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Feminismos
El deseo de Chloe: anticapacitismo y feminismo
Damos las gracias a la autora y a la editorial, Kaotica Libros, por compartir con El Rumor de las Multitudes este fragmento de El cuerpo deseado.
En julio de 2013, Chloe Jennings-White, una científica británica licenciada en Cambridge, decidió “salir del armario” y explicar públicamente lo que sus allegados ya sabían: vivía en un “cuerpo equivocado”. Su corporalidad, bípeda, sana y funcional, le era ajena. Sentía que sus piernas no le pertenecían ya que su “verdadero cuerpo” era uno parapléjico en el que sus extremidades inferiores no tuvieran sensibilidad ni movilidad.
Desde la infancia, Chloe se provocó accidentes a la espera de lograr seccionarse la médula espinal y convertirse en paralítica. Como no lo consiguió, solicitaba ayuda médica para transformar su cuerpo sin tener que poner en riesgo su vida. A la espera de la intervención –para la que ya había encontrado un cirujano, pero cuya tarifa aún no podía asumir– utilizaba silla de ruedas a diario para vivir acorde con su autoimagen corporal de lesionada medular. Quería compartir públicamente su experiencia para luchar contra el estigma que rodea a su condición y plantear su tránsito como equiparable al de la transexualidad, de ahí que se denomine transabled.
El deseo de Chloe es ininteligible hoy en día. Produce incredulidad y desagrado, cuando no directamente espanto, más aún cuando explica que no es la única que lo experimenta como una necesidad perentoria e inevitable. Desde un punto de vista médico, se considera que estas peticiones son fruto de un trastorno, denominado Body Identity Integrity Disorder (BIID), que hace que personas sanas se identifiquen como «discapacitadas», generalmente amputadas. El término habitual por el que se las conoce es wannabe, aunque de manera minoritaria hay quienes, como Chloe, buscan politizar su demanda y se denominan transabled. Los medios de comunicación, así como la industria cultural contribuyen a su patologización, retratándoles como mentalmente perturbadas y un peligro para sí mismas. Al fin y al cabo, ¿cómo va a desear alguien aniquilar una parte sana y funcional de su anatomía?
Desde tiempos inmemoriales se han marcado y modificado los cuerpos en pro de la adecuación cultural. El cuerpo se constituye en un medio a través del cual mostrar y performar una identidad personal y colectiva
Sin embargo, otros deseos de cambio corporal y modificación estética radical no reciben el mismo estigma. En las sociedades contemporáneas, el cuerpo, más aún el femenino o feminizado, es sometido a un riguroso escrutinio y a una tasación, del ojo interno y del ajeno, que deriva en continuas intervenciones estéticas y quirúrgicas. Pero esto no es una moda pasajera, como explica la antropología del cuerpo (Esteban, 2004; Le Breton, 2010). Desde tiempos inmemoriales se han marcado y modificado los cuerpos en pro de la adecuación cultural, por ejemplo, a través de la sustracción ritual de una parte o la perforación cutánea mediante escarificaciones. El cuerpo se constituye en «marca del individuo» (Le Breton, 2010: 153), un medio a través del cual mostrar y performar una identidad personal y colectiva. Así pues, ¿qué tiene de espeluznante la petición de Chloe Jennings-White de modificar su cuerpo para adecuarlo a su imagen corporal?
El nivel de violencia al que las personas como ella quieren someter a sus cuerpos no dista tanto del que conllevan otras cirugías socialmente aceptadas, médicamente avaladas y públicamente subvencionadas porque están destinadas a «(re)integrar» a la persona en la normalidad: funcional (por ejemplo, estiramiento de huesos de menores con acondroplasia para que alcancen una altura estándar), estética (cirugías de reconstrucción mamaria postcáncer) o de género (cirugías de reasignación sexual mediante vaginoplastia o faloplastia para personas transexuales). La modificación radical de los cuerpos, incluso la amputación de sus partes, en pro de la mejora de la autoimagen y/o la adecuación de la misma a la identidad, está a la orden del día.
