Opinión
Hacer política con los incendios y los muertos
La inexigencia de responsabilidad a los que se lucran con los incendios poniendo en riesgo el bienestar común es política.
Las personas que murieron quemadas o que perdieron sus viviendas quizá no querían saber nada de la política. Quizá tampoco la política preocupaba a las decenas que murieron en Portugal no hace poco por causas idénticas y quizá tampoco preocupe hoy a las que sin duda morirán en próximas e inevitables catástrofes.
Lo que pasa es que, aunque ellas no hicieran política, fue la política la que las fue a buscar a su casa. Porque convertir el territorio en un vivero forestal para una empresa cuyo consejo de administración está plagada de personajes del PP es política, sí.
Porque permitir que los costes del aprovechamiento forestal en forma de extinción de incendios permanentes sean públicos, mientras que los beneficios de la explotación sean privados, es política. Eso se llama externalizar los costes. Como es política que sean los pontevedreses los que asuman también los costes de la factoría de ENCE en su ría y también fue política que el gobierno de Mariano Rajoy en 2016, aún en funciones y contra la opinión pública mayoritaria de pontevedreses y gallegos, ampliase por 60 años más su concesión. Todo es política.
No exigir que haya distancia razonable entre los cultivos forestales (porque no se le pueden llamar bosques) y los núcleos urbanos; no exigir seguros de responsabilidad civil; no reducir los espacios para plantación de especies pirrófitas, singularmente el omnipresente eucalipto; no exigir cuidados de maleza, porque eso aumentaría los costes de la materia prima, eso es política.
Permitir que los costes del aprovechamiento forestal en forma de extinción de incendios permanentes sean públicos, mientras que los beneficios de la explotación sean privados, es política.
¿Podríamos imaginarnos, por ejemplo, una empresa que comercializase peligrosísimos productos químicos y que dejase la producción en manos de cualquiera que quisiese hacerlo en su casa, sin medida de protección alguna? En esta hipótesis, los accidentes, los incendios, la contaminación, los heridos y muertos que sin duda generaría esta actividad serían de todos, mientras que la empresa solo tendría que enviar vehículos para recoger la producción. Esto, poco más o menos, es lo que ocurre con el monte en Galicia. Y esa inexigencia de responsabilidad a los que se lucran poniendo en riesgo el bienestar común es política, por supuesto.
Convertir la lucha contra los incendios en un negocio donde confluyen infinidad de intereses con contratas y subcontratas que implican a infinidad de empresas privadas que logran sus beneficios no de prevenir incendios sino de apagarlos, también es política.
Culpar al viento, a Portugal, al clima, a imaginarias organizaciones criminales cuya existencia jamás se demuestra y no asumir el fracaso de una política forestal que genera una y otra vez, año tras año, desastres y desastres en un déjà vu permanente, mientras no se asume la propia responsabilidad, es política. Como política también es que la sociedad sea incapaz de exigir responsabilidades reales a sus gobernantes más allá de las muestras de sincera pena y pesar, tan sentidas y hondas sin duda, como inútiles por su reiteración cada vez más rutinaria.
Por supuesto que es política. Y quedarse en casa diciendo que uno no hace política es también -¡y tanto!- hacer política.
Esta tarde Galicia está convocada contra esta devastación permanente. Decenas de miles de personas se reunirán para manifestar su preocupación, su indignación o su dolor por un estado de cosas repetido una y otra vez, que no hace más que empeorar, que, con toda seguridad, empeorará y empeorará hacia catástrofes con muchísimos más muertos, como no hace mucho vimos padecieron nuestros vecinos portugueses. Porque, ¿alguien en su sano juicio piensa que tal cosa es imposible en Galicia, con infinidad de núcleos de población rural complemente rodeados por inacabables extensiones de eucaliptales? No solo no es imposible sino que es una catástrofe anunciada, que llegará, más pronto que tarde. Está ahí, en el aire, aguardando. ¿Esperaremos a entonces para volver a lamentarnos y para volver a exhibir nuestra rabia y nuestra pena? ¿Diremos entonces otra vez que estamos desconsolados para, pocos días después, volver a consolarnos y que siga todo igual? Y así otra vez, y otra vez, y otra vez.
Quizá sería el momento en que a estas miles de personas que hoy saldremos a las plazas de nuestras ciudades a hacer política, a pedir política, se nos unan otros muchos miles que compartan una mínima sensibilidad ante esta calamidad endémica. Endémica no por un designio divino sino por la suma de inacciones, incompetencias y complicidades, todas ellas políticas y directamente atribuibles a la clase política.
Y en esta preocupación pueden caber muchas sensibilidades e ideologías. Al cabo, nos une el amor por la naturaleza, por nuestro paisaje, por nuestro país, por las personas que lo pueblan. ¿Es esto político? No estoy seguro. Pero sí sé que quedarse en casa y preferir abstenerse de todo aquello que suponga una mínima crítica al poder, eso sí es política. Política de la buena. Hoy, como tantas otras veces, las personas decentes deberíamos estar exigiendo de un modo nítido, en un clamor mayoritario, a los poderes públicos, a los gobernantes, que hagan política. Política forestal al servicio de las personas, del territorio y de la vida.
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