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Opinión
Lobbistas del mal, vendehumos y activistas en la COP29
Como todos los años en estas fechas, se acerca una época de ver quién ha sido bueno y quién malo, de hablar de regalos y carbón y de dónde poner los árboles… ¿la Navidad? ¡No! La cumbre anual de la Convención Marco de Naciones Unidas para el Cambio Climático, algo igual de entretenido y sorprendente para los miles de asistentes que se congregan, este año en Bakú, para hacer… bueno, en teoría para hacer seguimiento de las negociaciones de las que depende la vida en nuestro planeta, pero seriamente, ¿qué hacen más de 50.000 personas allí? ¿Toda esa gente sigue los textos de negociación? ¿Es simple casualidad o es que la COP se ha vuelto el destino preferido de las despedidas de soltero? Vamos a hablar de ello.
Hablando seriamente, en los últimos años la participación en las cumbres del clima se ha desbocado por encima de las posibilidades de cualquier país anfitrión. Comparemos cómo se desglosaban los escasos 4000 participantes de la COP1 en el año 1995 con respecto la histórica cumbre de París en 2015 y a los actuales:
Sin embargo, 29 años después, los 50.000 participantes de la COP29 tienen una composición muy distinta a lo que la primera cumbre de las partes tenía pensado. Desde los miles de activistas de todo el mundo que se desplazan para plantar cara al poder fósil directamente en el corazón de la bestia hasta aquellos que utilizan sin ningún pudor esta cumbre para hacer negocios y enriquecerse, el desglose de estos participantes tiene mucho que ver con quién les acredita, es decir, quién les proporciona la autorización para acceder al espacio.
Esto, en concreto ha sido uno de los temas candentes de los meses anteriores a la cumbre de este año, concretamente desde que Simon Stiell, el secretario de la UNFCCC, en verano de este año, tomase una postura muy firme sobre la reducción del número de acreditaciones para las organizaciones de la sociedad civil, en sus palabras: “garantizando una representación más diversa de las organizaciones observadoras en las COP”. Sin embargo, esto dista mucho de ser la realidad: las declaraciones ponen el foco en una tensión Norte-Sur global falsa, ya que lo que realmente está sucediendo es un recorte del espacio de la sociedad civil en estas negociaciones, un espacio que nos vemos moral y éticamente obligados a reclamar.
No es fácil alcanzar un equilibrio justo cuando muchos países, ante este tipo de políticas, optan por usar su privilegio como parte negociadora para invitar a las negociaciones a cualquiera que consideren procedente, con la acreditación llamada “party overflow”, que refiere a todos aquellos que sin ser negociadores oficiales forman parte de la delegación de un país. Por ejemplo, Alemania acredita a organizaciones de la sociedad civil mientras España no lo hace, lo que minimiza la presencia del Sur de Europa, uno de los territorios más vulnerables a la crisis climática en Europa.
También es el caso, por ejemplo, de los 138 directivos fósiles que Azerbaijan ha introducido con su privilegio de ser un Estado, pero también la causa detrás de que la delegación de Brasil supere las mil personas. Aunque estos últimos también acogen activistas de organizaciones sociales en su delegación, la realidad es que las limitaciones que les imponen (un máximo de dos participantes por entidad) no gritan “compromiso con el planeta”.
Ninguna de estas triquiñuelas sería necesaria si Naciones Unidas de verdad garantizase un acceso justo, ético y equilibrado de observadores, mediante la aprobación de un régimen de incompatibilidades y eliminando así de forma decidida a aquellos que vienen a abogar por la industria fósil y a todos los que vienen a vender humo “sostenible” y mercadear con el futuro del planeta. Mientras sigamos invitando a las “tabacaleras” a nuestra “cumbre contra el cáncer”, estas negociaciones seguirán siendo un campo de batalla entre activistas que les plantamos cara y los representantes de lo peor que tiene que ofrecer el sistema neoliberal y capitalista en este marco.
