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Industria
Hace un siglo el papel protagonista lo tenía Alcoi
“Son muchas las investigaciones efectuadas sobre los perjuicios que a la salud puede ocasionar el tabaco y nadie ha podido afirmar todavía que ese perjuicio realmente existe. Lo que sí está probado es que la causa de verdaderos estragos es el papel de fumar malo, el que se fabrica pensando más en la presentación y en la venta que en la salud de los clientes”. Con este enunciado publicitaba Hijos de Genaro Marín su marca de papel Indio Rosa en las primeras décadas del siglo XX. En apenas unas líneas sintetizaba la concepción social que existía alrededor del tabaco y del papel de fumar como objeto de consumo. Solo el acaudalado podía costear la calidad y el estatus que conferían los cigarros puros enrollados en más hoja de tabaco, de modo que las masas tenían que consumir el pardo veneno en cigarrillos liados en papel, mucho más económicos.
La competencia entre fabricantes de papel de fumar obligaba a muchos de ellos a llamar la atención del público con afirmaciones tan absurdas como la del párrafo anterior. Otros, como la empresa Hijo de Camilo Gisbert Terol, aseguraba que su papel marca Gol “suaviza el tabaco”, mientras Ridaura y Compañía insistía en que “la pureza del papel se manifiesta por su menor residuo. La marca ESTUPENDO reúne estas buenas cualidades (sic)”. Desde mediados del siglo XVIII y hasta prácticamente todo el siglo XX, la industria del papel de fumar en el Estado español tuvo dos núcleos principales de producción: por un lado Capellades, en Catalunya, con la empresa Miquel y Costas ostentando un monopolio de facto primero en su región y durante algunas épocas en todo el Estado, pasando en tres siglos de hacer papel artesanalmente a convertirse en multinacional proveedora del papel que envuelve los cigarrillos de las principales marcas del tabaco industrial.
El otro núcleo es la comarca del l’Alcoià, enclave montañoso del norte de Alacant donde la primera revolución industrial tuvo uno de sus principales teatros de operaciones gracias a la industria textil y a la papelera, dos de las tres patas de la industrialización, siendo la tercera la metalúrgica, que arraigó en Euskal Herria y que no tiene mucho que ver en esta historia en la que, si se permite tan barato juego de palabras, el papel protagonista lo tiene la comarca de l’Alcoià, en adelante Alcoi por su ciudad capital. A principios del siglo XX, Alcoi competía en importancia con la oficialidad de Alicante y en potencia industrial con Barcelona. Gozaba del sello Real en su Fábrica de Paños, concedido por Carlos IV en 1800 por el servicio que la textil alcoyana ofrecía proveyendo de tejido para los uniformes al ejército real. En paralelo, decenas de fabricantes y talleres de papel de fumar de toda la comarca competían entre sí por venderle sus librillos de papel a quien no quería o no podía fumar puros ni en pipa.
Se cuentan por cientos los diseños, logos, eslóganes y envases con los que se vendía el papel de fumar. La imagen de marca y merchandising de los librillos que se confeccionaban en las fábricas y talleres alcoyanos son en la actualidad testimonio gráfico de una época en la que no existía la conciencia actual sobre los daños del consumo de tabaco ni restricciones para su venta, por lo que la creatividad no tenía límites y lo habitual es que cada fabricante sacara al mercado diferentes marcas de papel algunas de las cuales todavía siguen en circulación. Los hermanos Ramón y Mauro Gisbert Mengual se han dedicado a recoger y ordenar esa multitud de envases y elementos publicitarios de los fabricantes de papel de fumar alcoyano. Con la colección que atesoran, hace cuatro años editaron el volumen Los libritos de papel de fumar, rubricada como “Los Coleccionistas. Hijos de R. Gisbert Abad”, por su padre, Ramón Gisbert Abad, quien empezaría a recopilar el catálogo en su labor de anticuario. Mauro explica que su padre se dedicaba a “vaciar casas” recogiendo diferentes elementos de la historia alcoyana para engrosar su colección. Fue precisamente al bucear en las cajas que les legó su padre al fallecer cuando toparon con la cantidad y diversidad de marcas de papel de fumar de fabricación local.
