Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN)
Apoyar la paz en Chiapas. Historias de brigadistas desde La Realidad y Acteal

Chiapas, con su densa selva tropical y sus montañas imponentes, es un santuario de biodiversidad y cultura. Esta región, hogar de diversos pueblos indígenas, es más que un paisaje pintoresco; es un bastión de resistencia. Durante generaciones, sus habitantes han defendido su tierra y sus formas de vida contra las amenazas de despojo y explotación. En cada rincón de Chiapas, la naturaleza y la lucha indígena se entrelazan, formando un tejido inquebrantable de resistencia y esperanza frente a las presiones externas.
La lucha de estos pueblos por la autodeterminación y la protección de su entorno refleja una resistencia persistente contra la imposición de un modelo económico que privilegia la explotación sobre la conservación y el respeto por la vida comunitaria. Sin embargo, la columna vertebral de esta fase actual del desarrollo capitalista sigue siendo la destrucción de los regímenes de tierra comunal. Ésta es la historia de la matanza de las Abejas de Acteal en 1997, la de “el maestro” Galeano durante una agresión al proyecto autónomo zapatista en 2014, o la de Samir Flores, en 2019, que luchó contra la expropiación de las tierras indígenas.
La espiral de violencia nacida con el paramilitarismo, cuyo objetivo era acabar con la lucha del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) desde el momento de su alzamiento, se ha profundizado y complejizado. Los grupos armados se diversifican y su categorización se ha vuelto cada vez más difícil de definir por la opacidad en la que se desarrolla su actuación. Hoy la guerra entre cárteles de droga aumenta la brutalidad a la que se someten las comunidades indígenas. Mientras tanto, el Estado sigue siendo omiso si no es que sea promotor o que forma parte de tal violencia. Su objetivo es claro: fragmentar el tejido social y facilitar el acceso a tierras y recursos para proyectos extractivos, turísticos y agroindustriales.
Los brigadistas rompen el cerco de la desinformación, documentan de primera mano y disuaden agresiones. Y no ha sido fácil, particularmente en los últimos años López Obrador ha atacado ferozmente la labor de los Derechos Humanos
Tras 29 años de recorrido, las Brigadas Civiles de Observación (BriCOs), organizadas por el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de Las Casas (FrayBa), cumplen un papel fundamental en función de frenar la violencia militar y paramilitar que impone el Estado en el territorio. Con esta iniciativa, desde 1995, miles de personas de todo el mundo –principalmente de Europa–, han participado en este mecanismo de contrapeso a la violencia ejercida contra los pueblos; los brigadistas rompen el cerco de la desinformación, documentan de primera mano y disuaden agresiones. Y no ha sido fácil, particularmente en los últimos años donde el supuesto gobierno de izquierdas de MORENA, a través de su caudillo López Obrador, ha atacado ferozmente la labor de los centros de Derechos Humanos en México.
El presidente mexicano ha denunciado continuamente al FrayBa como ONG conservadora, difusora de bulos sobre la situación en el sureste mexicano, y “en contra del cambio social” que él representa. Y no solo al FrayBa, sino a cualquier persona u organización que haya denunciado un atropello a los derechos humanos. Un ejemplo reciente es el del pasado 20 de junio de este mismo año, cuando el mandatario atacó al Centro de Derechos Humanos Agustín Pro aseverando que, en relación con el caso Ayotzinapa, tenía pruebas de que dicho Centro “firmó un acuerdo oculto con el ex presidente Peña Nieto a espaldas de los familiares [de los 43 normalistas desaparecidos] y promovió amparos para que quedaran en libertad decenas de implicados en la desaparición…”, y que, “existen intereses de agencias extranjeras para culpar al Ejército de esa tragedia.”
Las BriCOs han sido y son un mecanismo por el cual se garantiza la presencia internacional en comunidades amenazadas de violencia militar y paramilitar. Han sido y son un instrumento para luchar contra la impunidad de los cuerpos estatales o paraestatales y contribuir a disminuir la represión que sufren las comunidades indígenas. Han sido y son una estrategia de participación ciudadana en defensa de los derechos humanos y de solidaridad internacionalista. Han sido y son un mecanismo para proteger y salvaguardar la integridad física de las comunidades indígenas que luchan todos los días por un mundo en el que quepan muchos mundos. Son y serán siempre, en suma, un contrapeso a la violencia.
En los campamentos se juntan observadores de diferentes nacionalidades a lo largo del año, recogen historias, testimonios y comparten diversas formas de lucha. Porque los derechos comunes van de la mano con la construcción de nuevas realidades, nuevas estrategias, nuevas alianzas y nuevos moldes de organización social. Entre muchas otras personas, éstas son las memorias de brigadistas en las comunidades La Realidad y Acteal, que partiendo desde colectivos como Lumaltik Herriak en Euskal Herria y Nodo Solidale en Italia, y convivieron en el tiempo en diversos puntos de Chiapas.
La Realidad, Selva Lacandona
En la Selva Lacandona, entre amenazas de despojo y explotación, residen proyectos de resistencia y autonomía zapatista. La población de La Realidad alberga el que fue el primer Aguascalientes, ahora Caracol, centro de organización política y social que reafirma la autodeterminación de las comunidades. En este caracol tan simbólico tuvo lugar la clausura del Primer Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo en 1996. Un río divide la comunidad en dos. A un lado se alza la Escuelita Zapatista, al otro, el campamento de los observadores. En la carretera principal preside un cartel de hierro donde se puede leer “Con nosotros, nosotras zapatistas, el compañero Samir Flores Soberanes del CNI vive”.