En último término, en esta cumbre siguen presentes tres sectores distintos, tres sectores que podemos llamar el feo, el bueno y el malo… pero empecemos por los más interesantes:
El malo: Los lobbies del mal; fósiles y nucleares
Esta semana, la campaña Kick Big Polluters Out ha sacado un informe demoledor que identifica a un total de 1.773 lobbyistas de la industria fósil en las negociaciones. Lo has leído bien, de los 50.000 participantes, el 3.5% pueden ser vinculados de forma directa a alguna de las grandes compañías de petróleo y gas que con su actividad asolan el planeta en el que vivimos. No se cuentan en esa cifra los negociadores de países con intereses petroleros ni otros lobbyistas fósiles que puedan ir escondidos detrás de acreditaciones de otra índole. Según el mismo informe, este colectivo, que casi podríamos considerar un grupo negociador por derecho propio supera en número a todas las delegaciones de los diez países más afectados por la crisis climática. Pero no consideremos solo lo negativo: su terrible presencia en esta cumbre hace más evidente que nunca la preocupación de estas compañías ante el posible resultado. Esta inversión en desplazamiento, en personal y, probablemente, en otra serie de conceptos que no pueden desgravarse deja meridianamente claro que, si las compañías petroleras sienten algo hacia la COP, esa emoción es, sin duda, el pánico más absoluto.
El feo: los vendehumos
Por otra parte, y más allá de este simpático contingente, otro grupo de mejores amigos de la vida en la Tierra que encontramos presentes de forma recurrente es uno mucho más taimado y engañoso. Pueden presentarse de muchas formas distintas, pueden ir como observadores, pueden disfrazarse de activistas pero en el fondo… En el fondo no dejan de ser el más abyecto lobby nuclear. Desde Nuclear for Climate (en serio) hasta la World Nuclear Association, son varias las organizaciones que acuden a la COP en defensa de esta energía sucia y peligrosa que pone en peligro al planeta y a las personas.
Si la comparación del lobby fósil son las tabacaleras, el nuclear son las falsas terapias que intentan aprovecharse de un paciente gravemente enfermo. No deja de llamar la atención que, al disfrazarse de activistas, Naciones Unidas les ha autorizado, al menos en esta COP29, a tener una acción diaria en plena zona de entrada de los negociadores, un extraño privilegio al que pocas otras organizaciones tienen acceso. La sociedad civil, sin embargo, no se deja engañar: ninguna de estas organizaciones tiene acceso a las redes de apoyo, reuniones o facilitación que proporcionan las auténticas redes activistas. Nosotras lo tenemos claro: deberían estar fuera, al igual que las falsas soluciones como la captura y almacenamiento de carbono, la geoingeniería o, incluso, los mercados de carbono.
El bueno: las acciones, las activistas, la red social
Es increíble observar cómo activistas de diferentes partes del mundo luchan por un objetivo común, a pesar de las diferencias culturales y sociales. En el caso de esta cumbre, uno de los grandes objetivos comunes se resume en la campaña #PayUp. Se pide que los países del Norte asuman sus responsabilidades históricas y paguen su deuda con el Sur Global, sin ofrecer préstamos, proveyendo directamente la financiación necesaria para las medidas de mitigación, adaptación y pérdidas y daños necesarias para hacer frente a las peores consecuencias de la crisis climática. La lucha climática es una lucha internacionalista, no podemos avanzar solas, debemos hacerlo juntas.
Vemos que cada vez es más difícil que las observadoras consigan acreditaciones. A pesar de los problemas para acceder a la cumbre y, consecuentemente, a los espacios de toma de decisiones de las Naciones Unidas, las activistas climáticas, conseguimos hacerlo e insistimos en hacerlo. Los problemas de acceso van mucho más allá de tener acreditaciones; el incremento de los costes de hotel en los países anfitriones replican las dinámicas del neoliberalismo, expulsando a aquellos más vulnerables y con menos capacidad y facilitando la entrada de los más ricos y poderosos. Las sedes de los últimos años (con su falta de respeto a los derechos humanos y su amor por los combustibles fósiles) hacen aún más difícil justificar la presencia en estas negociaciones.
Sin embargo, es evidente a la luz de los datos cómo existe una intención clara de desplazar y expulsar de espacio sin que nadie se entere precisamente a aquellos que en la primera cumbre eran más que los gobiernos representados. La pregunta que nos tenemos que hacer es, ¿por qué? Y la respuesta es muy clara: somos la barrera que impide que hagan todavía menos, somos el altavoz de los que más sufren y somos la punta de flecha del futuro que necesitamos pero sobre todo y ante todo, somos los anticuerpos de un planeta enfermo. Nuestra voz es clara: antes de que sea demasiado tarde tenemos que cambiarlo todo y poner fin al sistema que nos ha traído a la desigualdad y la crisis ecosocial que estamos viviendo.