Irlanda del Norte
La clase obrera que sustenta al DUP de Irlanda del Norte

El Partido Unionista Democrático, socio de Gobierno clave para los tories británicos, representa la parte más ultraconservadora del protestantismo norirlandés.

belfast
Cartel en Belfast (Irlanda del Norte) Fernando Mahía Vilas
19 jul 2017 10:47
La posición de fuerza que el Partido Unionista Democrático (DUP) adquirió tras las últimas elecciones generales británicas fue vista por muchos como una señal de alarma. Esta organización unionista norirlandesa, de tradición fundamentalista y totalmente opuesta a la legalización del matrimonio homosexual, del aborto, o de cualquier otra forma de “sodomía”, sacó diez de los 18 escaños en juego en Irlanda del Norte el pasado 8 de junio. Gracias a ello, el partido se convirtió en el bastón en el que se apoya el cojo gobierno conservador de Theresa May. El bastón, eso sí, más polémico al que los tories podían acceder.

Y es que el nuevo socio conservador viene a representar a la parte más ultraconservadora del protestantismo en Irlanda del Norte. Un partido que, resumiendo, cuenta en su impecable hoja de servicios tras haber sido relacionado en su día con grupos paramilitares, haberse declarado abiertamente contrario a cualquier plan de paz en el país o, también, negar el cambio climático y posicionarse abiertamente a favor del Brexit.
Una vivienda con pintadas a favor del Brexit en Tiger's Bay, en el norte de Belfast. Foto de Fernando Mahía Vilas.

Sin embargo, para entender el verdadero sentimiento del que el DUP se nutre y, a la vez, alimenta, hay que acudir a sus particulares fortalezas ideológicas: los barrios más obreros de la Belfast protestante o de las zonas unionistas de Antrim, Londonderry y County Down. Es en estas áreas de clase predominantemente baja y que, en su día, fueron las más afectadas por el conflicto armado en Irlanda del Norte donde el discurso conservador del Partido Unionista Democrático cuenta con una mayor atracción. Zonas religiosas, orgullosas de su pertenencia al Reino Unido y, sobre todo, temerosas de cualquier cambio que pueda insinuar un acercamiento a su atávico enemigo: la República de Irlanda. 

De Tiger’s Bay a Sandy Row

Seguro que de todos los comentarios poselectorales pocos alcanzaron el nivel esotérico del de Mark McCullough, ciudadano de 57 años del barrio de Tiger’s Bay, en Belfast, y votante convencido del DUP. “Desde sus comienzos”, explica Mark, “el DUP ha basado sus políticas en los valores cristianos y ahora Dios ha recompensado al partido: lo ha convertido en el King maker de Londres”. Mark, que se define como un “cristiano renacido”, finaliza su análisis con una petición, igualmente esotérica: “Que el DUP nunca se desvíe de los designios de Dios”. 
Mural en homenaje a los caídos en la I Guerra Mundial, en Tiger's Bay. Foto de Fernando Mahía Vilas.

Pero lo más sorprendente de Tiger’s Bay es que Mark no es una excepción. Aquí, en Sandy Row, o en Shankill Road, o en el Rathcoole, o en Carrickfergus, el nacionalismo británico exacerbado y el sentimiento religioso son, más bien, una norma. Especialmente desde que los 30 años de conflicto entre las dos comunidades dejaron un bagaje, a ambos lados de las peace lines, imposible de olvidar durante generaciones. 

El barrio de Mark, al igual que el vecindario del Rathcoole, nació de la mano del puerto de Belfast, de importancia a nivel mundial durante finales del siglo XIX y principios del XX. Para dotar de mano de obra a los astilleros de la ciudad, llegaron a la ría de Belfast numerosos inmigrantes procedentes de Escocia y de las zonas más al norte de Inglaterra. Sus asentamientos iniciales, situados alrededor de los muelles, se convirtieron en barrios en los que insertaron la costumbres, religión e, incluso, la nacionalidad e idioma (conocido como Ulster-Scots) de su país de origen. En los murales de Tiger’s Bay, los pocos visitantes pueden ver referencias a este orgullo del origen británico, así como homenajes a los caídos del barrio en la I Guerra Mundial o a bandas paramilitares como la UDA o el UVF, responsables de más de 1.000 asesinatos durante el conflicto norirlandés.

Algo similar ocurrió en Shankill Road o en Sandy Row, otros bastiones de la clase obrera unionista de Belfast, que nacieron al abrigo de la incipiente industria textil de finales del siglo XIX, nutrida también con numerosos inmigrantes llegados desde el otro lado del Canal de Irlanda. El plan de la metrópolis de Londres para Irlanda del Norte era claro: por un lado, aumentar el rendimiento industrial de la colonia, por otro, poblar el país con escoceses e ingleses protestantes, en una especie de britanización o colonización de Irlanda. 

