Queer
Excedencia e institución: entre lo loco y lo queer

Al intentar definir qué es la locura, encontramos los elementos que nos llevan a su conexión con lo queer.
Liberación queer
Queer Liberation March (New York City, June 30, 2019) (FOTO: FULBERT, Wikimedia)

Estudiante de filosofía y militante LGTBI.


Estudiante de filosofía y militante queer
13 feb 2024 08:20

Empecemos fuerte: definir qué es la locura es difícil más allá de definiciones vagas, cómo se forma, dónde se inserta. Muchas veces esto ha llevado a análisis esencialistas de la propia locura e incluso a reificaciones que producen su definición. No me extraña no saber qué es y mucho menos me preocupa, pues creo que esta concepción caótica y desastrosa o, más bien, líquida, más que un palo en las ruedas es una virtud para generar conocimientos sobre esta. Para mí la locura es sobre todo un proceso.

La forma mayoritaria bajo la que la gente común entiende la locura es la del diagnóstico. Esto es realmente interesante porque esta forma cristalizada –reificada– de interlocución con la locura plantea dos problemas. El primero es concebir cualquier momento en el que pierdes la cabeza como un proceso sin rupturas ni discontinuidades, ya consideres que has nacido con ello o que simplemente en un punto se abrió una línea continua en la que empezaste a ser esquizofrénico. Realmente es mucho más complejo: hay momentos en los que oyes voces y momentos en los que no, momentos en los que te sientes ansioso cada día y años en los que no lloras un solo día. El segundo, y en el que me centraré hoy, es que esas nociones consideran la locura como algo que se encontraba ya en ti desde el principio o de forma potencial, o que simplemente están en ti “como el agua que cae del cielo sin saber muy bien por qué”, y dejan fuera la expresión social de la locura como forma que toma el sufrimiento. Este es el problema que se desarrollará durante el grueso de este texto.

¿Dónde la locura?

La locura “apareció en los intersticios de las relaciones de propiedad transformadas, a través de los desplazamientos de población del campo a la ciudad y la concentración en los entornos urbanos, así como dentro de las instituciones encargadas de administrar esos excedentes de población –fábricas, asilos, ejércitos permanentes, aparatos policiales y punitivos, territorios coloniales…–”. Esto que acabas de leer es un fragmento de la explicación que Christopher Chitty da del surgimiento de los deseos queer. Sin embargo, creo que a nadie le ha parecido rara esta definición.

Y es que es real: no se puede entender el desarrollo que ha tomado la locura sin entender el desplazamiento a las ciudades y la privatización de los medios de vida que acumuló grandes cantidades de población excedente. Sería imposible entenderla sin los espacios que la administran y que surgen respondiendo a las necesidades de la gestión de estas capas; toda la obra de Foucault y otros autores del 68 están basadas en esto. De la misma manera sería imposible no encontrar en los procesos de colonización y las formas de represión determinaciones embrionarias de la locura. La locura de hoy en día es fundamentalmente un subproducto del desarrollo capitalista, en el sentido de que no se puede entender esta sin el acto de violencia originaria: la acumulación primitiva. No hay locura sin desposesión.

La locura de hoy en día es fundamentalmente un subproducto del desarrollo capitalista.

La gestión de los desposeídos tomó la forma de pacificación, una compleja red que se reproduce constantemente, un uso productivo de la “violencia” que se da en el capitalismo, la producción del orden capitalista mismo, y que es fundamental para la hegemonía de la clase dominante. Escribe David Galula sobre la pacificación de Argelia por parte de Francia: «“Usamos la fuerza contra el enemigo”, me dijo uno de los líderes, “no tanto para destruirlo, sino para hacer que cambie su perspectiva sobre la necesidad de continuar el combate. En otras palabras, hacemos acción psicológica”».