Historia del papel alcoyano
En las casi 600 páginas que contiene Libritos de papel de fumar se recopilan cerca de tres siglos de historia de factura alcoyana de papel para combustión, un trabajo minucioso de fotografía y escaneado de librillos de papel, carteles publicitarios y otros utensilios relacionados con la industria precedidos por los textos del historiador Ramón Molina. En su introducción, Ramón Molina data en 1755, con la construcción del primer molino papelero por la familia Albors en la cuenca del río Molinar, el inicio de una industria que pasaría de ser punta de lanza a consumirse hasta casi su extinción. Eduardo J. Gilabert, exdirector de la fábrica d’Alqueria de Aznar de Papeleras Reunidas, S.A. —empresa de la que se hablará más adelante cuyo nombre ya ofrece una pista de por dónde irán los tiros—, prologa el catálogo de los hermanos Gisbert detallando que “la familia Albors, dedicada al textil, consiguió convencer a la Fábrica de Paños y transformar un molino ‘batán’ en papelero”.
El historiador Ramón Molina continúa su introducción a la industria indicando que, tras ese primer molino de los Albors, “al comienzo del nuevo siglo fueron alrededor de cuarenta los molinos que se levantaron de nueva planta”. Lo mismo ocurría en municipios limítrofes como Banyeres de Mariola, donde el historiador local Juan Castelló Mora, descendiente de papeleros “desde la década de los 80 del siglo XVIII” y fundador del Museu Valencià del Paper, sito en el municipio, asegura en su monográfico Molinos papeleros del Alto Vinalopó, editado por la Associació Cultural Font Bona en 2008, que es “prácticamente imposible tener una cifra exacta de la evolución del número de molinos y tinas” para fabricación de papel en las comarcas de l’Alcoià y Alto Vinalopó entre los siglos XVIII y XX, y entre otras causas señala que “también entonces, como ahora, la ocultación de datos era práctica generalizada ante el temor de la voraz presión fiscal o, al contrario, se aumentaban los datos en los momentos de quejas y peticiones de ayudas”.
La industria papelera está muy vinculada en su origen a la textil; no en vano, las primeras hojas de papel que se elaboraban tanto en Alcoi como en ciudades como València o Xàtiva procedía de los restos de hilatura de las fábricas de paños
Cabe matizar que, en sus inicios, la industria del papel no estaba orientada a lo que se denominaba “papel de encigarrar”. La industria papelera está muy vinculada en su origen a la textil; no en vano, las primeras hojas de papel que se elaboraban tanto en Alcoi como en ciudades como València o Xàtiva procedía de los restos de hilatura de las fábricas de paños, y los primeros molinos de papel accionaban batanes construidos en origen para cardar tejido o moler harina. En el prólogo de Los libritos de papel de fumar, Eduardo J. Gilabert explica que “a finales del siglo XVIII además de papel para embalaje se fabricaba el de escritura, de las clases ‘florete’ y ‘del Rey’, llamado así por ser usado en las oficinas del Estado”. Antes de la hegemonía papelera alcoyana, el papel utilizado en los despachos reales se fabricaba en Xàtiva, ciudad que albergaría la primera fábrica de papel del continente europeo datada en el siglo X.
Xàtiva mantuvo su dominio sobre la fabricación de papel hasta que Alcoi entró en el negocio, pero la capital industrial del norte de Alicante no experimentó el verdadero boom papelero hasta que la pila holandesa sustituyó a los batanes. Esta innovación traída de Europa, un cilindro desfibrilador que aceleraba el proceso de obtención de pasta de papel —instalada en 1764 por Vicente Albors en su molino papelero, según los registros—, coincidió con el Estanco del Tabaco de Nueva España con el que la corona monopolizó la producción de tabaco de las colonias que surtió a la metrópolis durante décadas. Con estos mimbres la conversión del papel de oficio en papel de fumar no se hizo esperar: “Una vez extendida la costumbre de fumar cigarrillos —introduce Molina—, en 1815 se constituyó en la ciudad una compañía para convertir los pliegos que usaban los fumadores en libritos”. Posteriormente, en la década de 1830, se constituyeron los primeros talleres dedicados en exclusiva a dicha elaboración, de modo que “con el auge de la actividad y para evitar litigios entre distintos productores”, se constituyeron comisiones de fabricantes de papel de fumar con las que examinar y aprobar diseños de marcas.
Tras un periodo de estancamiento producto de una sequía en torno a 1850, la industria alcoyana del papel de fumar, explica Molina, se consolidó mediante la proliferación de estos talleres, con fabricantes con más de veinte marcas en el mercado. A finales del siglo XIX, de los 62 talleres de libritos censados en todo el Estado, 43 de ellos pertenecían a Alcoi y su entorno industrial.