Una imagen de Shankill Road. Foto de Fernando Mahía Vilas.

Pero estas comunidades se enfrentaban a un hándicap que acabó por demostrarse demasiado grande: llegaban a un territorio completamente hostil. La comunidad trabajadora nativa, de origen irlandés y católico, nunca acabó de integrarse con los recién llegados. Así, los barrios obreros protestantes fueron inoculados desde su primer día con la sensación de vivir en un constante enfrentamiento con el vecino, temerosos de que, algún día, los irlandeses reclamasen de vuelta su país. Como así ocurrió. 

La evolución histórica del aislamiento

El paso de los años fue aumentando en las comunidades obreras de ascendencia británica el sentimiento de lucha, de pugna por mantener su pasado intacto frente a lo irlandés. Primero, fue la Guerra de Independencia de Irlanda la que dejó en 1922 al Ulster como la única parte británica de una Irlanda (casi) libre. Luego, a partir de los años 60, la guerra abierta entre el IRA, por una parte, y el gobierno británico y los paramilitares unionistas, por otro, no hizo más que aumentar los odios y los rencores entre ambas comunidades; sobre todo entre sus estratos más obreros, los principales damnificados por los 30 años de conflicto.

Durante esta época, el unionismo comenzó a aumentar su paranoia colectiva, principalmente azuzada desde sus partidos más radicales, como el propio DUP o Vanguard. Se temía, por un lado, a todo lo que fuese católico o irlandés y, por otro, a cualquier atisbo de que Gran Bretaña quisiese dejarles de lado. Los barrios más obreros y leales a la corona se fueron encerrando en sí mismos, retroalimentándose en su filosofía conservadora como antídoto frente a una evolución que, ellos creían, los acercaba más a la pesadilla de formar parte algún día de Irlanda. 
'Peace Line', en Belfast.

“Para ellos cualquier cambio es algo negativo, son conservadores por naturaleza porque le tienen miedo a cualquier cambio, es un miedo irracional por su parte, pero yo no tengo ningún problema con ellos, aquí son bienvenidos”, explica Jimmy, gerente del pub republicano Red Devil en la zona católica de Falls Road. A pocos metros, al otro lado de una peace line que separa Falls de Shankill, un barrendero protestante se justifica a no cruzar durante su turno al otro lado del muro: “Ellos [los católicos] son los que no me quieren allí”. 


Quizás, una de las mejores descripciones gráficas de esta actitud aislacionista es el barrio de The Fountain. Esta zona de viviendas obreras protestantes de la ciudad de Derry vive apartada del resto de la urbe, escondida de sus visitantes, pese a estar en pleno centro. Tan solo dos o tres calles la unen propiamente a Derry, mientras que casi todo el barrio vive rodeado de muros. Apartada y encerrada, la comunidad vive estancada en una constante lucha de trincheras. Un lugar en el que el propio barrio se ve bajo asedio, “under siege”, tal y como rezan los murales presentes en el barrio.

El Brexit y la independencia de Irlanda

Ahora, mientras antiguas zonas republicanas se convierten en destinos turísticos para los visitantes de Irlanda del Norte, la mayoría de barrios loyalist siguen viviendo de espaldas al turismo, viéndolos quizás como un posible perjuicio para su causa. Cualquier cambio, cualquier progreso, se deniega al momento, se interpreta como derrota. 
Un vecino de un barrio 'loyalist' de Belfast, con la bandera británica al fondo. Foto de Fernando Mahía Vilas.

Con la aparición del Brexit en la mesa de debate, en los barrios unionistas de Tiger’s Bay o The Fountain florecieron llamadas al orgullo británico y a la salida de la UE exactamente iguales a las de los actores más conservadores de la isla vecina, como el UKIP o la caverna del Partido Conservador. Probablemente, prefieran ignorar que el Brexit no ha hecho más que aumentar el número de norirlandeses que ahora vería con buenos ojos una unión con Irlanda.

El número de los que apoyan un posible referéndum, aunque todavía en minoría, va en aumento. Y, precisamente, lo hace ahora que el DUP se ha convertido en el garante de que el Brexit caiga sobre Irlanda del Norte con todas las de la ley. Mientras tanto, como ajenos a esta realidad, enfrascados en su inmovilismo de años, en algunos murales de los viveros del DUP en Tiger’s Bay, Shankill Road o Carrickfergus, las paredes aún siguen rezando “I prefer to die on my feet than on my knees in a Republic of Ireland” (Prefiero morir de pie que de rodillas en una República de Irlanda). Quizás, si los murales no se borran antes a base de tanta lluvia, los que las escribieron algún día tengan que cumplir con su promesa.

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