¿Dónde reside, pues, el horror del deseo transabled? No es en la amputación en sí, sino en el tipo de cuerpo deseado: un cuerpo abyecto. Un cuerpo que solo puede ser aceptado desde la resignación, nunca desde el deseo, pues conlleva desincorporar su capacidad y, con ella, su productividad, su inserción exitosa en el mercado capitalista. Deseo inasumible en esta crisis perpetua del Estado del Bienestar. De hecho, Chloe explica que, entre otras críticas, la acusan frecuentemente de «querer convertirse en discapacitada para recibir ayudas públicas». Las personas dependientes deben ser las mínimas posibles, intentar no molestar o, en todo caso, inspirar realizando proezas. Como dice el activista anticapacitista Antonio Centeno (2012), «o eres Stephen Hawking o mejor que te quieras morir pronto, como Ramón Sanpedro». El propio deseo de morir resulta más inteligible que el deseo de querer vivir siendo discapacitado.
Y esto, ¿qué tiene que ver con el feminismo? ¿Qué relación puede haber entre una mujer británica que quiere cercenarse la médula espinal y las discusiones actuales en torno al género, la violencia o la sexualidad? ¿Por qué la concepción social, y la organización material, en torno al (potencial) cuerpo dependiente podría ser no solo pertinente sino esencial para la reflexión feminista?
La dependencia es algo que estremece al feminismo, un fantasma que acecha en las sombras y al que se intenta sortear. Desde el feminismo de la primera ola hasta muchas de las reivindicaciones contemporáneas, las mujeres piden igualdad, acceso, oportunidades: «Retirad las barreras, nosotras podemos»: podemos trabajar, competir, luchar, ganar. Incluso, tal y como explica la sexóloga Katherine Angel en El buen sexo mañana. Mujer y deseo en la era del consentimiento (2021), el movimiento MeToo y su defensa del consentimiento se basa en un ideal de mujer fuerte y empoderada, que sobrevive a los abusos y los denuncia, que sabe lo que quiere y puede expresarlo, que debe querer decir un sí afirmativo y gozoso.
No es de extrañar que a esta superwoman híper productiva no le casen bien los cuidados, mucho menos los que desvelan su propia vulnerabilidad. Puede que esta sea una de las razones por la que un feminismo que, hoy en día, se proclama interseccional, siga ignorando el capacitismo como generador de desigualdades intrínsecamente ligadas al sistema patriarcal. El capacitismo, tal y como lo define la teórica de referencia en Estudios de la Discapacidad Fiona Campbell (2009), refiere a un sistema de jerarquización social que marca determinados cuerpos y funcionamientos como discapacitados y, al mismo tiempo, veladamente, otros como capacitados. Como ocurre con todos los sistemas de poder, la posición de privilegio (en este caso la posición capacitada) no está marcada por lo que parece la forma natural y esperable de estar en el mundo. Mientras que variables como el género o la raza han sido desnaturalizadas –y por tanto las discriminaciones que generan visibilizadas y denunciadas– queda un largo camino por recorrer en la lucha contra el capacitismo, que lleve a problematizar las dicotomías (capaz/incapaz, válido/inválido, sano/enfermo) que categorizan y estigmatizan a determinados sujetos.
Pero ¿es el capacitismo suficiente para entender el rechazo visceral que genera el cuerpo deseado por Chloe? ¿Lo que perturba de su devenir corporal es simplemente que se convierta en un cuerpo dependiente e improductivo? ¿O qué papel juegan las expectativas de género a la hora de juzgar su deseo de modificación corporal? ¿Qué ansiedades suscita que quiera abandonar la feminidad normativa (capacitada) y abrazar una feminidad diversa?
Se precisa de una mirada feminista para atisbar una respuesta a estas cuestiones. La feminidad es, por defecto, capacitada, es decir, cuando se piensa en una «mujer» se está pensando en una mujer con una determinada competencia física e intelectual. Lo mismo ocurre al pensar en el «hombre promedio», se le atribuyen, de manera automática, ciertas características físicas, mentales e intelectuales que parecen naturales pero que responden al tipo ideal capacitado. El reverso de la moneda se encuentra en el sujeto promedio discapacitado, que suele concebirse como desgenerizado, es decir, que la categoría discapacidad opaca el género de la persona. Por tanto, capacitismo y patriarcado no actúan de manera independiente, sino que se coproducen a la hora de (in)validar ciertos cuerpos. Y, también, como en el caso de Chloe, ciertos deseos.