“Nosotros los zapatistas no dependemos del mal sistema, sino que nosotros construimos nuestro propio sistema de gobierno”
Samir se opuso a una central hidroeléctrica que el gobierno iba a poner en marcha en tierras del Congreso Nacional Indígena. Un miércoles por la mañana le dispararon en la cabeza en Morelos, en el patio de su casa. El mismo destino le deparó a Galeano, profesor en la Escuelita Zapatista de La Realidad, a quien asesinaron también en su población durante un ataque al Caracol. Después de la muerte del maestro los compañeros recordaron sus palabras: “nosotros los zapatistas no dependemos del mal sistema, sino que nosotros construimos nuestro propio sistema de gobierno”.
Aquel 2 de mayo de 2014 llevaron el cuerpo sin vida a la Junta donde su hijo le lloró entre otros habitantes de la comunidad. El entonces menor de edad se dirigió a los integrantes del cuerpo paramilitar, habitantes del mismo poblado y responsables del tiroteo en el pueblo, “justicia sin venganza ni muertes” les dijo. Él era consciente que los zapatistas no eran como los paramilitares de La Realidad, comprados por los proyectos del “mal gobierno”. “Nosotros la rabia la vamos a usar contra el sistema capitalista”.
Algunos años más tarde el hijo de Galeano se junta con otros dos compañeros cada noche para ensayar bajo la Escuelita con la compañía de sus tres guitarras. A la luz de una vela ambientan la noche en la comunidad y es siempre una alegría para los brigadistas que los escuchan atentamente desde el otro lado del río. Ellos son los Colibríes del Sur que cantan a los caídos, luchadores y a la esperanza.
Recordemos esta historia de libertad
De guerrilleros caídos que hoy no están
Que viva la resistencia y los heridos en el combate
Nos entregaron su vida por ver ese pueblo libre
Historias de libertad, Colibríes del Sur
Acteal, Altos de Chiapas
La comunidad de Acteal, donde reside la organización de Las Abejas, existe desde 1992, desde antes de la insurrección del EZLN, y es una de las muchas demostraciones de la fuerza de los pueblos indígenas, en este caso maya tzotzil, en la conquista de la autodeterminación. Una comunidad que lleva consigo el dolor y la fuerza del recuerdo de un duelo: la masacre de Acteal el 22 de diciembre de 1997.
Han pasado 27 años desde que los paramilitares asesinaron a 45 habitantes de la comunidad, la mayoría de ellos niños y mujeres, sin embargo, a día de hoy, el tiempo sigue sin curar sus heridas. Porque la estrategia del Estado mexicano para combatir al EZLN y las multifacéticas formas de lucha indígena ha sido siempre, y es, comprar la violencia y dirigirla contra quienes proponen una alternativa y una vida digna.
El Estado mexicano no escucha las demandas de los pueblos indígenas, mata a la disidencia y la entierra en el desierto o en las montañas del Sur. Ese fue y es el destino de las comunidades de los Altos de Chiapas. Y ese fue también el destino que arrastró – directa o indirectamente – a una niña a los pocos meses de nacer en la comunidad hace pocos años.

Eran las cinco de la mañana, último día de la brigada. Un niño llamó a nuestra puerta y un padre de tan solo 27 años lloraba a su hija de 11 meses que acababa de morir a causa de una enfermedad fácilmente tratable con medicamentos. Pero en el sur de México, en territorio indígena, no existe una cura fácil.
Y bien, cuesta explicar y razonar el tiempo en esos momentos. Cuando dos compañeras se negaron a aceptar la muerte de la pequeña y le pusieron un espejito debajo de la nariz para ver si respiraba. Respiraba, ¡todavía respiraba! “Démonos prisa” gritaba la gente. “Llama al promotor de salud del barrio zapatista, dile que se mueva, es importante. Llama a un taxi, corremos a San Cristóbal, podemos hacerlo, necesitamos llegar al hospital”.
Pero, entonces, el tiempo dejó de existir. El tiempo no tuvo piedad de María Angélica, no tuvo piedad de su familia y no tuvo piedad de toda la comunidad que estaba despierta desde las 5 de la mañana llorando y esperando que haya un Dios que no permitiera que una niña muriera a pocos meses de nacer. Pero el tiempo no es una entidad, no es Dios, ni tiene moral.
El tiempo estaba aquí antes que nosotros y estará aquí después. Quizás en esas horas entendí cómo perciben el tiempo en las montañas de Chiapas. Pero eso no es algo que se pueda describir con palabras.
Acteal, Elia Bedoni
Comprender la vida de una comunidad indígena no es un trabajo de años, si no de toda una vida. Estando cerca de ellos puedes apreciar esa ausencia de locura que los europeos vivimos a diario. Puedes intentar acercarte a ese sentimiento de libertad que conocemos como consigna, pero que en realidad no es más que una placa que cuelga del muro de la celda. Mientras exista el capitalismo, no se conocerá la libertad. Para cualquiera que se vea obligado a vivir dentro de su confín líquido.
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