La conquista de un orden de normalidad en el que se trata de restaurar al trabajador como trabajador. Hay que contar además con la potente dimensión ideológica que implica esta restauración. Mediante la pacificación, primero se destruye para exprimir sus recursos, luego se asegura para hacerlo un territorio dócil y finalmente se reconstruye para que se pueda gobernar en paz. Como bien lo define Mark Neocleous: Destruir-Asegurar-Reconstruir. Creo que no es difícil observar un proceso parecido en cierta escala sobre los cuerpos y la subjetividad de la clase trabajadora que se repite de forma viciosa con un velo de naturalidad.

¿Por qué?

Intentando responder lo que para mí es la conexión mayormente vital con lo queer, hay que comprender que lejos de lo que se suele creer, la psiquiatría no creó la actuación que estas formas de violencia tomaron; bien al contrario, espacios como el asilo existieron cuatro años antes del surgimiento del alienismo. La psiquiatría es el alumbramiento de estos procesos de violencia que determinaron en buena medida su forma.

¿Pero qué hay de estas instituciones y qué función tuvieron? Rescatando una tesis interesante de Foucault en El poder psiquiátrico, Maurizio Lazzarato dice en Guerras y capital que las instituciones de secuestro temporal, como brazos armados del capitalismo, y la construcción de los espacios donde se da la locura fueron en gran medida una extensión del espacio familiar y de su clima en el capitalismo. La psiquiatría, los servicios sociales, la policía, la psicología, etc., fueron gestores de la institución familiar, sobre todo para la clase obrera, y a día de hoy siguen teniendo esa función. No solo eso, sino que todas estas instituciones han tenido la función de familia extensa como forma estatal.

Para esto es útil tener una perspectiva histórica: el asilos de pobres, precursor de gran parte de estas disciplinas y espacio abigarrado donde se dan un sinfín de violencias aglutinantes y en buena parte constitutivas de buena parte de lo que podríamos llamar “población excedente”, era principalmente un lugar donde locos, vagabundos, prostitutas, sodomitas, enfermos… eran encerrados cuando sus familias no podían hacerse cargo de ellos. Muchas veces el proceso era muy explícito, antes de encerrar de forma permanente a un sujeto se entrevistaba a su familia (si tenía), luego a los vecinos y luego a las autoridades locales (alcalde, sacerdote, policía…).

Esto perduró en su forma explícita hasta al menos, que yo haya leído, la época de la psiquiatría democrática del 68 italiano. Hoy en día hay formas mucho más sucintas: entrevistas con los padres y familiares del entorno, preguntas por las relaciones con nuestros familiares, vigilia de la toma de la medicación, entrevistas con servicios sociales, etc.

Sin embargo, el corazón de este devenir bombea de forma similar: el proceso de reproducción social que se da en la familia tiene su forma extensa en estas instituciones, que participan en él tanto en la fiscalización de la familia como siendo parte del proceso, a veces incluso de forma constante y silenciosa. Si la idea del Estado, la idea del patrón, del buen trabajador no se le ha quedado grabada, el psiquiatra, el policía y el asistente, el Estado y el patrón se encargarán de que sea un buen trabajador, actuando como aparatos represivos (la policía) pero también como no represivos o, incluso, correctivos (el resto).

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¿Qué la locura? ¿Qué lo queer? ¿Conclusiones?

Preciado define lo queer como “post-identitario, como un movimiento de disidentes de la norma sexo-género más allá de un movimiento de gays u homosexuales”. Además, podríamos decir que es un compendio de subjetividades o cuerpos no-productivos que se escinden de lo que se podría rastrear desde una perspectiva marxista como el cuerpo ideal del trabajador producto de las instituciones antes mencionadas.

La locura es el nombre para un proceso abigarrado de violencias. Uno lleno también de movimientos de encaje e integración, de formas correctivas y represivas que juegan un papel importante en la forma social que la locura expresa.