De los talleres a Papeleras Reunidas
Con esta dinámica transcurre el siglo XIX de tal manera que, a inicios del siglo XX, los fabricantes alcoyanos ostentaban el dominio del mercado nacional e internacional con marcas de prestigio como Pay-Pay, de la empresa Pascual Ivorra; Blanco y Negro, del fabricante José Laporta —quien compraría los molinos papeleros de la vecina Banyeres instalando allí su imperio—; o la más famosa de todas, Bambú, creada por la Sociedad Sobrinos de R. Abad Santonja y buque insignia durante todo el siglo XX de la industria papelera alcoyana.
La única que hacía sombra a la imparable maquinaria de papel de fumar alcoyana era la catalana Miquel y Costas, por lo que a principios de la década de 1930 los nueve mayores fabricantes de papel de Alcoi y Banyeres fusionaron sus negocios en uno solo dando lugar a Papeleras Reunidas S.A. Las entidades fusionadas fueron la fábrica de Enrique Albors Raduán, descendiente de los primeros papeleros de la ciudad; la compañía Hijo de Camilo Gisbert Terol, que comercializaba la marca de papel Gol; la empresa Hijo de Genaro Marín, fundada en 1850, dedicada a exportar a los territorios americanos y Filipinas su marca Indio Rosa; José Laporta Valor S.A., que desde Alcoi y Banyeres comercializaba su marca Blanco y Negro centrándose en los mercados centroamericanos y brasileño; Leopoldo Ferrándiz, que enviaba a América su papel marca Zaida; Pascual Ivorra, creador de la célebre Pay Pay; Sobrinos de Ramón Abad Santona, con su estrella Bambú; y otros productores tradicionales como Moltó Santonja S.A. y Miguel Botella y Hermano.
La vinculación de estas empresas supuso el aumento del 21% de la producción nacional de papel de fumar de esta sociedad al disponer de ocho fábricas de papel con 15 máquinas continuas. En el medio siglo de vida de Papeleras Reunidas S.A., la marca Bambú continuó su consolidación como una de las marcas de papel más vendidas. En sus mejores momentos llegó a producir 24 toneladas diarias de papel y 2.800 toneladas anuales de papel de fumar. Abrió sucursales en Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Zaragoza, Murcia, La Coruña, Oviedo, Buenos Aires y posteriormente, poco antes de su declive, trataron de abrir nuevas plantas en Salamanca y en Portugal.
Eduardo J. Gilabert fue uno de los últimos directores de la fábrica que Papeleras Reunidas tenía en l’Alquería de Aznar, en Alcoi, instalaciones en las que se elaboraba la marca Bambú y donde trabajaban las célebres bambuneras, cuyo rol en esta historia se abordará más adelante. Gilabert es ingeniero industrial y estuvo al frente de la producción del buque insignia de la firma alcoyana en sus últimos años de vida. Para él, los administradores de Papeleras Reunidas S.A. “se equivocaron en varias cosas”, destacando que se hicieron “malas inversiones” al planificar la expansión a Portugal y con la planta que abrieron en Salamanca en 1977 con proyección de fabricar 40.000 toneladas anuales y que acabó siendo un fiasco comprado en 1980 por la multinacional estadounidense Scott, que pagó cerca de 3.000 millones de pesetas por una planta en la que en la actualidad se fabrica el papel higiénico de la marca del cachorro de labrador.
A su vez, por las mismas fechas, ante la delicada situación financiera de la compañía y su necesidad de capitalización, llegó a recibir préstamos avalados por la Generalitat Valenciana, como el de 1983 en el que el gobierno autonómico respaldó un crédito de 200 millones de pesetas para que Papeleras Reunidas pudiera mantener los 458 puestos de trabajo que conservaba en aquel momento. En esa situación, Miquel y Costas se ofreció a comprarle a la firma alcoyana su negociado en Buenos Aires así como la patente de fabricación y comercialización de la marca Bambú. El marchamo de cabecera de la compañía caía en manos de su principal competidor, hecho que, junto al cambio en los hábitos de consumo de tabaco, propició la total caída en desgracia de Papeleras Reunidas S.A. y con ella el prestigio de una industria que no volvería a florecer. ¿O sí?
