Opinión
Mitología

Vuelve a los medios, como lo hace periódicamente, la supuesta batalla entre feminismo oficial y mujeres trans, se escriben textos escogiendo tal o cual desbarre en redes y se infla una situación que, aunque debe ser combatida, no tiene ya demasiado recorrido y a la que le queda poco tiempo de vida.

De Berta a Teo
Secuencia del documental 'De Berta a Teo', de Irene Navascúes.

Decía Monique Wittig en uno de los ensayos que componen The straight mind que “el mito de la mujer es un espejismo que nos distrae en nuestro camino” y que “es nuestra tarea definir qué es un sujeto individual en términos materialistas” y superar así una de las contradicciones ontológicas de la conciencia de clase. No puedo estar más de acuerdo. El feminismo, como movimiento integrador y obrero, debería aspirar a reflejar y acoger la realidad material completa de las mujeres sin que misticismos mesolíticos, ciencia de la época de la frenología o apropiaciones burguesas enturbien con definiciones limitantes quiénes somos y qué necesitamos. La respuesta está en la clase, a misoginia y la opresión. Sin renunciar a las especificidades que nos atraviesan y nos colocan en el estrato de las desposeídas, sean estas la racialización, la capacidad o la condición trans.

Vuelve a los medios, como lo hace periódicamente, la supuesta batalla entre feminismo oficial y mujeres trans, se escriben textos escogiendo tal o cual desbarre en redes y se infla una situación que, aunque debe ser combatida, no tiene ya demasiado recorrido y a la que le queda poco tiempo de vida. No voy a negar que existen núcleos muy crueles y muy violentos de exclusión diseminados por un mapa imposible de dibujar —por gigantesco— como es el del feminismo universal, tampoco que la desesperada situación que vivimos las mujeres trans nos hace reactivas y estar para pocas conversaciones por puro cansancio. Nada que no tenga arreglo con un poco de paciencia, escucha y tacto.

La historia de la transmisoginia ha costado vidas, psiques y sigue causando mucho dolor. Frivolidades las justas. Por eso mismo magnificar algo que está en retroceso constituye un acto de mendicidad intelectual o de falta de escrúpulos

Azuzar ese supuesto conflicto para llenar páginas es una irresponsabilidad y suele ser un ejercicio de simplismo extremo construido por colecciones de citas, poco contexto y ninguna conclusión. Como si fuese una noticia nueva o una herida abierta recientemente. Llevamos con esto desde que a Robin Morgan se le calentó la boca en la West Coast Lesbian Conference de 1973. La historia de la transmisoginia ha costado vidas, psiques y sigue causando mucho dolor. Frivolidades las justas. Por eso mismo magnificar algo que claramente está en retroceso constituye un acto de mendicidad intelectual o de falta de escrúpulos para vender publicaciones.

Comenzaba el texto citando a Monique Wittig con intenciones muy claras. Mientras atravesamos el tedioso asunto de la división de clase o de los grandes objetivos que se ven entorpecidos por las demandas específicas de grupos excluidos me parece que, a quien no le sirvan Angela Davis ni Silvia Federici, quizá Wittig —materialista radical— pueda abrirle la puerta de la obviedad sin hacerle sentir el cosquilleo de la traición de clase y le anime a poner al menos un pie en el siglo XXI.

Sea la lucha obrera o sea el feminismo, es lógico recurrir a las grandes narrativas: los mitos fundacionales y los pasados gloriosos mantienen la llama encendida y crean lazos que van más allá de lo fraterno. Es una estrategia humana que me parece hermosísima y que lleva sucediendo desde que alguien se colocó una cornamenta junto al fuego y contó la primera historia. Por otro lado, negar que las estructuras de opresión —capitalismo y heteropatriarcado— crecen, se deforman y rompen sus propios marcos al mismo ritmo que lo hace el mundo es lo menos materialista que hay, el mito es un baño caliente al que volver cuando estamos cansadas, pero conviene no alejarse demasiado del logos para evitar terminar cantando himnos frente al espejo con el uniforme del abuelo puesto.

A las centenares de mujeres trans asesinadas en 2018, a las que nos es imposible acceder a un puesto de trabajo, a las maltratadas en público de forma cotidiana, de poco nos sirve el gran relato obrero o el gran relato feminista, ambos están plagados de maravillas y de injusticias y eso ni los invalida ni los sacraliza. Sería interesante aprovechar estos cuestionamientos para hablar de luchas obreras y de feminismos, así, en plural, convertirnos en imparables sin dejarnos a nadie por el camino. Repensarnos como individualidades dentro de la globalidad se me antoja condición imprescindible para acercarnos a la revolución.

Saber colocar nuestros textos fundacionales en su contexto y hacerles las críticas pertinentes es un acto de respeto y de revalorización de los mismos. Descartar los que no sirvan, es un acto de respeto por nosotras mismas. Verlo de otro modo es propio de catequistas de lo suyo cuyo único interés es prevalecer.

Que la configuración cromosomática o un pasado pre-transición excluya del feminismo totémico a miles de mujeres en base a sentencias escogidas de la segunda ola sin tener en cuenta no solo una realidad material repleta de violencia misógina y pobreza, sino las aportaciones de incontables mujeres que han seguido estudiando, militando y ampliando la capacidad de acogida del feminismo con sus acciones, es una ventosidad epistemológica que será devorada por la historia más pronto que tarde. Que las obreras racializadas están en inferioridad aun dentro del movimiento obrero, que es necesario un proceso de reparación con ellas y que sus especificidades nos van a enriquecer y fortalecer a todas son verdades que solo pueden refutarse desde el privilegio o la fe ciega.

Es una tarea titánica de integración y aprendizaje la que tenemos por delante, como feministas y como obreras. Va a requerir derribar certezas, ceder espacios y ser fieles a nuestra historia aun cuestionándola a cada paso.

Conseguirlo sí que será una historia digna de ser contada y convertirse en mito.

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