La locura se ve en aquello que podríamos llamar formas de relación imaginaria con nuestras condiciones realmente existentes. No se puede entender sin aquello que la determina, sin verla como una forma disciplinaria dentro de la clase trabajadora en relación a ciertos aparatos represivos y no-represivos del Estado. De la misma manera es imposible entender lo queer sin esto mismo: un proceso de relación con lugares similares del “edificio” capitalista. Podríamos decir que la conformación de la locura y lo queer comparten la matriz de la familia, la psiquiatría, los servicios sociales, la policía… Es un producto excedente del disciplinamiento de la clase trabajadora.

La conformación de la locura y lo queer comparten la matriz de la familia, la psiquiatría, los servicios sociales, la policía…

Aquí es importante la cita de Lola Gallego del Noval en la que asegura que “los seres monstruosos pertenecen a un universo queer en el sentido en el que bordean las fronteras del género, la raza y la especie, puesto que no son hombres o mujeres, racializados o blancos, humanos o animales sino todo ello al mismo tiempo y nada a la vez”. Afirma en este sentido que “la loca es menos mujer que la no-loca, constituye de alguna forma el ejemplo de lo que toda mujer no debería ser”. Es en este punto en el que podemos decir que la locura guarda una relación profunda con lo queer.

La locura es sobre todo post-identitaria, abyecta, monstruosa y, sobre todo, la constitución de una disidencia donde sea insertada: una mujer loca no es lo suficientemente mujer, sino el producto degenerado resultante de una mujer escindida de sí misma, de su rol reproductivo o funcional, una mujer loca no es lo que una mujer debería ser. Como descubre Fanon, la locura, la extrañeza o la propia enfermedad mental y la violencia aplicada dependen en buena medida de tu posición dentro de la división del trabajo capitalista, y dentro, también, de la división sexual e internacional del trabajo. Silvia Federicci y otras autoras han mencionado que en Estados Unidos las «locas» eran tratadas con electroshocks a consecuencia de perder su bienestar pero permitiéndole realizar trabajos reproductivos. Era la única posibilidad de alcanzar, en alguna medida, de ninguna forma completa, el estatus de mujer de nuevo.

Antes dijimos además que lo queer y lo loco comparten de alguna forma lugar en la familia y otras instituciones que mencionamos. El orden familiar en este sentido funciona como lugar de reproducción social, lugar de producción de trabajadores. A veces la familia puede haber fallado en remendar las heridas, pero remendar las heridas es parte crucial de esa producción del trabajador. El loco es ante todo un producto degenerado del orden familiar para el capitalismo, sobre todo en este sentido, como lo ha sido en otros momentos y con diversas formas históricas. De la misma forma, las instituciones que la rodean son la retaguardia de la familia, son las instituciones que aguardan en los bordes de la familia y lidian con sus deshechos. Esta es en buena medida su función dentro del Estado en un contexto en el que, debemos entender, la familia no es nada sin el Estado y sus instituciones.

El sustrato o la base de lo loco y lo queer están determinados por elementos similares, o incluso en conexión o intercambiables. Podríamos llamar lo loco como la queerización de la psiquiatrización. La conexión fundamental entre lo queer y la locura se encuentra en su génesis: la locura es fundamentalmente queer como parte de la población excedente y no-productiva sometida a disciplinamiento, como experiencia que actúa conformando la división del trabajo y, por tanto, modulando las configuraciones de las experiencias del género, la raza y el deseo.

Sobre este blog
La filosofía se sitúa en un contexto en el que el poder ha buscado imponerse incluso en los elementos más básicos de nuestro pensamiento, de nuestras subjetividades, expulsando así de nuestro campo de visión propuestas teóricas y prácticas diversas que no son peores ni menos interesantes sino ajenas o directamente contrarias a los intereses del sistema dominante.

En este blog trataremos de entender los acontecimientos del presente surcando –en ocasiones a contracorriente– la historia de la filosofía, con el objetivo de poner al descubierto los mecanismos que utiliza el poder para evitar cualquier tipo de cambio o de alternativa en la sociedad. Pero también de producir lo que Deleuze llamó líneas de fuga, movimientos concretos tanto del presente como del pasado que, escapando del espacio de influencia del poder, trazan caminos hacia otros mundos posibles.
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