Caída y resistencia de la industria
Aurelio González lleva tanto tiempo trabajando en la fábrica que se sorprende al escuchar una referencia al fuerte olor que desprenden los rollos de papel que terminarán en librillos de papel de liar. “¿Huele? Yo ya estoy inmunizado”, dice haciendo un gesto con la mano y alusión a los 28 años de experiencia en la industria. Las instalaciones de Iberpapel S. L., en Benimarfull, un pequeño pueblo cerca de Alcoi, conjugan enormes máquinas modernas con otras antiguas y concentran a decenas de trabajadores participando en la producción. Una de ellas es Inmaculada Calvo. Ella tiene 60 años; la máquina con la que trabaja, más de cien. Ambas vinieron de Papeleras Reunidas S. A. y siguen dedicadas a lo poco que queda de la otrora boyante industria papelera alcoyana.
La pena es que el capital que hoy día respalda esta industria en Alcoi es extranjero, la alegría es que se trata de una de las marcas de papel de fumar más célebres a nivel internacional, por lo que mientras sea rentable para el propietario, el trabajo está asegurado. Desde hace más de una década, la mayor parte de la producción de la empresa alicantina es facturada a HBI International, matriz de la marca RAW, fundada por el empresario estadounidense Josh Kesselman, que pasó de vender parafernalia para fumadores en Florida y Arizona a poseer una de las marcas de papel más consumidas en Estados Unidos y el mundo, ligando su fama al cambio de conciencia reciente alrededor del consumo de marihuana. Quizá sea difícil de imaginar, pero cuando Wiz Khalifa “pone un poco de OG Kush en un RAW”, tal como canta en la canción que dedicó a la marca de papel de fumar, es muy probable que ese papel haya pasado por las manos de alguna de las pocas bambuneras que siguen en activo. Porque como suele pasar en casi todas las historias de ascenso y caída de una empresa, quienes hacen posible lo primero y sufren lo segundo son sus trabajadores y trabajadoras.
De las primeras bambuneras queda poco más que algunos productos manufacturados por ellas y conservados hasta la fecha, imágenes y escritos de archivo que atestiguan que durante un tiempo centenares de mujeres trabajaban codo con codo frente a las máquinas en el interior de la provincia y, especialmente, las memorias entre aquellas que fueron sus aprendices. Las enseñanzas de las primeras bambuneras, que trascienden a lo propio del oficio, permanecen en el día a día de las cinco mujeres que continúan en la industria a través de Iberpapel S.L., y que compartieron filas con las veteranas en los últimos años de Papeleras Reunidas: “Ellas nos enseñaron a no tener miedo, porque el miedo no es bueno”, resume Cristina Andrés cuando empieza a narrar sus orígenes en la empresa. “Es que eran muy valientes”, apoya Sari Molina. Ambas empezaron su desempeño en la industria papelera cuando tenían 14 o 15 años.
“Entrábamos cuando prácticamente habíamos salido del colegio. Éramos muy crías: un día estabas en tu pupitre y al siguiente frente a una máquina enterándote de lo que es una fábrica”
Inmaculada Calvo recuerda que “entrábamos cuando prácticamente habíamos salido del colegio. A lo mejor alguna de nosotras habíamos trabajado unos meses en alguna empresa, pero para nosotras la industria del papel era algo nuevo, no sabíamos de qué se trataba, éramos muy crías: un día estabas en tu pupitre y al siguiente frente a una máquina enterándote de lo que es una fábrica”, narra. La entrada en la industria de estas chicas se produjo, según expresan las ahora veteranas, en un momento en el que “la industria de papelera todavía estaba boyante, pero donde ya empezaban a vislumbrarse algún agujerito”; el entonces jefe de la fábrica decidió “cogernos a unas 30 porque quería jubilar a toda la gente mayor y que entrara gente joven para moldearla y que no se perdiera lo del papel de fumar”.
Cristina Berbegal y Julia Orts coinciden en que el sueldo era bueno, y sacan nóminas que lo demuestran. Es algo que también se apunta en Los libritos de papel de fumar cuando se explica que “el trabajo de les bambuneres se realizaba en mesas adecuadas y en unos espacios dignos, a diferencia de las que lo hacían en una fábrica textil, ya que trabajaban en un entorno mucho más duro y alejado de la ciudad (...)”. Dice Cristina Andrés que había “muy mala prensa” en aquella época por trabajar en Bambú: tanto es así que “muchas lo ocultaban a sus novios porque si no las dejaban, eran tan valientes que los chicos les tenían miedo, así que muchas no decían que su trabajo era ese”. De hecho, a ella su madre le desaconsejó decirle a su padre cuánto cobraba, 1.300 pesetas, recuerda Cristina Berbegal. El oficio contaba con una ristra de canciones populares en aquella época: “Les xiques del Bambú / no volen fer faena (bis) / I porten calces de seda / No volen als teixidors / Ara volen brosseros / Perque van en camió”.
