Opinión
Volver a la frontera por Navidad
Mi madre, Helena Maleno, podría ir a la cárcel y con ella condenados todos los valores que nos inculcó defender siempre.

Volver a casa. Podríamos decir que no hay nada más reconfortante para el espíritu que eso. Y para mí eso suele suponer un proceso que va más allá del viaje físico y es el esfuerzo mental de mudar idioma, lógicas, hábitos, tiempos... El proceso de dejar la rutina artificiosa de una capital europea por mi auténtico y cálido hogar africano.
De Madrid a Tánger hay un salto del que solo empiezo a ser consciente cuando entro por la puerta de casa y, tras mi recibimiento, el teléfono fijo no tarda en sonar. Son los familiares desesperados de 30 personas que desde la madrugada navegan a la deriva en el Mar de Alborán y que, como cualquiera entendería, necesitan ser rescatadas. Ahí es cuando realmente aterrizo y me digo que, sin duda, he vuelto.
Esta Navidad es excepcional, como lo es el mismo cumplimiento de los derechos en la frontera sur española. Responder a esas llamadas de auxilio con las que desperté y me acosté durante 16 de mis 20 años de vida podría ser un delito. Llamar a los servicios de rescate para proteger el derecho a la vida, podría costarle la libertad a quien me dio a mí la propia vida. Mi madre podría ir a la cárcel y con ella condenados todos los valores que nos inculcó defender siempre. Pero ahora no toca ahogarse, sino servir de apoyo incondicional como hijo (y como hermano) que tenga y contagie fe, aunque nunca ciencia cierta.
A pesar de nosotros pienso en ellos, en los grandes damnificados de esta historia: las personas migrantes. ¿Cuántas veces fueron a golpear las puertas de sus casas, a desmantelar sus mesas fraternas de encuentro, a invadir con terror allá donde resistía el amor, a deportar a aquellos que celebraban certezas a un futuro incierto?
Sea en la ruptura del ayuno, en una celebración familiar o en la misma cena de nochebuena; en la 'guerra de fronteras' quien la perpetra no entiende de compasión. Todo momento de excepción es válido si sirve para conquistar posiciones, si consigue sorprender al perseguido y permite atracarle desvalido por su puñado de derechos.
Ahora lo que nos toca es ser capaces de palpar y sentir toda esa ola de solidaridad en forma de reflexiones, manifiestos, concentraciones, mensajes, llamadas, vídeos, carteles, murales, visitas, risas, abrazos, miradas y besos. Coger fuerzas y mantenerlas para un proceso que será duro y dilatado en el tiempo.
Sin olvidar que cada una de las personas que defendemos a Helena Maleno debemos estar vigilantes ante cualquier amago de acallarla y acabar con su labor. Porque hubo muchas vidas que quedaron sin salvar y habrá muchas otras que deberán ser salvadas. Al menos mientras el ser humano se mueva en busca de una casa a la que poder volver en Navidad, y eso sin duda será eternamente.
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