El sujeto ideal del feminismo, la «mujer», ha sido contestado y enriquecido gracias a la crítica interseccional, pero se continúa pensando en términos capacitistas
Este libro, El cuerpo deseado, analiza la intersección entre patriarcado y capacitismo y plantea la conversación tan postergada como urgente entre sus lecturas críticas: el feminismo y el anticapacitismo. Dicha conversación pone en jaque algunas de las tesis históricas de ambos movimientos y obliga a repensar postulados teóricos y consensos activistas. El sujeto ideal del feminismo, la «mujer», ha sido contestado y enriquecido gracias a la crítica interseccional, pero se continúa pensando en términos capacitistas, para muestra de ello algunas propuestas contemporáneas «feministas» sobre la organización de los cuidados o la lucha contra la violencia machista. Asimismo, el anticapacitismo precisa de una mirada feminista que apunte cuestiones problemáticas sobre, por nombrar las discusiones de mayor actualidad, la asistencia sexual o qué significa una «vida independiente». Todos estos debates se abordan en este libro.
La conversación pendiente entre feminismo y anticapacitismo se articula en torno a cinco grandes temas: la identidad de género (Cap. 1. Las ruedas del patriarcado), la organización social de los cuidados (Cap. 2. Afectos, cargas y alianzas), la producción y subjetivación de la violencia (Cap. 3. Heridas y silencios), la reivindicación de la sexualidad (Cap. 4. Las prótesis del placer) y la politización de la diferencia (Cap. 5. Una identidad en disputa). Esta propuesta de conversación parte de años de reflexión y activismo, de vínculos personales, de investigaciones cualitativas, de docencia académica y de mi implicación en diferentes proyectos políticos, como el documental Yes, we fuck!. En consecuencia, este texto se sitúa en el espacio híbrido entre la academia y el activismo, tan incómodo como estimulante.
Cada uno de los cinco capítulos pone en diálogo diferentes fuentes y recursos como son: los datos etnográficos fruto de las investigaciones realizadas; los productos culturales (novelas, películas, canciones); las vivencias personales (autobiografías, diarios) y colectivas (manifiestos, documentales); y las representaciones mediáticas (prensa, TV, celebrities, redes sociales). Todas estas fuentes de información se entienden como narraciones e imaginarios, intencionalmente ficcionados o no, que vertebran el constructo sociocultural denominado discapacidad. Y, veladamente, su correlato, también naturalizado y despolitizado, la capacidad. Precisamente, para no olvidar que ambas categorías –capacidad y discapacidad–, no remiten a condiciones biológicas fijas ni a identidades esenciales, en este texto se pondrán en cursiva. Y, cuando se aluda a las personas designadas como discapacitadas, se utilizará personas con «diversidad funcional», término desarrollado en el contexto español por el activismo anticapacitista.
Los cincos ejes de discusión propuestos (el género, los cuidados, la violencia, la sexualidad y la politización de la diferencia) están estrechamente relacionados, por lo que su diferenciación es, evidentemente, una mera estrategia analítica. Asimismo, precisarían, para ser entendidos en toda su complejidad y para orientar políticas públicas, de una mirada interseccional mucho más amplia. Al igual que este libro defiende que capacitismo y patriarcado se coproducen y no se pueden ni deben intentar solucionar o diagnosticar problemáticas sociales sin cruzarlos, lo mismo acontece con otros ejes de desigualdad social como el clasismo o el racismo. No obstante, un análisis de este calibre desborda las posibilidades de este texto que se limita a escrudiñar, con tenacidad, uno de los alambres de la madeja interseccional.
En consecuencia, el objetivo de El cuerpo deseado: la conversación pendiente entre feminismo y anticapacitismo no es definir una propuesta firme y de consenso sobre cómo se deben organizar los cuidados, legislar la violencia o qué política de la identidad es más acertada, sino confrontar, e intentar hibridar, la reflexión feminista y la anticapacitista en torno a estas temáticas. Por tanto, este libro plantea más dudas que respuestas, propone incomodar más que solucionar con el fin de afrontar una conversación pendiente, urgente y necesaria. En un momento de crispación política y atrincheramiento en esencialismos identitarios, este libro invita a conversar y a atreverse a debatir y disentir desde la complicidad y la potencial alianza.