Aun así, tal y como exponen los registros, el trabajo no era fácil, especialmente en los primeros años. Durante el tiempo que se congregaban cerca de mil trabajadoras en las fábricas del interior de Alicante, en la época de la manipulación manual y previamente a la introducción de máquinas y mecanización del trabajo, las jornadas de aquellas niñas eran largas, empezaban muy temprano y trabajaban a destajo. En el mismo volumen, Molina expresa que las primeras bambuneras relataban “cómo el encargado de las secciones aleccionaba a las niñas de menor edad para que cuando vieran en el taller un señor vestido de traje se escondieran, pues podría tratarse de un inspector de trabajo, dando a entender que carecían de cualquier tipo de contrato”. Inmaculada da detalles sobre el desempeño de las trabajadoras: “Cuando empezaron no tenían una jornada laboral, empezaban a una hora pero no sabían a qué hora terminaban, tenían un tope de trabajo. Entonces lo que hacían era ir a destajo, tanto haces tanto cobras, ellas tenían una cantidad, iban haciendo y la que no llegaba era ayudada por su compañera sin que lo supiera el encargado”. Es lo que se conocía como fronteres. “Antes había mucho compañerismo”, apoya Sari Molina, “ahora se ha ido perdiendo”, completa el resto. A eso se sumaba que, frente a la ayuda mutua entre mujeres en la sección de máquinas o taller B —en la que “mandaban más las mujeres que los jefes”, apostilla Cristina Andrés—, en otras secciones como Artes gráficas el machismo era acusado, y las diferencias salariales permanecieron en el tiempo.
“Parábamos, nos colgábamos de la verja de la alquería y no bajábamos si no nos pagaban lo que nos debían, que estuvimos cuatro meses sin cobrar. Si hacía falta nos quedábamos a dormir”
No obstante, de su entrada en la fábrica, entre 1976 y 1977, recuerdan que ellas les salieron “rebeldes” a los jefes porque tuvieron unas maestras que “básicamente nos enseñaron lo que era un sindicato”. Huelgas, paros, piquetes. “Parábamos, nos colgábamos de la verja de la alquería y no bajábamos si no nos pagaban lo que nos debían, que estuvimos cuatro meses sin cobrar. Si hacía falta nos quedábamos a dormir”, rememora Cristina Berbegal. “Y si no parabas tú te paraban ellas”, recuerda Cristina Andrés. Eso, precisa Inmaculada, fue en Papeleras: “Después nos apuntábamos a todas las manifestaciones, y corríamos con los grises detrás”. El problema, para Julia, es que “se nos olvida que para mantener los derechos hay que seguir peleándolos”.
Aunque hablan con añoranza del tiempo en el que la clase obrera se movilizaba, sí reconocen que ha habido cosas que han cambiado con el tiempo. Ahora tienen contratos estables, y perciben que el mayor cambio gira en torno a la conciliación familiar: de las primeras bambuneras saben que sus maridos les traían a las criaturas para que amamantaran en la fábrica, mientras que de ellas mismas recuerdan contratos pensados para evitar pagar sus bajas maternales o tiempo de descanso insuficiente para prestar las atenciones necesarias a sus hijos e hijos en los primeros meses. “Ahí sí ha habido avances”, dicen.
Como en todas las historias de auge y caída de un imperio, reducir los motivos del fin a un único factor suele ser una falacia. A pesar de que Papeleras Reunidas demostró que la unión era positiva en términos económicos, las fuentes consultadas para este reportaje coinciden en señalar que, aunque no imposible —la pervivencia de Miquel y Costas S.A. así lo demuestra—, resultaba difícil mantener en el tiempo la época dorada del papel de fumar en el interior de Alacant. Sí comparten la pena al respecto: hubo un tiempo en que la industria y el territorio eran casi la misma cosa y familias enteras se dedicaban a ello. Gilabert, no obstante, descarta la filosofía del lamento, quizás por su desencanto: cuando él llegó a Papeleras Reunidas S.A. “ya estaba mal la cosa, o mejor dicho: estaba muerto y no lo sabían”. El ahora docente universitario lo achaca a que la empresa “no cogió” la tercera revolución industrial (la informática). “Aparte de eso, los libritos del papel de fumar dejaron de hacerse porque a partir de los años 60 muchos fumaban de cajetilla, aunque después hubiera un resurgimiento de los porros, pero eso no es la misma tirada”. Y a todo eso se añade, continúa, lo que considera un error mayúsculo: la ya expuesta gestión empresarial. “Salamanca hundió Papeleras”, apoyan al unísono las bambuneras, en referencia a la mencionada actual fábrica de Scottex.
