia red. Pero, ¿qué ocurre con las investigadoras? ¿por qué no están dentro de esas redes?
Sencillamente porque no están invitadas a esta fiesta. Existe cada cierto tiempo la idea de que es necesario esperar a “otros quince años” para que las investigadoras de forma igualitaria y meritocrática empiecen a ganar este famoso galardón por ser un tema generacional relacionado con la edad y los puestos de importancia. Una especie de libre albedrío donde la investigadora deberá esperar a que las nuevas generaciones aparezcan para que se coloquen al mismo nivel que sus pares masculinos. Sin embargo, nada más lejos de la realidad cuando se parten de distintos puntos de inicio en la carrera investigadora. Es más, ya existen investigadoras asumiendo puestos de responsabilidad y laboratorios, ¿qué ocurre con ellas?
La ciencia “de élite” es una comunidad en la que ser aceptado en gran medida tiene mucho que ver con la similitud a otros miembros y la afinidad social con ellos, como son otras muchas comunidades o clubes.
Esa comunidad crea sus propios distintivos para autoreconocerse, entre ellos los premios Nobel, las pertenencias a ciertos clubs, el leer y publicar en ciertas revistas, el vivir en ciertos sitios y estudiar en ciertas universidades. De ahí que exista un patrón bastante definido en los galardones (señor, mayor de 50 y viviendo en US).
Al final, independientemente de la calidad de la ciencia que se haga, esta es un proceso social y la aceptación en comunidades científicas “de élite” tiene que ver con cumplir ciertos requisitos sociales. Así, el acceso de las mujeres a ese club, en su origen enteramente masculino, cuando se produce en muchos casos es a través de intensos lazos sociales con hombres, de los que se requiere una advocación activa para que incluso una mujer concreta sea admitida en la comunidad.
POR UNA CIENCIA COLECTIVA Y SIN PERSONALISMOS
Cabe preguntarse el porqué siempre incidimos o nos obcecamos, e incluso buscamos debatir en busca de respuestas que justifiquen cuando una investigadora merece o no un premio Nobel. No obstante, esto apenas ocurre cuando se trata de un investigador. Como bien dice Timnit Gebru, científica de computación e investigadora, en su página de Linkedin: “Le dieron a John Jumper el premio Nobel de química como primer autor del artículo de Alphafold. Entonces, ¿por qué Rosalind Lee no está calificada para recibir este premio como primera autora, además del sexismo descarado por el que son famosos los ganadores del Nobel?”. Hay otros casos más sangrantes como el de la física estadounidense Chien-Shiung Wu que, a pesar de ser una pieza esencial con sus aportaciones en física experimental, jamás recibió un premio Nobel. Es más, sus aportaciones fueron usadas por sus colegas de trabajo que sí lo recibieron, ¿esta es la supuesta meritocracia de la que hablan los Nobel?
Parece que existe la visión de que si eres mujer e investigadora tienes que demostrar el doble tu valía, por tu rol y por tu género, para entrar dentro de un círculo donde constantemente se pregunten o se abran debates sobre si merecías ganar un premio Nobel o cualquier premio siendo investigadora pero, ¿ocurre esto mismo con los investigadores? Está claro que si el ganador del premio Nobel Victor Ambros hubiese sido el primer autor del artículo y no el último, no se hubiese generado el mismo debate.
Y en parte, esto tiene que ver con una visión de la academia de falso prestigio y meritocracia, con frecuencia vinculada al puro éxito individual masculino, ese señor que es un genio y a la que su mujer le tiene que lavar los pantalones y cuidar de la familia porque como genio no puede desperdiciar su tiempo en tareas que “no son intelectuales”. Una visión individualista del éxito que todavía se sigue vinculando al puro “éxito” masculino que se perpetúa dentro de la sociedad, por eso cuando una investigadora entra dentro de este mismo discurso de éxito nuestra respuesta siempre es de desconfianza porque la sociedad le atribuye a la mujer otro tipo de atributos, no siendo el éxito uno de ellos.Se conoce que los investigadores masculinos tienden a darse mucho más autobombo en el caso de sus investigaciones. Por el contrario, las investigadoras no suelen promocionar tanto su trabajo, siendo más justas y autocríticas. Esto también influye a la hora de percibir el éxito y el prestigio en la academia. Sobre todo, cuando se vive en una alta competitividad provocada por diversos factores como el publish AND perish, la falsa meritocracia del esfuerzo del “mírame a mí que trabajé duro para llegar lejos” o en ir recogiendo migajas salariales para conseguir un puesto fijo en investigación. Obviamente, no todo el mundo puede permitirse permanecer en este sistema por mucho tiempo y los datos no engañan: cerca del 50 % de investigadores abandonaron la academia en la última década, siendo la proporción algo mayor en mujeres investigadoras.
Por supuesto, se trataría de una especie de hostilidad muy sibilina que acabaría por perjudicar a las mujeres en investigación, ya que para llevar un nivel de vida académica tan exageradamente competitivo apenas se tienen en cuenta factores como los cuidados o la m/paternidad que mayoritariamente recae sobre las mujeres.
Eulalia Pérez Cedeño, filósofa y catedrática de l a Universidad del País Vasco, señala en unas declaraciones recogidas por Pikara Magazine que “en las ciencias experimentales, es muy difícil […] compaginar vida personal y profesional. Entonces como a las mujeres se nos educa desde pequeñitas para que primemos ciertas cosas frente a otras pues muchas mujeres abandonan” y, a ello dice, “hay que sumarle que la práctica habitual cuando se convocan plazas en las universidades y centros de investigación públicos, se hace teniendo en mente un ganador. Normalmente un ganador hombre”. Esto apunta claramente a que en la base del problema encontramos un “suelo pegajoso”, como bien afirman en el artículo, que desplaza a las mujeres hacia ámbitos de la investigación menos visibles, más precarios y peor remunerados, cuando no directamente las expulsa de la carrera.
Quién obtiene o no el premio Nobel no es el problema principal aquí, sino la necesidad de cambiar un sistema individualista centrado en conseguir el éxito y el prestigio a toda costa. Viendo los datos que se vienen y, sobre todo, el aumento de corruptelas relacionadas precisamente con este deseo individualista del éxito, se hace necesario reflexionar sobre el modelo académico que tenemos y queremos. La ciencia es un trabajo colectivo donde muchas personas involucradas, tanto técnicos como investigadores principales, merecen obtener el mismo reconocimiento si se trata de un trabajo igualitario. Trabajar en una ciencia colectiva permite superar las barreras del clásico “señor catedrático que pone el dinero y SU idea” para ir más allá, teniendo en cuenta otras realidades de trabajo invisibilizadas dentro de la academia.Por ello, no queremos que este sea otro de los cientos de artículos exigiendo a eminentes señores suecos que jamás nos leerán más diversidad entre los premios Nobel. En su lugar, queremos señalar que el propio premio Nobel forma parte de este sistema científico individualista, que representa engañosamente investigaciones que involucran a cientos de personas como si estuviesen hechas por uno o dos hombres norteamericanos.
En su lugar, tomando el enfoque de la ciencia de sistemas complejos, el propósito de un sistema no es ni más ni menos que lo que hace y, como sistema, el Nobel funcionalmente no es un reconocimiento a la buena ciencia, sino un marcador social de una comunidad científica concreta, que en su abrumadora mayoría es masculina, blanca, anglosajona y rica.