Gilabert recuerda que Papeleras Reunidas no pudo celebrar su 50º aniversario. Cerró antes de la conmemorativa fecha. La fortaleza de una empresa nacida para aunar recursos y garantizar la permanencia de la industria en Alcoi se vio menguada por, primero, una transformación al modelo pseudoestatal durante el franquismo —Jesús Aramburu Olarán, que ocupó varios cargos de relevancia durante la dictadura, fue vicepresidente de Papeleras S.A.—, algunos clientelismos, una serie de progresivos cambios en el contexto social —vinculados con el consumo de tabaco, pero también laboral y formativo— y una gestión poco acertada de los recursos. “Hasta las secretarias tenían secretarias”, ilustran las bambuneras en activo.
De las 15 o 20 fábricas que tenía Papeleras en el momento de su cierre, algunas se cerraron y otras fueron compradas por Smoking. Pero no se dieron por vencidos. A pesar de la evidente fortaleza de la empresa de Miquel y Costas en Catalunya, un grupo de antiguos trabajadores de Papeleras Reunidas, narra González, montaron una sociedad, Iberpapel S.L. “No funcionó, se disolvió y quedó solo uno, luego progresivamente empezamos a remontar y contratar a gente”. En este contexto, buscaron expandirse al mercado internacional. “El dueño de RAW vino buscando a alguien que le fabricara un papel natural. Acudió inicialmente a Miquel y Costas, quien le replicó que eso era papel de envolver y que eso no lo iba a querer nadie. Así que vino a Iberpapel S.L.”. El entonces gerente, expresa, le acompañó a las papeleras de Centroeuropa que por aquel entonces les suministraban hasta dar con un papel que gustara al estadounidense.
Hará de aquello 15 años y el crecimiento fue progresivo. Ahora un centenar de personas empleadas, procedentes de Alcoi y alrededores, fabrican alrededor de 200 productos diferentes: papel largo, papel corto, papel de colores, con olores… En la actualidad, los rollos de papiro con los que trabaja la empresa de Benimarfull proceden de Francia: ellos lo manufacturan hasta que llega al cliente en forma de librillos. Aunque permanecen algunas máquinas de los tiempos de Papeleras Reunidas y el proceso “prácticamente es el mismo, pero modernizado”, la mayor parte de la producción se realiza en nueva y refinada maquinaria que hace que “la plantilla se haya multiplicado por cuatro y la producción por diez”, asegura González.
Finalmente hace tres años, el dueño de RAW, a través de HBI International, compró Iberpapel. Tal como expone el jefe de fábrica, la marca estadounidense no iba a quedarse sin su propia producción. Ha sido una forma de garantizar la supervivencia de la industria: alrededor del 80% de la producción de la empresa española se dedica a la marca americana. Para Aurelio González, “mientras la empresa esté vinculada con la zona y no quieran deslocalizar”, y teniendo en cuenta que “funciona bien”, se trata de un balance positivo aunque no obvia el hecho de la pérdida de identidad del territorio en la relación con la industria, del mismo modo que tampoco omite que el futuro es incierto en un contexto de carencia de materias primas y constantes cambios del mercado. El futuro de la industria papelera deja incógnitas, y el pasado recuerdos y un amplio legado. Las bambuneras reconocen que, además de la conciencia de necesidad de unión y lucha laboral, se quedaron con más cosas. En las antiguas jornadas de manufacturado cogían librillos para coleccionarlos cuando los jefes no miraban: piezas de dominó, signos zodiacales, escenas cotidianas de la historia. El trabajo les gustaba y les gusta. “Yo entré a trabajar en contra de mi voluntad porque quería estudiar. Pero durante todos estos años he cogido amor al librito artesano, a un producto que no conocía. Cuando voy a un estanco sigo preguntando de dónde son los distintos modelos, pido tocar el papel”, narra Inmaculada. “Para mí eso es algo bueno y es el recuerdo que me quiero quedar”.